Sin embargo, Groller estaba a punto de despertar bruscamente, mientras Furia restregaba su húmedo hocico contra el cuerpo del semiogro. Groller hacía movimientos espasmódicos, abriendo y cerrando sus grandes manos y arrugando la frente. El lobo aulló, le lamió la cara y finalmente lo empujó con las patas hasta que el semiogro abrió los ojos.
Groller se incorporó con aire soñoliento. Miró a Ulin y a Gilthanas, y su cara se llenó de asombro cuando vio al nuevo grupo de caballeros.
El hechicero dibujó una línea recta con los labios, se llevó una mano a la frente y la ahuecó como si quisiera protegerse de la luz para buscar algo. Luego señaló las armas y levantó un dedo para indicar el número uno. Repitió el ademán para asegurarse de que Groller lo entendía.
—La lan... za de Hu... ma —dijo Groller—. Yo sé don... de es... tá —articuló el semiogro—. Se... guidme.
El semiogro echó a andar por un pasillo. Ulin, Gilthanas y el guardián cambiaron miradas de asombro y fueron en pos de Groller. Los Caballeros de Solamnia se unieron rápidamente a la procesión. Furia caminaba junto al semiogro.
Groller los llevó hasta un nicho de mármol verde donde había un peto dorado. Abrió un panel que conducía a una pequeña estancia.
El guardián parecía sorprendido.
—Pocas personas saben de la existencia de este lugar —dijo.
Groller entró mientras hablaba de su visión de los espectros y de Huma vestido con una armadura dorada.
—La lan... za de Hu... ma me lla... mó. Quie... re que la u... sen.
Los guió hasta la cámara circular que había visto en su sueño y rodeó con reverencia el bloque de mármol verde con forma de ataúd. Luego acarició la superficie, siguiendo el contorno del dibujo de la lanza dorada. Su dedo índice se detuvo sobre la piedra de jade.
—Hu... ma era un gran hom... bre.
Groller ejerció presión sobre la piedra, y una parte de la pared circular se deslizó a su espalda. Al otro lado se encontraba la Dragonlance, suspendida en el aire mediante un hechizo mágico muy anterior a la guerra de Caos. Era un arma elegante con la punta de un brillante metal argénteo. En la empuñadura de bronce bruñido, con relieves en oro y plata, había imágenes de dragones en plena lucha.
El guardián se quedó boquiabierto.
—Estaba aquí y yo no lo sabía —dijo con voz cargada de estupor.
El semiogro dio un paso al frente y cogió el arma con reverencia. Luego regresó al nicho y volvió a empujar la piedra. La pared circular se cerró.
Ajeno a las palabras de los demás, Groller echó a andar por el pasillo en dirección a la Sala de las Lanzas.
—¿Y a... hora? —preguntó a Ulin.
El hechicero alzó las manos, con las palmas enfrentadas, y las unió lentamente. Era la seña de «cerca», «pronto». Luego inclinó la cabeza hacia un lado y cerró los ojos.
—La magia resulta difícil cuando uno está agotado —dijo con la esperanza de que Groller captara el mensaje—. No podré comunicarme con mi padre hasta que haya descansado.
—Ulin can... sado —descifró el semiogro—. Des... cansa. ¿Nos va... mos ma... ñana?
Ulin asintió con un gesto y se acomodó en su lecho de pieles.
—Debe de ser tarde —dijo a la solámnica. Como no sabía si llamarla Arlena o Silvara, no usó ningún nombre—. Será mejor que os quedéis con nosotros y descanséis.
—Nos iremos mañana. —Se volvió hacia el guardián—. Alba, ¿te importa que pasemos la noche aquí?
«De modo que el guardián tiene nombre», pensó Ulin mientras se cubría con las pieles.
—Siempre sois bienvenidos aquí, amiga mía —respondió el guardián—. Hablaremos más tarde, Ulin.
Dio media vuelta y desapareció en uno de los nichos de la pared.
—¿Conoces al guardián? —preguntó Gilthanas.
—Lo conozco muy bien.
—¿Es posible que volvamos a conocernos? ¿O de verdad es demasiado tarde? ¿Acaso mi estupidez nos ha condenado para siempre?
La mujer frunció los labios.
—No lo sé —respondió por fin.
—¿Hay otro hombre en tu vida? ¿Hay algo entre tú y... Alba?
Ulin no oyó la respuesta. Se había quedado dormido.
A juzgar por lo descansado que se sentía, el hechicero supuso que ya había amanecido. Se levantó de su lecho de pieles, comenzó a bajar por la escalera y de inmediato vio a Gilthanas y a la solámnica enfrascados en una discusión. Los hombres acababan de despertar y ayudaban a los Caballeros de Takhisis a ponerse en pie. Groller y Furia estaban en la salida del túnel. El semiogro empuñaba la lanza de Huma.
—Tu magia no funcionará aquí —dijo el guardián—. Las paredes están encantadas para impedir que los hechizos de los mortales tengan efecto dentro de sus confines. Es una forma de proteger este lugar.
Ulin comenzó a ponerse las prendas de piel.
—Entonces regresaremos a la tumba y saldremos fuera.
—Antes me gustaría hablar contigo de magia —insistió el joven.
—Bueno; quizás en otra visita —respondió Ulin—. Tenemos prisa. Hay otros buscando la magia arcana y debemos entregar la lanza a mi padre lo antes posible.
El joven suspiró.
—Puedo ayudarte, Ulin Majere. Enseñarte cosas que nunca has soñado.
—¿Nos va... mos a... hora? —preguntó Groller a Ulin mientras enfilaba hacia la abertura situada en el suelo de la Montaña del Dragón.
El hechicero asintió y se volvió hacia Gilthanas.
—¿Nos vamos? —inquirió.
El elfo negó con la cabeza.
—De la tumba, sí, pero no voy al Yunque. Me quedaré aquí. Regresaré con... —hizo una pequeña pausa— Arlena al castillo Atalaya del Este. Veremos si podemos arreglar las cosas.
Un silencio descendió sobre la habitación.
—Bien, entonces vámonos —dijo Ulin señalando la abertura del túnel.
Uno a uno subieron por el túnel de viento y se reunieron junto a las puertas de la tumba, que una vez más se abrieron sin que nadie las tocara. De inmediato, el viento arrastró copos de nieve hacia el interior.
Ulin hizo una señal y el semiogro salió a la nieve. El lobo caminó sobre las huellas que Groller iba dejando.
—Comunicaré tu decisión a los demás —dijo el hechicero a Gilthanas—. No creo que mi padre se alegre. ¿Y la lanza de Rig?
—Dale las gracias a Rig de mi parte —pidió el elfo, tendiéndole el arma—. Y dile que me alegro de no haber tenido que usar su lanza.
Ulin echó a andar hacia el gélido paisaje. A su espalda, los Caballeros de Solamnia reunieron las armas y a sus prisioneros y lo siguieron. El guardián cabeceó con expresión triste y se unió a la procesión.
Desaparecida la fatiga que obstaculizaba su magia, el joven hechicero volvió a concentrarse en la imagen de Palin Majere. La cara de su padre apareció casi de inmediato en su mente.
—Estamos listos, padre —se limitó a decir Ulin.
—¡El dragón! —gritó uno de los Caballeros de Solamnia, rompiendo el hechizo de Ulin—. ¡Escarcha!
Una enorme sombra se deslizó por la nieve, y el hechicero alzó la vista al cielo.
—Gellidus —anunció el guardián—. ¡Volved todos a la tumba!
El dragón se acercó. Con su inmaculada silueta blanca sobre el fondo azul del cielo, ofrecía un aspecto a un tiempo aterrador y fascinante. Sus escamas resplandecían en la nieve que lo rodeaba.
El dragón bajó en picado, abriendo las fauces y exhalando un aliento helado.
—¡No hay tiempo para regresar al edificio! —gritó Ulin a los demás mientras empuñaba la lanza.
El arma era muy pesada y el joven hechicero se preguntó cómo se las habría apañado con ella Sturm Brightblade.
El guardián pasó junto a los caballeros, que se dispersaban mientras desenvainaban sus armas. Descalzo y aparentemente indiferente al frío, el joven agitó los brazos para atraer la atención del dragón.
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