Margaret Weis - Ámbar y Sangre

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Con este título finalizan las aventuras de la guerrera Mina.
El mundo de Krynn siempre tiene sorpresas para los incautos, pero la revelación de que una mortal, que primero dedicó su vida al Dios Único y luego a Chemosh, es a su vez una diosa, rebasa todos los límites conocidos. Para Mina, significa caer en la locura al conocer la verdad.
Los dioses de la Oscuridad y de la Luz se muestran ansiosos por tener a Mina como una de los suyos, ya que ella puede romper el equilibrio de poder en el cielo. Pero Mina tiene sus propios planes.

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—Mina... —empezó a llamar Rhys.

—¡Lo encontré! —anunció ella triunfalmente.

Estaba bajo una entrada abovedada, oculta entre las sombras, que llevaba a otra escalera de caracol más pequeña.

—Venid conmigo —ordenó Mina—. Decid a los hombres malos que ellos tienen que quedarse aquí.

—¡Ésta es nuestra torre! —protestó Caele.

—¡No! —replicó Mina.

—Sí...

Basalto intervino, apoyando la mano en el brazo de Caele con firmeza.

—No iréis a ningún sitio sin nosotros —dijo Basalto fríamente.

Caele gruñó como muestra de que estaba de acuerdo y se zafó de la mano de su compañero.

Atta y yo estaremos vigilándolos —prometió Rhys, pensando que sería mejor tener a los hechiceros donde pudiera verlos, en vez de merodeando a sus espaldas.

Mina asintió.

—Pueden venir, pero si intentan hacernos daño, le diré a Atta que los muerda.

—Adelante. Me gustan los perros —dijo con desprecio Caele. Hizo una mueca con la boca—. Fritos.

Mina cruzó la entrada y comenzó a bajar por la escalera. La seguía Beleño, con Atta pisándole los talones. Rhys iba el último, vigilando con el rabillo del ojo a los hechiceros. El semielfo le decía algo apresuradamente a su compañero al oído, mientras hacía gestos de clavar un puñal. Para dar más énfasis a un punto, lo apuñalaba una y otra vez con un dedo sucio. Por lo visto, al enano no le gustaba lo que fuera que el semielfo le estaba proponiendo, porque se apartó con el entrecejo fruncido y negó con la cabeza. El semielfo murmuró algo más y parecía que eso el enano sí lo tomaba en consideración. Al final, asintió.

—¡Espera, monje! ¡Parad! —gritó—. Os está llevando a la muerte —advirtió Basalto—. ¡Ahí abajo hay un dragón!

Beleño resbaló, tropezó en un escalón y cayó sobre sus posaderas.

—¿Un dragón? ¿Qué dragón? —El kender se frotó el coxis dolorido—. ¡A mí nadie me había dicho nada de un dragón!

—El dragón es el guardián del Solio Febalas— dijo Basalto.

—¿El Solo Cebada? —repitió Beleño—. ¿Qué es eso?

Rhys no podía creer lo que acababa de oír.

—El Solio Febalas —aclaró Rhys con la voz temblorosa—. La Sala del Sacrilegio. Pero... no puede ser. La sala se perdió durante el Cataclismo.

—Nuestro señor la encontró —afirmó Basalto con orgullo—. Es un tesoro repleto de raras y valiosas reliquias sagradas.

—Valen un dineral. Por eso el dragón lo está vigilando —añadió Caele—, Si intentáis entrar, el dragón os matará y os comerá.

—Esto cada vez se pone mejor —dijo Beleño sombríamente.

—¡Bah! El dragón no va a comerse a nadie —repuso Mina tranquilamente—, A mí no me comió y ya he estado ahí abajo. Es una hembra de dragón y se llama Midori. Es una dragón marina y muy vieja. Muy, muy vieja.

—Rhys —dijo Beleño—, estoy seguro de que a un montón de kenders les encantaría que un dragón marino los devorase. Pero da la casualidad de que yo no soy uno de ellos.

—¡Así habla un hombre sensato! Tú y el monje deberíais volver arriba —apremió Caele—. Basalto y yo iremos con la... niñita.

—¡Qué buena idea! —exclamó Beleño y empezó a subir escaleras arriba.

Rhys lo agarró y le obligó a dar media vuelta.

—Nos quedaremos con Mina —dijo y siguió caminando, llevando consigo a Beleño.

Volvieron a oírse más susurros a su espalda.

—Al señor no le va a gustar que bajemos ahí —oyó decir a Basalto.

—Tampoco le va a gustar que nos lo roben todo —replicó Caele.

Basalto agarró con fuerza a Caele por la muñeca.

—No seas idiota —dijo el enano y añadió algo en un lenguaje que Rhys no entendió.

Caele gruñó y tiró de la manga para volver a colocársela, pero a Rhys le dio tiempo a vislumbrar un resplandor metálico.

Rhys se volvió. Estaba claro que aquellos dos estaban tramando algo y suponía que tenía que ver con el Solio Febalas, la Sala del Sacrilegio. Si estaban diciendo la verdad y Nuitari había encontrado la sala perdida, entonces lo que decía el semielfo de que valía un dineral era cierto. ¡Un dineral de dinerales! Se decía que los soldados del Príncipe de los Sacerdotes habían confiscado reliquias y pociones bendecidas por todos los dioses. Realmente sería un gran tesoro para cualquiera, incluso para dos seguidores de Nuitari.

Aquellos artefactos habían sido creados en la Era del Poder, cuando el dominio de los clérigos no tenía rival. Los sacerdotes de todos los dioses aceptarían cualquier precio con tal de conseguir poderosas reliquias sagradas que se creían perdidas desde hacía mucho tiempo. Los más apreciados de todos, los más anhelados, serían los artefactos bendecidos por Takhisis y Paladine. Aunque los dos dioses ya no se encontraran en el panteón, sus antiguos objetos podían seguir conservando su poder. La riqueza de naciones enteras no bastaría para pagar tal tesoro.

«Quiero llevar a Goldmoon un regalo...»

Rhys se detuvo bruscamente. Ésa era la razón por la que Mina había ido a la torre. Se dirigía a la Sala del Sacrilegio.

Beleño, al oír que se había detenido, giró la cabeza.

—Los peldaños están resbaladizos —dijo el kender—. Tienes que ir con cuidado. Tampoco es que importe si nos caemos y nos partimos la cabeza, ¡ya que todos vamos a ser devorados por un despiadado dragón marino! —exclamó, subiendo cada vez más la voz.

—¡No nos van a devorar! —gritó Mina. Subió la escalera dando saltitos—. El dragón no está.

—¡No está! —repitió Caele, sin aliento.

—¡Es nuestro! —exclamó Basalto entrecortadamente.

Los dos hechiceros pasaron junto a Rhys empujándolo y se lanzaron hacia el final de la escalera, dándose codazos entre sí.

9

Los hechiceros giraron en la siguiente vuelta de la escalera de caracol y desaparecieron. Rhys se apresuró detrás de ellos y superó a Beleño, que a duras penas lograba no quedarse atrás. Rhys encontró a Basalto y a Caele haciendo equilibrios en el último peldaño, mirando con expresión consternada.

Para mantener alejados a los ladrones de los valiosos objetos que guardaba la Sala del Sacrilegio, Nuitari había metido el Solio Febalas en una esfera enorme llena de agua del mar. La Sala estaba protegida por tiburones, pastinacas y otro tipo de seres marinos que resultaban letales, entre ellos una vieja hembra de Dragón del Mar.

Pero de aquella ingeniosa caja fuerte acuática de Nuitari no quedaban más que montículos de arena húmeda en los que brillaban los trozos del cristal roto.

La esfera se había hecho añicos durante el viaje de la torre. El agua del mar se había derramado y con ella se habían ido los monstruos marinos. Por lo visto Midori, arrancada bruscamente de su descanso por el golpe, había decidido que ya había tenido más que suficiente y se había ido a buscar un hogar un poco más estable. La destrucción llegaba hasta donde alcanzaba la vista.

—¡No! ¡ Atta , para! —gritó Beleño mientras sujetaba a la perra por el pescuezo, justo cuando ya empezaba a adentrarse en la arena—. ¡Vas a destrozarte las patas! ¿Dónde está el Feble Solitario? —preguntó a Mina.

La niña señaló en silencio y con gesto sombrío al centro de aquel desastre.

—Vaya, bueno. Supongo que no podemos llegar allí —dijo Beleño de buen humor—. Oye, tengo una idea. Vamos a navegar hasta Flotsam. Conozco una taberna donde te ponen un filete de ternera con patatas muy crujientes y unos guisantes verdes para acompañar con...

—Beleño —lo reprendió Rhys.

—¡No se lo he pedido a ella! —se defendió el kender en un susurro—. Sólo mencioné el filete de ternera por si da la casualidad de que tiene hambre.

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