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Cassandra Clare: Ciudad de hueso

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Cassandra Clare Ciudad de hueso

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Cuando la adolescente de quince años, Clary Fray, entra en el Pandemonium Club, en la ciudad de Nueva York, difícilmente podía imaginarse que terminaría siendo testigo de un asesinato, y mucho menos de un asesinato cometido por tres adolescentes con extraños tatuajes y extrañas armas. Clary sabe que debe avisar a la policía, pero es difícil explicar un asesinato cuando el cuerpo desaparece en el aire, sin dejar ni siquiera una gota de sangre, y los asesinos son invisibles para todo el mundo, salvo para ella… Este es su primer encuentro con los Shadowhunters (Cazadores de Sombras), guerreros dedicados a erradicar a los demonios de la tierra, es también su primer encuentro con Jace, un cazador que luce como un ángel pero se comporta como un idiota… En veinticuatro horas Clary se ve envuelta por el mundo de Jace con una venganza, porque su madre ha desaparecido y fue atacada por un demonio. Pero… ¿por qué los demonios estarían interesados en personas comunes como Clary y su madre? ¿Y cómo de repente Clary consigue la Vista? A los Cazadores les encantaría saberlo. Premio Yalsa Teens 2008. Demonios, hombres lobo, vampiros, ángeles y hadas conviven en esta trilogía de fantasía urbana donde no falta el romance.

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– Bien -dijo el muchacho-. ¿Hay más contigo?

El chico de los cabellos azules sintió cómo la sangre manaba bajo el metal demasiado apretado, volviéndole resbaladizas las muñecas.

– ¿Más qué?

– Vamos, habla.

El muchacho de los ojos leonados alzó las manos, y las mangas oscuras resbalaron hacia abajo, mostrando las runas dibujadas con tinta que le cubrían las muñecas, el dorso y las palmas de las manos.

– Sabes lo que soy.

Muy atrás en el interior de su cráneo, el segundo juego de dientes del muchacho esposado empezó a rechinar.

– Cazador de sombras -siseó.

El otro muchacho sonrió de oreja a oreja.

– Te pillamos -dijo.

* * *

Clary empujó la puerta del almacén y entró. Por un momento pensó que estaba desierto. Las únicas ventanas estaban muy arriba y tenían barrotes; débiles ruidos procedentes de la calle llegaban a través de ellas; el sonido de bocinas de coches y frenos que chirriaban. La habitación olía a pintura vieja, y la gruesa capa de polvo que cubría el suelo estaba marcada con huellas de zapatos desdibujadas. «Aquí no hay nadie», comprendió, mirando a su alrededor con perplejidad. Hacía frío en la habitación, a pesar del calor de agosto del exterior. Tenía la espalda cubierta de sudor helado. Dio un paso al frente, y el pie se le enredó en unos cables eléctricos. Se inclinó para liberar la zapatilla de deporte de los cables… y oyó voces. La risa de una chica, un chico que respondía con dureza. Cuando se irguió, los vio. Fue como si hubieran cobrado vida entre un parpadeo y el siguiente. Estaba la chica del vestido blanco largo y la melena negra que le caía por la espalda igual que algas húmedas, y los dos chicos la acompañaban: el alto de cabello negro como el de ella y el otro más bajo y rubio, cuyo pelo brillaba igual que el latón bajo la tenue luz que entraba por las ventanas de arriba. El muchacho rubio estaba de pie con las manos en los bolsillos, de cara al chico punk, que estaba atado a una columna con lo que parecía una cuerda de piano, las manos estiradas detrás de él y las piernas atadas por los tobillos. Tenía el rostro tirante por el dolor y el miedo.

Con el corazón martilleándole en el pecho, Clary se agachó detrás del pilar de hormigón más cercano y miró desde allí. Vio cómo el muchacho rubio se paseaba de un lado a otro, con los brazos cruzados sobre el pecho.

– Bueno -dijo-, todavía no me has dicho si hay algún otro de tu especie contigo.

«¿ Tu especie ?» Clary se preguntó de qué estaría hablando. Quizá hubiese tropezado con una guerra entre bandas.

– No sé de qué estás hablando.

El tono del chico de cabellos azules era angustiado, pero también arisco.

– Se refiere a otros demonios -intervino el chico moreno, hablando por primera vez-. Sabes qué es un demonio, ¿verdad?

El muchacho atado a la columna movió la cabeza, mascullando por lo bajo.

– Demonios -dijo el chico rubio, arrastrando la voz a la vez que trazaba la palabra en el aire con el dedo-. Definidos en términos religiosos como moradores del infierno, los siervos de Satán, pero entendidos aquí, para los propósitos de la Clave, como cualquier espíritu maligno cuyo origen se encuentra fuera de nuestra propia dimensión de residencia…

– Eso es suficiente, Jace -indicó la chica.

– Isabelle tiene razón -coincidió el muchacho más alto-. Nadie aquí necesita una lección de semántica… ni de demonología.

«Están locos -pensó Clary-. Locos de verdad.»

Jace alzó la cabeza y sonrió. Hubo algo feroz en su gesto, algo que recordó a Clary documentales sobre leones que había contemplado en el Discovery Channel, el modo en que los grandes felinos alzaban la cabeza y olfateaban el aire en busca de presa.

– Isabelle y Alec creen que hablo demasiado -comentó Jace en tono confidencial-. ¿Crees tú que hablo demasiado?

El muchacho de los cabellos azules no respondió. Su boca seguía moviéndose.

– Podría daros información -dijo-. Sé dónde está Valentine.

Jace echó una mirada atrás a Alec, que se encogió de hombros.

– Valentine está bajo tierra -indicó Jace-. Esa cosa sólo está jugando con nosotros.

Isabelle sacudió la melena.

– Mátalo, Jace -dijo-, no va a contarnos nada.

Jace alzó la mano, y Clary vio centellear una luz tenue en el cuchillo que empuñaba. Era curiosamente traslúcido, la hoja transparente como el cristal, afilada como un fragmento de vidrio, la empuñadura engastada con piedras rojas.

El muchacho atado lanzó un grito ahogado.

– ¡Valentine ha vuelto! -protestó, tirando de las ataduras que le sujetaban las manos a la espalda-. Todos los Mundos Infernales lo saben…, yo lo sé…, puedo deciros dónde está…

La cólera llameó repentinamente en los gélidos ojos de Jace.

– Por el Ángel, siempre que capturamos a uno de vosotros, cabrones, afirmáis saber dónde está Valentine. Bueno, nosotros también sabemos dónde está. Está en el infierno. Y tú… -Giró el cuchillo que sujetaba, cuyo filo centelleó como una línea de fuego-, tú puedes reunirte con él allí.

Clary no pudo aguantar más y salió de detrás de la columna.

– ¡Deteneos! -gritó-. No podéis hacer esto.

Jace se volvió en redondo, tan sobresaltado que el cuchillo le salió despedido de la mano y repiqueteó contra el suelo de hormigón. Isabelle y Alec se dieron la vuelta con él, mostrando idéntica expresión de estupefacción. El muchacho de cabellos azules se quedó suspendido de sus ataduras, aturdido y jadeante. Alec fue el primero en hablar.

– ¿Qué es esto? -exigió, pasando la mirada de Clary a sus compañeros, como si ellos debieran saber qué hacía ella allí.

– Es una chica -dijo Jace, recuperando la serenidad-. Seguramente habrás visto chicas antes, Alec. Tu hermana Isabelle es una. -Dio un paso para acercarse más a Clary, entrecerrando los ojos como si no pudiera creer del todo lo que veía-. Una mundi -declaró, medio para sí-. Y puede vernos.

– Claro que puedo veros -replicó Clary-. No estoy ciega, sabes.

– Ah, pero sí lo estás -dijo Jace, inclinándose para recoger su cuchillo-. Simplemente no lo sabes. -Se irguió-. Será mejor que salgas de aquí, si sabes lo que es bueno para ti.

– No voy a ir a ninguna parte -repuso Clary-. Si lo hago, le mataréis.

Señaló al muchacho de cabellos azules.

– Es cierto -admitió Jace, haciendo girar el cuchillo entre los dedos-. ¿Qué te importa a tí si le mato o no?

– Pu… pues… -farfulló ella-. Uno no puede ir por ahí matando gente.

– Tienes razón -dijo Jace-. Uno no puede ir por ahí matando gente.

Señaló al muchacho de cabellos azules, cuyos ojos eran unas simples rendijas. Clary se preguntó si se habría desmayado.

– Eso no es una persona, niñita. Puede parecer una persona y hablar como una persona, y tal vez incluso sangrar como una persona. Pero es un monstruo.

– Jace -dijo Isabelle en tono amonestador-, es suficiente.

– Estás loco -replicó Clary, alejándose de él-. He llamado a la policía, ¿sabes? Estarán aquí en cualquier momento.

– Miente -dijo Alec, pero había duda en su rostro-. Jace, crees…

No llegó a terminar la frase. En ese momento el muchacho de cabellos azules, con un grito agudo y penetrante, se liberó de las sujeciones que lo ataban a la columna y se arrojó sobre Jace.

Cayeron al suelo y rodaron juntos, el muchacho de cabellos azules arañando a Jace con manos que centelleaban como si sus extremos fueran de metal. Clary retrocedió, deseando huir, pero los pies se le enredaron en una lazada de cable eléctrico y cayó al suelo; el golpe la dejó sin respiración. Oyó chillar a Isabelle y, rodando sobre sí misma, vio al chico de cabellos azules sentado sobre el pecho de Jace. Brillaba sangre en las puntas de sus garras, afiladas como cuchillas.

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