– Y así que ahora te llamas Dinael -dije.
– De momento. Y para él -dijo ella mirándome de reojo y esbozando una sonrisa-. Para ti sigo prefiriendo Denna.
– Me alegro. -Levanté una mano del suelo y le mostré la suave lágrima de esmeralda de un pendiente. Denna fingió alegrarse muchísimo de haberlo encontrado, y lo alzó para que le diera la luz.
– ¡Ah, ya está!
Me levanté y la ayudé a ponerse en pie. Denna se apartó el cabello del hombro y se inclinó hacia mí.
– Soy muy torpe para estas cosas -dijo-. ¿Te importa?
Me arrimé a ella, y ella me dio el pendiente. Denna olía a flores silvestres. Pero por debajo de ese olor olía a hojas de otoño. Al misterioso olor de su cabello, a polvo del camino y al aire antes de una tormenta de verano.
– Y ¿qué es? -pregunté en voz baja-. ¿Un segundón?
Denna negó sin apenas mover la cabeza, y un mechón de su cabello se soltó y me rozó la mano.
– Es un lord con todas las de la ley.
– Skethe te retaa van -maldije-. Encierra a tus hijos y a tus hijas bajo llave.
Denna volvió a reír por lo bajo. Le temblaban los hombros al intentar contener la risa.
– Quédate quieta -dije, y le sujeté la oreja con suavidad.
Denna inspiró hondo y soltó el aire despacio para serenarse. Le coloqué el pendiente en el lóbulo de la oreja y me aparté. Ella levantó una mano y comprobó si estaba bien puesto; luego dio un paso hacia atrás e hizo una reverencia.
– Muchísimas gracias por tu ayuda.
Yo también la saludé con una reverencia. No fue tan esmerada como la que le había hecho antes, pero era más sincera.
– Estoy a su servicio, milady.
Denna sonrió con ternura y se dio la vuelta. Sus ojos volvían a reír.
Terminé de explorar el primer piso por respetar las formas, pero no parecía que Threpe estuviera por allí. Como no quería arriesgarme a tener otro encuentro con Denna y su caballero, decidí no subir al segundo piso.
Sim ofrecía un aspecto muy animado, como solía pasarle cuando iba por la quinta copa. Manet estaba repantigado en la silla, con los ojos entornados y con la jarra cómodamente apoyada en la barriga. Wil estaba como siempre, y sus oscuros ojos eran insondables.
– No he visto a Threpe por ninguna parte -dije, y me senté en mi sitio-. Lo siento.
– Qué pena -se lamentó Sim-. ¿Todavía no te ha encontrado un mecenas?
– Ambrose ha amenazado o sobornado a todos los nobles en más de cien kilómetros a la redonda -expliqué con gesto sombrío-. No quieren tener nada que ver conmigo.
– Y ¿por qué no te acoge el propio Threpe? -preguntó Wilem-. Le caes muy bien.
Negué con la cabeza.
– Threpe ya patrocina a tres músicos -dije-. Bueno, en realidad son cuatro, pero dos de ellos son un matrimonio.
– ¿Cuatro? -dijo Sim, horrorizado-. Es un milagro que todavía le quede algo para comer.
Wil ladeó la cabeza con curiosidad, y Sim se inclinó hacia delante para explicar:
– Threpe es conde. Pero sus tierras no son muy extensas. Patrocinar a cuatro músicos con sus ingresos es, en cierto modo, un despilfarro.
– En copas y cuerdas no se puede gastar tanto -dijo Wil frunciendo el entrecejo.
– Un mecenas no solo se responsabiliza de eso. -Sim empezó a contar ayudándose con los dedos-. En primer lugar está el título de mecenazgo. Luego tiene que proporcionar a sus músicos comida y alojamiento, un salario anual, un traje con los colores de su familia…
– Tradicionalmente son dos trajes -intervine-. Todos los años. -Cuando vivía con la troupe, nunca valoré la ropa que nos proporcionaba lord Greyfallow. Pero ahora no podía evitar imaginar cómo habría mejorado mi vestuario con dos trajes nuevos.
Simmon sonrió al ver llegar a un camarero, despejando toda duda sobre quién era el responsable de los vasos de aguardiente de moras que nos sirvió a cada uno. Sim alzó su vaso en un brindis silencioso y dio un gran trago. Yo alcé mi vaso también, y lo mismo hizo Wilem, aunque era evidente que le dolía. Manet permaneció inmóvil, y empecé a sospechar que se había quedado dormido.
– Sigue sin cuadrarme -dijo Wilem, dejando el vaso de aguardiente en la mesa-. Lo único que consigue el mecenas son unos bolsillos vacíos.
– El mecenas gana buena reputación -expliqué-. Por eso los músicos llevan su librea. Además, tiene personas que lo entretienen cuando a él se le antoja: en fiestas, bailes y celebraciones. A veces le componen canciones u obras por encargo.
– Aun así, da la impresión de que el mecenas se lleva la peor parte -comentó Wil con escepticismo.
– Eso lo dices porque no tienes todo el contexto -dijo Manet enderezándose-. Eres un chico de ciudad. No sabes qué significa crecer en un pueblecito levantado en la propiedad de un terrateniente.
»Aquí están las tierras de lord Poncington, por ejemplo. -Utilizó un poco de cerveza derramada para dibujar un círculo en el centro de la mesa-. Donde tú vives como un buen plebeyo.
Manet cogió el vaso vacío de Simmon y lo puso dentro del círculo.
– Un buen día, llega al pueblo un individuo que lleva los colores de lord Poncington. -Manet cogió su vaso lleno de aguardiente y lo arrastró por la mesa hasta colocarlo junto al vaso vacío de Sim, que seguía dentro del círculo-. Y ese tipo se pone a cantar canciones para todos en la taberna del pueblo. -Manet vertió un poco de aguardiente en el vaso de Sim.
Sin esperar a que nadie se lo indicara, Sim sonrió y bebió un sorbo.
Manet arrastró su vaso alrededor de la mesa y volvió a meterlo en el círculo.
– Al mes siguiente, llegan un par de tipos más con sus colores y montan un espectáculo de marionetas. -Vertió más aguardiente y Simmon bebió-. Al mes siguiente se representa una obra de teatro. -Otra vez.
Entonces Manet cogió su jarra de madera y la hizo avanzar por la mesa hasta meterla dentro del círculo.
– Entonces aparece el recaudador de impuestos, que lleva los mismos colores. -Manet golpeó impacientemente la mesa con la taza vacía.
Sim se quedó confuso un momento; luego cogió su jarra y vertió un poco de cerveza en la de Manet.
Manet lo miró y volvió a golpear la mesa con la jarra, con gesto de enojo.
Sim vertió el resto de su cerveza en la jarra de Manet, riendo.
– De todas formas, me gusta más el aguardiente de moras.
– Y a lord Poncington le gustan más sus impuestos -repuso Manet-. Y a la gente le gusta que la distraigan. Y al recaudador de impuestos no le gusta que lo envenenen y lo entierren de cualquier manera detrás del viejo molino. -Dio un sorbo de cerveza-. Así que todos se quedan contentos.
Wil observaba aquel diálogo con sus oscuros y serios ojos.
– Ya lo entiendo mejor.
– No siempre es una relación tan interesada -intervine-. Threpe se preocupa de que sus músicos mejoren su arte. Algunos nobles los tratan igual que a los caballos de sus establos. -Suspiré-. Hasta eso sería mejor que lo que tengo ahora, que es nada.
– No te vendas barato -dijo Sim con jovialidad-. Espera a que te salga un buen mecenas. Te lo mereces. Eres tan bueno como cualquiera de los músicos que hay aquí.
Me quedé callado, demasiado orgulloso para contarles la verdad. La mía era una pobreza que ellos ni siquiera podían entender. Sim pertenecía a la nobleza atur, y la familia de Wil eran comerciantes de lana de Ralien. Ellos creían que ser pobre significaba no tener suficiente dinero para ir a beber tan a menudo como les habría gustado.
Con la matrícula tan cerca, yo no me atrevía a gastar ni un penique abollado. No podía comprar velas, ni tinta, ni papel. No tenía joyas que empeñar, ni asignación, ni padres a los que escribir. Ningún prestamista respetable me habría dado ni un solo ardite. Y no era extraño, pues era un Edena Ruh huérfano y desarraigado cuyas posesiones habrían cabido en un saco de arpillera. Y en un saco no muy grande.
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