Louise Cooper - Infanta

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—Entre mi gente, que venera sus tradiciones de la misma forma en que vos veneráis las vuestras, señor, no existe tal distinción —repuso—. No pertenezco a ningún hombre, soy simplemente una sierva de la Madre Tierra.

Vasi paseó de un rostro severo a otro su mirada nerviosa, incapaz de seguir la conversación. Entonces, de repente, el falor asintió.

—Muy bien. Podemos sentir lástima de la ignorancia de un forastero, pero la piedad no es enemistad. —Indicó ciruelo—. Siéntate.

Índigo ocupó un lugar delante de él en el lado opuesto de la hoguera, y tan pronto como se hubo sentado el falor dijo:

—Dile al hombrecillo que lo mejor sería que no continuara con este viaje.

Índigo tradujo sus palabras, y vio crisparse el rostro de Vasi.

—¿Por qué? —preguntó éste. Y, en un suspiro que sólo ella pudo oír, siguió—: ¿Sucede algo, o es un intento de amenazarnos? ¡Pregúntale, rápido!

Índigo miró al falor y escogió sus palabras con cuidado.

—Vasi Elder os da las gracias por vuestro consejo, señor, y ruega saber el motivo de éste, de modo que pueda actuar de la forma más sensata.

El nativo fulminó a Vasi con la mirada.

—No es una cuestión de sensatez, sino de hechos. Esta caravana viaja en dirección a Simhara, ¿verdad?

—Sí.

—Puede que no encuentre el buen recibimiento que espera. Han invadido Khimiz, y durante los tres últimos días la ciudad de Simhara ha estado bajo asedio. Creemos que a estas horas puede haber caído ya.

Vasi se aferró al brazo de Índigo.

—¿Qué es lo que dice? ¡Dime!

Se lo contó, y Vasi se quedó mirándola por un buen rato, luego se agarró al pequeño amuleto que llevaba alrededor del cuello.

—¡Madre de Todo lo Vivo! ¿Simhara asediada? ¡Es imposible!

—Espera. —Índigo le indicó con un gesto que guardara silencio y se volvió de nuevo al falor—. Vasi Elder se siente terriblemente desolado ante esta noticia. Pregunta quién es el responsable de tal invasión.

El nativo se encogió de hombros de forma muy elocuente.

—Los detalles no son asunto nuestro. Creemos que el invasor es un jefe militar de la parte más oriental, pero no tenemos más información.

—¿Y no habéis enviado ayuda a los khimizi? ¿Ni siquiera a exploradores o a espías? — Índigo ignoró los apremiantes murmullos de Vasi; la despreocupada actitud de los falorim reavivaba su cólera.

El portavoz sonrió desdeñoso.

—No sentimos ningún interés por las disputas entre las ciudades-estado, y no tenemos motivo alguno para pelear con el invasor a menos que éste nos ofenda. No obstante, tampoco tenemos nada en contra de los que utilizan las rutas de las caravanas, y por lo tanto nos ha parecido justo dar a conocer la noticia.

Índigo comprendió. Los falorim eran muy conscientes del valor de los cargamentos que atravesaban estas rutas, y lo que su pérdida significaría para los comerciantes. Esta información se merecería una recompensa sustanciosa.

Indignada, se volvió por fin hacia el agitado Vasi, y le contó lo que el nómada le había dicho. Cuando hubo terminado, Vasi se acarició la barbilla.

—Esta es una situación muy desafortunada —dijo en voz baja—. Me sentiría inclinado a descartarlo como un rumor infundado, pero los falorim no son embusteros, aparte de cualquier otra cosa que puedan ser. —Suspiró—. Supongo que esperan que se les recompense ampliamente por sus molestias...

—Ésa viene a ser la insinuación.

—Ah, bien. —Era evidente que a Vasi no le gustaba desprenderse de su dinero—. Creo que debo tomarlo como una inversión útil. Estoy en deuda contigo, Índigo; aunque desearía que las noticias hubieran sido mejores, me alegro de saberlas.

—¿Qué harás? —inquirió ella.

—Debo consultar con los mercaderes que viajan con nosotros. Es su oro el que está en peligro, después de todo. —Dejó escapar otro suspiro aún más prolongado—. Satisfaré las necesidades de nuestros amigos aquí presentes y los despediré, luego lo mejor será que dé a conocer la mala nueva. Gracias por tu ayuda, Índigo.

Ella asintió.

—Sólo lamento que las circunstancias no sean favorables. Lo mejor será que regrese a mi tienda y te deje con tus regateos. Buenas noches, Vasi.

—No es una buena noche. Pero acepto la buena intención.

Mientras se alejaban de la tienda de Vasi, Grimya levantó los ojos hacia Índigo, con expresión preocupada.

«Esto no son buenas noticias», comunicó. «Esta ciudad —aún no había conseguido aprender a decir Simhara— es el lugar al que creemos que debemos ir. No obstante, si no podemos llegara él...» Se pasó la lengua por el hocico. «¿Qué dice la piedra?»

No parecía necesario consultar de nuevo la piedra-imán, pero de todas formas Índigo la sacó de su bolsa. El diminuto ojo dorado le dedicó un guiño, y la muchacha meneó la cabeza.

«No ha cambiado.» Consciente de que había gente cerca que podría oírlas, también ella utilizó la telepatía. «Sigue indicándonos dirección sur.»

«¿Entonces ¿qué haremos?»

«No estoy segura aún.»

Pero fingía y lo sabía. Fuera lo que fuese lo que Vasi y sus mercaderes decidieran, su propio camino estaba claro. Asedio o no, invasión o no, debía llegar a Simhara, incluso aunque ello significara abandonar la caravana y viajar solas.

Y a lo mejor, pensó, el demonio que buscaba encontraría que a sus propósitos les iba muy bien las ambiciones de un invasor...

En menos de una hora todo el campamento era un alboroto. En medio de todo el caos se encontraba Vasi, que había dado a conocer la noticia a sus compañeros y ahora intentaba conseguir que todo aquel farfulleo de preguntas y discusiones adquiriese alguna apariencia

de estar bajo control. A Índigo se la arrastró al centro de toda aquella confusión para actuar como traductora ante los mercaderes khimizi, y poco a poco, a medida que los detalles de la noticia traída por los falorim iban quedando más claros para todos, surgió un consenso de opinión. Los khimizi, al tiempo que proclamaban su preocupación por su país natal y su lealtad a su gobernante, el Takhan, eran pragmáticos por encima de todo y, al igual que los comerciantes del norte, se sentían reacios a arriesgar tanto su piel como sus cargamentos. Vasi, con el oído muy atento en busca de voces disidentes y secretamente aliviado al no escuchar ninguna, volvió al orden todo aquel barullo, con los brazos en alto y agitando las manos en demanda de silencio. Se hizo la tranquilidad, y todo el mundo clavó los ojos en el rostro sombrío del jefe de la caravana.

—Amigos míos —gritó Vasi—. No tenemos ningún motivo para dudar de la palabra de los falorim: debemos dar por supuesto que Khimiz ha sido invadida, y que la ciudad de Simhara ha caído. En mi opinión no tenemos elección, y creo que todo el mundo está de acuerdo conmigo. ¡Debemos dar la vuelta, y regresar a Huon Parita!

Se alzaron voces en vehemente asentimiento, e Índigo y Grimya intercambiaron una mirada. Grimya dijo en silencio:

«¿Ynuestro camina..?»

No esperaba una respuesta. Ya la había visto en los ojos de Índigo.

Razonó con ella, discutió, la amenazó incluso; pero Índigo estaba decidida. La caravana estaba casi lista para ponerse en marcha, y Vasi no podía creer que ni ella ni Grimya fueran a regresar con ellos. Lo que iba a hacer, le dijo, era un suicidio.

—¡Mujer, te has vuelto loca! Este país está en guerra. Guerra. ¿Comprendes lo que eso significa? Tu perra no podrá protegerte de un ejército invasor: caerás en las garras de alguna banda de soldados borrachos, o te capturarán como a una espía, o te encontrarás en medio de una batalla: morirás, ¿me entiendes?

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