David Brin - Navegante Solar

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—¿Qué verdad es ésa? —preguntó Nielsen.

Jacob miró con el ceño fruncido a su tío y luego a LaRoque. El francés, imperturbable, había empezado a mordisquear más entremeses.

^ —Estos dos son parte de un grupo cuya intención es minar las Leyes Condicionales. Ése es el segundo motivo por el que le pedí que viniera. Habrá que hacer algo y el Registro de Secretos es un primer paso mejor que llamar a la policía.

A la mención de la policía, LaRoque dejó de morder su bocadillo. Lo miró y luego lo soltó.

—¿Qué tipo de grupo? —preguntó Nielsen.

—Una sociedad consistente en condicionales y ciertos ciudadanos simpatizantes, dedicada a la creación en secreto de naves espaciales, naves con tripulaciones de condicionales.

Nielsen se enderezó en su asiento.

-¿Qué?

—LaRoque está a cargo de su programa de entrenamiento como astronautas. También es su espía jefe. Intentó medir los calibradores del Generador Gravitatorio de una Nave Solar. Tengo las cintas que lo demuestran.

—¿Pero por qué quiso hacer una cosa así?

—¿Por qué no? Sería la protesta simbólica más poderosa que pueda imaginarse. Si yo fuera un condicional, desde luego participaría. Simpatizo con ellos. No me gustan ni pizca las leyes condicionales.

»Pero también soy realista. Tal como están, los condicionales han sido convertidos en una clase inferior. Sus problemas psicológicos son un estigma que los sigue a todas partes. Reaccionan de una forma muy humana, se agrupan para odiar a la sociedad «dócil y domesticada» que les rodea.

»Dicen, «los ciudadanos piensan que soy violento, ¡pues lo seré!». La mayoría de los condicionales no harían jamás nada para lastimar a nadie, digan lo que digan los tests-C. ¡Pero enfrentados al estereotipo, se convierten en aquello que se les achaca!

—Eso puede ser cierto o no —dijo Nielsen—. Pero tal como está la situación, que los condicionales tengan acceso al espacio...

Jacob suspiró.

—Tiene razón, desde luego. No puede permitirse. Todavía no.

»Por otro lado, no podemos permitir que los federales alimenten con esto la histeria pública. Agravaría las cosas y produciría una forma de rebelión más severa.

Nielsen parecía preocupado.

—No irá a sugerir que el Consejo Terrágeno estudie las leyes condicionales, ¿verdad? ¡Eso sería un suicidio! ¡La gente nunca lo permitiría!

Jacob sonrió tristemente.

—Es verdad. Incluso el tío James tendría que reconocerlo. El ciudadano de hoy en día ni siquiera considerará la posibilidad de cambiar el estatus de los condicionales, y tal como están las cosas los Terrágenos no tienen ninguna autoridad.

»¿Pero cuáles son los dominios del Consejo? Ahora mismo es la administración de las colonias extrasolares. Con el tiempo, eso incluirá la supervisión de todos los asuntos extrasolares. Y ahí es donde pueden mediar con las leyes condicionales, simbólicamente al menos, sin amenazar la paz espiritual de nadie.

—No sé qué quiere decir.

—Bueno, supongo que no habrá leído a Aldous Huxley, ¿verdad? Su obra era muy popular cuando Helene era estudiante, y mis primos y yo tuvimos que estudiar algunas de ellas en nuestra juventud. Terriblemente difíciles en ocasiones, a causa de las extrañas referencias históricas, pero merecen la pena por el increíble ingenio y reflexión que contienen.

»El viejo Huxley escribió un libro llamado Un mundo feliz...

—Sí, he oído hablar de ello. Una especie de distopía, ¿no?

—Más o menos. Debería leerlo. Hay algunas profecías sorprendentes.

»En esa novela proyecta una sociedad con algunos aspectos desagradables pero, al mismo tiempo, una autoconsistencia y su propia forma de honor, parecida a la ética de una colmena, pero ética a fin de cuentas. Cuando la diversidad del hombre presenta individuos que no encajan en la pauta condicionada de la sociedad, ¿qué cree que hace con ellos Huxley?

Nielsen frunció el ceño, preguntándose adonde quería llegar.

—¿En un estado colmenar? Supongo que las desviaciones serían eliminadas.

Jacob alzó un dedo.

—No, no del todo. Tal como lo presenta Huxley, este estado tiene sabiduría. Los líderes son conscientes de que han establecido un sistema rígido que podría caer ante alguna amenaza insospechada. Se dan cuenta de que las desviaciones representan un control, una reserva a la que recurrir en tiempos de problemas, cuando la raza necesite de todos sus recursos.

»Pero al mismo tiempo, no pueden permitir que estén presentes, amenazando la estabilidad de la cultura.

—¿Entonces qué hicieron?

—Los desterraron a islas. Se les permitió continuar con sus propios experimentos culturales sin ser molestados.

—Islas, ¿eh? —Nielsen se rascó la cabeza—. Es una idea interesante. De hecho es lo contrario de lo que se está haciendo con las Reservas Extraterrestres, exiliando a los condicionales de las zonas geográficamente controlables, y luego permitiendo a los etés relacionarse con los ciudadanos que entran y salen a voluntad.

—Una situación intolerable —murmuró James—. No sólo para los condicionales sino para los extraterrestres también. ¡El propio Kant Fagin me estaba diciendo cuánto le gustaría visitar el Louvre, o Agrá, o Yosemite!

—Todo vendrá a su tiempo, Amigo-James Álvarez —trinó Fagin—. Por ahora agradezco la dispensa que me permite visitar esta pequeña parte de California, una recompensa inmerecida y extravagante.

—No sé si la idea de las «islas» funcionaría bien —dijo Nielsen, pensativo—. Naturalmente, merece la pena estudiarla. Podremos examinar todas las ramificaciones en otra ocasión. Pero no comprendo qué tiene eso que ver con el Consejo Terrágeno.

—Extrapole —instó Jacob—. Podría aliviar un poco el problema de los condicionales si se estableciera una especie de isla refugio en el Pacífico, donde pudieran seguir su propio camino sin la observación perpetua a que están sometidos adondequiera que hoy vayan. Pero eso no sería suficiente. Muchos condicionales sienten que están castrados desde el principio. No sólo están limitados por la ley sus derechos de paternidad, sino que también están excluidos de la aventura más importante a la que la humanidad se ha enfrentado jamás, la expansión del espacio.

»Este pequeño embrollo en el que estaban implicados LaRoque y James es un ejemplo de los problemas a los que nos enfrentaremos, a menos que se encuentre un hueco para ellos, para que puedan sentir que están participando.

—Un hueco. Islas. El espacio... ¡Santo Dios! ¡No puede hablar en serio! ¿Comprar otra colonia y dársela a los condicionales cuando todavía estamos cargados hasta las orejas con las tres que tenemos? ¡Es muy optimista si cree que van a aprobar eso!

Jacob sintió que la mano de Helene se deslizaba en la suya. Apenas la miró, pero la expresión de su rostro fue suficiente. Orgullosa, alerta, y al borde de la risa, como siempre. Entrelazó sus dedos con los suyos, y los apretó.

—Sí —le dijo a Nielsen—. Últimamente me he vuelto algo parecido a un optimista. Y creo que debería hacerse.

—¿Pero de dónde sacaríamos el crédito? ¿Y cómo salvar el ego herido de quinientos millones de ciudadanos que quieren colonizar, cuando se le da espacio a los no-ciudadanos?

»De todas formas, la colonización no funcionará. Incluso la Vesarius II llevará sólo a diez mil personas. ¡Hay casi cien millones de condicionales!

—Oh, no todos ellos irán al espacio, sobre todo si consiguen un lugar en las islas. Además, estoy seguro de que todo lo que buscan es un trato justo. Quieren compartir. Nuestro problema real es que no hay suficiente espacio en las colonias, ni transportes.

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