Margaret Weis - La segunda generación

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Los héroes soñaban con encontrar un refugio seguro en ese río de rápida corriente. Pero el equilibrio del poder eterno siempre es cambiante. La Reina de la Oscuridad fue vencida, pero no destruida. Sus poderes son muchos y la gente es débil. Se olvidan las lecciones del pasado y las aguas del río se vuelven más turbulentas y peligrosas.
Pero no serán los Héroes de la Lanza quienes deberán lanzarse al río revuelto de la guerra que se acerca. Ha llegado la hora para los que son más jóvenes, más fuertes. Es hora de entregar la espada, o el bastón de mago, a quienes serán los héroes de la segunda generación. O a quienes traerán la perdición para esa nueva era.

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—¿De verdad quieres que pase por esta… necedad? —inquirió, frustrado, impotente y perplejo.

La expresión de Sara se tornó radiante, y se aferró a él con ansiedad.

—Oh, sí, Steel. ¡Por favor! Hazlo por mí.

Tanis y Caramon aguardaron en silencio. Steel miró a su madre; en su semblante se reflejaba la batalla que se libraba en su interior. Entonces, tras lanzar una mirada sombría a los dos hombres, manifestó fríamente:

—Os acompañaré, señores… por el bien de ella.

Giró sobre sus talones y se encaminó al borde del saliente, desde donde saltó a otra cornisa que había debajo, y empezó a bajar la ladera entre la maraña de rocas con la agilidad y fuerza propias de la juventud.

Cogido completamente por sorpresa, Tanis se apresuró a ir en pos de él, pero sus elegantes y caras botas —destinadas a caminar por su palacete, no para trepar por montañas— resbalaron en un montón de grava. Perdió el equilibrio y habría rodado ladera debajo de no ser porque una mano fuerte le agarró por el cuello de la túnica y lo sostuvo firmemente.

—Tómatelo con calma, amigo —dijo Caramon—. Tenemos un largo recorrido por delante, y no va a ser nada fácil ni para nuestras botas ni para nuestros huesos. —Señaló con un gesto de la cabeza a Steel, cuyos oscuros rizos apenas se veían entre los peñascos—. Deja que nuestro joven amigo camine solo durante un rato. Necesita tiempo para pensar. Su mente debe de ser como esa corriente de ahí.

Un arroyo, espumoso y burbujeante, corría en remolinos entre las piedras y de vez en cuando se detenía en oscuros estanques para después liberarse y seguir su marcha imparable hasta su destino final, el eterno mar.

—Estará más tranquilo cuando llegue abajo, tendrá más fría la cabeza —finalizó Caramon.

—Nosotros no —rezongó Tanis. El sol caía a plomo en la cara de la vertiente, y el semielfo ya sudaba bajo la armadura de cuero. Posó la mano en el brazo del hombretón y le sonrió—. Eres un hombre sabio, amigo mío.

Caramon, que parecía azorado, se encogió de hombros.

—Bah, no sé. Tengo tres chicos, eso es todo.

Tanis percibió en el comentario del posadero unas palabras sobrentendidas.

—Sigamos —instó bruscamente. Miró hacia atrás, a Sara.

—Os esperaré aquí —dijo ella, de pie frente a la cueva—. Llamarada está inquieta. No sería conveniente dejarla sola. Podría seguir a Steel.

Tanis asintió con la cabeza y empezó a bajar nuevamente por la ladera, en esta ocasión más despacio y con mayor cuidado.

—Que los dioses os bendigan por esto —añadió fervientemente Sara.

—Sí, bueno, uno de ellos seguramente nos bendecirá —rezongó el semielfo.

Prefería no pensar cuál.

9

Lirio negro, rosa blanca

—La fortaleza conocida como la Torre del Sumo Sacerdote la mandó construir Vinas Solamnus, fundador de los Caballeros de Solamnia, durante la Era del Poder. Guarda el paso Westgate, que conduce a la calzada por la que se entra o sale a una de las mayores ciudades de Ansalon: Palanthas.

»Después del Cataclismo, del que muchos culparon erróneamente a los Caballeros de Solamnia, la Torre del Sumo Sacerdote quedó prácticamente desierta, abandonada por los caballeros, que tuvieron que esconderse para salvar la vida. Durante la Guerra de la Lanza, la Torre volvió a ocuparse y resultó crucial para la defensa de Palanthas y el territorio colindante. Astinus registró las heroicas gestas de aquellos que combatieron y conservaron la Torre. Podéis encontrar esa crónica en la Biblioteca de Palanthas, bajo del título La tumba de Huma.

»En ese libro leeréis que Sturm Brightblade murió enfrentándose solo al terror de los dragones. Dice así:

»EL caballero estaba de cara a levante, tan cegado por el brillo del sol que sólo vislumbraba a su rival como un inmenso punto de negrura. El animal descendió a increíble velocidad hasta situarse por debajo del parapeto, y entonces Sturm comprendió que pretendía aproximarse desde abajo para que fuera el jinete quien lo atacase. Los otros dos dragones se rezagaron, dispuestos a entrar en acción si su jefe precisaba su ayuda llegado el momento de aniquilar a tan insolente caballero”.

»El cielo quedó vacío durante un momento de criaturas siniestras hasta que el dragón surgió repentinamente por el borde del parapeto, lanzando estruendosos rugidos que hicieron estallar los tímpanos de Sturm. Le produjo náuseas el aliento del reptil, y la cabeza le dio vueltas. Aunque se tambaleó un instante, logró mantener el equilibrio y arremeter con su espada. La vetusta hoja abrió un surco en el hocico del animal, del que brotó un chorro de sangre negra. El dragón bramó enfurecido”.

»EL golpe fue certero, pero le costó caro a Sturm, que no tuvo tiempo de recobrarse.

»EL Señor del Dragón empuñó la lanza, cuya punta brilló bajo los nacientes rayos solares. Se inclinó entonces hacia delante y embistió. El acero traspasó armadura, carne y hueso».

Steel lanzó una mirada petulante a los dos hombres que lo acompañaban. Observó el efecto que causó su recitación de aquel pasaje en cada uno de ellos.

—Buen dios. —Su tío estaba boquiabierto. La cara redonda y un tanto estúpida (como calificó burlonamente Steel para sus adentros) del hombretón manifestaba una profunda estupefacción.

—Tienes buena memoria —comentó Tanis, que observaba al oscuro paladín con gesto severo.

—Es esencial que un guerrero, como nos enseña milord Ariakan, conozca a su enemigo —repuso Steel. No mencionó que había sido su madre, Sara, la que le relató esa historia por primera vez, hacía mucho tiempo, cuando era un niño.

Los ojos de Tanis se desviaron hacia uno de los altos parapetos, próximo a la torre central.

—En esa almena murió tu padre. Si subes allí todavía podrás ver la sangre en las piedras.

Steel alzó la vista, aunque sólo fuera llevado por la curiosidad. En la actualidad la muralla no estaba vacía. Los caballeros la recorrían manteniendo una vigilancia constante ya que, aunque la Guerra de la Lanza había acabado hacía mucho tiempo, en Solamnia no reinaba la paz. Sin embargo, mientras Steel observaba, los caballeros desaparecieron de repente, salvo uno que aguantó firme, solo, sabiendo que estaba condenado a morir, aceptando su muerte con resignación, convencido de que era necesaria y esperando que sirviera para unir a los desorganizados y desmoralizados caballeros y así proseguir con la lucha.

Vio llamas y el sol radiante; vio sangre negra, y otra roja fluyendo sobre la armadura plateada. El corazón le latió más deprisa, con secreto orgullo. Siempre le había encantado esa historia, razón por la que podía recitarla con tanta precisión. ¿Sería porque poseía algún significado profundo que sólo su alma conocía?

De repente el joven fue consciente de los dos hombres que aguardaban en silencio junto a él.

«Por supuesto que no. No seas necio, Steel —se reprendió para sus adentros—. Les estás haciendo el juego. Sólo es una historia, nada más».

—Veo una muralla —dijo en voz alta, tras encogerse en hombros—. Pongámonos manos a la obra y dejemos de hablar.

Habían bajado hasta el pie de las estribaciones del lado oeste de la Torre del Sumo Sacerdote. A corta distancia del lugar donde se encontraban agazapados, escondidos entre los arbustos, un amplio camino en rampa conducía a la entrada de la torre principal. Debajo de aquella entrada se encontraba la Cámara de Paladine, donde Sturm Brightblade y los otros caballeros que había caído durante la defensa de la Torre yacían enterrados.

Todos los Caballeros de Takhisis y los aspirantes a serlo habían dedicado muchas horas estudiando la distribución y el diseño de la Torre del Sumo Sacerdote con el plano que les había proporcionado Ariakan, que había estado prisionero allí.

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