Terry Goodkind - La Piedra de las Lágrimas. La amenaza del custodio

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La Piedra de las Lágrimas. La amenaza del custodio: краткое содержание, описание и аннотация

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Richard se había quedado como aturdido. Por primera vez se dio cuenta de la realidad. Escarlata estaba herida y no podría llevarlo a Aydindril. Era el día del solsticio de invierno, Kahlan moriría sin remedio. Notaba que se ahogaba.

Su mundo se derrumbaba.

Ése era el significado de la profecía. Si aceptaba la oferta, si elegía evitar la muerte de Kahlan, el mundo acabaría para todos.

Pensó en Chase, que llevaba a Rachel a casa para que conociera a su nueva madre. Pensó en toda la felicidad que la niña disfrutaría en esa vida de amor. También pensó en su propia vida, en el amor de su madre y su padre, en los tiempos en que juntos fueron felices y los que no lo fueron tantos, y lo mucho que había significado para él.

Pasó revista al tiempo que había compartido con Kahlan, en el gozo de estar enamorado de ella y en todas las personas que tenían derecho a disfrutar de ese gozo, y que lo disfrutarían en el futuro.

— Podríais estar juntos siempre, Richard, por toda la eternidad.

Richard levantó los ojos de la arena blanca.

— Juntos para siempre, sobre las cenizas de la muerte. Por toda la eternidad.

¿Qué pasaría con Kahlan, con el amor que sentía por él, si le ofrecía un destino tan egoísta? Se sentiría horrorizada. Cada vez que lo mirara vería un monstruo. Por siempre jamás.

Viviría para siempre con ella pero con su repugnancia, no su amor. Así pues, tratando de salvarla destruiría no sólo a todos los demás sino también el corazón de Kahlan.

Era un precio demasiado alto incluso para su amor.

Pero la otra opción significaba la muerte y el fin del amor.

La rabia lo consumía, y al mismo tiempo estaba calmado. Miró fijamente los relucientes ojos del mal.

— Envenenarías nuestro amor con tu odio. Tú ni siquiera conoces el significado de la palabra amor.

La cólera inflamó en su interior una terrible tempestad. Al menos sacaría algo de todo eso. Venganza.

El joven alzó la piedra de Lágrimas. Rahl el Oscuro retrocedió un paso.

— Richard, piensa en lo que estás a punto de hacer.

— Pagarás por esto.

El joven sacó un puñado de arena negra de hechicero del bolsillo y lo arrojó al círculo de arena blanca.

— ¡No! ¡No, idiota! —gritó Rahl, agitando los brazos.

La arena blanca se retorció como si tuviera vida propia y sufriera. Los símbolos dibujados en ella se enroscaron sobre sí mismos. El suelo tembló y se abrieron humeantes grietas.

De la centelleante arena blanca brotaron relámpagos que recorrieron el Jardín de la Vida. El lugar retumbaba por el estruendo y la cegadora luz. La arena de hechicero se fundió hasta formar un charco de líquido fuego azul. El aire temblaba con violentas sacudidas.

Rahl el Oscuro alzó los puños al aire.

— ¡No!

Entonces agachó la cabeza. Al ver a Richard que se le acercaba lentamente con la piedra de Lágrimas en una mano, se quedó inmóvil. Luego alzó una mano en gesto admonitorio.

Richard se tambaleó y se detuvo, incapaz de respirar por el dolor que sentía en la cicatriz en el pecho. Se sentía morir. Pero en el fondo de su ser se armó de valor y se obligó a moverse pese al tormento. Con cada paso que daba el dolor aumentaba. Era como si la carne se le quemara y se le desprendiera, y el tuétano mismo le hirviera. Pero en el punto de calma situado en el centro de la tormenta fue capaz de ignorar todo el dolor.

Entonces se quitó la piedra de Lágrimas pasándosela por encima de la cabeza y sostuvo la cinta de cuero en una mano. La piedra se balanceó ante los ojos de Rahl. Éste retrocedió.

— Llevarás esto por toda la eternidad en las profundidades de la muerte. Arrodíllate —le ordenó, aproximándose.

La reluciente forma se arrodilló. Sus ojos no se apartaban de la piedra, encima de él. Richard bajó la cinta de cuero dispuesto a colgarla al cuello del espíritu de su padre. Entonces se detuvo.

Por encima de la cabeza de Rahl el Oscuro, detrás de él, vio el altar sobre el que descansaban las tres cajas. De la abierta, en el centro, que contenía cosas que iban más allá de cualquier conocimiento, brotaba la luz verde semejante a un faro.

Entonces recordó la advertencia de Ann, Nathan y Warren. Si usaba la piedra de Lágrimas por razones egoístas, movido por el odio, acabaría de romper el velo. Richard deseaba más que nada enviar a Rahl el Oscuro a los abismos del inframundo, castigarlo para siempre por lo que había hecho. Pero de ese modo pagaría un precio que ya había decidido no pagar.

Además, él había sido el causante de todo. No importaba que hubiera actuado sin mala intención. La vida no era justa, simplemente era. Si alguien pisaba accidentalmente una serpiente venenosa, ésta mordía. Las intenciones eran irrelevantes.

— Yo mismo soy el responsable de mi pesar y tengo que sufrir las consecuencias de mis actos —susurró Richard—. No puedo hacer pagar a otros por lo que yo he causado, intencionalmente o no.

El joven volvió a colgarse la piedra de Lágrimas al cuello. Rahl el Oscuro se levantó, muy alarmado.

— Richard… no sabes lo que dices. Castígame. Cuélgame la piedra alrededor del cuello. ¡Véngate de mí!

Pero Richard se volvió a medias hacia el corazón del Jardín de la Vida y extendió una mano. El hueso de skrin, situado en medio del charco de fuego azul, voló hasta su palma. Su magia lo protegía.

Entonces levantó el hueso a lo alto. Invadido por la cólera y también por la calma conjuró el poder, y éste brotó de su puño.

Un relámpago amarillo y cálido impactó en Rahl el Oscuro. Otro, negro y frío, también le dio. Ambos se enroscaron uno alrededor del otro en la cólera desatada del skrin.

Una oleada de total oscuridad recorrió el jardín y, cuando se hubo ido, ya no quedaba ni rastro de los relámpagos, ni de Rahl el Oscuro. El hueso de skrin descansaba, frío, en su mano.

La luz verde que emanaba de la caja brilló con más intensidad, haciendo zumbar el jardín interior. Richard se quitó del cuello la piedra de Lágrimas. La cinta de cuero se desprendió cuando la piedra se volvió negra sobre su palma.

Entonces alzó esa mano. La piedra de Lágrimas voló hacia la luz verde y flotó en ella un momento, girando en el haz. La luz verde se fue apagando a medida que la piedra se hundía en la caja y se iba haciendo más y más transparente, hasta que dejó de existir. La luz verde se desvaneció por completo. El Jardín de la Vida quedó en silencio.

Richard extendió la mano que sostenía el hueso de skrin y nuevamente brotaron de él los relámpagos gemelos, que retumbaron. Ráfagas de luz blanca y cálida así como negra y fría lo envolvieron. Cuando acabó y el silencio volvió a resonar en sus oídos, miró las tres cajas encima del altar.

Todas estaban cerradas.

El joven sabía que era imposible abrirlas sin el libro, y el libro existía únicamente en su cabeza. Las cajas del Destino, la puerta del inframundo, permanecerían cerradas para siempre.

Entonces oyó un chasquido metálico, sintió algo que le rozaba el cuello y caía al suelo.

Bajó la vista y vio el collar, el rada’han, a sus pies. Se le había desprendido. Era libre.

También el dolor había desaparecido. El joven se palpó el pecho. La cicatriz ya no estaba. Richard se quedó de piedra. No estaba seguro de lo que acababa de ocurrir. No tenía ni idea de cómo lo había hecho.

Había acabado.

Para él todo había acabado.

Ese mismo día Kahlan moriría.

Pero de repente echó a correr. El día aún no había acabado.

Al cruzar las puertas del Jardín de la Vida las cinco mord-sith lo rodearon. Pero Richard siguió corriendo. En el pasillo siguiente un sudoroso y sucio general Trimack esperaba con cientos de hombres, todos de aspecto tan sombrío como el suyo. Muchos se veían cubiertos de sangre.

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