Terry Goodkind - La Piedra de las Lágrimas. La amenaza del custodio
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La Piedra de las Lágrimas. La amenaza del custodio: краткое содержание, описание и аннотация
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De pronto, de la oscuridad de palacio surgió un cegador rayo, que explotó a su alrededor. Incluso después de desvanecerse Richard siguió viendo líneas amarillas. Antes de tener tiempo de reponerse, surgió otro.
Escarlata rugió de dolor y se desvió bruscamente a la izquierda. Dragón y montura cayeron en espiral hacia el suelo. Richard se agarró a las espinas del enorme animal, que trataba de recuperarse.
En los vastos escalones de abajo, que Richard veía girar a gran velocidad, vio a la mujer iluminada por el resplandor del siguiente rayo que lanzó. Nuevamente Escarlata rugió de dolor. Cuando el rayo se desvaneció, Richard ya no pudo ver a la mujer.
La dragona luchaba por frenar el incontrolado descenso. Richard era consciente de que un rayo más acabaría con ella. Así pues, cogió rápidamente el arco que le colgaba a la espalda y lo flechó.
— ¡Escarlata! ¡Lanza fuego para que pueda verla!
Mientras Richard se aproximaba la cuerda del arco a la mejilla, Escarlata soltó un tremendo rugido de cólera y dolor. En su rojo resplandor el joven vio cómo la mujer volvía a alzar los brazos. Antes de poder apuntar, la espiral del descenso la alejó de su campo de visión.
— ¡Escarlata! ¡Cuidado!
La Dragona retrajo el ala derecha y viró al otro lado. El rayo amarillo pasó volando a su izquierda, rozándolos. El suelo se aproximaba rápidamente.
A la titilante luz roja del fuego del dragón, Richard la vio levantar de nuevo las manos. Tensó el arco y torció el cuerpo para no perderla de vista.
Antes de que desapareciera atrajo al blanco hacia sí. Justo cuando lo sintió, disparó.
— ¡Gira!
Escarlata batió el ala derecha, con lo que se bambolearon en el aire. El rayo amarillo pasó como una exhalación entre el cuello del dragón y un ala. Pero inmediatamente se desvaneció.
Una oleada de total oscuridad pasó sobre sus cabezas. La flecha había dado en el blanco. El Custodio había reclamado el alma de la hermana Odette.
Aterrizaron tan bruscamente, que Richard salió despedido y cayó al suelo. Inmediatamente se incorporó, sacudió la cabeza y se levantó de un salto.
— ¡Escarlata! ¿Estás muy malherida? ¿Sigues viva?
— Ve —gruñó la dragona con su grave voz vibrante—. Date prisa. Elimínalo antes de que acabe con todos nosotros. —Escarlata señalaba con una temblorosa ala.
Richard le acarició el hocico.
— Volveré. Aguanta.
Mientras subía a todo correr la escalera, desenvainó la espada. No fue necesario que conjurara su cólera, pues lo invadía ya incluso antes de tocar la empuñadura del arma. Ciego de ira corrió hacia las puertas situadas entre las colosales columnas.
Al cruzarlas, un puñado de soldados surgió de la oscuridad y cargó contra él. Sin detenerse, Richard se abrió paso con la espada. El acero relucía a la luz de las antorchas que ardían en los vastos corredores interiores. Richard danzaba con los espíritus. Su espada se movía con fluida gracia, abatiendo soldados.
Al primero lo cortó por la mitad, peto incluido. Todos los asaltos eran frenados por su rápido acero. En pocos momentos los quince hombres yacían desperdigados por el sangriento suelo. Richard siguió adelante sin pausa.
Vaya recepción. La última vez que había estado allí, después de matar a Rahl el Oscuro, el ejército de D’Hara le había jurado lealtad. Tal vez los soldados no le reconocían aunque era más que probable que supieran quién era.
El joven tomó un pasillo que conducía al Jardín de la Vida. Tres balconadas daban a él. La mayor parte de las antorchas estaban apagadas. No vio a nadie al atravesar un patio de oración con arena blanca rastrillada en círculos alrededor de una roca.
En una escalera lateral aparecieron media docena de mord-sith. Todas ellas llevaban su típico uniforme rojo de cuero y empuñaban un agiel. Pese a la cólera que sentía, Richard se dio cuenta de que no podía usar la Espada de la Verdad contra ellas, pues en ese caso lo capturarían con la magia del arma. Estaba furioso. Tenía que llegar junto a Rahl el Oscuro. No tenía tiempo para enfrentarse a esas peligrosas mujeres.
De mala gana envainó la espada y sacó el cuchillo. En una ocasión Denna le dijo que de haber usado el cuchillo en lugar de la espada, no lo habría capturado. No iba a poder dejarlas atrás; tendría que matarlas para pasar.
La más alta, una rubia que iba en cabeza, extendió las manos cuando Richard fue a por ella.
— ¡Lord Rahl, no!
Las otras cinco se detuvieron. Richard trató de apuñalarla, pero la mujer se tambaleó hacia atrás y se agachó, con las palmas de las manos extendidas a ambos lados.
— ¡Lord Rahl, deteneos! ¡Estamos aquí para ayudaros!
Aunque había envainado la espada, tenía cólera propia de sobra. Era preciso que llegara donde estaba Rahl el Oscuro. Tenía que salvar a Kahlan.
— ¡Ayudadme en la otra vida; ésta se os acabará muy pronto!
— ¡No, lord Rahl! Me llamo Cara. Estamos aquí para ayudaros. No sigáis por allí; no es seguro.
Richard se quedó cuchillo en mano, jadeando.
— No te creo. Queréis capturarme. Sé perfectamente lo que hacen las mord-sith con sus prisioneros.
— Yo conocía a Denna, tu ama. Llevas su agiel. Las mord-sith ya no viven para torturar a sus prisioneros. Vos nos liberasteis. Nosotras nunca haríamos daño a nuestro libertador. Os reverenciamos.
— Cuando me marché ordené a los soldados que quemaran todos vuestros uniformes y os dieran ropa nueva. También les ordené que os quitaran los agiel. Si me reverenciáis, ¿por qué me habéis desobedecido?
Una leve sonrisa asomó a los labios de Cara, al tiempo que levantaba una ceja sobre un frío ojo azul.
— Porque no podéis liberarnos para esclavizarnos en el tipo de vida que decidáis para nosotras. Ahora somos libres para elegir. Vos lo hicisteis posible.
»Decidimos luchar para proteger a nuestro lord Rahl. Hemos jurado dar la vida por vos si es necesario. Los hombres de la Primera Fila no son los únicos capaces de protegeros. Hemos elegido convertirnos en vuestras guardaespaldas y ni siquiera ellos osan plantarnos cara. Solamente aceptamos órdenes de lord Rahl.
— ¡Pues os ordeno que me dejéis solo!
— Lo siento, lord Rahl, pero no podemos acatar esa orden.
Richard no sabía qué creer. Podría tratarse de una trampa.
— He venido para detener a Rahl el Oscuro. Tengo que llegar al Jardín de la Vida. Si no os apartáis, tendré que mataros.
— Sabemos adónde os dirigís —replicó Cara—. Nosotras os llevaremos, pero no por ahí. No controlamos todo el palacio. Ese camino no es seguro. De hecho, toda esa sección está en manos de los insurgentes. La Primera Fila habría perdido a un millar de hombres para llegar hasta aquí. Les dijimos que lo haríamos nosotras, porque sería menos arriesgado para vos. Ésa fue la única razón por la que accedieron.
Richard fue dando vueltas alrededor de las mujeres.
— No te creo —declaró—, y no puedo arriesgarme a que me traicionéis. Es demasiado importante. Si tratáis de detenerme, os mataré.
— Si vais por ahí, lord Rahl, moriréis. Por favor, dejad que os susurre un mensaje al oído. —Cara tendió su agiel a una de sus compañeras—. Ahora estoy desarmada.
Richard la cogió del pelo con una mano y posó el agudo filo del cuchillo contra su garganta. Un solo movimiento y le cortaría el gaznate. Cara le acercó la boca al oído.
— Estamos aquí para ayudaros, lord Rahl. Tan verdad como que… las ranas no crían pelo.
Richard se irguió.
— ¿Dónde has oído eso?
— ¿Sabéis qué quiere decir? El comandante general Trimack me aseguró que es un mensaje cifrado que le dio el gran mago Zorander para que supierais que os éramos leales. Me advirtió que solamente os lo dijera a vos.
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