Mulok y sus compañeros se dedicaron a amontonar a sus camaradas caídos alrededor de la base de un ciprés. No resultaba práctico enterrarlos allí, o quemarlos. Maldred dijo que los dejarían a merced de los carroñeros, una vez que les hubieran quitado cualquier arma o parte de armadura que pudiera usarse.
Rig observó que Dhamon arrancaba un gran anillo de plata de la mano de un cadáver y se lo guardaba en el bolsillo. Luego tomaba una muñequera de plata del brazo de otro y la introducía en su morral, para a continuación seguir adelante, fingiendo interés en las lianas. El marinero sintió repugnancia, sacudiendo la cabeza al tiempo que deseaba ardientemente no haberse cruzado jamás en el camino de Dhamon Fierolobo y que los Caballeros de Solamnia hubieran accedido a pagar este rescate. Podrían haberlo hecho por Fiona, que había dedicado su vida a la Orden, y ello les habría ahorrado a la mujer y a él mucho tiempo: semanas. No tendrían que haberse abierto paso a lo largo de las Khalkist siguiendo a Dhamon y a Maldred, y no habrían ido al poblado de cabreros por encargo de un arrogante caudillo ogro.
Y podrían haberse reunido con el viejo draconiano bozak en Takar a tiempo. El hermano de Fiona podría haber vivido.
—Si pudiéramos confiar en que el dragón aceptará el rescate —refunfuñó Rig—. Si el draconiano estuviera en Takar. Si. Si. Si.
Un ronco gruñido surgió de las profundidades de su garganta. Quería desesperadamente ir en pos de su alabarda. Pero si la persona —o criatura— que la había cogido era la responsable de todas las serpientes, sospechaba que aquello le costaría la vida. Y deseaba ir a Shrentak, una idea con la que se había permitido obsesionarse, y rescatar a toda la gente prisionera allí.
—Shrentak —siseó.
El marinero distinguió a Dhamon y a Maldred conferenciando junto a una de las antorchas y, abriendo y cerrando las manos con fuerza, se encaminó hacia ellos. Fiona estaba muy cerca. Bien, se dijo, así se enteraría de lo que él tenía que decir.
—El cofre. —Fiona daba vueltas en un cerrado círculo mientras hablaba; sus manos temblaban y sus hombros estaban atípicamente encorvados—. Algo se llevó el cofre. Con las joyas y las monedas. ¡El rescate de mi hermano!
—Del cadáver de tu hermano —corrigió Rig.
Los ojos de la mujer llameaban cuando se detuvo a pocos centímetros del marinero, y sus labios se movían en silencio. El ergothiano sabía lo que pensaba. Si no hubieran perdido tiempo intentando reunir un rescate con Dhamon y su grandullón amigo —si el Consejo Solámnico sencillamente le hubiera entregado lo que necesitaba— su hermano podría seguir aún con vida. Tal vez.
—No habría importado —le dijo el marinero, aunque no lo creía por completo—. Rescate o no, esa hembra de dragón no iba dejarlo libre ni a él ni a ninguno de esos otros caballeros. Probablemente no era más que un juego morboso. De modo que deambulamos por esta condenada ciénaga para nada. Toda esta expedición carece de sentido, Fiona. ¿Cuántas veces tengo que decirte que vi morir a tu hermano?
Ella empezó a decir algo, pero él la interrumpió.
—Así que quieres su cuerpo para darle un entierro adecuado. Eso es admirable. Pero hasta ahora ha costado las vidas de diez ogros. Y mi alabarda. Y ahora el cofre con todo el botín ha desaparecido. No hay rescate, no hay cuerpo. No nos hallamos donde se supone que debemos estar. Regresemos a casa. Podemos honrar a tu hermano…
—No puedes decir eso —replicó Fiona con desesperación—. No puedes decir que todo esto carece de sentido. Maldred había enviado exploradores por delante… antes de que aparecieran las serpientes. Ellos encontrarán las ruinas de Takar y…
Dhamon asintió con la cabeza. Se había aproximado silenciosamente hasta la pareja, escuchando atentamente su conversación.
—Maldred envió a dos buenos exploradores. —Señaló hacia el sur—. Deberían estar de vuelta pronto, si nos hallamos tan cerca del lugar como Mal cree.
—Creo que nos encontramos prácticamente encima de ello. —Las palabras provenían de Maldred, que seguía mirando en derredor para asegurarse de que no descendían más serpientes.
—¿Encima de qué? —tronó Rig—. Desde luego no de Takar. Estamos demasiado al sur de las ruinas de Takar. ¿Así que adonde, por todas las capas del Abismo, nos estás llevando, Maldred?
El hombretón dedicó al otro una mirada de perplejidad.
—Ya me oíste —repitió Rig—. ¿Adonde nos estáis conduciendo tú y ese tipo llamado Mulok?
—A Takar como acordamos.
—¡Ni hablar! —El marinero retrocedió unos pasos, para poder mirar a Dhamon, Maldred y Fiona; apoyó los puños en la cintura, con los hombros echados hacia atrás en actitud desafiante y los labios fruncidos en una mueca despectiva—. No estamos ni mucho menos cerca de Takar. Ni por lo más remoto donde se suponía que deberíamos estar. Y tú lo sabes, Dhamon.
—¿Rig? —Fiona se acercó más, aunque se colocó de modo que quedó entre Maldred y Dhamon.
Tres contra uno , pensó el marinero.
—Eché una buena mirada a las estrellas cuando era carnada de las serpientes. Sé leer las estrellas, ya lo sabes, me oriento por ellas. Acostumbraba vivir de ellas. Estamos al sudeste de Bloten. Y sí, las ruinas están en esa dirección. Pero nos hallamos demasiado al sur, y no lo bastante al este.
—¿Es eso cierto? —Una mirada suspicaz cruzó el rostro de la solámnica, que alzó los ojos hacia Maldred.
—Impresionante —declaró el hombretón; se rascó la barbilla, pensativo, y sus ojos devolvieron la mirada del marinero.
—Así que decidme, Maldred, Dhamon —insistió Rig—, ¿adonde vamos y por qué?
15
Minas Leales y espíritus destrozados
Un ruido entre la maleza hizo que Maldred retrocediera violentamente, mientras sus manos se movían veloces en dirección a la empuñadura de la espada sujeta a su espalda, aunque se detuvieron al reconocer a los dos exploradores ogros que había enviado a reconocer el terreno. Las criaturas se mostraron anonadadas ante las secuelas de la batalla, y Maldred les proporcionó una versión reducida de los acontecimientos.
Los exploradores informaron con rapidez a Maldred y Dhamon, quienes escuchaban atentamente, mientras Fiona dedicaba a Rig una mirada inquisitiva.
—¿Estás seguro de que no nos encontramos cerca de Takar? —preguntó.
—Sí, pero no sé dónde estamos —repuso él.
—Yo lo sé. Estamos a menos de un kilómetro y medio de las minas Leales —contestó Dhamon, mirando cara a cara al marinero, mientras sus ojos danzaban bajo la luz de la antorcha—. Si queréis rescatar a alguien, hay muchos prisioneros allí que lo necesitan.
Fiona paseó una incrédula mirada entre Dhamon y Rig, luego soltó aire con fuerza por entre los dientes y dio un enfurecido paso en dirección a Maldred. La mano de Dhamon chocó con fuerza contra su peto, deteniéndola. El hombretón hablaba a los exploradores en el idioma de los ogros, señalando con ademanes al ejército de mercenarios y luego al sur.
—Los está preparando —explicó Dhamon—. Dando unas cuantas órdenes. Ya sabes cómo es esto, Fiona. Los soldados necesitan instrucciones antes de una batalla.
—Tú y Maldred le mentisteis —Rig hizo descender el brazo del otro de una palmada—. Le prometisteis un pequeño ejército de mercenarios.
—Yo no le prometí nada.
—Maldred, Donnag…
—Bien, Rig, quedan treinta mercenarios, después de las serpientes.
—Para Takar —declaró Rig, tajante—. Debían ser para Takar.
—Nosotros no queríamos ir a Takar —replicó Dhamon—. Yo desde luego no tenía intención de ir ahí… ni a ninguna otra parte de este bendito pantano, en realidad. Deberías haberte dado cuenta de ello hace días, Rig. —Su voz era gélida, la mirada dura y firme—. Maldred tenía su propio plan, y pensó que podría utilizar vuestra destreza con las armas. Sois buenos en combate, los dos. Y él parece tenerle mucho cariño a Fiona.
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