– Me tratas con condescendencia -dije apuntándolo con la navaja-. Y eso no me gusta.
– Vale -dijo él parpadeando varias veces seguidas-. ¿Se te ocurre alguna forma de solucionar el problema?
– Claro que sí. Necesito algún tipo de piedra de toque conductual. Vas a tener que ser mi brújula, porque tú todavía tienes los filtros intactos.
– Es lo mismo que estaba pensando yo -dijo Sim-. Entonces, ¿confiarás en mí?
Asentí con la cabeza.
– Excepto cuando se trate de mujeres -puntualicé-. Porque no entiendes ni iota de mujeres.
Cogí un vaso de agua de una mesa y me enjuagué la boca; después escupí en el suelo.
Sim sonrió, inquieto.
– Vale. En primer lugar, no puedes matar a Ambrose.
– ¿Estás seguro? -pregunté, indeciso.
– Sí, estoy seguro. De hecho, cualquier cosa que se te ocurra hacer con esa navaja sería una mala idea. Deberías dármela.
Me encogí de hombros y le di la vuelta a la navaja en la palma de mi mano, ofreciéndosela a Sim por el mango de cuero.
Eso pareció sorprender a mi amigo, pero la cogió.
– Tehlu misericordioso -dijo; dio un hondo suspiro y dejó la navaja encima de la cama-. Gracias.
– ¿Eso era un caso extremo? -pregunté, y volví a enjuagarme la boca-. Deberíamos establecer un sistema de categorías. Una escala de uno a diez.
– Escupir agua en el suelo de mi habitación es un uno -dijo Sim.
– Ah -dije yo-. Lo siento. -Volví a dejar el vaso encima de la mesa.
– No pasa nada -dijo Sim sin rencor.
– Un uno, ¿es mucho o poco? -pregunté.
– Poco -me contestó-. Matar a Ambrose es un diez. -Vaciló un momento-. Quizá un ocho. -Se removió en la silla-. O un siete.
– ¿En serio? ¿Tanto? De acuerdo. -Me incliné hacia delante-. Tienes que darme algunas pistas para admisiones. Tengo que volver a la cola enseguida.
– No. Esa es una idea pésima. Un ocho -dijo Simmon sacudiendo la cabeza enérgicamente.
– ¿En serio?
– En serio. Es una situación social delicada. Muchas cosas podrían salir mal.
– Pero si…
Sim dio un suspiro y se apartó el rubio cabello de los ojos.
– ¿Soy tu piedra de toque o no? Si tengo que decírtelo todo tres veces para que me escuches, esto va a ser muy aburrido.
Reflexioné un momento.
– Tienes razón, sobre todo si estoy a punto de hacer algo potencialmente peligroso. -Miré alrededor-. ¿Cuánto va a durar esto?
– No más de ocho horas. -Fue a decir algo más, pero cerró la boca.
– ¿Qué pasa? -pregunté.
Sim volvió a suspirar.
– Podría haber efectos secundarios. Esa sustancia es liposoluble, de modo que permanecerá un tiempo en tu organismo. Podrías experimentar pequeñas recaídas provocadas por el estrés, las emociones intensas, el ejercicio… -Me miró, contrito-. Serían como pequeñas réplicas de esto.
– Ya me preocuparé por eso más adelante -dije. Extendí una mano-. Dame tu ficha de admisiones. Tú puedes ir ahora al examen de admisión. Yo me quedo con tu hora.
Sim extendió ambas manos con las palmas hacia arriba, en un gesto de impotencia.
– Yo ya me he presentado -explicó.
– ¡Por las pelotas de Tehlu! -blasfemé-. Vale. Ve a buscar a Fela.
Sim agitó violentamente ambas manos delante del cuerpo.
– ¡No! No no no. ¡Eso es un diez!
– No es para eso, hombre -dije riendo-. Fela tiene una ficha para última hora de Prendido.
– ¿Crees que te la cambiará?
– Ya se ha ofrecido.
– Voy a buscarla -anunció Sim poniéndose en pie.
– Te espero aquí.
Sim asintió con entusiasmo y miró con nerviosismo alrededor.
– Lo mejor será que no hagas nada hasta que yo vuelva -dijo mientras abría la puerta-. Quédate sentado sobre las manos y no te muevas.
Sim solo tardó cinco minutos en volver, y seguramente fue una suerte.
Oí unos golpes en la puerta.
– Soy yo -dijo Sim desde fuera-. ¿Va todo bien ahí dentro?
– ¿Sabes qué? -dije a través de la puerta-. He intentado pensar algo gracioso que hacer mientras no estabas, pero no se me ha ocurrido nada. -Miré alrededor-. Creo que eso significa que el humor tiene su origen en la transgresión social. No puedo transgredir porque no sé distinguir qué es lo socialmente inaceptable. A mí todo me parece lo mismo.
– Es posible que tengas razón -dijo, y entonces me preguntó-: Pero ¿has hecho algo?
– No -contesté-. He decidido portarme bien. ¿Has encontrado a Fela?
– Sí. Está aquí, conmigo. Pero antes de que entremos, tienes que prometer que no harás nada sin preguntármelo primero. ¿De acuerdo?
– De acuerdo -dije riendo-. Pero no me hagas hacer estupideces delante de ella.
– Te lo prometo -dijo Sim-. ¿Por qué no te sientas? Por si acaso.
– Ya estoy sentado.
Sim abrió la puerta. Vi a Fela asomándose por encima de su hombro.
– Hola, Fela -la saludé-. Necesito que me cambies la ficha.
– Antes -dijo Sim- tendrías que ponerte la camisa. Eso es un dos.
– Ah -dije-. Lo siento. Tenía calor.
– Podrías haber abierto la ventana.
– He pensado que sería más seguro limitar mis interacciones con los objetos externos -expliqué.
– Eso sí que ha sido buena idea -dijo Sim arqueando una ceja-. Solo que en este caso te ha desviado un poco.
– ¡Uau! -oí exclamar a Fela en el pasillo-. ¿Lo dice en serio?
– Completamente -confirmó Sim-. Mira, no estoy seguro de que debas entrar.
– Ya estoy vestido -dije tras ponerme la camisa-. Si vas a estar más tranquilo, puedo quedarme sentado sobre las manos. -Volví a meter las manos bajo las piernas.
Sim dejó entrar a Fela, y luego cerró la puerta.
– Eres bellísima, Fela -declaré-. Te daría todo el dinero que llevo en mi bolsa si me dejaras verte desnuda solo dos minutos. Te daría todo lo que tengo, excepto mi laúd.
No sabría decir cuál de los dos se puso más colorado. Creo que fue Sim.
– No debería haber dicho eso, ¿verdad?
– No -confirmó Sim-. Eso ha sido un cinco.
– Pues no tiene ningún sentido -protesté-. En los cuadros aparecen mujeres desnudas. Y la gente compra esos cuadros, ¿no? Las mujeres posan ante los pintores.
– Es verdad -admitió Sim-. Pero no importa. Quédate sentado un momento y no digas ni hagas nada, ¿vale?
Asentí.
– No puedo creerlo -dijo Fela. El rubor se estaba borrando de sus mejillas-. Lo siento, pero no puedo dejar de pensar que me estáis gastando una broma.
– Ojalá -dijo Sim-. Esa sustancia es peligrosísima.
– ¿Cómo es que recuerda los cuadros de desnudos y no recuerda que en público debes llevar la camisa puesta? -le preguntó a Sim sin dejar de mirarme.
– No me parecía que fuera importante -expliqué-. Cuando me azotaron, me quité la camisa. Y eso fue en público. Es curioso que una cosa así pueda acarrearte problemas.
– ¿Sabes qué pasaría si trataras de apuñalar a Ambrose? -me preguntó Sim.
Pensé un momento. Era como tratar de recordar lo que habías desayunado un mes atrás.
Supongo que habría un juicio -dije despacio-. Y la gente me invitaría a copas.
Fela se tapó la boca con una mano para ahogar una risa.
– Veamos -dijo Simmon-. ¿Qué es peor, robar un pastel o matar a Ambrose?
Medité unos momentos y pregunté:
– ¿Un pastel de carne o de fruta?
– ¡Uau! -exclamó Fela, impresionada-. Es… -Sacudió la cabeza-. Casi me pone la piel de gallina.
– Es una obra de alquimia aterradora -dijo Simmon asintiendo con la cabeza-. Se trata de una variación de un sedante llamado plombaza. Ni siquiera tienes que ingerirlo. Se absorbe a través de la piel.
Fela se quedó mirándolo.
– ¿Cómo es que sabes tanto de eso? -preguntó.
Читать дальше