Louise Cooper - Infanta
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Estos paseos al anochecer por la orilla se habían convertido en una agradable costumbre. Con la llegada de la brisa marina que siempre refrescaba el ambiente al ponerse el sol, resultaba muy tonificante estirar los músculos y pasear a grandes zancadas por la playa, y contemplar a Grimya corriendo con toda la velocidad y elegante energía de los de su raza sobre la dura arena de la orilla. Ante ellas se extendía espectacular toda la inmensidad del golfo de Agantine, bordeado por una bahía que se curvaba hacia el norte y el sur hasta donde alcanzaba la vista. En este lugar, el mayor continente de la tierra se encontraba con su mayor océano; y la serenidad y la impresionante belleza de la escena poseían un poder purificador que hacía que Índigo se sintiera en paz, aunque fuera sólo por un corto espacio de tiempo.
Existía, también, otro tiempo de paz en las amistosas reuniones nocturnas alrededor de las hogueras del campamento. Vasi no había tardado mucho en descubrir que Índigo no sólo hablaba su idioma sino que también dominaba la elegante lengua de Khimiz, tal y como se hablaba en las grandes ciudades del sur. Como había muchos mercaderes khimizi viajando con la caravana, los conocimientos de la muchacha estaban muy solicitados, y cuando Vasi descubrió también que uno de los bultos que ésta llevaba contenía un arpa, no perdió el tiempo en convencerla.
Cada noche, después de que se hubiera terminado de comer y beber y se hubieran pisoteado las hogueras para extinguirlas, ayudó a los viajeros a conciliar el sueño con sus canciones y su música.
El agradable chisporroteo de las hogueras y el ruido de los utensilios de cocina les dio la bienvenida cuando regresaron al campamento. Durante los últimos minutos el sol se había hundido en la ininterrumpida línea del mar hasta quedar convertido en un diminuto pedazo de un violento rojo anaranjado, y la oscuridad penetraba rápidamente desde el este para teñir el cielo sobre sus cabezas de un apagado tono violeta. Fuera del alcance de la luz de las llamas la gente no era más que un conjunto de meras siluetas indefinidas; alguien saludó a Índigo y ésta devolvió el saludo con una sonrisa y un gesto de la mano antes de encontrar un lugar cerca de uno de los fuegos comunales mayores. A poca distancia, el elevado cono de la tienda de seda de Vasi se destacaba con claridad en el horizonte; una hoguera más pequeña ardía en sus proximidades y escuchó la característica risa del propietario de la caravana entre el pequeño grupo reunido a su alrededor.
Se sirvió la cena, y durante un rato todo el campamento quedó en silencio mientras todos saciaban su apetito, Índigo estaba terminando el contenido de su plato de dátiles azucarados, con Grimya ahíta y medio dormida a su lado, cuando unos sonidos procedentes de los límites del campamento llamaron su atención. El golpeteo de cascos de caballos, el tintineo de los arneses; levantó los ojos y vio que un grupo de hombres montados en chímelos había surgido de la oscuridad y desmontaba cerca de la alta tienda de seda. Grimya se puso tensa mientras olfateó el aire; pero entonces les llegó la voz de Vasi a través de la corta distancia que mediaba entre ellos, y ambas se tranquilizaron al escuchar el insulso y vagamente congraciador tono de bienvenida de su voz. La loba regresó a su somnolencia, pero Índigo continuó observando durante algunos minutos cómo las siluetas de los recién llegados se reunían alrededor del fuego de Vasi y se sentaban, inmersos, al parecer, en animada conversación. Supuso que lo más probable era que fuesen falorim. Los orgullosos, autosuficientes y serenos nómadas de una u otra manera conseguían sobrevivir en el hostil desierto situado tierra adentro del que habían tomado el nombre. Consideraban a los habitantes de la costa como seres débiles y degenerados, pero esto no impedía que comerciaran con cualquiera si podían ganar algo con ello, y aunque no hablaban el mismo idioma que Vasi, el lenguaje de los signos del trueque era universal. Sin duda se lo pasarían regateando, y beberían hasta bien entrada la noche, e Índigo bostezó, perdiendo ¡interés. Las transacciones no eran cosa suya, y mañana se pondrían en marcha muy temprano; lo mejor era seguir el ejemplo de Grimya y dormir un poco.
Terminó su comida, enjuagó plato y cuchillo en uno de los cubos de agua dispuestos para este propósito, y se volvió hacia la pequeña tienda que compartía con la loba. Pero antes de que pudiera apartar el faldón y deslizarse a su interior, se vio alertada por una voz que pronunciaba su nombre, y al alzar la cabeza descubrió a alguien, irreconocible en la oscuridad, que se dirigía con prisa hacia ella. Suspiró y se puso en pie para ir a su encuentro.
Se trataba de Vasi, y parecía agitado. Le besó la mano según era costumbre en el este, aunque no era más que una cortesía, sin la exagerada ostentación de siempre.
—Índigo, te pido disculpas por molestarte, pero necesito extraordinariamente de tus servicios. —Echó una rápida mirada por encima del hombro, inquieto—. Tenemos visitantes, van grupo de falorim, y parece poseer información urgente; pero me es imposible entender lo que dicen. ¿Puedes ayudarme?
—Si, desde luego. Iré enseguida.
Sin un motivo que pudiera percibir, algo se agito en lo más profundo de su mente; una veloz y cortante sensación de incertidumbre: y percibió el rápido destello telepático de la curiosidad de Grimya.
Vasi se apresuró a su lado mientras ella avanzaba a grandes zancadas hacia la tienda con Grimya detrás. Al acercarse a las figuras reunidas junto al fuego, Vasi posó una mano sobre su brazo, obligándola a ir más despacio.
—Me perdonarás, espero, por mencionar esta cuestión, pero... los falorim no son lo que uno podría considerar personas ilustradas. Adoptan unas actitudes muy peculiares con aquellos que consideran extranjeros, y un código de comportamiento estricto y formal. También tienen una tendencia a considerar a las mujeres de forma muy parecida a como consideran a sus chímelos. —Se encogió de hombros a modo de disculpa, e Índigo sonrió con cierta malicia.
—No como los hombres de Huon Parita, ¿verdad, Vasi?
Vasi se mostró ofendido.
—¡No puedo hablar por la escoria del puerto, pero en círculos más elevados, te aseguro que no hay ni punto de comparación!
Divertida, lo dejó pasar y tan sólo añadió:
—Comprendo. Tendré buen cuidado de no ofender a sus invitados.
—Gracias, Índigo. Bajo estas circunstancias creo que sena prudente no despertar su ira.
Las falorim no se levantaron para saludarlos cuando se acercaron. Eran cinco en total, todos hombres de gran tamaño pero sin un gramo de grasa, y las similitudes entre ellos sugerían que podían ser hermanos o al menos parientes próximos. Todos tenían el cabello aclarado por el sol y rostros ásperos y huesudos, de un marrón cobrizo a causa de la exposición a los vientos del desierto, y sus ojos eran asombrosamente oscuros, casi negros. Uno de ellos, que parecía ser el portavoz, echó hacia atrás la capucha que llevaba y clavó una mirada fría y hostil en Índigo antes de dirigirse a Vasi.
—¿Quién es ésta? —Hablaba en la lengua de Huon Pauta pero con un acento tosco.
Vasi se inclinó.
—Señor del desierto, puedo presentarte a mi gran amigo Índigo, que es la única de nosotros que habla con fluidez tanto tu lengua como la mía.
A todas luces, el falor no comprendió por completo la respuesta, pero asintió con la cabeza, luego su penetrante mirada se dirigió de nuevo a Índigo.
—¿A cuál de los hombres de aquí perteneces? —preguntó en_ khimizi.
Índigo enrojeció de furia. Vasi percibió su expresión y, frenético, le dirigió un gesto negativo de forma subrepticia, Índigo se tragó su réplica. Obligó a relajarse a los músculos de su rostro y sonrió con frialdad.
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