– Clary. -Jace se giró en redondo hacia Lilith-. De acuerdo -dijo. Estaba pálido, su valentía había desaparecido por completo; las manos, cerradas en dos puños, blancas en los nudillos-. De acuerdo. Suéltala y haré lo que quieras… Y Simon también. Te dejaremos que…
– ¿Dejarme? -Las facciones del rostro de Lilith habían cambiado de forma. Las serpientes seguían meneándose en sus cuencas, su piel blanca estaba excesivamente tensa y brillante, su boca era demasiado grande. La nariz casi había desaparecido-. No tienes otra elección. Y para más inri, me has hecho enfadar. Todos vosotros. A lo mejor, si te hubieras limitado a hacer lo que te había ordenado, te habría dejado marchar. Pero nunca lo sabrás, ¿no te parece?
Simon se soltó del pedestal de piedra y se bamboleó de un lado a otro hasta conseguir recuperar el equilibrio. Empezó a caminar. Movió los pies, uno después del otro, con la sensación de estar descendiendo por una cuesta con un par de sacos enormes de arena mojada. Cada vez que sus pies pisaban el suelo, sentía una punzada de dolor en todo el cuerpo. Se concentró en ir avanzando, paso a paso.
– Tal vez no pueda matarte -le dijo Lilith a Jace-. Pero puedo torturarla más de lo que es capaz de soportar, torturarla hasta la locura, y obligarte a mirar. Hay cosas peores que la muerte, cazador de sombras.
Chasqueó otra vez los dedos y el látigo de plata descendió, abriendo una raja profunda esta vez en el hombro de Clary. Ésta se retorció, pero no gritó, llevándose las manos a la boca y doblegándose sobre sí misma como si con ello pudiera protegerse de Lilith.
Jace avanzó para lanzarse contra Lilith… y vio a Simon. Sus miradas se encontraron. Por un momento, fue como si el mundo estuviese flotando en suspensión; por completo, no sólo Clary. Simon había mirado a Lilith, que tenía toda su atención centrada en Clary, la mano echada hacia atrás, dispuesta a atizar un golpe más malévolo aún. Jace estaba blanco de angustia; sus ojos se oscurecieron al encontrarse con los de Simon y entenderlo.
Jace dio un paso atrás.
El mundo se tornó borroso para Simon. Y cuando saltó hacia adelante se dio cuenta de dos cosas. En primer lugar, de que era imposible, de que nunca conseguiría alcanzar a tiempo a Lilith; su mano ya estaba avanzando, el aire de delante de ella era un torbellino de plata. Y en segundo lugar, de que hasta aquel momento no había entendido del todo lo rápido que podía llegar a moverse un vampiro. Sintió que los músculos de sus piernas y su espalda se rompían, que los huesos de sus pies y sus tobillos crujían…
Y allí estaba él, deslizándose entre Lilith y Clary en el mismo instante en que la mano de la diablesa descendía. El largo y afilado cable de plata le golpeó en la cara y en el pecho -fue un momento de dolor espantoso- y luego fue como si el aire a su alrededor explotase en brillante confeti, y Simon oyó a Clary gritar, un claro sonido de conmoción y asombro rompiendo la oscuridad.
– ¡Simon!
Lilith se quedó paralizada. Miró a Simon y a Clary, que seguía en el aire, y luego bajó la vista a su mano, vacía. Inspiró con fuerza.
– Siete veces -susurró… y se interrumpió de pronto cuando una incandescencia resplandeciente y cegadora iluminó la noche. Aturdido, lo único que se le ocurrió a Simon cuando un descomunal rayo de fuego descendió del cielo y atravesó a Lilith, fue que eran como hormigas ardiendo bajo el haz de luz concentrado de una lupa. Durante un prolongado momento, Lilith fue una figura blanca ardiendo y contrastando con la oscuridad, atrapada en la cegadora llama; su boca estaba abierta como un túnel profiriendo un grito silencioso. Su pelo se levantó, era un amasijo de filamentos encendidos destacando sobre la oscuridad… y después se convirtió en oro blanco, un polvo fino flotando en el aire… y después en sal, mil gránulos cristalinos de sal que cayeron a los pies de Simon con una fantasmagórica belleza.
Y después desapareció.
19 EL INFIERNO SE SIENTE SATISFECHO
El inimaginable brillo impreso en el dorso de los párpados de Clary se convirtió en oscuridad. Una oscuridad sorprendentemente prolongada que dio paso, muy poco a poco, a una luz grisácea intermitente, manchada de sombras. Había algo duro y frío presionándole la espalda y le dolía todo el cuerpo. Oía voces murmurando por encima de ella, que le provocaban punzadas de dolor en la cabeza. Alguien le tocó el cuello con delicadeza y acto seguido retiró la mano. Respiró hondo.
Sentía punzadas por todos lados. Entreabrió los ojos y miró a su alrededor, intentando no moverse demasiado. Estaba tendida sobre las duras baldosas del jardín de la terraza; una de las piedras se le clavaba en la espalda. Había caído al suelo en el momento de la desaparición de Lilith y estaba llena de cortes y magulladuras, descalza, las rodillas ensangrentadas y el vestido rasgado por donde Lilith la había cortado con el látigo mágico; la sangre brotaba entre los desgarrones de su vestido de seda.
Simon estaba arrodillado a su lado, con el rostro ansioso. La Marca de Caín destacaba todavía en su frente con un resplandor blanquecino.
– El pulso es regular -estaba diciendo-, pero vamos. Se supone que tienes un montón de runas de curación. Algo podrás hacer por ella…
– No sin una estela. -La voz era la de Jace, baja y tensa, reprimiendo su angustia. Estaba arrodillado delante de Simon, al otro lado, con el rostro oculto por las sombras-. ¿Puedes bajarla en brazos? Si pudiéramos llevarla al Instituto…
– ¿Quieres que yo la lleve? -preguntó Simon sorprendido; Clary no lo culpó por ello.
– Dudo que quiera tocarme. -Jace se levantó, como si no soportara permanecer ni un segundo en el mismo sitio-. Si tú pudieras…
Se le quebró la voz y se volvió para mirar el lugar donde había estado Lilith hasta hacía tan sólo un instante: unas losas desnudas, plateadas ahora y con algunas moléculas de sal. Clary oyó un suspiro de Simon -un sonido intencionado-, que se inclinó sobre ella, cogiéndola en brazos.
Abrió los ojos el resto del camino, y sus miradas se encontraron. Aunque Clary sabía que Simon se había dado cuenta de que estaba consciente, ninguno de los dos dijo nada. A Clary se le hacía difícil mirarlo, observar aquel rostro familiar con la Marca que ella le había dado brillando como una estrella blanca más arriba de sus ojos. Por un momento, se quedaron mirándose.
Sabía, al darle la Marca de Caín, que estaba haciendo algo descomunal, algo aterrador y colosal cuyo resultado era prácticamente impredecible. Y volvería a hacerlo, para salvarle la vida. Pero aun así, cuando lo vio con la Marca ardiendo como un rayo blanco mientras Lilith -un demonio mayor tan antiguo como la especie humana- se chamuscaba hasta quedar convertida en sal, había pensado: «¿Qué he hecho?».
– Estoy bien -dijo. Se apuntaló sobre los codos, que le dolían terriblemente. En algún momento debía de haber caído al suelo sobre ellos y se había levantado la piel-. Puedo caminar sin ningún problema.
Al oír su voz, Jace se volvió. Verlo de aquella manera le partió el corazón. Estaba tremendamente magullado y ensangrentado, una herida le recorría la mejilla en toda su longitud, el labio inferior estaba hinchado y tenía una docena de desgarrones ensangrentados en la ropa. No estaba acostumbrada a verlo tan maltrecho aunque, claro estaba, si no tenía una estela para curarla a ella, quería decir que tampoco la tenía para curarse a sí mismo.
La expresión de Jace era completamente vacía. Incluso Clary, acostumbrada a leer su cara como si leyera las páginas de un libro, era incapaz de interpretar nada. La mirada de Jace descendió hacia su cuello, donde ella sentía aún un dolor punzante, la sangre secándose en el punto donde le había hecho un corte con el cuchillo. La ausencia de expresión se vino abajo, pero Jace volvió la cabeza antes de que ella pudiera observar el cambio en su rostro.
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