Al parecer una discusión ruidosa estaba produciéndose al otro lado de la puerta de su habitación, advirtió Hissune. Se incorporó, frunció el entrecejo, parpadeó para desperezarse. Por el ventanal de la izquierda vio el fulgor rojo del sol matutino muy bajo en el horizonte oriental. Había estado en vela hasta altas horas de la noche, preparando la llegada de Divvis, y no le complació precisamente que le despertaran inmediatamente después del alba.
—¿Quién anda por ahí? —gruñó—. ¿A qué viene tanto alboroto, en nombre del Divino?
—¡Mi señor, tengo que veros ahora mismo! —Era la voz de Alsimir—. ¡Vuestros guardianes afirman que no debéis ser despertado bajo ninguna circunstancia, pero es absolutamente necesario que hable con vos!
Hissune suspiró.
—Creo que ya estoy despierto —dijo—. Entra si no hay más remedio.
Escuchó el ruido de los cerrojos de las puertas. Al cabo de un instante entró Alsimir, con aspecto de enorme agitación.
—Mi señor…
—¿Qué ocurre?
—¡Están atacando la ciudad, mi señor!
De repente Hissune se encontró completamente despierto.
—¿Un ataque? ¿Quién está atacando?
—Unas aves monstruosas —explicó Alsimir—. Con unas alas iguales que las de los dragones marinos, picos como guadañas y garras que chorrean veneno.
—No existen aves de esa especie.
—Deben ser otras criaturas diabólicas de los cambiaspectos. Empezaron a llegar a Ni-moya poco antes del amanecer, por el sur, una bandada numerosa y terrible, a cientos, tal vez miles. Ya han matado a cincuenta personas por lo menos y la situación empeorará conforme avance el día. —Alsimir se acercó a la ventana—. Fijaos, mi señor, ahora mismo algunas están sobrevolando el antiguo palacio ducal…
Hissune quedó atónito. Un enjambre de formas espantosas revoloteaba en el despejado cielo matutino: aves enormes, de mayor tamaño que las gihornas e incluso que las miluftas y mucho más horrendas. Sus alas no eran de ave, se parecían más a los apéndices negros y correosos de los dragones marinos, dispuestos sobre huesos prolongados con apariencia de dedos. Sus picos, perversamente afilados y curvados, eran de color rojo llameante y las garras, muy alargadas, de un brillantísimo tono verde. Descendían en picado ferozmente en busca de presa, arremetían, subían y volvían a atacar mientras abajo, en las calles, la gente corría desesperadamente en busca de refugio. Hissune vio que un incauto, un niño de diez o doce años que llevaba libros escolares bajo el brazo, salía de un edificio y se situaba en la ruta de una de las bestias: el monstruo bajó en picado hasta quedar tres metros sobre el suelo y sus garras atacaron con rapidez y potencia, rasgaron la túnica del infortunado y dejaron una huella de sangre en su espalda. Mientras el ave se apresuraba a ascender, el niño cayó al suelo y sus manos golpearon el pavimento con gestos frenéticos y convulsivos. De pronto quedó inmóvil y otras tres o cuatro aves se abatieron como piedras caídas del cielo, cayendo sobre él con la intención de devorarlo. Hissune maldijo en voz baja.
—Has hecho bien en despertarme. ¿Se ha tomado ya alguna medida?
—Unos quinientos arqueros se dirigen hacia los tejados, mi señor. Y estamos preparando los lanzaenergía de largo alcance con la máxima rapidez posible.
—No basta. Ni mucho menos. Lo que hemos de evitar es que cunda el pánico en la ciudad… veinte millones de civiles asustados corriendo y tropezando unos con otros camino de la muerte. Es vital demostrarles que dominamos la situación, inmediatamente. Sitúa cinco mil arqueros en los tejados. Diez mil, si los tenemos. Quiero que todo el que sepa manejar un arco tome parte en esto… en toda la ciudad, bien visibles, impartiendo confianza.
—Sí, mi señor.
—Y que se dé la orden general de que todos los ciudadanos deben permanecer bajo techo hasta nuevo aviso. Nadie debe salir a la calle, nadie, por muy urgentes que sean sus obligaciones, mientras esas aves nos sigan amenazando. Otra cosa. Que Stimion haga saber a Divvis que tenemos problemas y que se mantenga alerta si piensa entrar en Ni-moya esta mañana. Y quiero que mandes buscar al anciano encargado del parque de animales exóticos de las colinas, el que vimos la semana pasada… Ghitain, Khitain o algo parecido. Explícale cuál es la situación, si es que no se ha enterado, tráelo bien protegido y que alguien recoja varias aves muertas y las traiga aquí para que él las examine.
Hissune volvió la cabeza hacia la ventana otra vez, con gesto colérico. El cadáver del niño estaba totalmente tapado por las bestias, nueve o diez de ellas que se movían vorazmente junto al cuerpo. Los libros escolares estaban esparcidos patéticamente alrededor.
—¡Cambiaspectos! —exclamó con voz amarga—. ¡Envían monstruos para hacer la guerra a los niños! ¡Ah, pero les haremos pagar con creces por esto, Alsimir! Haremos que estas aves se coman a Faraataa, ¿qué te parece? Vete ahora mismo, hay mucho que hacer!
Llegaron más informes detallados en sucesión interminable mientras Hissune desayunaba apresuradamente. Más de cien muertos a causa del ataque aéreo y el número crecía con rapidez. Y como mínimo otras dos bandadas de monstruos habían llegado a la urbe, con un total aproximado de mil quinientas aves hasta el momento, por lo que se había podido calcular.
Pero el contraataque desde los tejados estaba dando fruto: las aves, debido a su gran tamaño, volaban de forma lenta y torpe y constituían blancos bien visibles para los arqueros… y no mostraban tener miedo alguno a éstos. En consecuencia era relativamente fácil alcanzarlas, y eliminarlas parecía simplemente cuestión de tiempo, aunque nuevas hordas salidas de Piurifayne estuvieran en camino. Las calles de la ciudad quedaron sin ciudadanos, ya que la noticia del ataque y la orden de la Corona de que nadie saliera acabó extendiéndose hasta los barrios más alejados. Finalmente las aves sobrevolaron hoscamente la silenciosa y desierta Ni-moya.
A media mañana se supo que Yarmuz, el cuidador del Parque de Animales Fabulosos, había sido llevado a Vista de Nissimorn y se hallaba muy atareado en el patio, diseccionando a una de las aves muertas. Hissune lo había conocido varios días antes, ya que Ni-moya estaba infestada de toda clase de criaturas, los animales raros y mortíferos creados por los rebeldes metamorfos, y el zoólogo podía ofrecer valiosos consejos para hacerles frente. Tras bajar las escaleras, Hissune encontró a Khitain, un hombre entrado en años, de ojos sombríos y pecho hundido, agachado sobre los restos de un ave tan enorme que la Corona, al principio, creyó estar contemplando varios animales extendidos en el cemento.
—¿Alguna vez había visto un animal como éste? —preguntó Hissune.
Khitain alzó la cabeza. Estaba pálido, tenso, tembloroso.
—Nunca, mi señor. Es una criatura de pesadilla.
—Una pesadilla metamorfa, ¿eso opina?
—Sin duda, mi señor. Evidentemente no se trata de un ave natural.
—¿Pretende decir que es una criatura sintética? Khitain sacudió la cabeza.
—No por completo, mi señor. Creo que han creado estos animales mediante manipulación genética de formas de vida ya existentes. La forma básica es la de la milufta, al menos eso está claro… ¿Sabéis algo de la milufta? Es el ave carroñera de mayor tamaño de Zimroel. Pero los metamorfos la han hecho mayor todavía y la han transformado en un ave de rapiña, han convertido en animal rapaz a un carroñero. Estas glándulas de veneno, en la base de las garras… Ningún animal de Majipur las tiene, aunque en Piurifayne existe un reptil llamado ammazoar que está armado de idéntico modo y al parecer ha servido de modelo para estas aves.
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