Louise Cooper - Troika
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—¡Veness! Sube, ¿quieres?
Se escuchó una voz que contestaba y se oyeron pisadas sobre los desnudos peldaños de madera. Esta vez Índigo estaba mejor preparada para la sorpresa, pero el corazón todavía le dio un vuelco cuando lo vio entrar en la habitación agachando un poco la cabeza para pasar por el dintel con su elevada estatura. El parecido era increíble: podría haber sido el hermano gemelo de Fenran. Aquella cabellera negra, los ojos grises, el tipo, incluso la forma de moverse... y debía de ser exactamente de la misma edad que Fenran.
La edad de Fenran. Pero eso fue hacía casi medio siglo. Si Fenran estuviera vivo ahora, tendría casi setenta años...
Hizo un esfuerzo por recuperar el aliento y calmarse mientras el hombre moreno cuchicheaba con la mujer y se acercaba a la cama. Precisó de todo su valor y fuerza de voluntad para obligarse a mirarlo a la cara... Pero al hacerlo, vio algo que le permitió, de repente, aferrarse a una apariencia de cordura y perspectiva. El hombre tenía una cicatriz. No lo afeaba ni tampoco era muy evidente; sólo una línea desigual bajo la mandíbula, la secuela de algún viejo accidente. Sin embargo fue suficiente para asegurarle, por fin, que no era su amor perdido.
El hombre se agachó junto a la cama y posó una mano con suavidad sobre su hombro.
—¿Cómo te encuentras? Mi tía dice que pareces un poco aturdida.
—Es... estoy bien, creo. Gracias. Sólo fue...
—¿Mencionaste a alguien llamado Fenran?
—Yo... —Se mordió el labio— ... me equivoqué. Cuando te vi, pensé... —Le fue imposible terminar la frase.
—Bueno, como dice mi tía, no hay nadie aquí con ese nombre. —Le dedicó una leve sonrisa—. Hemos tenido muchos Fenrans en nuestra familia en el pasado, pero ninguno desde hace tiempo, de hecho desde antes de que naciera mi padre. Yo me llamo Veness y mi tía, Livian. ¿Y tú? —Su sonrisa se volvió más abierta—. No tenemos la menor idea de quién eres.
—Me llamo... Índigo. —En un impulso loco estuvo tentada de dar su nombre auténtico, Anghara.
—Índigo. Tú no eres de El Reducto, ¿verdad?
Negó con la cabeza y Livian dijo con dulzura:
—No le hagas demasiadas preguntas ahora, Veness. Ya habrá tiempo mañana.
Este asintió, dando su conformidad, y se puso en pie.
—Bien, Índigo, me alegro de que consiguieras llegar hasta nosotros. Es casi un milagro que no pasaras la granja de largo en medio de la tormenta. Oh, y... en cuanto a Grayle, a Morvin y a los otros... Mira, sólo he oído su versión de la historia, pero tengo una idea bastante clara de lo que sucedió y quiero pedirte disculpas en su nombre. Estaban borrachos; son buenos ganaderos pero más impulsivos de lo que les convendría por su propio bien. Se sienten reprimidos con este tiempo y eso, combinado con algunas otras cosas, descontroló un poco su fogosidad. —Hizo una pausa y luego siguió—: No los estoy disculpando, créeme que no lo hago. No tenían por qué andar por ahí con la tormenta a punto de caer, y mucho menos atacar a una desconocida. No te culpo en absoluto por dispararle a Corv, y tampoco lo hará él cuando haya tenido tiempo de despejarse y reflexionar.
—¿No... está malherido? —La verdad era que no le importaba pero la generosa disculpa de Veness le hacía sentir remordimiento.
—No es más que un rasguño; mucho ruido y pocas nueces. El y los rostros se disculparán personalmente por la mañana.
—No es necesario.
—Lo es, y me ocuparé de que lo hagan y de que lo hagan con sinceridad. Después de todo eres nuestra invitada, a pesar de que ésa no fuera tu intención. —Le sonrió de nuevo y a Índigo le pareció detectar cierta tensión en su rostro.
La muchacha asintió despacio.
—Gracias. Eres muy amable.
—Creo que ya es suficiente, Veness —intervino Livian—. In... Índigo, ¿no es así? Bueno, pues Índigo tendría que dormir ahora. Hay un poco de caldo en los fogones. Dile a Rimmi que traiga un cuenco de caldo aquí arriba junto con un poco de pan, y luego no quiero que se moleste más a Índigo por esta noche.
Los ojos de Índigo se posaron en la mujer. Estaba cansada, terriblemente cansada. Pero...
—¿Puede Grimya....? —empezó a decir.
—Subirá con Rimmi y puede dormir aquí sobre la alfombra. Es la perra loba —explicó Livian a Veness.
—Ah. Sí. Y eso me recuerda... Está bien, Livian, no voy a cansar más a Índigo, pero debo hacer una última pregunta. —Volvió a mirar a Índigo y de repente sus ojos oscuros adquirieron una expresión más intensa y parecieron muy preocupados—. ¿Es cierto que visteis un tigre de las nieves ahí afuera junto a los lagos?
Índigo arrugó la frente y repuso:
—Sí; es cierto. Es lo que hizo huir a tus... a los otros. Pensé que iba a atacarme, pero... —Frunció aún más el entrecejo—. No lo hizo. Se limitó a... mirarme, y luego se fue. —Recordó de repente la figura humana que había vislumbrado corriendo junto al tigre, pero decidió no mencionarla. Veness no la creería; pensaría que había sufrido una alucinación, y ahora ni ella estaba muy segura de que no fuera así. Pero el tigre era real. No cabía la menor duda.
Veness asintió con semblante grave.
—Ya. Gracias. Quería estar seguro, y en estas circunstancias no podía confiar totalmente en lo que Corv y los otros dijeron. —Se dirigió hacia la puerta—. Espero que pases una buena noche. Te veré de nuevo por la mañana. —Y la puerta se cerró tras él.
Índigo lanzó un lento y prolongado suspiro mientras los pasos de Veness se desvanecían por las escaleras. Livian se había dirigido al otro extremo de la habitación para atizar el fuego y añadir más leña. Cuando se enderezó, Índigo le dijo:
—Lamento causaros tantos inconvenientes.
Livian la miró, de un modo un tanto curioso le pareció, y repuso:
—No digas tonterías. Cualquiera de esta zona habría hecho lo mismo. O casi cualquiera.
—Veness... ¿Es él... el cabeza de familia?
Livian vaciló. Luego dijo:
—Sí; supongo que lo es. Es el hijo de mi hermano, ¿sabes?, y... —Se interrumpió, aparentemente aliviada, al oírse nuevas pisadas en la escalera y que alguien llamaba a la puerta con los nudillos. La puerta se abrió y Grimya entró corriendo; miró ansiosa a su alrededor, luego vio a Índigo y se precipitó hacia ella.
«¡Índigo! ¡Dijeron que estabas bien, pero no sabía, si podía creerles!» Meneando la cola se alzó sobre las patas traseras para lamerle el rostro, Índigo la abrazó.
— ¡Grimya!
Y en silencio, de modo que Livian no pudiera oírla, añadió:
«Estoy bien, cariño, y me siento estupendamente. No tienes por qué preocuparte.»
Vio que tras Grimya había entrado una jovencita regordeta de aspecto ordinario, que llevaba una pesada bandeja. La curiosidad brillaba en sus ojos color de avellana, pero Livian sólo le dio la oportunidad de echar una breve ojeada a la forastera antes de despedirla.
—Aquí está. —Empujó a Grimya a un lado con firmeza y colocó la bandeja en equilibrio sobre el lecho—. Bébete este caldo, luego debes intentar dormir hasta mañana. —Dirigió una rápida mirada hacia la ventana—. Sólo la Madre sabe el tiempo que seguirá soplando esta ventisca. Me da la impresión de que seguirá igual algunos días todavía. Así que —se dio la vuelta, con expresión ligeramente divertida—, disfrutarás de nuestra hospitalidad durante un tiempo, quieras o no.
El caldo olía muy bien y era suculento, Índigo vio que tenía cebada, tubérculos y resultaba bastante apetitoso como para superar la ligera sensación de náusea que aún sentía.
—Me siento muy agradecida —declaró. Luego añadió como si se le acabara de ocurrir—: Aunque no conozco el nombre de la familia con la que estoy en deuda.
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