El viento cambió y sopló del oeste. Espejo olisqueó y captó un efluvio a sangre y azufre, tenue pero distintivo.
Malys.
Todavía se encontraba muy lejos, pero estaba en camino.
Encerrado en su prisión de oscuridad, escuchó a la gente parlotear de la inminente batalla. En el fondo de su corazón le daban pena. No tenían idea del horror que volaba hacia ellos. Ni la más remota idea.
Espejo avanzó tanteando el camino, dejando atrás el tótem, en dirección al templo. Avanzaba despacio, obligado a abrirse paso con el bastón, topando con las espinillas de la gente, chocando contra árboles, dando traspiés al salirse del camino y trastabillando en los parterres de los jardines. Los soldados le insultaron. Alguien le dio una patada. Espejo mantuvo en todo momento la caricia del sol en su mejilla izquierda, como guía para encaminarse en dirección al templo, pero tendría que haber llegado a él a esas alturas, y temió haberse desviado. Podría ser que estuviera dirigiéndose ladera arriba... o hacia un precipicio.
Maldijo su incapacidad y se detuvo para escuchar las voces y las pistas que éstas pudieran proporcionarle. Entonces unos dedos tocaron su mano extendida.
—Señor, pareces perdido y confuso. ¿Puedo ayudarte?
Era la voz de una mujer, y sonaba apagada, ahogada como si hubiera estado llorando. El tacto de su mano era firme y fuerte, y a Espejo le sorprendió notar callosidades en la palma, del tipo que tendrían las manos de alguien que maneja una espada. Debía de ser una dama de los caballeros negros; qué extraño que se preocupara por él. No obstante, detectó un acento solámnico. Tal vez ésa era la razón. Las virtudes enraizadas eran, como la ropa vieja, cómodas, y costaba mucho desprenderse de ellas.
—Te lo agradezco, hija —contestó humildemente, interpretando su papel de mendigo—. Si quieres conducirme al templo... Busco consejo.
—En eso estamos igual, señor —dijo la mujer, que enlazó su brazo al de él y guió lentamente sus pasos—, porque también yo me siento atribulada.
Espejo captó el timbre angustiado en su voz y percibió el temblor de su mano.
—La carga compartida se reduce a la mitad —respondió suavemente—. No puedo ver, pero sí escuchar.
Mientras hablaba, oía con su espíritu de dragón el batir de unas alas inmensas. El hedor de Malys se hizo más intenso. Tenía que tomar una decisión.
Debería haber acabado la conversación y encargarse del asunto urgente que le ocupaba, pero decidió no hacerlo. El Dragón Plateado había vivido mucho tiempo en el mundo. No creía en el azar; aquel encuentro no era una casualidad. La mujer se había acercado a él llevada por la compasión, y a él le había conmovido su tristeza y su dolor.
Entraron en el templo, él tanteando con la mano en el aire, hasta que dio con lo que buscaba.
—Para aquí —dijo.
—No hemos llegado al altar —respondió la mujer—. Lo que tocas es un sarcófago. Es un poco más adelante.
—Lo sé, pero prefiero quedarme aquí. Era una vieja amiga, ¿comprendes?
—¿Goldmoon? —La mujer se sobresaltó y adoptó una actitud cautelosa—. ¿Amiga tuya?
—Vengo desde muy lejos para verla —contestó.
—Espejo, ¿qué haces? —susurró la voz de Palin, queda y apremiante—. No puedes confiar en esa mujer. Antes era una Dama de Solamnia, pero la oscuridad la ha consumido.
—Unos segundos con ella, eso es todo lo que pido —respondió suavemente Espejo.
—Puedes estar todo el tiempo que quieras —dijo Odila, creyendo que la frase iba dirigida a ella—. Aunque no disponemos de mucho antes de que Malys llegue.
—¿Crees en el dios Único? —preguntó Espejo.
—Sí. —Su voz sonó desafiante—. ¿Tú no?
—Creo en Takhisis. La reverencio, pero no la sirvo.
—¿Cómo es posible tal cosa? —demandó Odila—. Si crees en Takhisis y la reverencias, se entiende que debes servirla.
—Es una larga historia. ¿Te encontrabas con Goldmoon cuando murió?
—No. —La voz de la mujer se suavizó—. Sólo Mina estaba con ella.
—Sin embargo, hubo testigos. Un hechicero llamado Palin Majere presenció y escuchó aquella conversación durante la que Takhisis reveló a Goldmoon su verdadera identidad. Fue un momento de triunfo para la Reina Oscura, ya que Goldmoon había sido su enemiga implacable durante largo tiempo. Qué satisfacción debió de sentir al decirle a Goldmoon que era ella quien le había dado el poder del corazón, el poder de curar, de construir y de crear. Takhisis le dijo que ese poder del corazón provenía de la oscuridad, no de la luz. Esperaba convencer a Goldmoon de que la siguiera. Le prometió vida, juventud, belleza, todo a cambio de que la sirviera, de que le rindiera culto.
» Goldmoon no aceptó. Se negó a servir a la diosa que había traído tanto dolor y pesar al mundo. Takhisis se enfureció, la castigó con el peso de sus años, la volvió vieja y débil, próxima a la muerte. Su intención era que muriera con la desesperanza de saber que ella había ganado la batalla, que sería el único dios ahora y para siempre. Las últimas palabras de Goldmoon antes de morir fueron una plegaria.
—¿A Takhisis? —balbució Odila.
—A Paladine. Una plegaria pidiendo perdón por perder la fe, una plegaria reafirmando su creencia.
—Pero, ¿por qué rezó a Paladine si sabía que no podía responderle? —inquirió Odila.
—Goldmoon no rezó buscando respuestas. Las conocía. En su alma llevaba la verdad de su sabiduría y sus enseñanzas desde antiguo. En consecuencia, aun cuando quizá no viera más a Paladine ni recibiera sus bendiciones, el dios estaba con ella, como siempre lo había estado. Goldmoon comprendió que Takhisis había mentido. El bien que Goldmoon había hecho provenía de su corazón, y la oscuridad nunca podría reclamar ese bien como suyo. Los milagros siempre habrían procedido de Paladine, porque el dios nunca la había abandonado. Siempre había estado con ella y siempre había sido parte de ella.
—Demasiado tarde para mí —dijo Odila, perdida la esperanza—. Estoy más allá de la redención. Toca esto. —Le agarró la mano y le hizo poner los dedos en su palma—. Cicatrices. Cicatrices recientes. Dejadas por la bendecida Dragonlance. Se me está castigando.
—¿Quién te castiga, hija? —preguntó dulcemente Espejo—. ¿La Reina Oscura? ¿O la verdad que hay en tu corazón?
Odila no supo qué contestar.
Espejo suspiró profundamente, despejada ya su mente de dudas. Tenía la respuesta que había buscado. Ahora sabía lo que debía hacer.
—Estoy dispuesto —le dijo a Palin.
Galdar y Mina volaron juntos, aunque no uno al lado del otro. El Dragón Azul, Filo Agudo, mantuvo cierta distancia con el reptil muerto. Era incapaz de acercarse al horrendo cadáver y no hacía nada para disimular su repulsión. Galdar temió que Mina se ofendiera por la reacción del Azul, pero la joven ni siquiera pareció darse cuenta, y el minotauro comprendió que no veía nada excepto la batalla que le aguardaba. Había cerrado su mente a todo lo demás.
En cuanto a Galdar, aun cuando estaba convencido de que le aguardaba la muerte, jamás se había sentido tan feliz, jamás había experimentado tanta paz. Recordó los días en que había sido un tullido con un solo brazo, obligado a lamer las botas de una escoria como su anterior jefe de garra, el difunto y no llorado Ernst Magit. Sus recuerdos recorrieron el camino que lo había conducido al actual momento de enorgullecimiento, combatiendo al lado de Mina, la que lo había salvado de aquel amargo destino, la que le había devuelto el brazo y, con ello, la vida. Si podía dar esa vida por ella, para salvarla, era todo cuanto le importaba.
Читать дальше