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Margaret Weis: La Reina de la Oscuridad

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Margaret Weis La Reina de la Oscuridad

La Reina de la Oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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La guerra contra los dragones siervos de la Reina de la Oscuridad sigue su curso. Armados con los misteriosos y mágicos Orbes de los Dragones y con la resplandeciente Dragonlance, los compañeros se convierten en la esperanza del mundo. Pero ahora, cuando amanece un nuevo día, los oscuros secretos que han ensombrecido los corazones de este grupo de amigos salen a la luz. La traición, el engaño, la debilidad estarán a punto de destruir todo lo que ya han conseguido. Les queda por librar la más grande de las batallas: cada uno consigo mismo. Y al final, serán héroes.

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—¿Puede saberse qué deseas? —preguntó entre bostezos—. Ya te he dicho que hoy no podemos zarpar. El mar está...

—Tenemos que hacerlo —la atajó Tanis.

—Mira —replicó la capitana recordándose ahora a sí misma que era un pasajero de pago para conservar la calma—, si tienes problemas no estoy dispuesta a que me utilices para resolverlos. No arriesgaré ni mi barco ni mi tripulación...

—No soy yo quien está en apuros, sino tú —replicó el semielfo paralizándola con los ojos.

—¿Yo? —repitió perpleja.

Tanis juntó las manos sobre la mesa y bajó la mirada. Las bruscas e incesantes sacudidas de la embarcación amarrada a su ancla, combinadas con el agotamiento de los últimos días, le producían náuseas. Al ver el tono verdoso que adquiría su tez oculta tras la barba, y los oscuros cercos que enmarcaban sus ausentes ojos, Maquesta pensó que había visto cadáveres de aspecto más saludable que el que presentaba el semielfo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó tensa.

—F-fui capturado por un Señor del Dragón ha—hace tres días —balbuceó Tanis en un susurro, sin apartar la vista de sus manos—. No, «capturado» no es la palabra exacta. Su— puso que era uno de sus hombres a causa de este uniforme, y me ordenó que lo acompañara a su campamento. Estuve con él t—tres jornadas completas, y d—descubrí algo. Sé por qué el Señor del Dragón y su ejército están registrando todo Flotsam. He averiguado qué o, mejor dicho, a quién buscan.

—¿De verdad? —lo atajó Maquesta, sintiendo que el temor la invadía como una enfermedad contagiosa—. No creo que sea a ningún tripulante del Perechon.

—Te equivocas, persiguen al timonel. —al fin Tanis levantó la vista—. A Berem.

—¡A Berem! —exclamó Maquesta sin dar crédito a lo que oía—. ¿Por qué? Es un pobre mudo, ¡un retrasado! No niego su habilidad como piloto, pero eso es todo. ¿Qué puede haber hecho para provocar semejante despliegue de fuerzas contra él?

—Lo ignoro —confesó Tanis sin cesar de luchar contra sus náuseas—. No logré enterarme, ni estoy seguro de que ellos lo sepan tampoco. Pero han recibido órdenes de encontrarlo a cualquier precio y llevarlo vivo a presencia de —cerró los ojos para evitar los efectos de los agitados fanales—, la Reina de la Oscuridad.

Las primeras luces del alba se proyectaron en rayos rojizos sobre la embravecida superficie del océano. Por un instante iluminaron la bruñida tez negra de Maquesta, y un ígneo resplandor brotó de los pendientes de oro que le colgaban hasta casi rozar sus hombros. Nerviosa por la revelación del semielfo, la capitana se mesó la densa mata de cabello azabache. De pronto se le hizo un nudo en la garganta y balbuceó a la vez que un estremecimiento recorría sus vísceras.

—Nos desharemos de él. Lo dejaremos en tierra y contrataré a otro timonel.

—¡Escucha! —le urgió Tanis , agarrándola por el brazo para obligarla a mantener la calma—. Quizá ya sepan que está a bordo. Y, aunque no sea así, si lo capturan no te librarás de su castigo. Una vez descubran que ha navegado en esta embarcación, y te aseguro que lo descubrirán pues utilizan métodos capaces de hacer hablar incluso a un mudo, os arrestarán a ti y a toda tu tripulación. Puedes imaginarte que si caes en sus manos estás perdida.

Soltó su brazo, no le restaban fuerzas para inmovilizarlo por más tiempo.

—Siempre han actuado del mismo modo —continuó tras una breve pausa—. Lo sé porque me lo contó el Señor del Dragón. Han destruido pueblos enteros, torturado y asesinado a sus habitantes. Cualquiera que haya mantenido relación alguna con ese hombre está sentenciado, pues temen que el mortífero secreto que guarda con tanto celo haya sido revelado y eso es algo que no van a permitir.

—No puedo creer que te refieras a Berem —dijo Maquesta sentándose y observando, aún incrédula, a Tanis.

—No han podido entrar en acción a causa de la tormenta —explicó el semielfo con voz apagada—, y además, el Señor del Dragón tuvo que ir a Solamnia para librar una batalla. Pero esa... ese individuo volverá hoy de su misión, y entonces... —No fue capaz de concluir. Hundió la cabeza entre sus manos en el mismo instante en que un temblor incontrolable agitaba su cuerpo.

Maquesta lo miró sumida en un mar de dudas. ¿Era cierta su historia, o la había fraguado su imaginación para inducirla a que lo alejase de algún peligro? Al verle postrado en una condición lamentable sobre la mesa, pronunció un reniego. Era un juez avisado, no le quedaba otro remedio si quería controlar a sus toscos tripulantes, y comprendió que el semielfo no mentía. Al menos, no del todo. Sospechaba que le había ocultado ciertos detalles pero el relato de Berem, por extraño que resultase, revestía visos de verismo.

Pensó, incómoda, que todo aquello tenía sentido, y se maldijo a sí misma. Ella que presumía de su buen juicio, de su sapiencia, había permanecido ciega ante la enigmática figura de Berem. ¿Por qué? Sus labios se torcieron en una mueca burlona. Aquel hombre le gustaba, tenía que admitirlo. Era como un niño, cándido y alegre, y su peculiar carácter le había hecho pasar por alto su reticencia a desembarcar, su miedo a los extraños, su deseo de trabajar con piratas a pesar de haber renunciado siempre a los botines que capturaban. Se mantuvo unos momentos inmóvil, fundiéndose con el balanceo de su nave. Luego se asomó al exterior y contempló como el áureo reflejo del sol se borraba de la blanca espuma para desaparecer por completo, engullido por las densas nubes grisáceas. Sería peligroso salir a alta mar, pero si el viento soplaba en su dirección.

—Prefiero hallarme en medio del océano —murmuró, más para sí misma que para el maltrecho Tanis—, antes que quedar atrapada en tierra como una rata.

Resuelta a ponerse en movimiento, Maq se levantó y se encaminó a la puerta. Pero oyó un gemido procedente de Tanis y, girando la cabeza, lo miró compadecida.

—Vamos, semielfo —le susurró, no sin cierta amabilidad, mientras rodeaba con sus brazos y lo ayudaba a incorporarse—. Te sentirás mejor en cubierta, al aire libre. Además, debes explicar a tus compañeros que la nuestra no va a ser una placentera travesía por el océano. ¿Conoces el riesgo que todos corremos?

Tanis, apoyado en Maquesta, asintió con la cabeza antes de enfilar el oscilante pasillo inferior.

—No me lo has contado todo, de eso estoy segura —le susurró la capitana cuando, tras cerrar de un puntapié la puerta de su camarote, condujo a Tanis hasta la escalerilla que debía trepar para ascender a la cubierta principal. Sé que no es Berem la única criatura a quien busca el Señor del Dragón. Pero presiento que éste no es el primer temporal que capeas con tu grupo, y espero por el bien de todos que no se esfume vuestra suerte.

El Perechon inició su singladura por el embravecido mar. Navegando con pocas velas desplegadas, la embarcación parecía avanzar despacio pues tenía que luchar contra las olas para cubrir cada braza. Por fortuna el viento soplaba a su favor, en violentas ráfagas del suroeste que la empujaba rumbo al Mar Sangriento de Istar. Como los compañeros se dirigían a Kalaman, situada al noroeste de Flotsam y detrás del cabo de Nordmaar, apenas tenían que desviarse de la trayectoria que trazaban las corrientes aunque el navío debía describir una curva abierta. De todos modos, a Maquesta no le importaba permanecer alejada de tierra, en realidad era lo que pretendía.

Le anunció a Tanis que incluso existía la posibilidad de poner rumbo noreste y arribar a Mithas, lugar natal de los minotauros. Aunque algunas de estas criaturas luchaban en las filas de los ejércitos de los Dragones, en su mayoría no habían querido jurar lealtad a la Reina de la Oscuridad. Según Koraf los minotauros exigían el control absoluto de la zona oriental de Ansalon como recompensa por sus servicios, y esta jurisdicción había sido asignada a un nuevo Señor del Dragón, un goblin llamado Toede. A su raza no le agradaban ni los humanos ni los elfos, pero en este preciso momento tampoco se hallaban en buenas relaciones con los Señores de los Dragones de modo que Maq y su tripulación podían refugiarse en Mithas, donde estarían a salvo, al menos durante un tiempo.

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