Louise Cooper - El Proscrito

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CAPÍTULO 15

La música de la galería era lo bastante fuerte para ahogar cualquier ruido de más allá de las macizas puertas del comedor, y los intérpretes habían trocado las piezas lentas y formales por música de baile más ligera pero también más vigorosa. Unas pocas parejas habían salido ya a la pista y el baile iría en auge en el transcurso de la noche, continuando hasta la madrugada, cuando se serviría vino caliente con especias antes de terminar el jolgorio.

De momento, Keridil no advirtió que dos hombres habían entrado en el salón y se abrían apremiantemente paso entre la multitud. Estaba conversando con el padre de Sashka, mientras reflexionaba en privado sobre el éxito de la velada, y sólo cuando Sashka le tocó el brazo y dijo, con voz extraña, «Keridil...», levantó la mirada y vio a los que se acercaban.

Las expresiones de su semblante eran suficientemente expresivas para decirle que algo andaba mal, y cuando los hombres llegaron hasta él, se puso en pie. Algunos curiosos trataron de escuchar la breve conversación, mantenida en voz baja, pero ni siquiera Sashka se había enterado de ella cuando Keridil se disculpó apresuradamente y salió del comedor con los dos hombres pisándole los talones.

El criado que había dado la voz de alarma estaba sentado en el suelo y apoyado la espalda en la pared del corredor, tapándose la cara con las manos y temblando a sacudidas, como afectado de parálisis. Un mayordomo estaba agachado junto a él, hablándole en voz baja y apremiante, mientras otro hombre, de rostro pálido, intentaba cubrir un cuerpo con su capa. Había sangre en el suelo y en la pared, y una fea y oscura mancha se estaba extendiendo en la capa.

—Espera —dijo Keridil al hombre que se disponía a cubrir la cara del cadáver.

El criado se echó atrás y el Sumo Iniciado contempló a la víctima.

No necesitó que Grevard le dijese que Drachea estaba muerto. Los ojos del joven estaban entreabiertos y ciegos y todavía brotaba sangre de su boca, aunque a juzgar por lo que veía, pensó amargamente Keridil, poca debía quedar en su cuerpo. El que le había matado tenía que haberle atacado con la furia de un endemoniado...

Sintió náuseas e hizo una seña al criado para que cubriese de nuevo el cadáver; después se volvió al mayordomo, — ¿Sabe alguien quién lo hizo? — dijo con voz grave y amenazadora.

El mayordomo se puso de pie. — Pirasyn lo ha visto todo, señor, y creo que reconoció al asesino. Pero es difícil sonsacarle algo que tenga sentido.

Keridil asintió con la cabeza y se puso en cuclillas delante del hombre atónito.

— Pirasyn. Soy Keridil Toln. Escúchame. Tienes que ayudarnos, si es que puedes. Trata de recordar a quién viste atacar al heredero del Margrave.

El hombre le miró y tragó saliva, y Keridil trató de sonreír para tranquilizarle.

— Será aprehendido, no temas. Pero le agarraremos antes si puedes decirme ahora quién es él.

Pirasyn tragó de nuevo saliva y después sacudió la cabeza.

—No es él...

—¿No es quién?

Keridil estaba desconcertado.

—El —repitió el hombre—. No es él. Es ella. La muchacha... la que ayudó al demonio. Cabellos blancos. Ojos amarillos... Y aquella cara...

Se tapó de nuevo los ojos y empezó a sollozar.

Keridil tuvo la sensación de que algo se licuaba en su estómago, y se levantó despacio. ¿2yllan? No era posible..., ¡estaba encerrada bajo llave! La propia Hermana Erminet se lo había asegurado hacía menos de media hora... Pero, imposible o no, tenía también el testimonio de Pirasyn... y una terrible intuición para dar más peso a sus palabras.

Se volvió a los dos hombres que habían ido a buscarle.

—Subid a la habitación donde está esa muchacha; comprobad que sigue allí. ¡De prisa!

Salieron corriendo y, cuando se extinguieron sus pisadas, apareció Sashka, viniendo de la dirección del vestíbulo principal.

— ¡Keridil! ¿Qué tengo que hacer?

El fue a su encuentro y la detuvo, sujetándola por los hombros, para que no viese la carnicería.

— Amor mío, no tenías que haberme seguido.

Ella miró serenamente atrás.

—Si has sido arrancado de mi lado por un problema urgente, ¿esperas que siga sentada aguardando dócilmente tu regreso? Quiero ayudarte. Por favor, dime qué ha pasado.

Keridil suspiró.

—No quería que te enterases de esto, pero... Drachea Rannak ha sido asesinado.

Abrió más los adorables ojos, impresionada.

— ¿Asesinado? ¿Aquí, delante de tus propias habitaciones?

Estas palabras le sobresaltaron; no se le había ocurrido pensar

que el lugar del crimen podía ser algo más que una coincidencia, pero ahora empezó a preguntarse si era así. Si Pirasyn había dicho la verdad, había un motivo evidente...

Tomó una antorcha de su soporte en la pared y abrió la puerta de sus habitaciones... Entonces oyó a Sashka brotar de sus labios una maldición ahogada. Corrió tras él y le encontró mirando los estropicios que había hecho Cyllan. Tinta derramada, papeles revueltos...

—¡Keridil! —dijo roncamente ella—. La puerta del armario... ¡La cerradura ha sido forzada!

Keridil lo vio y cruzó corriendo la habitación. Agarró el estuche de estaño y, antes de abrirlo, la tapa rota le dijo lo que encontraría dentro.

—Ha desaparecido —dijo.

— ¿La piedra?

Keridil asintió con la cabeza. El misterio empezaba a aclararse horriblemente, y al mirar Sashka el estuche vacío, dijo con voz suave y cargada de veneno:

— Cyllan...

—Si

El le contó en breves palabras lo que Pirasyn decía haber visto. Jamás le había visto ella tan encolerizado, aunque hacía todo lo posible para dominar su furor, y Sashka no hizo nada para calmarle. Para sus fines sería mejor, pensó, canalizar su cólera...

—Keridil, —dijo, al ver que él estaba a punto de volver al pasillo—, Keridil, estaba pensando...

— ¿Qué?

Lo dijo con más sequedad de lo que había pretendido, pero ella no pareció advertirlo.

—En la Hermana Erminet... Nos dijo que la muchacha estaba encerrada en su habitación. Nos dio su palabra. Creo que nos mintió.

El frunció el ceño.

— No te comprendo. ¿Por qué habría de mentir la Hermana E rminet?

—No lo sé. Bueno..., pensé que podía haberme equivocado, pero ahora ya no estoy segura.

Y le habló de la figura encapuchada que había visto salir de la habitación de Cyllan poco después de que lo hiciera Erminet. Mientras contaba su historia, aunque sin decir que ella misma había registrado la habitación, Keridil contrajo los músculos de la mandíbula y apretó los puños.

— Si está confabulada con ellos... — dijo al fin.

—Es posible, ¿no crees?

Keridil se esforzaba en ser justo, en no dejar que la cólera nublase su juicio, pero la prueba era demasiado sólida para pasarla por alto. Sashka no era una embustera... y Cyllan no había podido escapar sin ayuda.

Oyó pisadas presurosas al otro lado de la puerta y una voz que le llamaba por su nombre. Tomó rápidamente a Sashka de la mano y la hizo salir, en el momento en que llegaban los dos hombres que había enviado en busca de la joven. Jadeaban y sudaban, pero su mensaje no podía ser más claro.

—¿No está, señor! ¡La puerta de su habitación estaba abierta!

Keridil apretó los labios.

—Bien. Reunid a todos los hombres que sean necesarios y cuidad de que estén todos bien armados. Decidles que acudan al comedor lo antes posible. Registraremos el Castillo de un extremo a otro, hasta que la encontremos. Quiero que se monte una guardia en la puerta principal... , ¡ah...!, y que vayan dos hombres a vigilar a su diabólico amante. Apuesto diez contra uno a que él está detrás de todo esto y a que ella tratará de llegar a él. Suceda lo que suceda, ¡no debe conseguirlo! ¿Entendido?

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