Margaret Weis - Los Caballeros de Takhisis

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La Guerra de la lanza ya es historia. Las estaciones vienen y se van.
Es verano: un verano abrasador como jamás se había visto en Krynn. Afligido por una dolorosa pérdida, el joven mago Palin Majere trata de entrar al Abismo en busca de su tío, el famoso archimago Raistlin. La Reina Oscura ha encontrado nuevos paladines en los Caballeros de Takhisis, seguidores devotos y leales hasta el fin. Un paladín oscuro, Steel Brightblade, cabalga a lomos de un dragón azul para atacar la Torre del Sumo Sacerdote, la fortaleza que su padre defendiera hasta la muerte. En una pequeña isla, los misteriosos irdas se apoderan de un antiguo objeto mágico, la Gema Gris, y lo utilizan para garantizar su propia seguridad. Usha, una joven criada por los irdas, llega a Palanthas y dice ser la hija de Raistlin.
Será un verano mortal, quizás el último verano de Ansalon. Llamas ardientes consumen la hierba seca y Caos, padre de los dioses, regresa. El mundo entero puede desaparecer.

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Steel registraba el cuarto, tanteando las paredes, mirando detrás de los tapices, intentando encontrar otra salida. Usha, medio dormida, se sentaba acurrucada en un sillón con gesto desconsolado. Tasslehoff acariciaba amorosamente su cuchara.

—¡Ésta no es una cuchara cualquiera! —continuó el kender—. Es una sagrada reliquia que le fue entregada a mi tío Saltatrampas por Mishakal en persona. ¿O fue Reorx? Lo he olvidado. Sea como sea, el caso es que funciona. Tú mismo lo viste.

Nadie más había visto a Raistlin. El archimago había venido a él, solamente a él. El cansancio, el dolor, la decepción se desprendieron del joven como una capa desechada. Entraría en el laboratorio. El camino estaba preparado. Como se había dicho en una ocasión de Raistlin Majere:

«Las puertas se abrirán a su paso.»

—A ver, deja que eche otro vistazo. —Palin le cogió la cuchara a Tas y la examinó. Era exactamente igual que el resto de las cucharas que había sobre la mesa—. Tienes razón, tío Tas —dijo suavemente—. Es un artefacto sagrado. Sumamente sagrado, efectivamente.

27

Recelos. Introspección. El laboratorio de Raistlin

Salieron del cuarto de Dalamar, y Tas encabezó la marcha hacia el laboratorio, con la cuchara de plata enarbolada audazmente ante sí.

A Steel no le hacía gracia tener al kender como compañero, pero Palin —para sorpresa y cólera del caballero— no intentó disuadirlo.

—Sólo un kender puede utilizar la magia de la Cuchara Kender de Rechazo —dijo el joven mago con un esbozo de sonrisa.

—Tú y yo sabemos que esa cuchara no es mágica —replicó Steel.

—Viste cómo hizo retroceder al espectro —contestó Palin.

—¿Lo vi? ¿O es lo que quieres que crea que vi?

Palin eludió la pregunta.

—Llevaremos al kender con nosotros y lo vigilaremos. ¿O prefieres que nos siga a su aire? «Nunca des la espalda a un kender», es un dicho de los enanos.

—¿De veras? —La voz de Steel era fría—. Creía que era: «Nunca des la espalda a un mago».

Los ojos incorpóreos parpadearon, llamearon y después desaparecieron.

Una cuchara sostenida por un kender no podía repeler a semejantes espectros. Steel lo sabía, y también lo sabía Palin. El joven mago estaba de repente muy ansioso por llegar a su destino. Sus dudas, sus temores, habían sido dejados de lado. Se lo veía relajado, seguro de sí mismo. Algo había ocurrido; había visto algo, había recibido alguna señal, pero Steel no sabía qué. ¿Era el joven mago mucho más poderoso de lo que le había dado a entender? ¿Era esta extraña mujer de ojos dorados parte de una confabulación? ¿Lo estaban conduciendo a una trampa? El caballero, que jamás había confiado en los magos, decidió tener vigilados de cerca a Palin y a la chica.

Subieron la oscura escalera, girando y girando en una espiral constante que dejaba doloridas las piernas, pegados a la pared para evitar tropezar y caer por el borde al negro vacío. Nadie les salió al paso. Era como si la torre estuviera desierta a excepción de ellos.

El mal afamado laboratorio de la Torre de la Alta Hechicería se encontraba casi en la cúspide. El único Portal al Abismo que quedaba estaba dentro del laboratorio.

Quizá.

—Háblame de ese Portal, Majere —dijo Steel mientras subían.

El joven mago parecía muy reacio a hablar.

—Es poco lo que sé —empezó.

—¡Yo sé un montón! —intervino el kender entusiasmado.

Steel hizo caso omiso de él.

—Eres mago, ¿no, Majere? Supongo que os deben enseñar este tipo de cosas en la escuela de magia o dondequiera que estudiéis.

—Sé la historia —respondió evasivamente.

—¡Y yo también! —insistió Tasslehoff—. De hecho presencié gran parte de ella. Estaba con Caramon y con Raistlin cuando Raistlin no era Raistlin, sino Fistandantilus, y entró en el Portal e intentó luchar contra la Reina Oscura, pero fracasó. ¿Te gustaría que te lo contara?

—No —contestó Steel—. Quiero saber cosas sobre el Portal, ya que los dos vamos a entrar en él —añadió intencionadamente al tiempo que observaba con atención la reacción de Palin.

El Bastón de Mago relució con más fuerza sobre el joven, y el caballero vio que éste tenía el rostro encendido y los ojos brillantes, jubilosos.

Al darse cuenta de que la mirada de Steel estaba prendida en él, Palin retiró un poco el cayado de manera que la luz no cayera tan de lleno sobre él.

«Está tramando algo» , se dijo el caballero, que se puso más en guardia.

—¿Vais a entrar en el Abismo? —preguntó Tas, y su voz no sonó tan excitada como lo habría hecho la de cualquier kender ante tal perspectiva—. Espero que sepáis que no es un sitio muy agradable. De hecho es horrible. No estoy seguro de que me apetezca acompañaros.

—Estupendo —dijo Steel—, porque tú no vienes. Sigue con tu historia, Majere.

—Sí, sigue hablando, sea de lo que sea —intervino Usha—. No da tanto miedo cuando alguien habla.

Sin embargo, Palin guardó silencio. Siguieron subiendo hasta llegar a un amplio rellano. Faltos de aliento y con los músculos doloridos, todos se pararon al mismo tiempo, como si se hubieran puesto de acuerdo. La puerta del laboratorio estaba todavía bastante más arriba de donde se encontraban, perfilada por la luz de una antorcha. Se sentaron en el rellano y estiraron las piernas, agradecidos por el descanso.

—¿Qué me dices del Portal? —insistió Steel al tiempo que le daba un codazo a Palin.

—En realidad no hay mucho que contar —repuso el joven, que se encogió de hombros en un gesto despreocupado—. Hace mucho tiempo, existían cinco Portales localizados en cada una de las Torres de la Alta Hechicería. Creados por la magia, los Portales fueron concebidos para proporcionar a los hechiceros un medio de trasladarse de una torre a otra sin tener que gastar sus energías en hechizos de teleportación.

Con la idea de abrir unas puertas entre ellos, los hechiceros no se dieron cuenta de que, accidentalmente, habían creado una ruta de este mundo a otro plano de existencia. Pero Takhisis sí lo vio. Atrapados en el Abismo, ella y sus dragones malignos llevaban mucho tiempo buscando una vía de entrada a Krynn, pero se lo impedían Paladine y sus dragones bondadosos. No obstante, Paladine no tenía mucho control sobre los magos, que, como bien era sabido, actuaban según sus propias reglas.

Takhisis encontró a un Túnica Negra que podría ceder a la tentación. Adoptando la forma de una bellísima mujer, se aparecía al hechicero en sus sueños todas las noches y le susurraba seductoras promesas. El hechicero acabó obsesionado con la encantadora mujer; juró encontrarla y hacerla suya.

«Estoy prisionera en otro plano, en otro tiempo», le dijo Takhisis al hechicero. «Sólo tú, con tu poder, puedes liberarme. Para hacerlo, tienes que cruzar el Portal. Mantén mi imagen en tu mente, y yo te guiaré.»

Palin calló de repente al llegar a este punto. Su rostro, iluminado por la luz del bastón, se había puesto muy pálido.

Yo te guiaré. Las palabras parecían cernidas en el aire.

—¿Qué le ocurrió al hechicero? —preguntó Usha.

—¡Lo sé! ¡Lo sé! —Tas levantó la mano.

Palin notaba seca la garganta y carraspeó antes de proseguir:

—El hechicero, dominado por el deseo, entró en el Portal con la imagen de Takhisis haciendo arder su sangre. Lo que le ocurrió allí nadie lo sabe, pues jamás regresó. Una vez que el Portal estuvo abierto, Takhisis y sus legiones de dragones entraron como un enjambre en Krynn y aquello, según cuenta la leyenda, fue la causa de la Primera Guerra de los Dragones.

»El valeroso Caballero de Solamnia, Huma, expulsó a la Reina Oscura haciéndola regresar al Abismo. Los hechiceros, profundamente avergonzados, trataron de clausurar los Portales. Por desgracia, los magos que los habían creado habían muerto en la Guerra de los Dragones, llevándose con ellos sus conocimientos y su poder. Los hechiceros supervivientes no podían cerrar los Portales, pero sí hacer imposible cruzarlos... o eso creyeron. Así, pusieron como condición indispensable que las únicas dos personas que podían entrar por ellos tenían que ser un Túnica Negra acompañado por un clérigo de Paladine. Una alianza tan tortuosa e inaudita, creyeron, sería impracticable, y de este modo los Portales serían seguros.

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