Siguió acariciándome la muñeca mientras yo intentaba pensar una respuesta que no sonara a falsa. Al final, él respondió por mí:
– Es Jonathan, ¿verdad? Puedo sentirlo en tu corazón. Quieres estar disponible para Jonathan, por si él te quisiera. Yo te quiero y tú quieres a Jonathan. Bueno… todavía puede que exista una manera de que esto funcione, Lanore. Quizá haya un modo de que los dos consigamos lo que queremos.
Parecía una confesión de todo lo que yo sospechaba, y la sola idea me heló la sangre.
La gran habilidad de Adair para elegir almas enfermas iba a ser su perdición. Ya ves, me había elegido bien. Me había escogido entre la multitud, sabiendo que yo era la clase de persona que, sin vacilar, sería capaz de servirle una copa tras otra de veneno a un hombre que acababa de declararme su amor. ¿Quién sabe? Es posible que si solo se hubiera tratado de mí, si solo hubiera estado en juego mi futuro, hubiera decidido otra cosa. Pero Adair había incluido a Jonathan en su plan. A lo mejor Adair pensaba que yo sería feliz, que era lo bastante superficial para amarle y quedarme con él, con tal de poder admirar el bello cuerpo vacío de Jonathan. Pero tras el familiar rostro de mi amado estaría la personalidad asesina de Adair, que resonaría en cada palabra suya, y al pensar en ello, ¿qué otra cosa podía hacer yo?
Dejó caer mi brazo, dejó que el narguile se le escurriera de la mano. Adair iba parándose como un juguete al que se le ha terminado la cuerda. Yo no podía esperar más. Para llevar a cabo lo que estaba dispuesta a hacerle, tenía que saber. Debía estar absolutamente segura. Me pegué a Adair para preguntar:
– Tú eres el físico, ¿no? El hombre del que me hablaste.
Pareció necesitar un momento para encontrarles sentido a mis palabras, pero no reaccionó irritado, en absoluto. Por el contrario, una lenta sonrisa se extendió en sus labios.
– Qué lista, Lanore mía. Siempre has sido la más lista, lo vi desde el primer momento. Eras la única que sabía si yo mentía… Encontraste el elixir. Encontraste también el sello… Oh, sí, yo lo sabía. Olí tu rastro en el terciopelo. En todo el tiempo que he vivido, tú eres la primera que ha resuelto mi enigma, que has interpretado correctamente las pistas. Me has descubierto… como yo sabía que harías.
Apenas estaba lúcido y no parecía darse cuenta de que yo me encontraba allí. Me incliné sobre él, le agarré por la solapas de su chaleco y tuve que zarandearle para llamar su atención.
– Adair, dime… ¿Qué te propones hacer con Jonathan? Vas a tomar posesión de su cuerpo, ¿verdad? Lo mismo que hiciste con tu chico campesino, con el muchacho que fue tu sirviente, y ahora te vas a apoderar de Jonathan. ¿Es ese tu plan?
Sus ojos se abrieron de golpe, y aquella mirada escalofriante suya se posó sobre mí y casi me hizo perder la calma.
– Si eso fuera posible… Si ocurriera una cosa semejante… tú me odiarías, Lanore, ¿verdad que sí? Y sin embargo, yo no sería diferente del hombre que has conocido, por el que has sentido afecto. Tú me has amado, Lanore, lo he sentido.
– Eso es verdad -le dije para que se confiara.
– Todavía me tendrías a mí, y además tendrías a Jonathan. Pero sin sus indecisiones. Sin su desinterés por tus sentimientos, sin el daño, el egoísmo y el remordimiento. Yo te querría, Lanore, y tú estarías segura de mis sentimientos. Eso es algo que no puedes tener con Jonathan. Es algo que nunca conseguirás de él.
Sus palabras me hicieron estremecer porque sabía que eran verdad. Resultó incluso que sus palabras fueron proféticas; fue como una maldición que me echó Adair, condenándome a la infelicidad para siempre.
– Ya sé que no. Y sin embargo… -murmuré. Todavía le acariciaba la cara, intentando determinar hasta qué punto estaba despierto. Parecía imposible que un cuerpo pudiera ingerir tanto veneno y seguir consciente-. Y sin embargo, elijo a Jonathan -dije por fin.
Al oír aquellas palabras, los ojos vidriosos de Adair se iluminaron con una ligerísima chispa de reconocimiento en sus profundidades, reconocimiento de lo que yo había dicho. Reconocimiento de que algo terrible le estaba ocurriendo, de que era incapaz de moverse. Su cuerpo se estaba apagando, a pesar de que él oponía resistencia, forcejeando en su silla como una víctima de un ataque de apoplejía, espástico y trémulo, empezando a echar espuma por las comisuras de la boca en filamentos burbujeantes. Me puse en pie de un salto y me eché hacia atrás, esquivando sus manos que hendían el aire en mi busca… y que fallaron, después quedaron inmóviles y por fin cayeron flácidas. Su cuerpo se paralizó de pronto, inmóvil como la muerte y gris como el agua turbia, y se desplomó del sillón al suelo.
Había llegado el momento del paso final. Todo estaba preparado de antemano, pero aquella parte no la podía hacer sola. Necesitaba a Jonathan. Salí a toda prisa de la habitación y corrí por el pasillo hasta el cuarto de mi amado, irrumpiendo en él sin llamar. Jonathan andaba de un lado para otro de la habitación, pero parecía preparado para salir, con la capa sobre el brazo y el sombrero en la mano.
– Jonathan -jadeé; cerré la puerta y le corté el paso.
– ¿Dónde has estado? -preguntó, con un deje de irritación en la voz-. Te he estado buscando sin éxito. He esperado, por si venías a verme, hasta que ya no he podido soportarlo más. Voy a decirle que no tengo intención de acompañarlo. Que voy a romper con él y pienso marcharme.
– Espera. Te necesito, Jonathan. Necesito que me ayudes. -A pesar de su irritación, Jonathan notó que yo estaba alterada y dejó sus cosas para escucharme.
Le conté toda la historia, sabiendo que pensaría de mí que estaba loca porque no había tenido tiempo de idear una manera de contársela sin parecer delirante. Y estaba encogida por dentro, porque ahora él iba a verme como era: capaz de astucias malignas, capaz de condenar a alguien a terribles sufrimientos… La misma chica que había empujado a Sophia a suicidarse, cruel e inflexible como el acero, incluso después de todo lo que había sufrido. Sin duda, Jonathan me repudiaría. Seguro que me dejaría, que lo perdería para siempre.
Cuando le hube contado toda la historia, cómo Adair tenía planeado extinguir su alma y usurpar su cuerpo, contuve la respiración, esperando que Jonathan me echara o me golpeara, que me llamara loca. Esperaba el ondear de la capa y el portazo. Pero no fue así.
Me cogió la mano y sentí una conexión entre nosotros que hacía mucho que no sentía.
– Me has salvado, Lanny. Otra vez… -dijo con la voz rota.
Al ver a Adair en el suelo, rígido como un muerto, Jonathan reculó un instante. Pero después me ayudó a atar a Adair lo mejor que pudimos: ligamos las manos del monstruo por detrás de la espalda, le sujetamos los tobillos y lo amordazamos con una tela suave. Cuando Jonathan iba a unir los nudos de las muñecas de Adair con los de los pies, curvando a nuestro prisionero hacia atrás en una postura de absoluta vulnerabilidad, me acordé del inhumano arnés. La sensación de indefensión me asaltó de nuevo; no podía hacerle lo mismo a Adair, a pesar de cómo me había torturado. Quién sabía cuánto tiempo se quedaría atado antes de que lo encontraran y liberaran. Era un castigo demasiado cruel, incluso para él.
Después, envolvimos a Adair en su manta favorita, la de piel de marta; su único consuelo. Salí primero para que Jonathan, si se topaba con alguien, pudiera decir que el bulto que llevaba en los brazos era yo. Y quedamos en encontrarnos en el sótano para poder culminar mi plan.
Corrí por delante, bajando al sótano por la escalera del servicio. Mientras esperaba al pie de esta, descansando apoyada en la rígida frialdad de la pared de piedra, me preocupé por Jonathan. Había dejado que corriera todo el riesgo al sacar a Adair de la habitación. Aunque todos los otros se habían retirado a sus aposentos, todavía trastornados por la muerte de Uzra y la confusión por la partida de Adair, no era nada seguro que Adair no se cruzara con alguno de ellos. También podía verlo algún sirviente, y una sola mirada de sospecha podía desbaratar nuestro plan. Esperé inquieta hasta que Jonathan apareció con la flácida figura en brazos.
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