Jean Rabe - El Dragón Azul

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Los grandes dragones amenazan con esclavizar Krynn.
Han alterado la tierra por medios mágicos, esculpiendo sus dominios de acuerdo con sus viles inclinaciones, y ahora comienzan a reunir ejércitos de dragones, humanoides y criaturas, fruto de su propia creación. Incluso los antaño orgullosos Caballeros de Takhisis se han unido a sus filas y preparan el ataque contra los ciudadanos de Ansalon. Ésta es la hora más negra para Krynn. Sin embargo, un puñado de humanos no quiere rendirse. Incitados por el famoso hechicero Palin Majere y armados con una antigua Dragonlance, osan desafiar a los dragones en lo que quizá sea su último acto de valentía.

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—Pero hay algo que te preocupa —afirmó Palin—. Lo noto en tu tono de voz.

—Lo que me preocupa es que ni el Hechicero Oscuro ni yo hayamos pensado en esa posibilidad. Ha sido preciso que apareciera un viejo erudito medio loco para abrirnos los ojos. Si es posible acrecentar la magia, los hechiceros podríamos practicar encantamientos más poderosos y desafiar con ellos a los dragones.

—Eso zanja la cuestión —dijo Palin—. Mis compañeros y yo buscaremos los objetos mágicos. Mientras tanto, me gustaría que investigarais al respecto. Una vez que los encontremos, hemos de estar absolutamente seguros de que destruirlos es lo más indicado.

El Custodio asintió.

—Las investigaciones llevan mucho tiempo y no siempre conducen a las conclusiones que uno espera.

—No estamos precisamente holgados de tiempo —repuso Palin—. Pero, tanto si decidimos destruir los objetos mágicos como si no, debemos encontrarlos antes que Khellendros. —Respiró hondo, miró entre los pliegues de la capucha del Custodio y luego echó un vistazo al Hechicero Oscuro—. Me han dicho que un objeto de la magia antigua se encuentra en esta torre. Es un anillo.

—El anillo de Dalamar —respondió el Custodio con voz aun más baja que de costumbre.

—¿Lo tienes tú?

El Custodio de la Torre recogió los pliegues de la larga manga que le cubría la mano derecha. Un grueso anillo de oro trenzado le rodeaba el dedo corazón. La joya resplandeció con una luz misteriosa, y Palin sintió las oleadas de su oscura energía desde varios palmos de distancia.

El Hechicero Oscuro se apartó de la mesa.

—¿Y cuántos secretos más guardas?

—Puede que tantos como tú.

El Custodio volvió a cubrir la mano con la manga.

—¿Cómo obtuviste ese anillo? —preguntó el Hechicero Oscuro.

—Dalamar estudiaba en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas. Fue uno de los objetos que dejó y yo lo rescaté después de que destruyeran la torre, hace muchos años.

—Y Dalamar era un mago de los Túnicas Negras, igual que Raistlin. Sin duda éste sabía dónde guardaba el precioso anillo.

—Hechicero Oscuro, no tengo inconveniente alguno en entregar el anillo a Palin —aseguró el Custodio—. Es un objeto muy poderoso. Pero primero preferiría llevar a cabo las investigaciones que nos ha pedido. Quiero asegurarme de que mi sacrificio no será en vano. Repasaré las notas de Raistlin, que hablan precisamente de la magia antigua. Él sabía mucho al respecto.

—Raistlin —repitió el Hechicero Oscuro—. Ni siquiera él habría podido vencer a los dragones.

—Eso no lo sabes —protestó el Custodio—. Era poderoso. Sus libros están plagados de...

—Palabras y suposiciones sobre la magia arcana —concluyó el Hechicero Oscuro—. Pero haz lo que quieras. Siempre es posible que encuentres algo útil en medio de sus obsoletas divagaciones.

El Custodio miró a Palin.

—Sageth te dijo que necesitarías cuatro objetos. Cuando hayas encontrado tres, vuelve a verme. Entonces te entregaré el anillo de Dalamar.

—Un sacrificio muy noble —susurró el Hechicero Oscuro—. Claro que nadie es capaz de un sacrificio mayor que el de un amante tío.

Palin carraspeó.

—Regresaré al Yunque. Tenemos que buscar un hogar para las personas que llevamos a bordo. De camino a Ergoth del Sur, nos detendremos en varias ciudades de la costa.

—Bien —dijo el Hechicero Oscuro—. Tú vete a navegar. El Custodio se enfrascará en la lectura de los libros de Raistlin. Es suficiente con que uno de nosotros estudie la magia antigua. Yo me ocuparé de una tarea más importante: observar al gran Dragón Rojo del oeste. Creo que es una amenaza mayor que Tormenta sobre Krynn y que desempeñará un papel más relevante en tu búsqueda.

El Hechicero Oscuro regresó junto a la ventana y contempló las estrellas y el huerto que los rodeaba.

—Mañana rastrearé el Pico de Malys.

—Yo me marcharé por la mañana —dijo Palin.

—¿Tan pronto? —preguntó el Custodio.

—No he avisado a mis amigos que venía hacia aquí, y si descubren que no estoy en el barco, creerán que me he caído por la borda.

—Esta vez iré contigo.

La voz de Usha era firme y no admitía objeciones.

—Yo también —dijo alguien desde el umbral. Sus ojos eran dorados, como los de su madre, y su cabello rojizo, como el de su padre muchos años antes—. Es hora de que yo también participe en este asunto.

Palin sonrió y saludó a su hijo con una inclinación de cabeza. Sin embargo, le sorprendió ver a Ulin. Suponía que estaba en Solace, junto a su esposa y sus hijos.

—Muy bien, agradeceré vuestra ayuda. Os llevaré al Yunque de Flint poco después del amanecer. Después de que hayamos reunido provisiones.

9

Las semillas de la expiación

—No hemos encontrado sobrevivientes, mi señor Khellendros.

El Caballero de Takhisis se quitó el yelmo y se arrodilló respetuosamente ante el gran Dragón Azul. Sus cuatro acompañantes permanecieron detrás, en posición de firmes y con la cabeza inclinada.

Sentado junto a la entrada de su cubil del norte, Khellendros estudió en silencio a sus nerviosos subordinados.

—El fuerte estaba en ruinas y todos los cafres y caballeros han muerto. Algunos fueron atropellados por los elefantes, otros murieron asesinados o envenenados por los escorpiones. —Alzó la vista al dragón—. A juzgar por el estado de los cadáveres, debió de ocurrir hace pocos días. Tratamos de rastrear a los responsables, pero el viento había borrado sus huellas.

—¿Y los sivaks? —preguntó Khellendros.

—También han muerto, señor.

El dragón emitió un rugido que hizo temblar el suelo del desierto bajo su gigantesco cuerpo. El caballero notó la sacudida, pero no se acobardó. No tenía sentido. Khellendros los mataría a todos o no lo haría. Asustarse no cambiaría nada.

—Los sivaks nos han proporcionado la única pista —añadió el caballero—. En su despacho encontramos a dos hombres encadenados... idénticos. Tenían el aspecto de Palin Majere, hijo de Caramon y...

—Sé muy bien quién es Palin Majere —gruñó el gran Dragón Azul.

Su segundo rugido fue más grave y retumbó en su vientre. En lo alto comenzaron a acumularse nubes, como si el cielo fuera un espejo del tenebroso humor del dragón. El viento arreció.

—Podemos formar una brigada de búsqueda —prosiguió el caballero—. Nos pondremos en contacto con nuestros hermanos y nuestros espías de la costa. Dicen que es el hechicero más temible de Krynn, así que todo el mundo lo conoce. Tarde o temprano alguien lo verá y dará la voz de alerta.

—Seré yo quien encuentre a Palin Majere y lo mate. —Khellendros levantó la cabeza y cerró sus enormes ojos amarillos. Las nubes se cargaron de lluvia y relámpagos—. Me ocuparé personalmente del hijo de Caramon y Tika Majere, los enemigos de Kitiara. ¿Entendido?

El viento comenzó a silbar y agitar la arena alrededor de las rodillas del caballero, filtrándose por las rendijas de su armadura negra.

—Entendido, mi señor Khellendros.

—Tengo una misión para ti —comenzó Khellendros—. Embarca en una de las naves dragón y zarpa hacia Ergoth del Sur.

El caballero lo miró con expresión perpleja.

—El Blanco está allí. Ergoth del Sur es su territorio.

—Y, si tú quieres sobrevivir y servirme, harás bien en no cruzarte en su camino —prosiguió Khellendros—. Hay un lugar llamado valle de Foghaven. En algún lugar entre una escultura ridículamente grande de un Dragón Plateado y una fortaleza en ruinas hay un sencillo edificio hecho de obsidiana. Tendrás que encontrarlo en medio de la niebla, la nieve y el hielo que ha creado Gellidus. En el interior de esa estructura negra hay algo que necesito. Debes traérmelo.

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