Louise Cooper - Nocturno

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—¿Cómo es eso? —Constan frunció el entrecejo.

—No iremos en busca del demonio. Lo atraeremos aquí, a buscarnos. He pensado en ello, y creo que es la forma más segura de conseguir nuestros fines. —Ahora sus ojos sí que respondieron a Fran, pero de forma fugaz y con una advertencia para que no interviniera—. Tengo una idea para una trampa, y estoy segura de que saldrá bien.

—¿Qué clase de trampa? —Constan empezaba a mostrarse interesado.

Se produjo una pausa, y luego Índigo dijo:

—Una representación completa de la Compañía Cómica Brabazon.

La segunda pausa fue bastante más larga que la primera. Luego Constan repuso:

—Cielos, muchacha. ¿De qué estás hablando?

Las miradas de Índigo y Fran se cruzaron de nuevo, y esta vez la advertencia de la muchacha se vio reforzada por un rápido gesto negativo de su mano.

—Constan —siguió—. No es mi intención parecer arrogante, pero poseo una mejor idea de qué es aquello a lo que nos enfrentamos. Conozco la naturaleza de nuestro adversario, y creo, creo, que también conozco la forma en que podemos vencerlo. Lo que voy a decir

puede que te suene a locura; pero he de pedirte que confíes en mí.

—Chica, confío en ti, ya sabes que sí. —Constan estaba perplejo—. Pero esto..., la verdad es que no comprendo. ¿Qué puede tener que ver uno de nuestros espectáculos con esta brujería?

—En potencia, todo. —Índigo le devolvió sin parpadear la intimidatoria mirada—. En nuestros espectáculos nuestra intención es ofrecer al público una ilusión, e imponerla sobre la realidad de nuestras vidas. Lo que tengo en mente es hacer todo lo contrario: imponer la realidad sobre un mundo de ilusión.

Profundas inhalaciones procedentes de Fran y Esti le dijeron que ellos la comprendían. Tanto mejor; pero Constan había fruncido aún más el entrecejo.

—¿Ilusión? —dijo picajoso—. ¿Realidad? ¿Qué clase de rimbombantes tonterías son ésas?

—No son ninguna tontería, Constan —replicó Índigo, sacudiendo la cabeza con suavidad—. Al menos, le rezo a la Diosa para que no lo sean. Durante nuestros viajes, Fran y Esti y yo hemos aprendido mucho sobre este mundo. Perdóname, pero hemos aprendido mucho más que tú, y...

Fran no pudo permanecer en silencio por más tiempo e interpuso:

—¡Es cierto, papá! Lo sabemos: todo en este mundo es una ilusión, no es real...

Constan se revolvió contra él. Se sentía confundido, y la confusión dio origen al miedo, y el miedo por su parte dio paso a la beligerancia.

—¡Cállate, muchacho! —refunfuñó—. ¿Qué sabes tú de nada? ¡Ilusiones, nada menos! ¡Nunca he oído nada semejante!

Escocido e insultado por tan arrogante rechazo, Fran abrió la boca para replicar, pero Índigo intervino al instante para impedírselo.

—Constan, comprendo tus sentimientos —dijo. Algo en su voz hizo que tanto Constan como Fran se detuvieran—. Y no voy a intentar explicar lo que quiero decir con palabras. —Vaciló—. Hace unos minutos has dicho que confías en mí. Te pido, pues, que no dudes, y me des al menos la oportunidad de probarte mi teoría.

—¡Papá, por favor, escúchala! —lo instó Esti, poniéndose en pie de un salto y aferrándose al brazo de Constan—. No tienes nada que perder.

Constan empezó a titubear; pero no se sentía muy dispuesto a capitular.

—No comprendo —dijo en un tono medio agresivo, medio suplicante—. ¡No veo de qué pueda servir! —Se volvió y señaló el improvisado lecho con una mano—. ¿Cómo puede ayudar a mi Cari? ¿Cómo puede devolverme a mis otros hijos?

—No puedo prometerte nada, Constan —repuso Índigo al tiempo que se humedecía los labios—. Pero creo que si seguimos mi plan, acabaremos con el poder que el demonio ejerce sobre ella... y sobre todos los habitantes de Bruhome. Fran comparte mi creencia, y también Esti —les dirigió una rápida mirada y ambos asintieron con energía—. Y te necesitamos junto a nosotros, Constan. Eres el núcleo de la Compañía Cómica Brabazon; tu papel es vital. ¡Tienes que... necesito que... idees una función que sea la más espectacular que Bruhome haya presenciado jamás!

Se hizo el silencio. Constan clavó los ojos en Índigo, en un esfuerzo por comprender, por obtener aunque sólo fuera un destello de lo que significaba aquella estrafalaria petición: pero la comprensión estaba fuera de su alcance. Miró a sus dos hijos. También ellos contemplaban a Índigo, pero en lugar de compartir su desconcierto, sus rostros reflejaban una total confianza; y, bruscamente, Constan dejó caer los hombros en señal de derrota.

—De acuerdo. —Se restregó la barbilla con los dedos de una mano—. De acuerdo, chica; no voy a discutir contigo. Con ninguno de vosotros. —Frunció el rostro por un breve instante y lanzó una dolorida mirada a Fran y a Esti—. Si eso es lo queréis que haga, supongo que no tengo más remedio que estar de acuerdo. De lo contrario lo haréis sin mí, ¿no es así? —Vio la confirmación a sus palabras en los ojos de los dos jóvenes—. Sí, ya lo pensé. Y la Madre de la Cosecha sabe qué barbaridades podríais cometer. Muy bien, me sobrepasáis en número, de modo que me rindo. ¡Pero que me maten si no creo que os habéis vuelto completamente locos!

Índigo lanzó un suspiro de alivio. La capitulación de Constan era forzada, su avenencia precaria; pero ella había obtenido su promesa de cooperar y de momento eso era suficiente.

—Gracias —dijo con entusiasmo, y Esti coincidió con ella, inclinándose hacia adelante para besar a su padre en la mejilla. Fran no dijo nada, se sentía todavía algo resentido por la bronca recibida de Constan, pero a regañadientes asintió con la cabeza.

—Muy bien, pues. —Constan cruzó los brazos sobre el pecho y miró testarudo a cada uno de ellos por turno—. Nadie puede decir que Constan Brabazon hace las cosas a medias. —Su mirada se posó ahora sobre Índigo—. ¿Qué clase de función quieres?

—La mejor que hayamos hecho jamás —repuso Índigo al momento.

—¿Con sólo nosotros cuatro para representarla? Eso es pedir mucho. ¿Y cómo, si se me permite preguntarlo, se supone que regresaremos a las carretas para recoger nuestros accesorios y vestuario, con esas... —indicó con un gesto la plaza que se veía por la ventana—... con esas cosas ahí fuera?

—No los necesitaremos. Todo lo que precisaremos está aquí dentro de esta habitación con nosotros. Incluidos tantos actores como queramos.

La expresión de Constan se alteró y farfulló:

¿Qué? Mira, muchacha...

Índigo lo interrumpió antes de que el mal genio de Constan tuviera tiempo de hacerse oír.

—Ven a la ventana.

Había esperado no tener que hacerlo, al menos aún no; pero ahora comprendió que su esperanza había sido vana. La paciencia de Constan y su aquiescencia a dejarse manipular se acababan allí. Habían conseguido chantajearlo para que aceptara colaborar en su plan hasta un cierto punto; pero más allá de aquel límite su credibilidad había sobrepasado la medida y por allí ya no pasaba. La muchacha ya no se atrevía a seguir utilizando el guante de seda o perdería el terreno ganado. Constan tenía que ver la verdad por sí mismo.

—Por favor, Constan. Haz lo que te pido. —Su voz era dura—. Sólo por esta vez.

Durante un tenso momento Constan siguió mirándola furioso. Luego, despacio, se adelantó, e Índigo reunió toda la fuerza de voluntad de que fue capaz, mientras rogaba en silencio que no se hubiera equivocado y aquello saliera bien.

—Primero, necesitamos luces —anunció la joven, y se volvió hacia la ventana.

Abajo, en la plaza, aparecieron de la nada seis retazos de pálida y parpadeante luz naranja. Todavía resultaban débiles e inestables, pero la muchacha se concentró con más fuerza, y de repente la perezosa luz trémula se convirtió en seis llamaradas que se alzaron hacia el firmamento desde la parte superior de los postes en seis llamaradas que se alzaron hacia el firmamento desde la parte superior de los postes de las antorchas.

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