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Margaret Weis: La Reina de la Oscuridad

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Margaret Weis La Reina de la Oscuridad

La Reina de la Oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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La guerra contra los dragones siervos de la Reina de la Oscuridad sigue su curso. Armados con los misteriosos y mágicos Orbes de los Dragones y con la resplandeciente Dragonlance, los compañeros se convierten en la esperanza del mundo. Pero ahora, cuando amanece un nuevo día, los oscuros secretos que han ensombrecido los corazones de este grupo de amigos salen a la luz. La traición, el engaño, la debilidad estarán a punto de destruir todo lo que ya han conseguido. Les queda por librar la más grande de las batallas: cada uno consigo mismo. Y al final, serán héroes.

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—¡Detente, Raistlin! —gritó el hombre derribado. Al reconocer la voz Caramon sujetó a su hermano, agitando todo su cuerpo para romper su concentración.

—¡Raist! ¡Es Tanis!

El mago se estremeció y salió de su trance, dejando caer sus brazos junto a los costados. Pero le asaltó un acceso de tos que le obligó a abrazar su pecho.

Caramon miró con ansiedad a su gemelo, quien le invitó; a alejarse con un gesto de la mano. Obediente, el guerrero desvió su atención hacia el semielfo y se agachó para ayudarle a incorporarse.

—¡Tanis! —exclamó, al mismo tiempo que lo estrechaba; en un fuerte abrazo que casi lo dejó sin resuello—. ¿Dónde has estado? Nos tenías muy preocupados. ¡Por todos los dioses, te vas a congelar! Voy a azuzar el fuego. Raist —añadió volviéndose hacia su hermano —, ¿seguro que te encuentras bien?

—No te preocupes por mí —Susurró el mago, que se había sentado en el lecho para tratar de recobrar el ritmo normal de su respiración. Sus ojos lanzaban áureos destellos a la luz de la fogata mientras observaba cómo el semielfo se acurrucaba agradecido junto a las llamas—. Deberías avisar a los otros.

—Ahora mismo.

—Te aconsejo que antes te vistas —comentó Raistlin con su habitual causticidad.

Encendido el rostro en un intenso rubor, Caramon se apresuró a ponerse unos calzones de cuero. Tras embutirse en ellos, deslizó una camisa por su cabeza y salió al pasillo, cerrando la puerta con suavidad. Tanis y Raistlin le oyeron golpear con los nudillos la puerta de la pareja de las Llanuras. Resonó en el aire la enfurecida voz de Riverwind, seguida por la precipitada explicación del guerrero.

Tanis miró a Raistlin por el rabillo del ojo y, al ver los relojes de arena que formaban sus pupilas fijos en él con expresión inquisidora, se volvió turbado hacia el fuego.

—¿Dónde has estado, semielfo? —preguntó el mago en un quedo Susurro.

—Fui capturado por un Señor del Dragón —respondió Tanis tragando saliva, antes de acabar de recitar la explicación que tenía preparada—. Me tomó por uno de sus oficiales y me ordenó que lo escoltase hasta llegar junto a sus tropas, que están acampadas en los aledaños de la ciudad. Tuve que obedecerle, de lo contrario habría sospechado. Al fin esta noche he podido escabullirme.

—Interesante —farfulló Raistlin entre toses.

—¿Qué es interesante? —le interrogó Tanis con una penetrante mirada.

—Nunca antes te había oído mentir, semielfo. Encuentro esta situación fascinadora.

Tanis abrió la boca, pero antes de que acertase a replicar Caramon regresó seguido por Riverwind, Goldmoon y Tika, que bostezaba para alejar el sueño.

Goldmoon corrió hacia el recién llegado y se apresuró a abrazarlo.

—¡Amigo! —exclamó con voz entrecortada, sin dejar de estrechar su cuerpo—. Nos has tenido muy preocupados...

Riverwind estrechó la mano de Tanis, y la severa expresión de su rostro se ensanchó en una sonrisa. Tiró suavemente del brazo de su esposa y la apartó del semielfo, pero sólo para ocupar su lugar.

—¡Hermano! —vociferó en que-shu, el dialecto de los habitantes de las Llanuras, mientras lo apretaba contra sí—. Temíamos que te hubieran capturado, que estuvieras muerto. No sabíamos...

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Tika con curiosidad, a la vez que también ella se acercaba para dar la bienvenida a Tanis.

El semielfo lanzó a Raistlin una mirada de soslayo, pero este último se había reclinado sobre su dura almohada y tenía los ojos fijos en el techo, indiferente al parecer a la conversación.

Tras aclarar a conciencia su garganta, sabedor de que el mago lo escuchaba, Tanis repitió su historia. Los otros siguieron el relato con continuas muestras de interés y simpatía, formulando numerosas preguntas. ¿Quién era el Señor del Dragón? ¿Contaba con un ejército numeroso? ¿Dónde se había instalado? ¿Qué hacían los draconianos en Flotsam? ¿Acaso buscaban al grupo? ¿Cómo había escapado Tanis?

El semielfo contestó haciendo gala de una gran soltura. Al Señor del Dragón apenas lo había visto, ignoraba quién era. El ejército no era muy nutrido, y había acampado en las afueras de la ciudad. Los draconianos, en efecto, buscaban a alguien, pero no a ellos; perseguían a un nombre llamado Berem, o algo parecido.

Al mencionar este nombre Tanis clavó una fugaz mirada: en Caramon, pero el fornido guerrero no dio muestras de reconocerlo y el semielfo suspiró aliviado. O bien no recordaba al humano que había visto remendar el velamen del Perechon, o bien ignoraba su identidad. En cualquier caso, su actitud le tranquilizó.

Los otros asintieron, absorbidos por su relato. Tanis fue relajando su tensión, aunque Raistlin le inquietaba pero, no tenía que preocuparse pues poco importaba lo que el mago pudiera decir o pensar. Cualquiera de los compañeros creería antes en sus palabras que en las del enigmático hechicero, incluso si pretendía afirmar que el día era noche. Sin duda Raistlin lo sabía, y éste era el motivo por el que no intentó proyectar la sombra de la duda sobre la historia: que ahora narraba. De todos modos, el semielfo se sentía avergonzado. Temía que le formulasen más preguntas que habían de enfangarle aún más en aquel interminable río de embustes, así que bostezó y gimió aparentando un agotamiento insuperable.

Goldmoon se levantó de inmediato, con gesto apesadumbrado.

—Discúlpanos, Tanis, hemos sido egoístas contigo —dijo dulcemente—. Te abruman el frío y el cansancio y nosotros te obligamos a hablar sin tregua. Debes dormir. Mañana tenemos que levantamos temprano para embarcar.

—¡No seas necia, Goldmoon! ¡No podremos zarpar en medio de semejante tormenta! —le espetó Tanis.

Todos lo miraron perplejos, incluso Raistlin se incorporó en su lecho. El reproche empañó los ojos de Goldmoon, a la vez que sus rasgos se endurecían como si quisieran recordarle que nadie debía hablarle en aquellos términos. Riverwind se acercó a ella con expresión turbada.

El silencio se hizo tenso, hasta que al fin Caramon se aclaró la garganta con un brusco carraspeo.

—Si no podemos irnos mañana, lo intentaremos al día siguiente —dijo en tono conciliador—. No te preocupes, Tanis, los draconianos no saldrán mientras dure el mal tiempo. Estamos a salvo.

—Lo sé, y lamento haber hablado así —farfulló No era mi intención ofenderte, Goldmoon. Los nervios me han jugado una mala pasada. Estoy tan agotado que no puedo pensar con claridad, será mejor que vaya a mi habitación y me acueste.

—El posadero se la ha alquilado a otro huésped —explicó Caramon, y se apresuró a añadir—Pero puedes dormir aquí, Tanis, te cedo mi cama.

—No, con el suelo me basta. —Evitando la mirada de Goldmoon, el semielfo empezó a desprenderse de su armadura de escamas con los ojos fijos en los torpes movimientos de sus manos.

—Que duermas bien, amigo —dijo ella con voz queda.

Al captar la preocupación que delataban sus palabras, imaginó que intercambiaba compasivas miradas con Riverwind. El hombre de las Llanuras apoyó la mano en su hombro para darle una cálida palmada, y abandonaron ambos la estancia. También Tika se fue, cerrando la puerta tras desearle un feliz descanso.

—Deja que te ayude —se ofreció Caramon sabedor de que Tanis, poco familiarizado con las armaduras rígidas, tenía dificultad para desabrochar las intrincadas hebillas y correas —. ¿Quieres que vaya a buscarte comida? ¿Quizá un poco de ponche?

—No —respondió Tanis con un esfuerzo de voluntad, aunque satisfecho por liberarse al fin de su metálica prisión. Intentó no pensar que al cabo de unas horas tendría que vestir de nuevo aquel incómodo uniforme, y se limitó a añadir: —Lo único que necesito es dormir.

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