Román seguía pareciendo desconcertado por mi reacción.
– Venga, no me lo puedo creer. Jamás te haría nada. Estoy medio enamorado de ti. Diablos, ¿sabes hasta qué punto has saboteado mi operación?
– ¿Yo? ¿Qué he hecho yo?
– ¿Que qué has hecho? Me has robado el corazón, eso has hecho. Aquel día… ¿cuando me abordaste en la librería? No me podía creer mi suerte. Llevaba observándote toda la semana, ¿sabes?, intentando conocer tus costumbres. Dios, jamás olvidaré la primera vez que te vi. Tu alegría. Tu belleza. Hubiera llegado hasta el fin del mundo por ti en aquel mismo instante. Y luego… ¿cuándo te resististe a salir conmigo después de la sesión de firmas? No me lo podía creer. Al principio ibas a ser mi primer objetivo, ¿sabes? Pero no podía hacerlo. No después de haber hablado contigo. No después de comprender lo que eras.
Tragué saliva, curiosa a mi pesar.
– ¿Qué… qué soy?
Dio un paso hacia mí; una sonrisita maliciosa aleteaba en su rostro apolíneo.
– Un súcubo que no quiere ser un súcubo. Un súcubo que quiere ser humano.
– No, eso no es cierto…
– Por supuesto que lo es. Eres igual que yo. No sigues las reglas del juego. Estás harta del sistema. No dejas que te encasillen en el papel que te ha sido asignado. Dios, cuanto más te observaba, menos podía creérmelo. Cuanto más parecías interesarte por mí, más intentabas alejarte. ¿Crees que eso es normal en un súcubo? Era la cosa más asombrosa que había visto en mi vida… por no decir la más frustrante. Por eso decidí retarte hoy finalmente. No lograba decidir si me habías alejado por mi propio bien o si sencillamente estabas interesada en otra persona… como Mortensen.
– Espera… ¿por eso has organizado este estúpido juego hoy? ¿Para complacer a tu puto ego?
Román se encogió de hombros tímidamente, sin perder su aire de petulancia.
– Qué pueril suena cuando lo pones así. Quiero decir, vale, fue una estupidez. Y puede que un poco infantil, además. Pero tenía que saber sobre quién recaían tus sentimientos. No te imaginas lo conmovedor que ha sido verte tan preocupada por mí… por no mencionar el hecho de que me llamaste a mí antes que a nadie. Eso fue lo mejor, que me dieras prioridad sobre los demás.
Estuve a punto de protestar que en realidad me había preocupado primero por Seth, y si había llamado a Román antes era sólo porque pensé que el escritor ya estaba a salvo. Afortunadamente, tuve la sensatez de cerrar la boca al respecto. Lo mejor sería dejar que Román creyera haber acertado en sus suposiciones.
– Estás chiflado -dije en vez de eso, imprudentemente tal vez-. Ponerme a prueba de esa manera. A mí y a los demás inmortales.
– Es posible. Siento cualquier problema que te haya podido causar, ¿pero en cuanto a los demás? -Sacudió la cabeza-. Les está bien empleado. Se lo merecen, Georgina. Quiero decir, ¿no te cabrea? ¿Lo que han hecho contigo? Es evidente que no estás contenta con tu situación, ¿pero crees que los de las altas esferas van a dejarte cambiar las cosas? No. Como tampoco van a dejarnos en paz a mí y a los míos. El sistema tiene fallos. Están encerrados en su puta mentalidad de «esto está bien» y «esto está mal». Sin grises. Sin mutabilidad. Por eso me dedico a hacer las cosas que hago. Necesitan que alguien les abra los ojos. Tienen que darse cuenta de que hay mucho más entremedias de los extremos del pecado y la salvación. Algunos de nosotros seguimos luchando.
– Te dedicas… ¿Lo haces a menudo? ¿Salir a matar?
– No, tampoco tan a menudo. Cada veinte o cincuenta años, más o menos. A veces dejo pasar un siglo entero. Hacerlo me purifica durante algún tiempo, y luego, con el paso de los años, empiezo a cabrearme de nuevo con todo el sistema y asoló un sitio nuevo, un nuevo grupo de inmortales.
– ¿Sigues siempre la misma pauta? -Recordé los símbolos de Jerome-. ¿La fase de advertencia… después la fase de agresión? Román se animó.
– Vaya, vaya, has hecho los deberes. Sí, generalmente funciona así. Primero elimino unos cuantos inmortales inferiores. Son objetivos sencillos, aunque siempre me siento un poco culpable al respecto. En realidad, son tan víctimas del sistema como tú y yo. Sin embargo, meterme con ellos pone nerviosos a los inmortales superiores, y así se prepara el escenario para pasar a la atracción principal.
– Jerome -declaré con gesto serio.
– ¿Quién?
– Jerome… el archidemonio de la zona. -Vacilé-. Tu padre.
– Ah. Él.
– ¿Qué significa eso? Es como si no fuera importante.
– En el gran orden de las cosas, no lo es.
– Bueno… pero es tu padre…
– ¿Y qué? Nuestra relación… o ausencia de la misma… en realidad no cambia nada.
Jerome había dicho exactamente lo mismo acerca de Román. Desconcertada, me senté en el brazo de una silla cercana; parecía que mi inminente destrucción no era tan inminente, después de todo.
– ¿Pero él no es… no es el «verdadero objetivo»… el inmortal superior que has venido a matar?
Román sacudió la cabeza, serio de repente.
– No. No es así como funcionan las cosas. Después de terminar con los inmortales inferiores, me concentro en los peces gordos de la zona. La verdadera cúpula del poder. Eso suele poner nerviosa a mucha más gente. Más impacto psicológico, ¿sabes? Si consigo eliminar a la figura principal, les preocupará que nadie esté a salvo.
– Entonces, ése sería Jerome.
– No, no -repuso pacientemente-. Archidemonio o no, mi ilustre padre no es la fuente de poder definitiva de los alrededores. No me malinterpretes; es gratificante mearme en su territorio, por así decirlo, pero hay alguien que lo supera. Probablemente no lo conozcas. No es que tengas motivos para codearte con él ni nada.
¿Alguien más poderoso que Jerome? Sólo podía ser…
– Cárter. Vas detrás de Cárter.
– ¿Así se llama? ¿El ángel de la zona?
– ¿Es más fuerte que Jerome?
– Considerablemente. -Román me observó con curiosidad-. ¿Lo conoces?
– He… Oído hablar de él -mentí-. Como tú has dicho, no me codeo con él.
En realidad, mi mente trabajaba desbocada. ¿Cárter era el verdadero objetivo? ¿Cárter, tan moderado y sardónico? Me costaba creer que fuera más poderoso que Jerome, aunque lo cierto era que apenas si sabía nada de él. Ni siquiera sabía a qué se dedicaba, cuál era su trabajo o misión en Seattle. Sin embargo, si algo era evidente para mí -y sólo para mí, al parecer- era que si el ángel realmente superaba a Jerome, entonces Román no podría hacer nada contra él, no si era cierto que los nefilim no podían ser más poderosos que sus padres. En teoría, Román debería ser incapaz de hacer daño tanto al ángel como al demonio.
Opté por no mencionar este hecho, no obstante… ni el hecho de que conocía a Cárter mejor de lo que Román se imaginaba. Cuanto más equivocado estuviera, más posibilidades tendríamos de hacer algo contra él.
– Bien. En realidad no pensaba que un súcubo hiciera demasiadas buenas migas con un ángel, pero tratándose de ti, es difícil saberlo. Aunque tengas la lengua afilada, todavía te las apañas para conseguir un montón de admiradores. -Román se relajó ligeramente y se apoyó en una pared, cruzándose de brazos-. Sabe Dios que me las he visto y deseado para evitar a tus amigos.
La rabia me ayudó a combatir el miedo.
– ¿En serio? ¿Y qué hay de Hugh?
– ¿Ése quién es?
– El diablillo.
– Ah, sí. Bueno, tenía que seguir dando ejemplo, ¿no? Así que, en fin, le di un ligero repaso. Había sido impertinente contigo. Pero no lo maté. -Me miró con lo que supuse que era una expresión de aliento-. Lo hice por tu bien.
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