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Lois Bujold: Encantamiento

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Lois Bujold Encantamiento
  • Название:
    Encantamiento
  • Автор:
  • Издательство:
    Libros del Atril
  • Жанр:
  • Год:
    2007
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    978-84-96938-01-8
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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Encantamiento: краткое содержание, описание и аннотация

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Soltera y embarazada, la joven Fawn Bluefield huye de su comunidad de granjeros en busca del anonimato de la ciudad. Durante el largo y peligroso viaje, se encuentra con el poder y la magia del “andalago” Dag, quien patrulla con sus compañeros a la caza de los temibles dañiespectros conocidos como “malicias”. Las dificultades y sus mutuas soledades les llevarán a un romance imposible entre humanos pertenecientes a grupos que no pueden mezclarse.

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Ella lo miró de arriba, y más arriba, a abajo, con miedo. La coronilla de su cabeza morena, cuando estaban juntos, le llegaba más o menos a la mitad del pecho, juzgó Dag. Azorado, escondió la mano del arco en su costado, un poco por detrás del muslo, y envainó su cuchillo.

—¡Sé quién eres! —dijo ella súbitamente—. ¡Eres el Andalagos patrullero que vi en la casa del pozo!

Dag parpadeó, y parpadeó otra vez, y dejó que su sentido esencial, protegido del golpe de esta muerte, emergiera de nuevo. Ella llameó en su percepción.

—¡Chispita! ¿Qué estás haciendo tan lejos de tu granja?

Capítulo 3

El alto patrullero miraba a Fawn como si la reconociera. Ella arrugó la nariz, confusa, sin entender sus palabras. A esta distancia y ángulo, pudo ver por fin el color de sus ojos, que resultaron ser de un inesperado tono dorado metálico. Parecían muy brillantes en su cara huesuda, contra la piel bronceada de su rostro y su mano. Varios arañazos marcaban sus mejillas, frente y mandíbula, la mayoría sólo enrojecidos pero algunos sangrando. Yo he hecho eso, ay madre.

Más lejos, el cuerpo de su potencial violador yacía sobre las desgastadas rocas de la orilla del arroyo. Un poco de su sangre, aún líquida, goteaba en la corriente, desapareciendo en el agua clara en finos hilos rojos que se diluían a rosa y desaparecían. Había estado ardiente, densa, aterradoramente vivo hacía sólo unos minutos, cuando había deseado su muerte. Ahora que veía cumplido su deseo, no estaba segura.

—Yo… Lo… —empezó, moviendo la mano insegura para indicar, bueno, todo, y luego estalló—: Siento haberte arañado. No sabía qué pasaba —luego añadió—: Me asustaste.

Creo que he perdido la cabeza.

Una sonrisa indecisa curvó los labios del patrullero, haciéndole parecer por un momento como otra persona. No tan… amenazador.

—Estaba intentando asustar al otro tipo.

—Funcionó —admitió ella, y la sonrisa se afianzó brevemente antes de huir de nuevo.

Él se palpó la cara, miró los rastros rojos en las puntas de sus dedos como sorprendido, luego se encogió de hombros y la miró. El peso de su interés le resultó chocante, como si nadie en toda su vida la hubiera mirado antes, mirado de verdad; en su actual y tembloroso estado, no era una sensación agradable.

—¿Estás bien… dentro de todo? —preguntó él gravemente. Su mano derecha trazó un gesto interrogativo. La otra la mantenía al costado, con el corto y poderoso arco mantenido en ángulo por su pierna—. Aparte de la cara.

—¿Mi cara? —Sus dedos trémulos rozaron la zona donde el idiota la había golpeado. Aún un poco dormida, pero empezaba a doler—. ¿Se nota?

Él asintió.

—Oh.

—Esos arañazos no tienen buen aspecto. Tengo algo en mis alforjas para limpiarlos. Ven, vámonos, ven a sentarte, hum… lejos.

De eso. Miró el cadáver y tragó saliva.

—Muy bien —y añadió—: Estoy bien. Dejaré de temblar dentro de un minuto, seguro. Soy una estúpida.

Con la mano abierta, no acercándose nunca a menos de tres pasos de ella, la guió hacia el claro como alguien pastoreando patos. Señaló a un leño caído, fuera de la zona de su reciente pelea y fue hacia su caballo, un esbelto castaño que ramoneaba tranquilamente las hierbas, con las riendas colgando. Ella se dejó caer pesadamente y se dobló en dos, abrazándose, meciéndose un poco. Tenía la garganta en carne viva, le dolía el estómago, y aunque ya no jadeaba, aún sentía que no podía recuperar el aliento, o que lo había recuperado pero sin ritmo.

El patrullero dio la espalda deliberadamente a Fawn, hizo algo para desmontar su arco, y rebuscó en sus alforjas. Más ajustes de algún tipo. Se volvió de nuevo, echándose al hombro la correa de una cantimplora, y con un par de paquetes envueltos en tela bajo el brazo izquierdo. Fawn parpadeó, porque parecía haber recuperado de súbito la mano izquierda, rígidamente curvada en un guante de cuero.

Se sentó junto a ella con un gruñido de cansancio, dispuso las largas piernas. A esta distancia olía, no desagradablemente, a sudor seco, humo, caballo, y fatiga. Dejó los paquetes y le alargó la botella.

—Primero, bebe.

Ella asintió. El agua estaba tibia e insípida pero parecía pura.

—Come —le alargó un trozo de pan del paquete de tela.

—No puedo.

—No, en serio. Dará a tu cuerpo algo que hacer aparte de temblar. Los cuerpos son fáciles de distraer. Inténtalo.

Dudosa, tomó el pan y lo mordisqueó. Era muy buen pan, aunque ya un poco seco, y le pareció reconocer su origen. Tuvo que tomar otro sorbo de agua para bajarlo, pero sus incontrolados temblores se redujeron. Miró la rígida mano izquierda mientras él abría el segundo paquete, y decidió que debía ser de madera tallada, para disimular.

Él humedeció un trozo de tela con líquido de una botella pequeña (¿medicina de los Andalagos?), y levantó la mano derecha hacia su dolorida mejilla izquierda. Ella dio un respingo, aunque el fresco líquido no escocía.

—Lo siento. No quiero dejarlos sin limpiar.

—No. Sí. Quiero decir, bien. Está bien. Creo que el idiota me arañó cuando me pegó —garras. Eso habían sido garras, no uñas. ¿Qué tipo de nacimiento monstruoso…?

Él apretó los labios, pero su toque se mantuvo firme.

—Lamento no haber llegado antes, señorita. Vi que había pasado algo atrás en la carretera. He estado siguiendo a esos dos toda la noche. Mi patrulla atacó el campamento de su banda un par de horas después de medianoche, en las colinas al otro lado de Glassforge. Me temo que los llevé directos hacia ti.

Ella movió la cabeza, sin negarlo.

—Yo iba por la carretera. Simplemente me cogieron como quien coge una… cosa perdida, y la reclama como suya sin más —su ceño se frunció aún más—. No… no simplemente. Primero discutieron. Qué raro. El que estaba… hum… al que disparaste, ése no quería llevarme, al principio. El otro insistió. Pero luego no estaba interesado en mí en absoluto. Cuando… justo antes de que vinieras —y añadió en un susurro, sin esperar respuesta—. ¿Qué era?

—Un mapache, diría yo —dijo el patrullero.

Dio la vuelta a la tela, ocultando la sangre marrón, y la humedeció de nuevo, dedicándose al siguiente corte.

La extraña respuesta parecía tan ajena a su pregunta que decidió que no debía haberla oído bien.

—No, me refiero al hombre grande que me pegó. El que huyó de ti. No parecía estar bien de la cabeza.

—Más cierto de lo que crees, señorita. He estado cazando esas criaturas toda mi vida. Al final las distingues. Era una cosa fabricada. Confirma que una malicia, tu gente la llamaría un dañiespectro, ha emergido cerca de aquí. La malicia crea esclavos con forma humana para sí, para luchar o hacerle el trabajo sucio. También con otras formas, a veces. Hombres de barro, los llamamos. Pero la malicia no los puede crear de la nada. De modo que coge animales y los remodela. Al principio con crudeza, hasta que se hace más grande y más lista. No puede crear vida en absoluto, la verdad. Sólo muerte. Sus esclavos no duran mucho, pero a ella no le importa.

¿Le estaba tomando el pelo, como sus hermanos? ¿Viendo cuánto podría tragarse una tonta niña campesina? Parecía totalmente sincero, pero a lo mejor era simplemente muy bueno contando trolas.

—¿Me estás diciendo que los dañiespectros son reales?

Fue su turno de parecer sorprendido.

—¿De dónde vienes, señorita? —preguntó con renovada cautela.

Empezó a nombrar el pueblo más cerca de la granja de su familia, pero lo cambió a «Lumpton Market». Era una ciudad más grande, más anónima. Se enderezó, intentando que la frase Soy viuda saliera con naturalidad de sus labios magullados.

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