Margaret Weis - La Torre de Wayreth

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Con este volumen la trilogía Las Crónicas Perdidas, la serie donde se narran los hechos que no se explicaron en las Crónicas de la Dragonlance.
La Guerra de la Lanza casi ha llegado a su fin. El hechicero Raistlin Majere se ha convertido en un Túnica Negra y utiliza el Orbe de los Dragones para viajar a Neraka, la ciudad de la Reina Oscura. Parece que Raistlin quiere ponerse al servicio de la diosa, pero en realidad persigue sus propias ambiciones.
Mientras tanto, Takhisis planea acabar con los dioses de la magia en la Noche del Ojo. El futuro de Krynn está escrito. Todos creen saber cómo termina la historia. Pero una noche y una fatídica decisión de Raistlin Majere pueden cambiarlo todo.

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Bañado por la luz de la luna y medio oculto entre las sombras, el asesino parecía bajo y delgado. Al principio Raistlin pensó que era un niño. Se acercó más y, con la ayuda del resplandor de Lunitari, descubrió con asombro que se trataba de la kender que Talent Orren había echado de El Broquel Partido. No llevaba la ropa de colores brillantes que tanto gustan a los kenders, sino que iba completamente vestida de negro, con un blusón y unos pantalones. Escondían sus rubias trenzas bajo un gorro también negro.

El acero destelló en su mano. Sus ojos brillaban. La expresión de su rostro era lo menos kender que pudiera imaginarse: seria, decidida, fría y resuelta.

—Si llamas a los guardias, te corto el cuello —le amenazó la kender—. Puedo hacerlo. Soy rápida con el cuchillo. Ya lo has visto.

—No voy a llamarlos. Puedo ayudarte a saltar la pared.

—¿Un alfeñique como tú? —La kender resopló—. No podrías levantar ni a un gato.

Detrás de ellos, los guardias gritaban y tocaban los silbatos. La kender no parecía nerviosa ni asustada. En eso, actuaba como un kender normal y corriente.

—Puedo utilizar mi magia —dijo Raistlin—. Pero te costará algo.

—¿Cuánto? —preguntó la kender, frunciendo el entrecejo.

—No estás en situación de regatear —repuso Raistlin fríamente, y le tendió la mano—. Lo coges o lo dejas.

La kender vacilaba, mirándolo con recelo. El sonido de más silbatos y de fuertes pasos sobre el empedrado le ayudó a tomar una decisión. Le dio la mano. Raistlin pronunció las palabras del hechizo y los dos se separaron del suelo y flotaron por encima del muro. Llegaron a la calle que había al otro lado y se posaron en ella con la delicadeza de una pluma.

Tasslehoff habría exclamado y hecho muchos aspavientos, habría querido que le explicase el truco y habría insistido en que Raistlin le hiciera flotar otra vez. Pero esa kender mantuvo la boca cerrada. En cuanto tocaron el suelo, salió disparada como la flecha de un arco.

Mejor dicho, intentó salir disparada. Raistlin la tenía bien cogida de la mano y, acostumbrado a los trucos de los kenders, no la soltó, ni siquiera cuando ella retorció el brazo y estuvo a punto de romperse la muñeca y dislocarse el hombro.

A juzgar por los sonidos que se oían al otro lado del muro, habían llegado más guardias a la escena del crimen y estaban empezando a organizar la búsqueda del asesino.

—Tienes que pagarme —dijo Raistlin, sin soltar a la kender.

—No tengo dinero.

—No quiero dinero. Quiero información.

—Tampoco tengo —contestó la kender y trató de zafarse de nuevo.

—¿Cómo te llamas?

—A ti qué te importa.

—Mi nombre es Raistlin Majere —le dijo él—. Ahora ya lo sabes. Dime el tuyo. Eso no puede ser tan malo, ¿no?

La kender se lo pensó un momento.

—Supongo que no. Me llamo Marigold Featherwinkle.

Raistlin pensó que, a lo largo de toda la historia de Krynn, seguramente aquél era el nombre más extraño para un asesino a sangre fría.

—Me llaman Mari —añadió la kender—. ¿A ti te llaman Raist?

—No —contestó Raistlin. Únicamente una persona lo llamaba así—. Eres miembro de La Luz Oculta, ¿verdad, Mari? —añadió, dándolo por cierto más que preguntándoselo.

—¿La Luz Oculta? Nunca he oído hablar de eso.

—No te creo. Conozco a los kenders y sé que no ideaste tú sola todo este arriesgado plan.

—¡Claro que lo hice! —exclamó Mari indignada.

Raistlin se encogió de hombros.

—Siempre puedo devolverte al otro lado del muro con mi magia.

Los dos oían a los guardias agolpándose en el callejón. Mari hizo un mohín y se sumió en un terco silencio.

—Puedo ser de ayuda —insistió Raistlin—. Acabas de verlo.

—Llevas la túnica negra —repuso ella.

—Y tú eres una alegre kender con sangre en la cara —dijo Raistlin.

—¿De verdad? —Mari se llevó un pañuelo al rostro y se frotó las mejillas.

—Me parece que ese pañuelo es mío —dijo Raistlin al verlo.

—Supongo que se te habrá caído. —Mari lo miró con los ojos muy abiertos—. ¿Quieres que te lo devuelva?

Raistlin sonrió. Al menos siempre habría algunas cosas en el mundo que nunca cambiarían. Se sintió extrañamente reconfortado.

—Dime cómo contactar con La Luz Oculta, Mari, y dejaré que te vayas.

Mari lo observó, como si intentara llegar a alguna conclusión sobre él. Al otro lado del muro se oía a los guardias revolviendo entre los montones de basura y aporreando las puertas traseras de los edificios.

—No tenemos mucho tiempo —dijo Raistlin—. A alguien se le acabará ocurriendo registrar esta calle. Y no voy a dejar que te vayas hasta que me digas lo que quiero saber.

—Está bien, puede ser que haya oído algo de esa banda de La Luz Oculta —concedió Mari de mala gana—. Por lo que he oído, tienes que ir a una taberna llamada Pelo de Trol, pedir algo de beber y decir: «Yo escapé de El Remolino» y esperar.

—«¡Yo escapé de El Remolino!» —repitió Raistlin, atónito y alarmado. La apretó con más fuerza—. ¿Cómo sabes eso?

—¿El qué? ¡Para! Estás haciéndome daño —dijo Mari.

Raistlin dejó de apretar tanto. Estaba comportándose como un idiota. Era imposible que supiera nada de lo de El Remolino , del hundimiento del barco y del Mar Sangriento. El Remolino era una contraseña, nada más. Soltó a la kender. Estaba a punto de darle las gracias, pero Mari ya había echado a correr calle adelante. Desapareció en la noche.

Raistlin se dejó caer contra la pared. Pasados el nerviosismo y el peligro, se sentía agotado. Y todavía le quedaba un buen trecho hasta El Broquel Partido. En los edificios que lo rodeaban cada vez se encendían más luces, a medida que los gritos de los guardias despertaban a la gente y los curiosos se asomaban a las ventanas, queriendo saber qué sucedía. La confusión era cada vez mayor y los guardias daban órdenes de que se cerraran las puertas de la ciudad y que no se dejara entrar ni salir a nadie.

A Raistlin todavía le quedaban las fuerzas necesarias para un último hechizo. Cerró el puño alrededor del Orbe de los Dragones, pronunció las palabras y se internó en los corredores de la magia. Apareció en su habitación de El Broquel Partido. Se quitó las bolsas y las colocó debajo de la almohada, después se desnudó y se derrumbó en la cama. Un segundo después, estaba dormido.

Soñó con Caramon, como ya era costumbre. La diferencia esta vez fue que Caramon estaba con una kender que no dejaba de pinchar a Raistlin en las costillas con un cuchillo de carnicero.

13

La mañana después. La coartada

Día noveno, mes de Mishamont, año 352 DC

A Raistlin lo despertaron unos golpes en la puerta. Se incorporó de un salto, con el corazón a punto de salírsele del pecho. Miró por la ventana. La ciudad todavía estaba envuelta en las sombras de la noche. No había dormido más que un rato.

—¡Abre la maldita puerta! —susurró Iolanthe por la cerradura. Uno de sus vecinos chilló que dejaran de hacer ruido. Raistlin se tomó un momento más para considerar su situación. Después, cogiendo el Bastón de Mago, pronunció la palabra «Shirak», y el cristal que coronaba el bastón empezó a brillar con una luz tenue.

—Deja que me vista —gritó.

—Estoy segura de que no tienes nada que no haya visto ya en un hombre —contestó Iolanthe con impaciencia—. Con la diferencia de que será dorado.

A Raistlin eso no le hizo ninguna gracia. Se vistió rápidamente y después abrió la puerta.

Iolanthe, envuelta en una amplia capa azul como la noche, entró apresuradamente en la habitación.

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