Cassandra Clare - Ciudad de los ángeles caídos

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Ciudad de los ángeles caídos: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro, escrito por Cassandra Clare, es el cuarto de la colección de Los Instrumentos Mortales. Es mucho más detallista que los anteriores y el final es espectacular pese a que hace visible que no es el último libro de la colección. Tiene de todo y te engancha desde el principio hasta el final, y es segun mi punto de vista incluso mejor que los anteriores. Contiene mucho misterio, acción, emoción y sentimiento, y está escrito de una manera que mezcla en uno la curiosidad y el sentimiento. Te hace sentir las cosas como si fueses uno de los protagonistas.
Jace y Clary sin duda vuelven a acaparar la atención del lector, pero en ningun momento el libro se hace cansino o soso. Si os habeis leido los libros anteriores descubrireis que este es mucho mejor, y si os gusta os recomiendo que os leais "Shadow Web" de N.M. Browne. Son los dos libros escritos, sobre todo, para chicas jóvenes y recomiendo fuertemente que sean leidos en su idioma original: el ingles. El título original de "Ciudad de Ángeles Caidos" es "City of Fallen Angels" y merece la pena leerlo (es uno de los mejores libros de su estilo), sobre todo en ingles aunque en español no le falta la emoción, etc, del original; pero en España saldrá dentro de, más o menos, un año. Espero que os guste ya que a mi me ha encantado.

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– Clary no tiene nada que ver con esto -dijo Jace-. Dices que no puedo matarte, diablesa. Pero yo te digo que sí. Veamos quién de los dos tiene razón.

Lilith se movió a tal velocidad, que su imagen se tornó confusa. Estaba al lado de Simon, y al momento siguiente se encontraba en el peldaño por encima de donde estaba Jace. Lo acuchilló con la mano; Jace la esquivó, girando detrás de ella y arrojándole al hombro el cuchillo serafín. Lilith gritó, revolviéndose contra él, la sangre brotando de su herida. Era de un color negro reluciente, como el ónix. Juntó las manos como si pretendiera estrujar el arma entre ellas. Al unirse, explotaron como un trueno, pero Jace se había alejado ya varios metros, con la luz del cuchillo serafín danzando en el aire delante de él como el guiño de un ojo burlón.

De haber sido un cazador de sombras distinto a Jace, pensó Simon, ya estaría muerto. Recordó lo que había dicho Camille: «El hombre no puede luchar contra lo divino». Pese a su sangre de ángel, los cazadores de sombras eran humanos, y Lilith era algo más que un simple demonio.

Simon sintió una punzada de dolor. Sorprendido, se percató de que sus colmillos habían hecho finalmente su aparición y estaban taladrándole el labio inferior. El dolor y el sabor a sangre le despertaron aún más. Empezó a incorporarse, poco a poco, sin despegar la mirada de Lilith. No daba la impresión de que estuviese fijándose en él, ni de que se hubiera dado cuenta de que había empezado a moverse. Tenía los ojos clavados en Jace. Con un nuevo y repentino gruñido, se abalanzó sobre Jace. Verlos luchando por la azotea era como ver mariposas nocturnas volando velozmente de un lado a otro. Incluso a Simon, con su visión de vampiro, le costaba seguir sus maniobras esquivando setos, desplazándose vertiginosamente por el pavimento. Lilith había acorralado a Jace contra el murete que rodeaba un reloj de sol, sus números esculpidos en oro. Jace se movía tan rápido que se desdibujaba casi; la luz de Miguel se revolvía en torno a Lilith como si estuviera atrapada en una red de filamentos brillantes casi invisibles. Cualquier otro habría quedado aniquilado en cuestión de segundos. Pero Lilith se movía como aguas oscuras, como el humo. Se esfumaba y reaparecía a voluntad, y aunque era evidente que Jace no se estaba cansando, Simon intuía su frustración.

Y al final sucedió. Jace blandió con violencia el cuchillo serafín contra Lilith… y ella lo cogió en el aire, su mano lo atrapó por la hoja. Atrajo el arma hacia ella, la mano goteaba sangre negra. Cuando las gotas alcanzaron el suelo, se convirtieron en diminutas serpientes de obsidiana que culebrearon en dirección a los arbustos.

Entonces cogió el cuchillo con las manos y lo levantó. La sangre se deslizaba por sus pálidas muñecas y antebrazos como chorretones de brea. Gruñendo una sonrisa, partió el cuchillo por la mitad; una parte se deshizo en sus manos, convirtiéndose en polvo brillante, mientras que la otra -la empuñadura y un fragmento aserrado de la hoja- chisporroteó misteriosamente, asfixiada casi por las cenizas.

Lilith sonrió.

– Pobrecito Miguel -dijo-. Siempre fue débil.

Jace jadeaba, sus manos estaban cerradas en sendos puños a sus costados y su pelo sudoroso pegado a su frente.

– Tú siempre dándotelas de conocer a gente famosa -dijo-. «Conocí a Miguel», «Conocí a Samuel», «El ángel Gabriel me cortó el pelo». Es como esa serie de televisión, pero con figuras bíblicas.

Jace estaba comportándose como un valiente, pensó Simon, bravo e ingenioso porque creía que Lilith iba a matarlo, y así quería irse, sin miedo y plantando cara. Como un guerrero. Como siempre hacían los cazadores de sombras. La canción de su muerte siempre sería ésta: chistes, sarcasmo y arrogancia fingida, y esa mirada en sus ojos que decía: «Soy mejor que tú». Simon no había caído antes en la cuenta.

– Lilith -prosiguió Jace, consiguiendo que la palabra sonara como una maldición-. Te estudié. En el colegio. El cielo te maldijo con la infertilidad. Mil bebés, y todos muertos. ¿No es eso?

Lilith sostuvo su oscura mirada, su rostro era inexpugnable.

– Ándate con cuidado, pequeño cazador de sombras.

– ¿O qué? ¿O me matarás? -Jace había sufrido un corte en la mejilla, que estaba sangrándole. No hizo el mínimo esfuerzo por limpiarse la cara-. Adelante.

«No.» Simon intentó dar un paso, pero le fallaron las rodillas y cayó, impactando en el suelo con las manos. Respiró hondo. No necesitaba oxígeno, pero lo ayudaba, lo tranquilizaba. Estiró el brazo para agarrarse al pedestal de piedra y utilizarlo a modo de palanca para levantarse. La nuca le retumbaba de dolor. No iba a darle tiempo. A Lilith le bastaba con empujar el fragmento de hoja aserrada que sujetaba en la mano…

Pero no lo hizo. Continuó mirando a Jace, sin moverse, y de pronto los ojos de Jace brillaron, su boca se relajó.

– No puedes matarme -dijo subiendo el volumen de su voz-. Lo que has dicho antes… Yo soy el contrapeso. Yo soy lo único que lo ata a este mundo. -Extendió el brazo para señalar el ataúd de Sebastian. Si yo muero, él muere. ¿No es eso cierto? -Dio un paso atrás-. Podría saltar ahora mismo desde esta azotea -dijo-. Matarme. Acabar con todo esto.

Lilith estaba realmente nerviosa por primera vez. Su cabeza se movía de un lado a otro, sus ojos de serpiente estremeciéndose, como si estuviesen buscando aire.

– ¿Dónde está? ¿Dónde está la chica?

Jace se limpió la sangre y el sudor de la cara y le sonrió; tenía el labio partido y le caía sangre por la barbilla.

– Olvídalo. La envié abajo mientras no prestabas atención. Se ha ido… Está a salvo de ti.

– Mientes -le espetó entonces Lilith.

Jace retrocedió un poco más. Con unos cuantos pasos más alcanzaría la pared, el borde del edificio. Simon sabía que Jace era capaz de sobrevivir a muchas cosas, pero una caída desde un edificio de cuarenta pisos podía ser demasiado incluso para él.

– Te olvidas de una cosa -dijo Lilith-. Yo estaba allí, cazador de sombras. Te vi caer muerto. Vi a Valentine llorar sobre tu cadáver. Y después vi al Ángel preguntarle a Clarissa qué deseaba de él, y a ella responderle que a ti. Pensando que vosotros seríais las únicas personas del mundo capaces de recuperar a su ser querido y que no habría consecuencias. Eso es lo que pensasteis los dos, ¿verdad? ¡Estúpidos! -exclamó Lilith-. Os amáis, eso lo ve cualquiera, mirándoos… con ese tipo de amor capaz de consumir el mundo o llevarlo a la gloria. No, ella nunca te abandonaría. No mientras te creyera en peligro. -Echó la cabeza hacia atrás, extendiendo la mano, con los dedos curvados igual que garras-. Mira allí.

Se oyó un grito y uno de los setos se separó, revelando tras él la figura de Clary, que había estado allí escondida, agachada. Fue arrastrada para salir aun a pesar de sus patadas y sus arañazos, sus uñas clavándose al suelo, buscando en vano algo a lo que poder agarrarse. Sus manos dejaron sangrientas señales en las losas del suelo.

– ¡No! -Jace dio un paso al frente, quedándose paralizado cuando Clary se elevó en el aire, donde permaneció inmóvil, balanceándose delante de Lilith. Iba descalza, su vestido de seda -tan raído y destrozado que parecía negro y rojo en lugar de blanco- arremolinándose en torno a su cuerpo, uno de los tirantes roto y colgándole. Su cabello se había desprendido por completo de los pasadores brillantes y colgaba por encima de sus hombros. Sus ojos verdes miraban con odio a Lilith.

– Bruja -le dijo.

La cara de Jace era una máscara de horror. Cuando había dicho que Clary se había ido, hablaba en serio. La creía sana y salva. Pero Lilith tenía razón. Y estaba ahora regocijándose, sus ojos de serpiente bailaban mientras movía las manos como si estuviera manejando los hilos de una marioneta. Clary daba vueltas y jadeaba por los aires. Lilith chasqueó los dedos y algo que parecía un látigo plateado se deslizó por el cuerpo de Clary, cortándole el vestido en dos y dejando su piel al aire. Clary empezó a gritar, llevándose las manos a la herida; su sangre salpicaba las baldosas como una lluvia escarlata.

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