El guantelete del caballero asestó un feroz golpe en la costilla del semiogro, produciéndole una intensa punzada de dolor. Groller levantó una pierna y dejó caer su pie sobre el del caballero. Luego se arrodilló y usó el peso de su cuerpo para empujar al oficial hacia el humo y las llamas. La tos sacudió el torso del caballero, y los carnosos dedos del semiogro volvieron a atenazarle el cuello. El oficial trató desesperadamente de soltarse, pero Groller siguió apretando, evitando que su contrincante volviera a llenar sus pulmones del aire caliente y cargado de humo. El oficial se resistió débilmente unos instantes más y luego cayó inerte. El semiogro se levantó y corrió hacia la borda en busca de aire puro.
Feril estuvo a punto de chocar con Usha y Palin. Se encontraron en lo alto de las escaleras del Yunque y los tres vieron el drakkar de los Caballeros de Takhisis amarrado al otro lado del muelle. El casco era negro como el carbón. De varios puntos de la cubierta salía humo, y las llamas envolvían el palo mayor y el popel.
—¡Palin! —gritó Feril.
—¡En nombre de Paladine! —murmuró Palin.
El hechicero se envolvió mejor con la sábana, contempló la carnicería y comenzó a recitar las palabras de un encantamiento.
Usha, vestida con camisón y bata, corrió a su lado.
—¡Ulin! —dijo con voz ahogada—. ¡Por todos los dioses! ¿Qué hace allí?
Ulin Majere estaba en el centro de la nave dragón, dirigiendo el fuego. Tenía el cabello empapado en sudor, pegado a ambos lados de la cara, y su túnica y sus polainas estaban cubiertas de hollín. Hizo un ademán con la mano, y una sección humeante del barco comenzó a arder como una hoguera, envolviendo a cuatro caballeros. Éstos se tambalearon, corrieron hacia la borda con las cotas en llamas, y se arrojaron al agua. La pesada armadura pronto los llevó al fondo.
Un aullido quebró el aire y Furia saltó por encima de la borda hacia el barco en llamas. Feril bajó por la pasarela del Yunque y subió al barco de los caballeros, donde Groller le cerró el paso. Tenía la ropa chamuscada y hecha jirones, y la sangre manaba de las numerosas heridas en sus brazos. Hizo un ademán como para espantar a una mosca.
—¡Fuera! Barco que... mar. Fue... go en todas partes.
Feril negó vehementemente con la cabeza.
—¡A tu espalda! —gritó—. Yo tengo que ayudar a Rig.
La expresión desesperada de la cara de la kalanesti hizo que el semiogro siguiera la dirección de su dedo. Un corpulento caballero, con la cota en llamas y la espada en alto, corría hacia Groller. Éste se volvió a mirarlo y sacó de su cinturón la cabilla de maniobra. Mientras se agachaba para esquivar el golpe, una figura de pelaje rojo pasó como un relámpago a su lado.
Furia golpeó el pecho del caballero con las patas delanteras y lo derribó. Luego lo obligó a arrojar la espada mordiéndole la muñeca. Groller aprovechó la ocasión y golpeó la sien del caballero con la cabilla de maniobras.
En la cubierta del Yunque de Flint, Usha tocó con suavidad el hombro de su marido.
—Palin, ¿no podrías...? Ah, ya estabas haciendo algo.
Usha aguardó a que su marido terminara de pronunciar el encantamiento y vio cómo la energía que había invocado se canalizaba hacia él, agitando el aire y el agua que los rodeaba.
El hechicero miró las grandes olas que comenzaban a sacudir el Yunque y el drakkar de los caballeros. Hizo un ademán con la mano, señalando una ola en particular. En el resto del puerto el agua estaba tan serena como si fuera cristal. Con un simple giro de muñeca y unas pocas palabras, el hechicero arrojó el agua de la ola sobre la cubierta del barco de los Caballeros de Takhisis. Continuó así con una segunda ola, y una tercera, cada una de ellas invocada individualmente por Palin. El agua extinguió parte de las llamas y arrojó a varios caballeros por encima de la borda.
—Deja que te ayude —dijo Gilthanas.
Él, Sageth y el resto de los refugiados que habían estado durmiendo en la cubierta se congregaron en torno a los Majere. Gilthanas se metió los rizos dorados detrás de las puntiagudas orejas, extendió el brazo y abrió los dedos en dirección al barco. Respiró hondo varias veces, cerró los ojos y se concentró en la suave brisa.
—Más rápido —instó.
—¡Madre mía! —exclamó Ampolla. La kender se abrió paso a codazos entre los refugiados hasta llegar a donde quería: junto a Usha—. Pensé que el cocinero había quemado el desayuno. ¡Eh! ¿Qué hace Rig allí? ¿Y Groller? También está Feril. Y... ¡Ulin!
La kender dejó de hacer preguntas, metió la mano enguantada en uno de los numerosos saquitos que colgaban de su cintura y sacó su honda. La desplegó y de inmediato buscó piedras y canicas con sus dedos doloridos. Un instante después, disparaba a los Caballeros de Takhisis que luchaban contra el marinero.
—¡Más rápido! —dijo el elfo levantando la voz a medida que el viento arreciaba a su alrededor.
Una racha de viento empujó a la siguiente ola que invocaba Palin. El agua se elevó y se derramó violentamente sobre la cubierta.
—¡Otra vez! —gritó el elfo, agrandando otra ola con su encantamiento.
Feril corrió hacia Rig, con los pies descalzos resbalando en la cubierta húmeda. Como si los tres caballeros que luchaban contra el marinero fueran pocos, un cuarto corría a su encuentro. La kalanesti lo empujó con el hombro y lo derribó, consiguiendo mantener el equilibro a duras penas.
Cuando la siguiente ola cayó sobre el barco, Rig extendió el brazo hacia atrás para cogerse de la batayola en el mismo momento en que el agua arrojaba a dos de sus adversarios por encima de la borda. Rig se incorporó para enfrentarse con el tercero, que corría hacia él balanceando frenéticamente su espada. La hoja pasó por encima de la cabeza del marinero, que se echó a un lado para evitar otra serie de estocadas rápidas. Rig respondió lanzándose sobre su contrincante con todas las fuerzas que le quedaban. El alfanje alcanzó la muñeca del caballero, cuya mano y espada volaron por los aires y cayeron en la cubierta. El caballero lanzó un grito de dolor y se cogió el muñón, ocasión que aprovechó Rig para derribarlo de una patada.
Cuando el marinero hizo una pausa para recuperar el aliento y mirar alrededor, vio a Feril y le sonrió. Detrás de ella, un caballero maduro —oficial, a juzgar por su insignia— corría hacia ellos. Rig desenvainó su alfanje y buscó sus dagas en el escote en «V» de su túnica. Adivinando sus intenciones, el caballero dio media vuelta y corrió en dirección contraria hacia la borda, con el agua amenazando seriamente su equilibrio.
—El honor es para los tontos —murmuró Rig mientras lanzaba la primera daga, que alcanzó al hombre entre los omóplatos.
Después, arrojó la segunda daga a un caballero que se acercaba a Ulin. La hoja se clavó en la garganta del hombre, que cayó muerto a los pies del joven hechicero.
Feril retrocedió y se sujetó de la borda cuando una de las olas de Palin, empujada por una mágica racha de viento, se rompió contra la popa, empapándola en el proceso. Ya quedaban pocas llamas y el humo se había disipado casi por completo. La kalanesti buscó con la vista al resto de sus amigos. El marinero se acercó, le rodeó los hombros con el brazo y la estrechó con suavidad.
—Un buen ejercicio matutino —observó—. Nada mejor para mantener la destreza con la espada.
Cuando vieron a Furia y a Groller, la elfa se soltó del brazo de Rig y fue al encuentro de la pareja. El lobo intentaba infructuosamente sacudirse el agua del pelaje, mientras que el semiogro daba un puñetazo al último caballero en pie. El hombre se resistió a caer, hasta que Groller le asestó un golpe en el esternón. El hueso crujió, y el caballero se desplomó.
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