El caballero asintió y se puso en pie. Su sudorosa cara estaba cubierta de arenilla, pero no la limpió. Se puso el yelmo y dio un paso atrás para formar con sus camaradas.
—Tendrá que acompañarte alguien —añadió Khellendros—. No importa a quién elijas, siempre que sea un hombre íntegro y honrado, de excelentes cualidades; un humano idealista. El objeto que deseo que recuperes podría quemarte la piel, hasta es posible que te resulte imposible tocarlo, pero no causará daño alguno a un hombre piadoso. Más adelante te pediré que busques otros objetos, pero antes debo descubrir su paradero.
—Comenzaremos por éste, mi señor Khellendros. No os defraudaremos —aseguró el portavoz de los caballeros.
Khellendros estaba muy satisfecho de sí. No cabía duda de que era listo. Ahora tenía a Fisura y a los caballeros buscando los antiguos objetos mágicos.
—Asegúrate de no fallarme. El éxito de esta empresa ayudará a tu Orden a expiar la negligencia de vuestros hermanos del fuerte.
—Ya he visto suficiente.
Mirielle Abrena se separó del cuenco de cristal lleno de agua, en cuya superficie flotaba la imagen de los caballeros y Khellendros. Hizo una seña al hechicero que estaba a su lado.
—Muy bien, gobernadora general —repuso el hechicero, que removió el agua con un dedo deforme para borrar la imagen.
Mirielle se paseó de un extremo al otro de la habitación, una lujosa biblioteca llena de muebles de madera oscura. Los tacones de sus botas rechinaban sobre el lustroso suelo. Se sentó en un sillón de orejas y unió los dedos de ambas manos.
—Dime, Herel, si consiguiéramos apoderarnos de parte de la antigua magia que busca Khellendros, ¿podrías usarla en beneficio nuestro?
El hechicero se quitó la capucha, dejando al descubierto la cara angulosa de un hombre maduro. En la mejilla izquierda tenía una cicatriz semejante al sarmiento bordado en la pechera de su túnica.
—Mi querida gobernadora general, soy un hombre de talento. Sí; podría usar esos objetos mágicos. Agradecería a Takhisis una oportunidad semejante y sin duda sabría emplear la magia para nuestros fines. Pero ¿qué hará Khellendros si se entera de que los caballeros buscan esos objetos para sí?
Mirielle esbozó una sonrisa astuta.
—No se enterará. Los caballeros asignados a su servicio harán exactamente lo que les ha pedido. Si consiguen llegar antes que nosotros, estupendo. Pero si los hombres que yo escoja descubren algún otro vestigio de la magia antigua... —Dejó la frase en el aire y sus ojos bucearon en los del hechicero—. Khellendros ha enviado a los caballeros a la Tumba de Huma. No interferiremos con esa misión, pues sería una carrera imposible de ganar. Pero tú averiguarás dónde se encuentran el resto de los objetos mágicos y concentraremos nuestros esfuerzos en ellos.
—Pero, gobernadora general, parte de la vieja magia está enterrada, oculta. Vaya a saber dónde...
—No será imposible para un hombre de talento como tú, ¿no? —dijo con ironía—. Tampoco para alguien dispuesto a complacer a la gobernadora general de los Caballeros de Takhisis y que haría cualquier cosa para satisfacer sus deseos.
El hechicero palideció.
—Me ocuparé de este asunto de inmediato, gobernadora general.
—Eso espero —respondió ella lacónicamente—. Tengo entendido que el tiempo es...
Un brusco golpe en la puerta interrumpió las palabras de Mirielle. El hechicero se acercó presuroso a la puerta y posó la mano sobre la oscura madera.
—El caballero Breen espera fuera, gobernadora general.
—Hazlo pasar. Pero no digas una sola palabra de lo que hemos hablado, ni a él ni a nadie.
El hechicero se marchó en cuanto entró el caballero. Un brillante peto negro cubría su fornido pecho y una capa también negra, cubierta de galones y medallas, colgaba en grandes pliegues sobre su espalda. Saludó con una pequeña inclinación de cabeza y clavó sus fríos ojos en Mirielle.
—Gobernadora general, nuestras fuerzas han tomado otras cuatro aldeas de ogros. Durante el último ataque sufrimos pérdidas importantes. La aldea era grande y sus habitantes estaban preparados para defenderse. Sin embargo, creo que Sanction estará en nuestras manos antes de fin de año.
Mirielle hizo un gesto afirmativo.
—¿Algo más?
—Me pedisteis un informe de los nuevos alistamientos, gobernadora general. Multitud de jóvenes de Neraka y Teyr se han unido a la Orden y estamos reclutando un número importante en Abanasinia. Este año nuestras tácticas persuasivas han dado buenos frutos. Ojalá Takhisis estuviera aquí para ver nuestros progresos.
—Somos más fuertes que nunca. —Mirielle se puso en pie y se acercó a Breen—. Escoge una docena de tus mejores hombres de la ciudad y envíamelos. Tengo que encomendarles una misión importante. —Lord Breen le dirigió una breve mirada de curiosidad y abrió la boca con intención de preguntarle algo más, pero la gobernadora lo cortó en seco—. Puedes retirarte.
10
El Dragón de las Tinieblas
El dragón era gigantesco, negro y sin rasgos característicos, como si fuera una silueta recortada de un trozo de terciopelo y suspendida en el cielo del atardecer. Flotaba sobre el cuerpo contorsionado de un Dragón Verde, estudiándolo. Luego la mancha se esfumó de la vista.
—¿Qué conclusión sacas? —preguntó el Custodio.
Miró el cadáver del dragón, la sangre que se extendía a su alrededor formando un oscuro charco y las escamas de color verde oliva desperdigadas por el suelo como hojas caídas.
El Hechicero Oscuro removió el agua del cuenco grande que tenía delante. De inmediato, la escena representada sobre la superficie desapareció.
—Durante la Purga, los dragones se mataban unos a otros y absorbían la esencia del vencido para acrecentar su poder. Es muy probable que este dragón esté haciendo lo mismo.
—Aunque es negro, no se trata de un Dragón Negro —comentó el Custodio—. No exhaló ácido sobre el joven Verde. Su aliento era como una sombra sofocante, una nube tenebrosa a través de la cual no podíamos ver nada. Creo que es un Dragón de las Tinieblas.
Su colega asintió.
—Son raros en Krynn, pero no desconocidos. Lo vi por primera vez hace unas semanas, cuando mató a un joven Rojo. También he visto otros cadáveres de dragones, uno Blanco y dos Negros, y me pregunto si este Dragón de las Tinieblas es el responsable.
—Quizás, aunque puede que nunca lo sepamos con seguridad —respondió el Custodio—. No tiene escamas ni garras. No pretende conquistar un territorio, como los señores supremos. Me gustaría estudiarlo con más detenimiento, pues ha despertado mi curiosidad, pero debo seguir buscando los antiguos objetos mágicos. Y tengo que darme prisa. Estoy de acuerdo con Palin en que el tiempo apremia. No debí haberme distraído de mi tarea ni siquiera estos breves minutos.
—A mí también me gustaría estudiar al dragón, pero debo invertir todas mis energías en Malys. Cada día que pasa, la Roja enrola más goblins en su ejército. Este Dragón de las Tinieblas, por el contrario, no parece una amenaza para los humanos, de modo que podemos posponer su estudio.
—No indefinidamente.
—No.
—Bien; entonces queda acordado que, cuando terminemos con nuestras respectivas investigaciones, dedicaremos toda nuestra atención al Dragón de las Tinieblas. —El Custodio se apartó del cuenco de agua y se dirigió a una estantería que cubría una pared entera de la habitación donde se encontraban, una cámara de la Torre de Wayreth. Del suelo al techo había estantes repletos llenos de gruesos volúmenes y rollos amarillentos—. Estas son las notas y los diarios de Raistlin. He estado revisando las copias, buscando información sobre la magia de la Era de los Sueños.
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