Richelle Mead - Succubus

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Súcubo (n.): Demonio seductor, capaz de cambiar de forma, que tienta y proporciona placeres a los mortales de sexo masculino.
Georgina Kincaid es un súcubo y la protagonista de esta historia. En apariencia es una joven veinteañera de estatura media y cabello largo, pero lleva mucho más tiempo en el mundo gracias a la inmortalidad de los seres de su condición. Un súcubo vive gracias a los años de vida que va robando a los hombres con los que se acuesta. Su misión es propagar el mal a través de la tentación carnal, pero Georgina intenta llevar una vida normal y sólo hace sus tareas de súcubo con hombres que no se verán perjudicados por ello. En otras palabras, Georgina no es feliz con su condición de súcubo y por eso trata de llevar una vida humana, con su trabajo en una librería y sus amigos humanos.

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Me quedé callada. Recordé el aspecto de Hugh en el hospital. ¿Impertinente?

– ¿Y qué hay de los otros? -continuó-. ¿Ese ángel tan irritante? ¿El vampiro que te amenazó? Me dieron ganas de partirle el cuello allí mismo. Me libré de ellos por ti. No tenía necesidad.

Me sentí mareada. No quería sus muertes sobre mi conciencia.

– Qué considerado.

– Venga, no te pongas así. Tenía que hacer algo, y además, cuando conocí a tu amigo el vampiro en la clase de baile, al final no pude obligarme a hacerle nada. Me pusiste en una situación comprometida. Estaba quedándome sin víctimas.

– Perdón por las molestias -salté, furiosa con su patética muestra de compasión-. ¿Por eso fuiste clemente conmigo esa noche?

Frunció el ceño.

– ¿A qué te refieres?

– ¡Sabes perfectamente a qué me refiero! -En retrospectiva, mi ataque tenía sentido. Había ocurrido después de estar en Krystal Starz, el día que dejé a Román plantado en el concierto. La excusa perfecta para que se enfadara y buscara venganza-. ¿Te acuerdas? ¿Después del concierto de Doug? ¿Después de que Seth me dejara?

La comprensión se reflejó en sus rasgos.

– Ah. Eso.

– ¿No tienes nada más que añadir?

– Fue una chiquillada, lo reconozco, pero tienes que entenderlo. No fue fácil ver cómo te ponías tierna con Mortensen después de montarme aquella escena. Te había visto ir a casa con él la noche anterior. Debía hacer algo.

Salté de mi asiento, presa de mi antigua aprensión.

– ¿Debías hacer algo? ¿Cómo pegarme una paliza en un callejón?

Román enarcó una ceja.

– ¿De qué me hablas? Ya te he dicho que jamás te haría daño.

– ¿Entonces de qué me hablas tú?

– De la heladería. Llevaba siguiéndoos a los dos todo el día, y cuando vi las carantoñas que le hacías a los postres, me pudieron los celos y abrí la puerta de golpe. Una chiquillada, como decía.

– Lo recuerdo… -Me tambaleé, aturdida, recordando cómo la puerta de la heladería se había abierto de golpe, dejando que el viento del exterior sembrara el caos en el pequeño establecimiento. Semejante ventolera era sin duda poco habitual por estos lares, pero en ningún momento sospeché que pudiera deberse a una influencia sobrenatural. Román tenía razón; había sido una chiquillada.

– ¿Qué es todo eso del callejón? -preguntó. Salí de mi ensimismamiento.

– Más tarde… aquella noche. Había hecho algunos recados, y tú… o alguien… me asaltó cuando me dirigía a casa.

El semblante de Román se tornó glacial, se aceraron sus ojos de aguamarina.

– Cuéntamelo. Cuéntamelo todo. ¿Qué ocurrió exactamente? Así lo hice, explicándole mi hallazgo del libro de Harrington, la consiguiente visita a Krystal Starz, y el regreso a casa en la oscuridad. Omití la parte sobre mi rescatador, sin embargo. No quería que Román supiera que mi relación con Cárter era algo más que superficial, no fuera que el nefilim me considerara un obstáculo para sus planes. Cuanto más creyera que yo no tenía nada que ver con el ángel, más posibilidades tendría de enviarle algún tipo de aviso.

Román cerró los ojos cuando terminé, apoyó la cabeza en la pared y suspiró. De repente, parecía menos un peligroso asesino y más una versión cansada del hombre que había llegado a conocer y amar casi.

– Lo sabía. Sabía que era demasiado pedir que no interfirieran.

– ¿Qué… qué quieres decir? -Una sensación peculiar reptó por mi espalda.

– Nada. Olvídalo. Mira, lo siento. Debería haber tomado medidas de antemano para protegerte. Yo también me di cuenta… al día siguiente. Cuando vine y rompiste conmigo. Podía notar que te habían hecho daño, incluso a través de tu cambio de forma. Sabía que tus heridas eran de origen sobrenatural, pero no sospeché… Pensé que te habrías peleado con otro inmortal… alguien de tu círculo. Tenías una especie de efecto residual… ligeras trazas de otro poder… como el de un demonio…

– Pero eso no es… ah. Te refieres a Jerome.

– ¿Papito querido de nuevo? No me digas… no me digas que él también te ha hecho algo. -La máscara de preocupación de Román se esfumó, reemplazada por algo mucho más siniestro.

– No, no -me apresuré a decir, recordando la bofetada psíquica de Jerome que me había aplastado contra el diván-. No fue así. Fue más bien una demostración de fuerza que me pegó de refilón. No fue él el que me atacó. Él nunca me haría daño.

– Bien. Sigue sin hacerme gracia lo ocurrido en el callejón, te lo aseguro, pero hablaré con el culpable y me aseguraré de que no vuelva a suceder. Cuando te vi ese día, se me pasó por la cabeza la idea de exterminar a todos los inmortales de la zona. Pensar que alguien te había hecho daño… -Se acercó a mí. Vacilante, me dio un apretón en el brazo. No sabía si apartarme o devolverle el gesto. No sabía cómo reconciliar mi antigua atracción con este nuevo terror-. No sabes cuánto me importas, Georgina.

– ¿Entonces cómo… en el callejón…?

Antes de que pudiera completar el pensamiento, otro asomó la cabeza de repente ante las palabras de Román. «Cuando te vi ese día.» Me había visitado el día después del ataque, se había presentado mientras Cárter investigaba una firma de nefilim. Pero eso era imposible. No recordaba dónde había ocurrido aquella firma en particular, pero no había sido en los alrededores. Román no podía haber provocado a Cárter para después llegar a mi apartamento tan deprisa.

«Sabía que era demasiado pedir que no interfirieran… Hablaré con el culpable.»

Comprendí entonces por qué Román creía que podía derrotar a Cárter, por qué no le preocupaba ser menos poderoso que el ángel. La idea se hundió en mí como una bala de plomo, fría y pesada. No sé qué expresión se reflejaba en mi rostro, pero el de Román se suavizó de improviso, compasivo.

– ¿Qué ocurre?

– ¿Cuántos? -susurré.

– ¿Cuántos qué?

– ¿Cuántos nefilim hay en la ciudad?

Capítulo 23

Dos -dijo tras un momento de vacilación-. Sólo dos.

– Sólo dos -repetí con voz ronca, pensando «mierda»-. ¿Incluido tú?

– Sí.

Me masajeé las sienes, preguntándome cómo podía advertir a Jerome y a Cárter de que ahora teníamos dos nefilim de los que preocuparnos. Nadie había mencionado esa posibilidad.

– Alguien debería haberse dado cuenta -musité, más para mí que para Román-. Alguien debería haberlo presentido… habría dos firmas de nefilim distintas. Por eso Jerome sabía que eras tú. Tu firma es única… nadie más la comparte.

– Nadie más -convino Román con una mueca-, excepto mi hermana.

«Mierda.»

– Jerome no mencionó más de un… ah. -Parpadeé, entendiéndolo de repente. Jerome, según él mismo había confesado, no estaba presente cuando se produjo el parto-. ¿Gemelos? ¿O… más? -El archidemonio podría haber engendrado quintillizos, que yo supiera.

Román sacudió la cabeza, enormemente divertido por mis deducciones.

– Sólo gemelos. Sólo nosotros dos.

– ¿Entonces esto es una actividad familiar? Los dos os echáis juntos a la carretera, yendo de una ciudad a otra, sembrando el caos…

– Algo con menos encanto, cariño. Por lo general soy yo solo. Mi hermana intenta pasar desapercibida… pasa más tiempo trabajando, haciendo su vida. No le gusta enredarse en grandes maquinaciones.

– ¿Entonces cómo la involucraste en esto? -De nuevo, pensé en las palabras de Erik, en cómo la mayoría de los nefilim sólo querían que los dejaran en paz.

– Vive aquí. En Seattle. Estamos en su terreno, así que la convencí para que se uniera a mí en el golpe de gracia. Los inmortales inferiores no le interesan.

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