Jean Rabe - El Dragón Azul

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Los grandes dragones amenazan con esclavizar Krynn.
Han alterado la tierra por medios mágicos, esculpiendo sus dominios de acuerdo con sus viles inclinaciones, y ahora comienzan a reunir ejércitos de dragones, humanoides y criaturas, fruto de su propia creación. Incluso los antaño orgullosos Caballeros de Takhisis se han unido a sus filas y preparan el ataque contra los ciudadanos de Ansalon. Ésta es la hora más negra para Krynn. Sin embargo, un puñado de humanos no quiere rendirse. Incitados por el famoso hechicero Palin Majere y armados con una antigua Dragonlance, osan desafiar a los dragones en lo que quizá sea su último acto de valentía.

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Rig miró hacia el Yunque de Flint, vio a Palin y sonrió.

—¿He interrumpido tus sueños? —preguntó señalando el atuendo del hechicero.

Palin se ruborizó.

—Voy a vestirme —dijo a Usha—. Luego hablaremos de lo ocurrido.

El hechicero comenzó a bajar por las escaleras en el mismo momento en que Jaspe Fireforge subía. El enano bostezó.

—¿A qué viene tanto alboroto? En este barco es imposible dormir.

Cuando Palin se hubo vestido, regresó a la cubierta donde encontró a Jaspe atendiendo a los heridos. Rig estaba reclinado sobre el palo mayor y Jaspe le vendaba la cintura. Groller observó la obra del enano y luego se quedó quieto para que Jaspe le examinara las costillas.

—Deberías usar armadura —gruñó Jaspe, consciente de que el semiogro no podía oírle.

—Parece que Rig empezó la pelea —anunció Ampolla a Palin.

—¿Que empecé yo? —protestó el marinero—. Empezaron ellos. Yo sólo los ayudé a terminarla.

Palin dirigió una mirada fulminante al negro.

—¿Qué pasó?

—Me levanté temprano. Groller y yo estábamos vigilando a los caballeros. Al parecer, llegaron anoche, poco después que nosotros. Tu hijo se reunió con nosotros porque no podía dormir. Así que charlamos un rato. El drakkar no despertó mi curiosidad hasta que vi que los caballeros traían gente de la ciudad a los muelles a una hora temprana y conveniente, cuando el resto de la población dormía.

—¿Y? —apremió Palin.

—Y les pregunté qué hacían. —Rig hizo una pequeña pausa para ajustar ligeramente la posición del vendaje—. No lo dijeron, pero supuse que estaban capturando más personas para que el Azul las convirtiera en dracs.

—De modo que atacaste a los caballeros.

—No exactamente. —Era evidente que al marinero no le gustaba el interrogatorio de Palin.

Se levantó, pasó junto al hechicero y echó a andar por la pasarela en dirección al muelle, donde Feril, Gilthanas, Usha y Ulin conversaban con los antiguos prisioneros.

—¿Entonces qué pasó exactamente?

Rig no respondió. Palin suspiró y lo siguió al muelle.

—Rig no empezó la pelea —dijo Ulin cuando su padre llegó junto a él—. Fui yo.

—¿Tú?

—Rig les dijo que dejaran a los prisioneros, y los caballeros amenazaron con llevarnos a nosotros también. Así que yo los amenacé con destruir su barco. Los muy tontos no me creyeron. —Palin suspiró—. ¿Recuerdas el sencillo hechizo del fuego que me enseñaste hace unos años? Bien; he estado practicando y puse a prueba una versión mejorada en las velas de su nave.

—Naturalmente, los caballeros no se alegraron —añadió Rig con una risita—. Y, cuando desenvainaron las espadas, pensé que debía complacerlos. —Dio un par de palmaditas ala empuñadura de su alfanje—. Hice un ejercicio de calentamiento con un par de ellos.

—¿No podríais habernos despertado antes de que las cosas se os escaparan de las manos? —preguntó Feril—. Yo habría intercedido. Tal vez no hubieran muerto tantos caballeros.

—Bueno, las cosas se nos escaparon de las manos antes de que nos diera tiempo a avisar —dijo Ulin, sonriendo a su padre.

—Has tenido suerte —afirmó Palin a su hijo—. El fuego podría haberse extendido al Yunque de Flint. Uno de vosotros podría haber muerto y...

—Pero no ha sido así —lo interrumpió Ulin—. No nos mataron. Y conseguimos salvar a mucha gente condenada a convertirse en comida para los dragones o en dracs.

—Ocupémonos del resto de los refugiados y marchémonos de aquí. Tenemos prisa y no podemos desperdiciar el tiempo en...

—¡Eres Palin Majere, el famoso hechicero! —exclamó un joven con una rebelde melena rojiza mientras se abría paso entre los prisioneros liberados de la primera fila.

—Sí, pero...

—Eres una de las personas más poderosas de Krynn —prosiguió el joven.

A su espalda, el resto de los prisioneros comenzaron a murmurar con entusiasmo, señalando a Palin. El hechicero se ruborizó.

—Palin Majere —anunció una mujer gorda—. Luchó en la guerra de Caos. Mató a Caos.

—Eso no es verdad —interrumpió Palin—. Yo sólo...

—Tu padre es Caramon, uno de los Héroes de la Lanza —dijo otro hombre.

—¡Y no olvides a su madre, Tika! —exclamó la gorda—. En sus tiempos, fue una mujer muy valiente. Y supongo que sigue siéndolo.

—Palin es pariente de Raistlin, el hechicero más importante de Krynn —interrumpió otro—. Creo que son primos.

—En realidad, era mi tío.

—No, el hechicero más importante de Krynn es Palin. Mi padre me ha dicho que de no ser por él ya no habría magia. Y si él no hubiera combatido en el Abismo, Krynn no existiría.

—¡Un auténtico héroe! —exclamó una joven—. ¡Por favor, déjame ir contigo!

Palin dio un paso atrás. Usha lo imitó, con un brillo en los ojos que indicaba que le divertía la timidez de su marido.

—Deberías salir de la Torre de Wayreth más a menudo, cariño. Mira cuánto te quieren.

—¿Que me quieren?

—Les contaré a todos mis amigos que Palin Majere me rescató —dijo la mujer gorda mientras intentaba llegar junto al hechicero.

—Escuchadme, me siento halagado, pero tenemos prisa.

—Espero que no demasiada —terció el pelirrojo. Tenía unos asombrosos ojos dorados y la nariz cubierta de pecas—. Hay más caballeros por los alrededores, en un claro no muy apartado de la ciudad.

—Sí —afirmó una mujer delgada que pasó por delante de la gorda y se situó junto al pelirrojo—. Han acampado a pocos kilómetros de aquí. Nos tuvieron allí un tiempo, supongo que esperando a que llegara la nave. Dijeron que nos llevarían a un puerto del norte.

—También dijeron que en cualquier momento llegarían otros prisioneros —añadió el joven—. ¿Y si ya están allí? ¿Crees que podrías ayudarlos como nos has ayudado a nosotros?

Palin dejó escapar un suspiro. Estaba ansioso por zarpar en busca de los objetos mágicos de la Era de los Sueños. Sageth había dicho que era una «carrera», y Palin estaba de acuerdo. Sin embargo, no podía defraudar a esas personas.

—¿A qué distancia de aquí está el campamento?

—A unos pocos kilómetros —respondió la mujer delgada—. Yo te guiaré. Conozco el camino.

—¡Estupendo! —Rig, que había permanecido callado hasta este momento, se llevó la mano a la empuñadura del alfanje—. Unos pocos caballeros no representan ningún reto. Liberaremos a vuestros amigos en menos que canta un gallo. Puedo hacerlo yo solo.

—Tú quieres morir, Rig Mer-Krel. No lo niegues —dijo Feril—. Te he visto en la cubierta del drakkar. Luchabas contra tres caballeros a la vez, y se acercaba un cuarto. Debería haberme dado cuenta cuando insististe en ir al fuerte de Khellendros en el desierto. No te importó que sólo fuéramos cuatro. La muerte de Shaon te ha afectado. —Respiró hondo y prosiguió con su discurso:— No quieres vivir sin ella, así que estás haciendo todo lo posible para ir a su encuentro.

Rig la miró boquiabierto.

—No es verdad. Yo...

—¿No? Antes no eras tan imprudente. Valiente, sí, pero no tan estúpido. —Dio media vuelta y echó una mirada fulminante a Palin—. Voy a ayudar a estas personas —dijo inclinando la cabeza hacia el joven pelirrojo y la mujer delgada.

—Yo iré contigo —sugirió Rig.

—¡No! —Feril prácticamente escupió la palabra—. Te quedarás aquí a ayudar a los refugiados. Luego buscarás la mejor ruta para llegar a Ergoth del Sur y conseguir provisiones. Palin, Gilthanas, vosotros podéis venir conmigo —prosiguió—. Tú también, Ulin. Yo me veo capaz de lidiar con unos cuantos caballeros. Además de espadas, tenemos la magia de nuestra parte. Es posible que no necesitemos matarlos a todos.

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