Margaret Weis - La segunda generación

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Los héroes soñaban con encontrar un refugio seguro en ese río de rápida corriente. Pero el equilibrio del poder eterno siempre es cambiante. La Reina de la Oscuridad fue vencida, pero no destruida. Sus poderes son muchos y la gente es débil. Se olvidan las lecciones del pasado y las aguas del río se vuelven más turbulentas y peligrosas.
Pero no serán los Héroes de la Lanza quienes deberán lanzarse al río revuelto de la guerra que se acerca. Ha llegado la hora para los que son más jóvenes, más fuertes. Es hora de entregar la espada, o el bastón de mago, a quienes serán los héroes de la segunda generación. O a quienes traerán la perdición para esa nueva era.

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Un rayo azul centelleó en medio de un chisporroteo. Tanis salió lanzado hacia atrás y fue a chocar dolorosamente contra la puerta de madera. El impacto mágico fue paralizador; sus miembros se retorcieron, la cabeza le zumbó. Se dio unos segundos para recuperarse y luego, frustrado por su propia impotencia, volvió a cargar contra Dalamar.

—Basta, Tanis —advirtió severamente el hechicero—. Estás actuando como un necio. Afronta los hechos. Estás prisionero en la Torre de la Alta Hechicería, en mi torre. Estás desarmado, y aun cuando dispusieses de un arma no podría hacer nada para causarme daño.

—Devuélveme mi espada —contestó Tanis, que casi jadeaba—, y veremos si eso es como dices.

Dalamar casi se echó a reír; sólo casi.

—Oh, vamos, amigo mío. Te he dicho que tu hijo está a salvo. Que siga siendo así depende de ti.

—¿Es eso una amenaza? —instó, furioso, el semielfo.

—Las amenazas son para los pusilánimes. Me limito a exponer los hechos. ¡Vamos, vamos, amigo mío! ¿Qué ha pasado con tu famosa lógica, tu legendario sentido común? ¿Han salido por la ventana cuando entró volando la cigüeña [3] Los kenders creen que la cigüeña lleva los niños a los afortunados hogares dejándolos caer por la chimenea. Ciertamente, esto casi podría ser verdad, ya que para las kenders es increíblemente fácil tanto el embarazo como el parto. Es como si los bebés kenders aparecieran por arte de magia. Las familias kenders suelen ser numerosas, por suerte para esta raza, ya que la tasa de «desgaste» de los kenders es alta. Relativamente son pocos los que llegan a viejos. ?

»Si degenerar en un completo idiota es lo que significa ser padre, desde luego tendré cuidado de no alcanzar nunca tan dudosa distinción. Por favor, siéntate, y discutamos esto como personas racionales.

Fulminándolo con la mirada, Tanis se dirigió hacia un cómodo sillón que había cerca de un fuego agradable. Incluso en ese cálido día de primavera, la Torre de la Alta Hechicería estaba oscura y fría. La habitación en la que lo habían encerrado se encontraba lujosamente amueblada; le habían proporcionado comida y bebida. Le habían curado las heridas, pocas y superficiales, en su mayoría arañazos producidos por las garras de los draconianos, así como un chichón en la cabeza. Dalamar tomó asiento en el sillón de enfrente.

—Si escuchas con paciencia, te contaré lo que está ocurriendo.

—Bien, yo escucharé y tu hablarás. —La voz del semielfo sonó queda, casi rota—. ¿Mi hijo está bien? ¿Lo está?

—Por supuesto. Gilthas no serviría de mucho a sus captores si no lo estuviera. Encuentra consuelo en ese hecho, amigo mío. Y soy tu amigo —añadió el elfo oscuro, al reparar en el destello de ira que asomó a los ojos de Tanis—, aunque admito que las apariencias me desdicen.

»En cuanto a tu hijo, se encuentra donde anhelaba estar, en su hogar, Qualinesti. Es un hogar, Tanis, aunque no te gusta oírlo, ¿verdad? Se halla cómodamente alojado, y probablemente recibiendo toda clase de atenciones. El trato de deferencia y respeto que es lógico que le den los elfos, puesto que va a ser su rey.

Tanis no daba crédito a sus oídos. Se había puesto de pie otra vez.

—Esto tiene que ser una broma de mal gusto. ¿Qué es lo que quieres, Dalamar? ¿Qué es lo que te propones realmente?

El elfo oscuro se levantó también del sillón, se acercó a Tanis y apoyó suavemente la mano en su brazo.

—Nada de broma, amigo mío. O, si lo es, nadie se ríe. Gilthas no corre peligro ahora. Pero podría correrlo.

De nuevo, Tanis evocó la visión que había vislumbrado en el alcázar de las Tormentas: negras nubes girando en torno a su hijo. Agachó la cabeza para ocultar sus ardientes lágrimas. Los dedos de Dalamar apretaron un poco más.

—Contrólate, amigo mío, no disponemos de mucho tiempo. Cada minuto es vital. Hay mucho que explicar, y —añadió suavemente— planes que fraguar.

8

—¿Rey de Qualinesti? —repitió Gilthas sin salir de su asombro. Miró de hito en hito a Alhana, con incredulidad—. ¡El Orador de los Soles! ¿Yo? No puedo creer que habléis en serio. Yo… ¡Yo no quiero ser rey!

La mujer sonrió, un gesto que fue como un sol de invierno sobre el espeso hielo. La sonrisa iluminó su rostro, pero no le dio más calidez a ella. Ni al joven.

—Me temo que lo que queráis vos, príncipe Gilthas, no importa.

—Pero vos sois la reina.

—¡La reina! —Su tono sonó amargo.

—Mi tío Porthios es el Orador —prosiguió Gil, perplejo y, aunque no lo admitió, asustado—. Yo… ¡Esto no tiene sentido!

Alhana le lanzó una fría mirada y después se volvió y se dirigió de nuevo hacia el ventanal. Apartó la cortina y contempló el exterior; a la luz el joven pudo verle la cara. En la penumbra le había parecido fría e imperiosa, pero en realidad, a la luz del sol, era preocupada, anhelante y atemorizada. También ella estaba asustada, aunque Gil tuvo la sensación de que no era por sí misma.

«No quiero ser rey», se oyó a sí mismo gimotear, como un niñito que protesta porque lo mandan a la cama. Enrojeció intensamente.

—Lo lamento, lady Alhana. Han ocurrido tantas cosas… Y no entiendo ninguna de ellas. Decís que Rashas me trajo aquí para coronarme como Orador de los Soles, para hacerme rey de Qualinesti. No veo cómo puede ser tal cosa posible…

—¿De veras no lo ves? —inquirió la mujer mientras volvía la vista hacia él. Las pupilas de color violeta eran duras y suspicaces.

—¡Milady, lo juro! —Gilthas estaba conmocionado—. No lo sé… Por favor, creedme…

—¿Dónde están tus padres? —instó bruscamente Alhana. Otra vez se había vuelto a mirar al exterior.

—En casa, supongo —contestó Gil, que sentía un nudo en la garganta—. A menos que mi padre me siguiera a caballo.

La esperanza floreció en el corazón del joven. Ciertamente su padre podía haber salido en pos de él. Tanis encontraría la invitación, justo donde él la había dejado (su declaración del derecho a hacer lo que quisiera). Tanis cabalgaría hasta El Cisne Negro y… descubriría que su hijo nunca había estado allí.

—¡Dejé que el sirviente de Rashas se llevara de vuelta mi caballo! El podría contarles cualquier cosa a mis padres. —Se hundió en una silla con desaliento—. ¡Qué necio he sido!

Alhana dejó caer la cortina. Estudió atentamente al joven un instante. Después se acercó a él y posó la mano en su hombro. Notó su tacto helado a través de la tela de la camisa.

—¿Dices que tus padres no sabían nada de esto?

—Nada en absoluto, milady —admitió Gil, avergonzado—. Me dijeron que no viniera, pero no les hice caso. Me escapé. Huí en mitad de la noche.

—Creo que será mejor que me lo cuentes todo. —Alhana, erecta y regia, se sentó en una silla enfrente de él.

Así lo hizo Gilthas. Se quedó estupefacto cuando, al acabar de hablar, vio que el rostro de Alhana se relajaba. La elfa se pasó la mano por los ojos.

—¡Temíais que mis padres estuvieran detrás de esto! —exclamó al comprender de repente.

—Quizá no detrás de ello —admitió Alhana, suspirando—, pero sí que lo aprobaran. Perdóname, príncipe. —Alargó su mano y estrechó suavemente la del joven, tras lo cual la soltó. Se recostó en la silla, mirando sin ver el ventanal cubierto con la cortina, y después volvió a suspirar.

—Mis padres saben que planeaba venir a Qualinesti. Tienen que imaginar que estoy aquí, les dijera lo que les dijese el sirviente. Vendrán a buscarme, milady —dijo firmemente Gil con la esperanza de reconfortarla—. Nos rescatarán a los dos.

—No. —Alhana sacudió la cabeza—. Rashas es demasiado listo para permitir que eso ocurra. Ha puesto los medios para evitar que tus padres lleguen hasta ti.

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