– Kvothe, te presento a lord Kellin Vantenier. Kellin, te presento a Kvothe.
Kellin me miró de arriba abajo, formándose una opinión de mí en lo que tardas en coger aire. Adoptó una expresión desdeñosa y me saludó con un gesto de la cabeza. Estoy acostumbrado al desdén, pero me sorprendió lo mucho que me dolió el de aquel hombre.
– A su servicio, mi señor. -Hice una educada reverencia y desplacé el peso del cuerpo para apartar la capa de mi hombro, exhibiendo mi caramillo de plata.
El caballero se disponía a desviar la mirada con ensayado desinterés cuando sus ojos se fijaron en mi reluciente broche de plata. Como joya no era nada especial, pero allí tenía mucho valor. Wilem tenía razón: en el Eolio, yo formaba parte de la nobleza.
Y Kellin lo sabía. Tras considerarlo un instante, me devolvió el saludo. En realidad no fue más que una brevísima inclinación de cabeza, lo indispensablemente pronunciada para que pudiera considerarse educada.
– Al suyo y al de su familia -dijo en un atur perfecto.
Tenía una voz más grave que la mía, de bajo, dulce y con suficiente acento modegano para conferirle un deje levemente musical.
Denna inclinó la cabeza hacia él.
– Kellin me está enseñando a tocar el arpa.
– He venido a ganar mi caramillo -declaró él con una voz cargada de confianza.
Al oírlo, las mujeres de las mesas de alrededor giraron la cabeza y lo miraron con avidez, entornando los ojos. Su voz tuvo el efecto contrario sobre mí. Que fuera rico y atractivo era bastante insoportable, pero que además tuviera una voz como la miel sobre una rebanada de pan caliente era sencillamente inexcusable. Al oír el sonido de su voz me sentí como un gato al que agarran por la cola y al que frotan el lomo a contrapelo con la mano mojada.
– ¿Es usted arpero? -pregunté mirándole las manos.
– Arpista -me corrigió él con aspereza-. Toco el arpa pendenhale. El rey de los instrumentos.
Inspiré y apreté los labios. La gran arpa modegana había sido el rey de los instrumentos quinientos años atrás. Hoy en día solo era una curiosidad, una antigualla. Lo dejé pasar y evite la discusión pensando en Denna.
– Y ¿piensa probar suerte esta noche? -pregunté.
Kellin entornó ligeramente los ojos.
– Cuando toque, la suerte no entrará en juego. Pero no. Esta noche quiero disfrutar de la compañía de milady Dinael. -Le levantó la mano a Denna, se la acercó a los labios y la besó distraídamente. Con aire de amo y señor, paseó la mirada por la muchedumbre que murmuraba, como si toda aquella gente le perteneciera-. Me parece que aquí estaré en respetable compañía.
Miré a Denna, pero ella esquivó mi mirada. Con la cabeza ladeada, jugaba con un pendiente que hasta ese momento ocultaba su cabello: una diminuta esmeralda, también con forma de lágrima, a juego con el collar.
Kellin volvió a mirarme de arriba abajo, examinándome. Mi ropa, poco elegante. Mi cabello, demasiado corto según la moda, y demasiado largo para que no pareciera descuidado.
– Y usted es… ¿camarillero?
El instrumento más barato.
– Camarillista -dije con soltura-. Pero no, no. Yo me inclino más por el laúd.
Kellin arqueó las cejas.
– ¿Toca el laúd de corte?
Mi sonrisa se endureció un poco pese a todos mis esfuerzos.
– El laúd de troupe.
– ¡Ah! -dijo él, riendo como si de pronto lo entendiera todo-. ¡Música folclórica!
Le dejé pasar también eso, aunque me costó más que la vez anterior.
– ¿Ya tienen asientos? -pregunté con desenvoltura-. Mis amigos y yo tenemos una mesa abajo, con buenas vistas del escenario. Si lo desean, pueden unirse a nosotros.
– Lady Dinael y yo ya tenemos una mesa en el tercer círculo. -Kellin apuntó con la barbilla a Denna-. Prefiero la compañía que hay arriba.
Denna, que estaba fuera de su campo de visión, me miró y puso los ojos en blanco.
Sin mudar la expresión, volví a inclinar educadamente la cabeza: la mínima expresión del saludo.
– En ese caso, no quisiera retenerlos más.
Luego me volví hacia Denna.
– ¿Me permites que vaya a visitarte un día de estos?
Ella suspiró, la viva imagen de la víctima de una agitada vida social; pero sus ojos seguían riéndose de la ridícula formalidad de aquel diálogo.
– Estoy segura de que lo entenderás, Kvothe. Tengo la agenda muy llena para los próximos días. Pero si quieres, puedes pasar a visitarme hacia finales del ciclo. Me hospedo en el Hombre de Gris.
– Eres muy amable -dije, y la saludé con una inclinación de cabeza mucho más esmerada que la que le había hecho a Kellin. Ella puso los ojos en blanco, esta vez riéndose de mí.
Kellin le ofreció el brazo y, de paso, me ofreció a mí el hombro, y se perdieron los dos entre la multitud. Viéndolos juntos, avanzando con elegancia entre el gentío, habría sido fácil creer que eran los propietarios del local, o que quizá se estaban planteando comprarlo para utilizarlo como residencia de verano. Solo los auténticos nobles se mueven con esa arrogancia natural, conscientes, en el fondo, de que en el mundo todo existe únicamente para hacerlos felices a ellos. Denna fingía maravillosamente, pero para lord Kellin Mandíbula de Cemento, aquello era tan espontáneo como respirar.
Me quedé observándolos hasta que llegaron a la mitad de la escalera del tercer círculo. Entonces Denna se paró y se llevó una mano a la cabeza. Miró por el suelo con expresión angustiada. Hablaron un momento, y ella señaló la escalera. Kellin asintió y siguió subiendo hasta perderse de vista.
Tuve una corazonada. Miré al suelo y vi un destello plateado cerca de donde había estado Denna, junto a la barandilla. Me acerqué y me quedé allí de pie, obligando a apartarse a un par de comerciantes ceáldicos.
Hice como si mirara a la gente que había abajo hasta que Denna se me acercó y me dio unos golpecitos en el hombro.
– Kvothe -me dijo, aturullada-, perdona que te moleste, pero he perdido un pendiente. Sé bueno y ayúdame a buscarlo, ¿quieres? Estoy segura de que hace un momento lo llevaba puesto.
Me ofrecí a ayudarla, por supuesto, y así pudimos disfrutar de un momento de intimidad; agachados, y sin perder el decoro, nos pusimos a buscar por el suelo con las cabezas muy juntas. Por suerte, Denna llevaba un vestido de estilo modegano, con la falda holgada, larga y suelta alrededor de las piernas. Si hubiera llevado un vestido con un corte a un lado, según la moda de la Mancomunidad, no habría podido agacharse sin llamar la atención.
– Cuerpo de Dios -murmuré-. ¿De dónde lo has sacado?
Denna rió por lo bajo.
– Cállate. Tú mismo me sugeriste que aprendiera a tocar el arpa. Kellin es buen maestro.
– El arpa de pedal modegana pesa cinco veces más que tú -comenté-. Es un instrumento de salón. Nunca podrías llevártela de viaje.
Denna dejó de fingir que buscaba el pendiente y me miró a los ojos.
– Y ¿quién ha dicho que nunca vaya a tener un salón donde tocar el arpa?
Seguí buscando por el suelo y encogí los hombros.
– Supongo que para aprender servirá. ¿Te gusta, de momento?
– Es mejor que la lira -respondió ella-. De eso ya me he dado cuenta. Pero todavía no puedo tocar ni «La ardilla en el tejado».
– Y él ¿qué tal? ¿Es bueno? -La miré con picardía-. Me refiero a si es bueno con las manos.
Denna se sonrojó un poco y por un momento pensé que iba a darme un manotazo. Pero recordó a tiempo que debía comportarse con decoro y optó por entrecerrar los ojos.
– Eres horrible -dijo-. Kellin ha sido un perfecto caballero.
– Que Tehlu nos salve de los perfectos caballeros -repuse.
– Lo he dicho en sentido literal -dijo ella meneando la cabeza-. Nunca había salido de Modeg. Es como un gatito en un gallinero.
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