Margaret Weis - La segunda generación

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Los héroes soñaban con encontrar un refugio seguro en ese río de rápida corriente. Pero el equilibrio del poder eterno siempre es cambiante. La Reina de la Oscuridad fue vencida, pero no destruida. Sus poderes son muchos y la gente es débil. Se olvidan las lecciones del pasado y las aguas del río se vuelven más turbulentas y peligrosas.
Pero no serán los Héroes de la Lanza quienes deberán lanzarse al río revuelto de la guerra que se acerca. Ha llegado la hora para los que son más jóvenes, más fuertes. Es hora de entregar la espada, o el bastón de mago, a quienes serán los héroes de la segunda generación. O a quienes traerán la perdición para esa nueva era.

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Uno de los caballeros que montaban guardia se adelantó para salir a su encuentro. Su mirada pasó de uno a otro con amistosa curiosidad.

—¿Vuestros nombres, amables señores? —preguntó cortésmente—. Y el asunto que os trae aquí, por favor.

—Soy Tanis Semielfo. —Tanis estaba tan tenso que las palabras le salieron con un estallido seco, casi un grito. Se obligó a calmarse y añadió en un tono más suave—. Él es Caramon Majere…

—¡Tanis Semielfo y el famoso Caramon Majere! —El joven caballero estaba impresionado—. Es un honor conoceros, señores. —Después, bajando el tono de voz, le dijo a un compañero—. Es Tanis Semielfo. Corre a buscar a sir Wilhelm.

Probablemente era el oficial al cargo de la vigilancia de la puerta.

—Por favor, no es menester dar tanta importancia a nuestra presencia —se apresuró a pedir Tanis en un tono que esperaba sonase apropiadamente modesto—. Mis amigos y yo hemos venido en peregrinaje a la Cámara de Paladine. Sólo queremos presentar nuestros respetos, simplemente.

El semblante del joven caballero asumió de inmediato una expresión de seria compasión.

—Sí, por supuesto, milord. —Desvió los ojos hacia Caramon, que le dirigió una mirada fulminante y pareció dispuesto a enfrentarse a toda la fortaleza sin ayuda de nadie cuando el caballero miró a Steel.

Tanis se puso tenso. Podía imaginar lo que se avecinaba: la estupefacción del joven guardia dando paso a la ira, el vibrante toque de trompeta dando la alarma, el puente levadizo bajando, las espadas rodeándolos…

—Veo que sois un Caballero de la Corona, señor, al igual que yo —oyó decir al guardia… ¡dirigiéndose a Steel! El solámnico se tocó el peto, sobre el que aparecía el símbolo del rango más bajo de los Caballeros de Solamnia. Dedicó a Steel el saludo adecuado al reconocer a un compañero, alzando la mano enguantada hacia el yelmo—. Soy sir Reginald. No os recuerdo, señor caballero. ¿Dónde realizasteis el entrenamiento?

Tanis parpadeó, mirándolo de hito en hito. ¿Acaso permitían el ingreso de caballeros cortos de vista en la actualidad? Volvió la vista hacia Steel y contempló la negra armadura con los símbolos de la Reina de la Oscuridad: el lirio, el hacha y la calavera. A pesar de ello, el solámnico sonreía al caballero de Takhisis y lo trataba como si fuesen compañeros de barracón.

¿Habría lanzado Steel algún tipo de conjuro sobre el caballero? ¿Era tal cosa posible? Tanis lo observó intensamente, y enseguida se relajó. No, saltaba a la vista que Steel se sentía tan desconcertado como él por lo que estaba ocurriendo. El gesto desafiante se había borrado de su rostro, y ahora parecía aturdido, casi con cara de bobo.

Caramon tenía la boca tan abierta que se le podría haber metido un gorrión para anidar en ella y ni se habría dado cuenta.

—¿Dónde realizasteis el entrenamiento, señor? —pregunto de nuevo el caballero en actitud amistosa.

—En K… Kendermore —dijo Tanis. Fue lo primero que le vino a la cabeza.

El joven caballero adoptó una expresión compasiva de inmediato.

—Ah, un destino difícil, según tengo entendido. Antes preferiría patrullar por Flotsam. ¿Es vuestra primera visita a la Torre? Tengo una idea. —El caballero se volvió hacia Tanis—. Después de que hayáis presentado vuestros respetos en la Cámara de Paladine, ¿por qué no dejáis a vuestro amigo conmigo? Dentro de media hora acabo mi servicio, y lo acompañaré a conocer toda la Torre, nuestras defensas, las fortificaciones…

—¡No me parece una buena idea! —exclamó Tanis, que temblaba y a la par sudaba bajo la armadura de cuero—. Nos… nos esperan en Palanthas. Nuestras esposas, ¿verdad, Caramon?

El hombretón pilló la insinuación, cerró la boca de golpe y luego se las arregló para mascullar algo incomprensible sobre Tika.

—Quizás en otro momento —añadió el semielfo, pesaroso. Miró de soslayo a Steel, creyendo que la absurda situación le estaría resultando muy divertida al joven.

Steel estaba pálido, conmocionado, con los ojos muy abiertos. Parecía que le costaba trabajo respirar.

«Bueno —pensó Tanis—, eso es lo que pasa cuando uno le echa un pulso a un dios».

Sir Wilhelm llegó y se hizo cargo de ellos al instante. Tanis advirtió, con pesar, que era un caballero al viejo estilo, pomposo e inflexible, de los que dejaban que el Código y la Medida pensaran por él. La clase de caballeros que Sturm Brightblade siempre había detestado. Por fortuna, actualmente había muchos menos caballeros de ese tipo que antaño. Lástima que algún dios —o diosa— lo hubiera puesto en su camino.

Y, por supuesto, sir Wilhelm insistió en acompañarlos personalmente a la tumba.

—Gracias, milord, pero éste es un momento muy doloroso para nosotros como podéis imaginar —argüyó Tanis en un intento de librarse de él—. Preferiríamos estar a solas…

¡Imposible! (Carraspeo). Sir Wilhelm no permitiría nunca tal cosa. (Carraspeo). El famoso Tanis Semielfo y el famoso Caramon Majere y su joven amigo, el Caballero de la Corona, en su primera visita a la Cámara de Paladine. No, no. (Carraspeo, carraspeo). ¡Tal situación requería toda una escolta de caballeros!

Sir Wilhelm reunió a su escolta de seis caballeros, todos armados. Los hizo formar en fila y él encabezó la marcha hacia la Cámara de Paladine caminando con paso lento y solemne, como si dirigiera un cortejo fúnebre.

—Y quizá lo sea —masculló entre dientes Tanis—. El nuestro.

Echó una ojeada a Caramon. El hombretón se encogió tristemente de hombros. Por decoro, no tuvieron más remedio que seguirlo.

Los caballeros se encaminaron hacia dos puertas de hierro cerradas, con el símbolo de Paladine grabado en ellas. Detrás de aquellas puertas una estrecha escalera descendía al sepulcro. Steel se situó al lado de Tanis.

—¿Qué hiciste ahí fuera? —demandó en voz baja mientras echaba miradas desconfiadas ora al semielfo ora a los caballeros que marchaban delante.

—¿Yo? Nada —repuso Tanis.

—No serás una especie de hechicero, ¿verdad? —instó el joven, que obviamente no le creyó.

—No, no lo soy —fue la respuesta malhumorada de Tanis. Todavía no habían salido de esto, ni con mucho—. Ignoro qué pasó. ¡Lo único que se me ocurre es que tuviste la señal que pedías!

Steel se puso pálido. En su semblante se reflejaba un temor reverencial. Tanis se ablandó. Por extraño que pudiera parecer, resultaba que el joven le caía bien.

—Sé cómo te sientes —le dijo en tono quedo. Los caballeros habían llegado a las puertas de hierro y cogían antorchas para alumbrar el oscuro hueco de la escalera—. Una vez me encontré ante su Oscura Majestad. ¿Sabes lo que tenía ganas de hacer? Quería caer de hinojos y rendirle pleitesía. —Tanis tembló al evocar aquel momento, a pesar de que habían transcurrido años.

»¿Entiendes lo que digo? La reina Takhisis no es mi diosa, pero es una deidad, y yo un pobre e insignificante mortal. ¿Cómo no iba a reverenciarla?

Steel no respondió. Estaba pensativo, serio, sumergido en algún rincón profundo de sí mismo. Paladine había dado al joven caballero la señal que había pedido en son de mofa. ¿Qué significado guardaría eso para él… si es que guardaba alguno?

Las puertas de hierro se abrieron, y los caballeros, caminando con paso solemne, empezaron a bajar la escalera.

10

Mi honor es mi vida

La explicación del semielfo tenía sentido para Steel. Paladine era un dios. Un dios débil y apocado, comparado con su oponente, la Reina de la Oscuridad, pero un dios al fin y a la postre. Era lógico y correcto que él sintiese temor reverencial en presencia de Paladine… si es que era eso lo que había ocurrido en la puerta.

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