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Lois Bujold: Encantamiento

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Lois Bujold Encantamiento
  • Название:
    Encantamiento
  • Автор:
  • Издательство:
    Libros del Atril
  • Жанр:
  • Год:
    2007
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    978-84-96938-01-8
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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Encantamiento: краткое содержание, описание и аннотация

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Soltera y embarazada, la joven Fawn Bluefield huye de su comunidad de granjeros en busca del anonimato de la ciudad. Durante el largo y peligroso viaje, se encuentra con el poder y la magia del “andalago” Dag, quien patrulla con sus compañeros a la caza de los temibles dañiespectros conocidos como “malicias”. Las dificultades y sus mutuas soledades les llevarán a un romance imposible entre humanos pertenecientes a grupos que no pueden mezclarse.

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—¿Ves esto?

La cabeza de Saun retrocedió con una sacudida.

—Es hiedra venenosa. Quítamela de la cara.

—Si estuviéramos cerca de la guarida de la malicia, ni siquiera la hiedra venenosa seguiría viva. Aunque admito que sería de las últimas en morir. Ésta no es la guarida.

—Entonces, ¿qué hacemos aquí?

Tras ellos, Dag podía oír a los hombres de Glassforge coronar la cresta y empezar a bajar por el barranco por el que él y la patrulla estaban trepando. La segunda oleada. Ni siquiera Saun se las arreglaba para armar tanto ruido. Mejor que Mari atacara antes de que sus ayudantes cubrieran la distancia que les separaba, o no habría sorpresa.

—Chato cree que el grupo de ladrones ha sido infiltrado, o peor, corrompido. Si cogemos a un hombre de barro, nos llevará a su creadora.

—¿Los hombres de barro tienen sentido esencial?

—Algunos. Si una malicia atrapa a alguno de nosotros, lo toma todo. El sentido esencial. Métodos y habilidades con las armas. La localización de nuestros campamentos… Probablemente el primer humano que cogió fue un bandido, intentando esconderse en las colinas, y por eso hace lo que está haciendo. Ninguno de los nuestros ha desaparecido, de modo que todavía tenemos ventaja. Un patrullero no deja que una malicia lo coja vivo si puede evitarlo —o a su compañero. Eran suficientes lecciones para una noche—. Trepa.

Se agacharon al llegar a la cresta.

Saun montó hábilmente el arco. Con menos habilidad pero igual rapidez, Dag sacó y montó el suyo, más corto, adaptado. Se quitó el garfio enroscado a la muñequera de madera sujeta al muñón de su muñeca izquierda, y lo sustituyó por la base del arco. Lo ajustó bien, aseguró, el cierre, y metió el garfio en la bolsa de su cinturón. Soltó la correa que cerraba la vaina y se aseguró de que su gran cuchillo se pudiera desenvainar suavemente. Era apenas un poco más incómodo de lo que habría sido llevar el arco en la mano izquierda, y ahora al menos no podía dejarlo caer.

En el fondo del barranco, Dag podía ver el claro a través de los árboles: tres o cuatro mortecinos fuegos de campamento, tiendas, una vieja cabaña con la mitad del techo hundida. Bultos de hombres tendidos en mantas, como abrojos rozando su sentido esencial. Los leves destellos de un guardia, despierto en el bosque, y de alguien volviendo de la trinchera. Los borrones soñolientos de unos cuantos caballos trabados un poco más lejos. Palabras de los sentidos del cuerpo, para algo que sus ojos no podían ver, ni su mano tocar. Quizá veinticinco hombres en total, contra los dieciséis de la patrulla y la docena de voluntarios de Glassforge. Empezó a estudiar los fogonazos de vida, buscando cosas con forma de hombre que… no lo fueran.

Se oían los sonidos nocturnos del bosque: el croar de las ranas arbóreas, el chirrido de los grillos, el zumbido de otros insectos sin identificar. Un leve susurro esporádico entre las hierbas. Cualquier animal más grande habría sido espantado por el ruido del campamento, o atraído, dependiendo de cómo enterraran los ladrones sus desperdicios. Dag escudriñó con su sentido esencial más allá del decreciente perímetro de la patrulla, pero no encontró carroñeros nerviosos.

Entonces, demasiado pronto, sonó un aullido sobresaltado lejos a su derecha, en el círculo de patrulleros. Gemidos, gritos, el resonar de metal contra metal. El campamento se agitó. Ya está, allá vamos.

—Más cerca —dijo secamente Dag a Saun, y se adelantó deslizándose pendiente abajo para disminuir la distancia.

Para cuando hubo reducido la distancia a apenas veinte pasos y encontró un hueco entre los árboles por el que disparar, sus objetivos estaban levantándose servicialmente. Más lejos aún a su derecha, una flecha incendiaria trazó un alto arco y cayó sobre una tienda; en pocos minutos, podría incluso ver a qué disparaba.

Dag dejó que tanto el miedo como la esperanza se desvanecieran de su mente, junto a la inquietud por la naturaleza interna de aquello a lo que se enfrentaban. Sólo eran objetivos. Uno a uno. Ése. Y ése. Y en la confusión de sombras parpadeantes…

Dag soltó otra flecha, y se vio recompensado por un gañido a lo lejos. No tenía idea de a qué había acertado ni dónde, pero lo que fuera se movería más despacio ahora. Se detuvo a observar, y le satisfizo ver que la siguiente flecha de Saun también se desvanecía en la oscuridad más allá de la cabaña y devolvía un carnoso thunk que pudieron escuchar desde donde estaban. A su alrededor, por los bosques, la patrulla ardía de excitación; en un momento, su cabeza estaría tan llena de ellos como la de Mari, si no se controlaban.

La ventaja de los veinte pasos es que era una distancia buena, corta, rápida para disparar. La desventaja era el poco tiempo que les costaba a tus objetivos llegar a tu posición…

Dag maldijo cuando tres o cuatro grandes siluetas se les echaron encima desde la oscuridad. Bajó el brazo del arco y sacó su cuchillo. Echando un vistazo a la derecha, vio a Saun sacar su larga espada, asestar un mandoble, y descubrir que una hoja larga que daba gran ventaja a caballo se veía muy entorpecida en un bosque espeso.

—¡No puedes cortar cabezas aquí! —gritó Dag por encima del hombro—. ¡Tienes que dar estocadas! —gruñó mientras doblaba el brazo con el arco y hundía su hombro en el atacante más cercano, arrojando al hombre colina abajo.

Detuvo una hoja que parecía venir de la nada con la guarda de bronce de su empuñadura, y con un chirrido estremecedor de metal contra metal se acercó para asestar un buen rodillazo a la entrepierna. Estos hombres se creerían bandidos, pero aún luchaban como granjeros.

Saun levantó la pierna y la usó de palanca para liberar su hoja de un objetivo; el grito del hombre se ahogó en su garganta, y el acero al retirarse hizo un feo sonido de succión. Saun siguió a Dag hacia el campamento de los bandidos. Razi y Utau, a su derecha e izquierda, les seguían, acercándose a medida que descendían, cerniéndose como halcones.

En el claro, Saun volvió a sus mandobles favoritos. Que eran espectacularmente sangrientos cuando conectaban, y le dejaban totalmente desprotegido cuando no. Un objetivo consiguió agacharse, y se incorporó blandiendo una maza de mango largo y cabeza de hierro. El ruido de calabaza rota que hizo al golpear el pecho de Saun revolvió el estómago de Dag. Dag saltó dentro del letal radio del objetivo, lo aferró con el brazo del arco, y le apuñaló. Horrores húmedos se derramaron sobre su mano; retorció el cuchillo y empujó al objetivo para liberarlo. Saun yacía de espaldas, retorciéndose, con la cara oscureciéndose.

—¡Utau! ¡Cúbrenos! —gritó Dag; Utau, jadeando, asintió y asumió una posición defensiva, con la hoja lista.

Dag se agachó junto a Saun, soltó el cierre del arco y lo dejó caer, y puso la cabeza de Saun en su regazo, deslizando su mano derecha sobre la zona del golpe.

Costillas rotas y respiración entrecortada, corazón detenido por el golpe. Dag permitió a su sentido esencial, que había extinguido casi del todo para bloquear la agonía de sus objetivos, emerger por completo, y lo hizo fluir hacia el chico. El dolor fue inmenso. Primero el corazón. Se concentró allí. Una unión peligrosa, si los órganos así uncidos decidían detenerse ambos en lugar de funcionar. La sensación ardiente y pesada en su pecho era reflejo de la del muchacho. Vamos, Saun, baila conmigo… Un aleteo, un tartamudeo, un latido maltrecho. Más fuerte. Ahora los pulmones. Una bocanada, dos, tres, y el pecho se alzó de nuevo, otra vez, y finalmente se estabilizó en sincronía. Bien, así, ahora el corazón y los pulmones seguirían solos.

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