– Enojar es una palabra muy suave -señaló Manet con aspereza-. No es exactamente la que yo habría elegido.
– Se la debes -dijo Sim con un destello de rabia en los ojos-. Además, no te van a acusar de Conducta Impropia de un Miembro del Arcano solo por cantar una canción.
– No -intervino Manet-. Solo elevarán el precio de su matrícula.
– ¿Qué? -dijo Simmon-. No pueden hacerle eso. La matrícula se basa en el resultado del examen de admisión.
La risa de Manet resonó dentro de la jarra de la que estaba echando un trago.
– La entrevista solo es una parte del juego. Si puedes permitírtelo, te estrujan un poco. Otro tanto si les causas problemas. -Me miró con seriedad-. Esta vez te van a caer por todas partes. ¿Cuántas veces tuviste que presentarte ante las astas del toro el bimestre pasado?
– Dos -admití-. Pero la segunda vez no fue por culpa mía.
– Claro. -Manet me miró con franqueza-. Y por eso te ataron y te dieron latigazos hasta hacerte sangrar, ¿verdad? Porque no fue culpa tuya.
Me removí en la silla, incómodo, y noté los tirones de las cicatrices que tenía en la espalda.
– No fue solo culpa mía -puntualicé.
– No se trata de ser o no culpable -razonó Manet-. Un árbol no provoca una tormenta, pero cualquier idiota sabe dónde va a caer el rayo.
Wilem asintió con gesto grave.
– En mi tierra decimos: el clavo más alto es el que primero recibe el martillazo. -Arrugó el entrecejo-. En siaru suena mejor.
– Pero la entrevista de admisiones determina la mayor parte de tu matrícula, ¿no es así? -preguntó Sim con aire preocupado. Por el tono de su voz imaginé que Sim ni siquiera se había planteado la posibilidad de que las rencillas personales o la política formaran parte de la ecuación.
– Sí, la mayor parte -confirmó Manet-. Pero cada maestro escoge sus preguntas, y todos dan su opinión. -Empezó a enumerar, ayudándose con los dedos-: A Hemme no le caes nada bien, y es especialista en acumular rencillas. A Lorren te lo pusiste en contra desde buen principio, y te las has ingeniado para seguir teniéndolo en contra. Eres un alborotador. A finales del bimestre pasado te saltaste casi un ciclo entero de clases. Sin avisar antes y sin dar ninguna explicación después. -Me miró de forma elocuente.
Bajé la vista hacia la mesa, consciente de que varias de las clases que me había saltado formaban parte de mi aprendizaje con Manet en la Artefactoría.
Al cabo de un momento, Manet encogió los hombros y continuó:
– Por si fuera poco, esta vez te examinan como Re'lar. La matrícula aumenta cuando se sube de grado. Por algo llevo tanto tiempo siendo E'lir. -Me miró con fijeza-. ¿Quieres saber qué pienso yo? Que tendrás suerte si te libras por menos de diez talentos.
– Diez talentos. -Sim aspiró entre los dientes y sacudió la cabeza, solidarizándose conmigo-. Menos mal que andas bien de dinero.
– No tanto -dije.
– ¿Cómo que no? -dijo Sim-. Los maestros le impusieron una multa de casi veinte talentos a Ambrose cuando te rompió el laúd. ¿Qué hiciste con todo ese dinero?
Miré hacia abajo y le di un golpecito al estuche del laúd con el pie.
– ¿Te lo gastaste en un laúd nuevo? -preguntó Simmon, horrorizado-. ¿Veinte talentos? ¿Sabes qué podrías comprar con esa cantidad de dinero?
– ¿Un laúd? -preguntó Wilem.
– Ni siquiera sabía que pudieras gastarte tanto dinero en un instrumento -añadió Simmon.
– Puedes gastarte mucho más -dijo Manet-. Los instrumentos musicales son como los caballos.
Ese comentario frenó un poco la conversación. Wil y Sim miraron a Manet, desconcertados.
– Pues mira, es una buena comparación -dije riendo.
Manet miró a los otros dos con aire de entendido.
– Los caballos ofrecen un amplio abanico. Puedes comprarte un caballo de tiro viejo y hecho polvo por menos de un talento. Y puedes comprarte un elegante vaulder por cuarenta.
– Lo dudo -masculló Wil-. Por un vaulder auténtico, no.
– Exactamente -dijo Manet con una sonrisa-. Por mucho dinero que te parezca que alguien pueda gastarse en un caballo, puedes gastarte fácilmente eso comprándote un arpa o un violín.
Simmon estaba anonadado.
– Pero si una vez mi padre se gastó doscientos cincuenta en un kaepcaen -dijo.
Me incliné hacia un lado y señalé.
– ¿Ves a ese hombre rubio de allí? Su mandolina vale el doble.
– Pero -dijo Simmon-, pero los caballos tienen pedigrí. Un caballo puedes criarlo y venderlo.
– Esa mandolina también tiene pedigrí -dije-. La hizo el propio Antressor. Hace ciento cincuenta años que circula.
Sim asimilaba esa información mirando alrededor y fijándose en todos los instrumentos que había en el local.
– Aun así… -dijo-. ¡Veinte talentos! -Sacudió la cabeza-. ¿Por qué no esperaste hasta después de admisiones? Habrías podido gastarte el dinero que te hubiera sobrado en el laúd.
– Lo necesitaba para tocar en Anker's -expliqué-. Me dan comida y alojamiento gratis porque soy su músico fijo. Si no toco, no puedo quedarme allí.
Era verdad, pero no era toda la verdad. Anker habría sido tolerante conmigo si le hubiera explicado mi situación. Pero si hubiera esperado, habría tenido que pasar casi dos ciclos sin un laúd. Habría sido como si me faltara un diente, o una extremidad. Habría sido como pasar dos ciclos con los labios cosidos. Era impensable.
– Además, no me lo gasté todo en el laúd -aclaré-. También me surgieron otros gastos. -Concretamente, había pagado a la renovera que me había prestado dinero. Eso me había costado seis talentos, pero saldar mi deuda con Devi había sido como quitarme un gran peso que me oprimía el pecho.
Sin embargo, notaba cómo aquel mismo peso empezaba a instalarse en mí de nuevo. Si los cálculos de Manet eran medianamente acertados, mi situación era mucho peor de lo que yo había imaginado.
Por suerte, las luces se atenuaron y la sala quedó en silencio, librándome de tener que seguir dando explicaciones. Todos miramos hacia el escenario, adónde Stanchion había acompañado a Marie. Stanchion se puso a charlar con los clientes que estaban más cerca mientras ella afinaba el violín y el público se preparaba para su actuación.
Marie me caía bien. Era más alta que la mayoría de los hombres, orgullosa como un gato, y dominaba como mínimo cuatro idiomas. Muchos músicos de Imre se esforzaban para vestir a la última moda, con la esperanza de mezclarse así con la nobleza; pero Marie llevaba ropa de viaje: unos pantalones con los que podrías trabajar todo un día, y botas con las que podrías recorrer treinta kilómetros.
No estoy diciendo que llevara prendas burdas, cuidado. Lo que quiero decir es que no le interesaban ni la moda ni las fruslerías. Llevaba ropa hecha a medida, ceñida y favorecedora. Esa noche iba vestida de granate y marrón, los colores de su mecenas, lady Jhale.
Los cuatro mirábamos hacia el escenario.
– Tengo que admitir -dijo Wilem en voz baja- que he considerado detenidamente a Marie.
Manet rió por lo bajo.
– Esa mujer es una mujer y media -aseveró-. Demasiada mujer para cualquiera de vosotros. No sabríais ni por dónde empezar con ella. -En cualquier otro momento, una afirmación así habría sido para los tres un acicate para empezar a protestar y a fanfarronear. Pero Manet la hizo sin intención de insultar, así que se la dejamos pasar. Sobre todo, porque seguramente tenía razón.
– No es mi tipo -dijo Simmon-. Parece siempre preparada para hacerle una llave a alguien. O para montar un caballo salvaje y domarlo.
– Sí. -Manet volvió a reír por lo bajo-. Si viviéramos en una época mejor, construirían un templo alrededor de una mujer así.
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