David Brin - Navegante Solar

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Todo esto palidecía comparado con la carga latiente del lado izquierdo de su cabeza. Sentía como si tuviera metido un carbón al rojo.

Notó que la cubierta del bucle de gravedad era extraña. El tenso campo-g tendría que haber tirado uniformemente de su cuerpo. En cambio pareció mecerse como la superficie del océano, ondeando bajo su espalda con diminutas olas de peso y liviandad.

Era evidente que algo sucedía. Pero le pareció bien, como una nana. Sería agradable dormir.

— ¡Jacob! ¡Gracias a Dios!

La voz de Helene resonó a su alrededor, pero aún parecía lejana: amistosa, decididamente cálida, pero también irrelevante.

— ¡No hay tiempo para hablar! ¡Sube rápido, querido! ¡Los campos gravitatorios están cayendo! Voy a enviar a Martine, pero...

Hubo un chasquido y la voz se apagó.

Habría sido hermoso volver a ver a Helene, pensó aturdido. El sueño atacó con fuerza esta vez. Por un instante, no pensó en nada.

Soñó con Sísifo, el hombre que tenía que subir eternamente una piedra por una montaña interminable. Jacob pensó que tenía una forma de hacer trampas. Poseía un medio para hacer creer a la montaña que era plana mientras seguía pareciendo una montaña. Lo había hecho antes.

Pero esta vez la montaña estaba furiosa. Estaba cubierta de hormigas que subían a su cuerpo y le mordían dolorosamente por todas partes. Una avispa ponía sus huevos dentro de su ojo.

Aún más, estaba haciendo trampas. La montaña estaba pegajosa en algunos sitios y no le dejaba avanzar. En otras partes era resbaladiza y su cuerpo demasiado ligero para agarrarse a su superficie. Se alzaba con insufrible irregularidad.

Tampoco recordó nada de las reglas sobre reptar. Pero eso parecía parte de todo. Al menos ayudaba a la tracción.

La piedra también ayudaba. Sólo tenía que empujarla un poco. Rodaba sola. Eso estaba bien, pero deseó que no gimiera tanto. Sobre todo en francés. No era justo que tuviera que escucharla.

Despertó, cegado, delante de la escotilla. No estaba seguro de cuál era, pero no había mucho humo.

Fuera, más allá de la cubierta, pudo ver los comienzos de una negrura, una transparencia, volviendo a la bruma roja de la cromosfera.

¿Era un horizonte? ¿Un borde en el sol? La plana fotosfera se extendía por delante, una alfombra filamentosa de llamas rojas y negras. En sus profundidades rebullía con diminutos movimientos. Latía, y los filamentos trazaban pautas alargadas sobre chorros brillantes y temblorosos.

Tembló. Adelante y atrás, una y otra vez, el sol tembló ante sus ojos.

Millie Martine se encontraba en la puerta, con la mano en la boca y una expresión de horror en el rostro.

Quiso tranquilizarla. Todo estaba bien. Lo estaría a partir de ahora. Mister Hyde estaba muerto, ¿no? Jacob recordó haberlo visto por alguna parte, en la caída de su castillo. Tenía la cara quemada, sus ojos habían desaparecido y apestaba terriblemente.

Entonces algo extendió la mano y lo agarró. Abajo estaba ahora hacia la escotilla. Había una empinada cuesta enmedio. Dio un paso adelante y ya nunca recordó haberse derrumbado justo ante la puerta.

DÉCIMA PARTE

Una cosa encantadora de ver. la galaxia a través de los agujeros de una ventana de papel.

KOBAYASHIISSA (1763-1828)

OPACIDAD

Comisionado Abatsoglou: ¿Entonces sería justo decir que todos los sistemas diseñados por la Biblioteca fallaron, antes del fin?

Profesor Kepler: Sí, comisionado. Todos se fueron deteriorando hasta quedar inutilizados. Los únicos mecanismos que aún funcionaron hasta el final fueron los componentes diseñados en la Tierra, por personal terrestre. Mecanismos que, debo añadir, fueron declarados superfluos e innecesarios por Pil Bubbacub y muchos otros durante su construcción.

Comisionado Abatsoglou: No estará dando a entender que Bubbacub sabía por anticipado...

Profesor Kepler: No, por supuesto que no. A su modo, estuvo tan engañado como todos los demás. Su oposición se basaba sólo en motivos estéticos. No quería que los sistemas galácticos de tempo-compresión y de control gravitatorio estuvieran juntos con un casco de cerámica y unidos a un sistema de refrigeración arcaico.

»Los campos de reflejo y el Láser Refrigerador estaban basados en leyes físicas conocidas por los humanos en el siglo xx. Naturalmente, se opuso a nuestra supersticiosa insistencia de construir una nave alrededor de ellos, no sólo porque los sistemas galácticos los hacían redundantes, sino también porque consideraba que la ciencia terrestre anterior al Contacto era una patética acumulación de medias verdades y tonterías.

C.A.: Sin embargo las tonterías funcionaron cuando el material nuevo fracasó.

P.K.: En justicia, comisionado, tengo que decir que fue un golpe de suerte. El saboteador creía que no servían para nada, así que al principio no intentó estropearlos. Le negaron una oportunidad de corregir su error.

Comisionado Montes: Hay una cosa que no comprendo, doctor Kepler. Estoy seguro de que algunos de mis colegas presentes comparten mi perplejidad. Tengo entendido que la capitana de la Nave Solar empleó el Láser Refrigerador para salir de la cromosfera. ¡Pero al hacerlo tuvo que proporcionar una aceleración mayor que la gravedad superficial del sol! Pudieron escapar mientras los campos de gravedad interna aguantaron. ¿Pero qué sucedió cuando éstos fallaron? ¿No quedaron sujetos inmediatamente a una fuerza que los aplastaría?

P.K.: Inmediatamente, no. El fallo se produjo por etapas: primero los campos sintonizados empleados para mantener el túnel del bucle de gravedad al hemisferio de los instrumentos, la zona invertida, luego el ajuste automático de turbulencias, y finalmente una pérdida gradual del campo mayor que compensaba internamente la atracción del sol. Para cuando este último falló, ya habían alcanzado la corona inferior. La capitana DeSilva estaba preparada cuando esto sucedió.

»Sabía que subir derecho después de que la compensación interna fallara sería un suicidio, aunque consideró hacerlo así para que pudiéramos conseguir sus archivos. La alternativa era dejar caer la nave, frenando sólo lo suficiente para permitir a los ocupantes unos tres ges.

Afortunadamente, hay una forma de caer hacia un pozo gravitatorio y escapar. Lo que Helene hizo fue intentar una órbita de escape hiperbólica. Casi todo el impulso del láser fue destinado a dar a la nave una velocidad tangencial mientras caía.

»En la práctica, duplicó el programa que había sido considerado para las inmersiones tripuladas décadas antes al contacto: una órbita poco profunda, usando láseres para impulso y refrigeración, y campos electromagnéticos para protección. Sólo que esta inmersión no fue intencional, ni tampoco muy poco profunda.

C.A.: ¿Hasta dónde llegaron?

P.K.: Bueno, recordarán que cayeron dos veces antes en medio de toda la confusión: la primera cuando falló el impulso gravitatorio, y la segunda cuando los solarianos soltaron la nave. Durante la tercera caída se acercaron más a la fotosfera que en ninguna de las ocasiones anteriores. Literalmente, rozaron su superficie.

C.A.: ¿Pero y las turbulencias, doctor? Sin gravedad interna o tempo-compresión, ¿por qué no se estrelló la nave?

P.K.: Aprendimos mucho de física solar durante esta inmersión inintencionada, señor. Al menos en esta ocasión la cromosfera fue menos turbulenta de lo que nadie esperaba, nadie excepto un par de colegas a los que debo una disculpa... Pero creo que el factor más significativo fue el pilotaje de la nave. Helene hizo sencillamente lo imposible. El autograbador está siendo estudiado ahora por la gente del TAASF. Lo único que supera su satisfacción con las cintas es su frustración por no poder darle una medalla.

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