Jean Rabe - El Dragón Azul

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El Dragón Azul: краткое содержание, описание и аннотация

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Los grandes dragones amenazan con esclavizar Krynn.
Han alterado la tierra por medios mágicos, esculpiendo sus dominios de acuerdo con sus viles inclinaciones, y ahora comienzan a reunir ejércitos de dragones, humanoides y criaturas, fruto de su propia creación. Incluso los antaño orgullosos Caballeros de Takhisis se han unido a sus filas y preparan el ataque contra los ciudadanos de Ansalon. Ésta es la hora más negra para Krynn. Sin embargo, un puñado de humanos no quiere rendirse. Incitados por el famoso hechicero Palin Majere y armados con una antigua Dragonlance, osan desafiar a los dragones en lo que quizá sea su último acto de valentía.

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—¡Aprisa! —silbó Alba mientras esquivaba al monstruoso Blanco, sólo para volver a avanzar hacia él.

Ulin forzó las palabras de su boca y sintió una creciente ola de energía bajo sus dedos. La energía fluyó hacia su interior, revitalizándolo. Al pronunciar la última sílaba del encantamiento, el viento sopló con frenética fuerza y dobló en un extraño ángulo las alas del Blanco. El señor supremo perdió momentáneamente el equilibrio, y el Dragón Dorado aprovechó la oportunidad para acercarse y lacerarle el vientre de un zarpazo. Luego mordió el cuello del Blanco. La sangre cayó al suelo y tiñó de rosa la nieve.

Escarcha emitió un aullido lastimero que sonó como el zumbido del viento, y exhaló otra ráfaga helada que alcanzó a Ulin. Una oleada de frío se extendió desde el corazón del hechicero hasta sus extremidades, entumeciéndole el cuerpo entero. No sentía las piernas ni los dedos, y tampoco la escama del dragón a la que estaba agarrado. Pero advirtió que caía, y percibió un remolino de viento alrededor de su cuerpo mientras se deslizaba de la grupa del dragón.

Ulin cayó en picado, gritando y sacudiendo los brazos. Sobre su cabeza, el Blanco empujó con las patas delanteras al dragón más joven para alejarlo de sí.

En ese momento Silvara se lanzó sobre la grupa de Escarcha, que perdió el equilibrio por el choque, e intentó arrojarlo al suelo, donde Gilthanas y Groller aguardaban con las lanzas.

El elfo levantó la lanza y miró hacia arriba, entornando los ojos para ver a través de la nieve.

—¡Silvara! —gritó.

Gellidus giró en el aire y volvió a descargar su aliento helado. Alcanzó al Dragón Plateado en el hocico, ahogándolo momentáneamente con los conos de hielo que penetraron en su boca y sus ollares.

—¡Has ganado esta batalla, Silvara! —gritó Gellidus—. Pero sólo porque me has pillado por sorpresa. Regresaré cuando esté listo y descansado. Disfruta de tu dulce y breve victoria, porque no tendrás otra.

—¡No ganarás! —gritó Alba pasando junto al Blanco—. Encontraremos más dragones como nosotros y nos uniremos para luchar contra ti.

—¡Estúpido jovencito! —Escarcha echó la cabeza atrás y rió. Se elevó más en el cielo y batió las alas con fuerza, agitando el viento—. ¡No importa cuántos dragones como vosotros consigáis reunir! —gritó por encima del ruido—. Al final perderéis. ¡Takhisis regresará! —Giró en el aire y su risa lo siguió, retumbando en las montañas cercanas—. ¡Malystryx traerá a la Reina Oscura! ¡Y ella gobernará Krynn!

El viento aulló y las montañas temblaron, amenazando con causar una avalancha.

—¡Takhisis! —susurró Ulin mientras luchaba por salir de entre la nieve. Estaba vivo de milagro y volvía a sentir sus entumecidos miembros.

El Dragón Dorado aterrizó cerca de él.

—Debo regresar rápidamente al barco y contarle lo que he oído a mi padre —dijo Ulin mientras caminaba con paso tambaleante al encuentro de Alba—. Takhisis. El Blanco ha dicho que la Reina Oscura regresará.

—¡Volved dentro! —ordenó Silvara. Cuando se posó en la tierra, su cuerpo volvió a transformarse y de inmediato recuperó la apariencia de una mujer solámnica—. ¡Deprisa!

Alba flotó hacia la tumba cambiando de forma en el camino. Unos instantes después, volvía a ser el joven de brillante cabello rubio y resplandecientes ojos verdes.

Ulin echó un último vistazo al cielo e hizo una seña a Groller y Gilthanas, que se apresuraron a entrar en la tumba, seguidos por los Caballeros de Solamnia y los prisioneros. En cuanto entraron en el edificio, las puertas de bronce se cerraron tras ellos.

—Al revelarnos, nos arriesgamos a que los señores supremos nos destruyan —dijo Silvara respirando entrecortadamente—. Y, ahora que Gellidus sabe que estoy en su territorio, tratará de hacer algo. Es probable que creyera que Alba no representaba un gran peligro, pero dos dragones... —Se volvió a mirar a Alba—. Por suerte no puede entrar aquí ni puede dañar los poderosos muros exteriores de la Tumba de Huma.

—Aunque puede sepultarla en la nieve —explicó Alba—. De hecho, lo hace a menudo.

Silvara asintió.

—Sin embargo, la magia que usaron para construir este edificio mantiene alejado el Mal. La tumba es más fuerte que el Blanco.

—¿Y qué pasa con los Caballeros de Takhisis? —Gilthanas señaló a los prisioneros maniatados—. Han entrado, a pesar de ser malos.

—Lo cierto es que vosotros los obligasteis a entrar. No entraron por propia voluntad. Además, no son tan perversos como el Dragón Blanco. Sin duda hay un ápice de bondad en su corazón.

Ulin procuró ordenar sus ideas. La noticia del regreso de Takhisis lo había dejado atónito.

—Goldmoon cree que los dioses sólo se han retirado temporalmente y que observan a los mortales desde lejos —dijo—. Está convencida de que algún día regresarán. Pero Takhisis... —Se apoyó sobre la lustrosa pared y se dejó caer al suelo—. Si la Reina Oscura vuelve, estaremos perdidos.

—Regresará —sentenció uno de los Caballeros Oscuros irguiendo los hombros—. Lo dice la profecía.

Alba lo fulminó con la mirada.

—Palin Majere debe enterarse de las palabras del Blanco —dijo el Dragón Dorado—. Él puede advertir a otros, incluidos sus amigos hechiceros. No obstante, no será Ulin quien se lo diga.

Los ojos del joven dragón resplandecieron.

Ulin le devolvió la mirada y recordó cómo había absorbido el aura mágica de Alba para potenciar su propio hechizo.

—Gilthanas, yo también me quedo aquí.

19

El bosque de Beryl

El dragón pasó rozando la frondosa cúpula. Su silueta negra como la noche contrastaba con el pálido cielo de la mañana. El Dragón de las Tinieblas giró su largo cuello a un lado y a otro para ver mejor entre las ramas. Al no hallar lo que buscaba, empleó la magia de su mente para localizar a los dragones inferiores en el bosque de Beryl. Muerte Verde, la señora suprema que regía el territorio qualinesti, tenía dragones subalternos desperdigados por todo su reino.

El dragón emitió un suave gruñido, un sonido semejante al del viento al pasar tras la rendija de una ventana, mientras abría y cerraba las garras negras como el azabache. Aunque ese día había planeado matar a un Dragón Verde, ahora se contentaría con un Negro. De modo que había restringido la búsqueda al bosque y los pantanos donde era fácil encontrar a esa clase de dragones.

—Tal vez al noreste —dijo el Dragón de las Tinieblas y ahora su voz sonó como un fuerte viento—. Un Negro pequeño en el pantano de Onysablet. O puede que...

Las palabras flotaron en el aire. Algo había llamado su atención. El dragón clavó sus negros ojos en los dos humanos, un enano y una elfa que se abrían paso entre la densa vegetación.

—Palin Majere —dijo el Dragón de las Tinieblas—, y también su esposa, Usha. —Los siguió, volando tan cerca de la bóveda del bosque que sus garras rozaban las ramas. Escuchó la intrascendente conversación del hechicero y sus amigos y trató de adivinar sus propósitos—. La elfa también tiene poderes mágicos. Fascinante. Pero los muy necios no saben que los estoy vigilando.

El dragón tuvo la paciencia necesaria para observar y esperar, hasta que olfateó a una presa más interesante a pocos kilómetros de allí. Sus negros ollares temblaron y sus ojos se entornaron.

—Un Negro —susurró. Volvió a olfatear el aire—. Un jovencito. Otra vez será, Palin Majere.

El Dragón de las Tinieblas giró hacia el norte y dejó que su mente mágica localizara a la presa.

En opinión del enano, había demasiado verde; tanto que apenas podía ver el cielo o el suelo. Naturalmente, las tonalidades variaban: verde pálido, verde intenso, verde pardo —a juego con la túnica y las polainas de Usha—, verde esmeralda, verde oliva, un verde tan oscuro que parecía negro y un verde tan claro que parecía blanco.

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