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Vernor Vinge: Al final del arco iris

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Vernor Vinge Al final del arco iris

Al final del arco iris: краткое содержание, описание и аннотация

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Robert Gu es un famoso poeta afectado de Alzheimer durante años y al que la medicina del futuro cercano logra recuperar y rejuvenecer. Así, debe enfrentarse a un mundo parecido pero insidiosamente distinto del que recordaba.

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Keiko rio.

—Oh, no sea tan indeciso —dijo, hablando con una sintaxis y un acento completamente sintéticos— o Estoy muy contenta de estar en el Parc Güell, sintiendo la realidad con mis manos reales.

Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› De hecho, estoy en mi despacho, admirando la luz de la luna sobre la bahía de Tokio.‹/ms›

Conejo siguió hablando, sin enterarse del intercambio de mensajes silenciosos:

—Da igual. En cualquier caso, la verdadera razón para que nos hayamos reunido aquí es que Barcelona posee las conexiones más directas con sus puntos de origen y la seguridad más moderna para ocultar lo que digamos. Mejor todavía, tiene leyes que prohíben que la policía o la gente fisgonee… A menos, claro está, que pertenezcan ustedes a la Comisión de Inteligencia de la UE.

Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› Bien, una suposición correcta en un tercio. ‹/ms›

Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› El mismo señor Conejo está llamando desde bastante lejos.‹/ms›

En el aire, sobre la cabeza de la criaturita, apareció una estimación en tiempo real de la UE: había un setenta y cinco por ciento de probabilidades de que la identidad que se escondía detrás de la imagen de Conejo estuviese en Norteamérica.

Alfred se inclinó hacia el animalito y sonrió. Como agente presente físicamente, Vaz tenía sus limitaciones… pero también algunas ventajas.

—No, no somos de la policía secreta. Y sí, queríamos una comunicación segura un poco más personal que los mensajes de texto. —Se tocó el pecho—. En particular, puede ver que estoy físicamente aquí. Eso da más confianza.

Y debería darte toda clase de pistas sin ningún valor, pensó. Luego llamó al camarero, pidió una copa de Rioja y volvió a prestar atención a la criatura sentada sobre el mantel.

—En los últimos meses, se ha jactado usted de muchas cosas, señor Conejo. Hoy en día, otros se jactan de lo mismo, pero usted tiene certificados difíciles de obtener. Muchas personas de intachable reputación dan fe de sus habilidades.

Conejo se acicaló. Era un conejo muy amanerado, poco convincente. El realismo físico no era una de sus mayores prioridades.

—Claro que me recomiendan. Tenga el problema que tenga, sea político, militar, científico, artístico o amoroso… acepte mis condiciones y le ofreceré resultados.

Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› Adelante, Alfred.‹/ms›

Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› Sí, la versión mínima, claro está. Nada más hasta que no veamos resultados que no podemos lograr por nuestra cuenta.‹/ms›

Alfred fingió asentir para sí mismo.

—Nuestro problema no tiene ninguna relación con la política o la guerra, señor Conejo. Sólo es una cuestión científica.

Conejo movió las orejas.

—¿Y? No tienen más que enviar lo que necesiten a los foros de respuestas. Pueden obtener resultados casi tan buenos como los míos, casi igual de rápido. Y seguro que mil veces más barato.

Llegó el vino. Vaz hizo como que olisqueaba el bouquet. Miró al otro lado de la calle. La puja por las visitas turísticas físicas del día a la Sagrada Familia se había cerrado, pero cerca de la puerta de la catedral había una cola de gente esperando que alguien fallase. Era una prueba más de que las cosas más importantes eran las que se podían tocar. Volvió a mirar al conejo gris.

—Tenemos necesidades fundamentales que no se pueden satisfacer preguntando a algunos miles de analistas. Nuestras preguntas requieren, eh, experimentación. Algunos de los experimentos ya se han realizado. Quedan muchos pendientes. En conjunto, nuestro proyecto es tan extenso como sería un programa gubernamental intensivo de investigación.

Conejo sonrió, mostrando sus incisivos de marfil.

Je. ¿Un gubernamental intensivo de investigación? Eso son tonterías del siglo XX. Las necesidades del mercado siempre son mucho más efectivas. Basta con engañar al mercado para que coopere.

—Quizá. Pero lo que queremos es… —Y una mierda, incluso la historia falsa era increíble—. Lo que queremos es, eh, autoridad administrativa sobre un gran laboratorio de física.

Conejo quedó congelado y, por un instante, pareció un herbívoro real, uno que de pronto se hubiese quedado paralizado frente a los faros de un coche.

—¿Oh? ¿Qué tipo de laboratorio de física?

—De ciencias de la vida globalmente integradas.

—Bien, bien, bien. —Conejo se sentó, en comunión consigo mismo… con suerte. Inteligencia de la UE calculaba que había un sesenta y cinco por ciento de probabilidades de que Conejo no estuviese compartiendo la imagen global con nadie más, y el noventa y cinco por ciento de que no trabajase para China o EE.UU. La propia organización de Alfred en India era todavía más confiada en sus cálculos.

Conejo dejó la taza de té.

—Estoy intrigado. Así que no estamos hablando de un trabajo de obtención de información. Realmente quieren subvertir una instalación importante.

—Sólo durante un breve periodo de tiempo —dijo Günberk.

—Lo que sea. Hablan con el tipo adecuado. —Agitó la naricita—. Estoy seguro de que ya conocen las posibilidades. En Europa hay unas cuantas grandes instituciones, pero ninguna totalmente integrada… y por ahora siguen por detrás de sitios de China o EE.UU.

Vaz no asintió, pero Conejo tenía razón. Había brillantes investigadores en todo el mundo, pero sólo unos cuantos laboratorios con grandes cantidades de datos. En el siglo XX, la superioridad tecnológica de los grandes laboratorios podía durar treinta años. Hoy en día las cosas cambiaban con más rapidez, pero Europa andaba un poco rezagada. El complejo Bhopal en la India estaba más integrado, pero iba por detrás en micro automatización. Podían pasar varios años antes de que China y EE.UU. perdiesen la ventaja que llevaban.

Conejo reía para sí.

—Je, je. Por tanto, tienen que ser los laboratorios de Wuhan o los del sur de California. Claro está, podría hacer el milagro con cualquiera de los dos. —Lo que era mentira o, en caso contrario, la gente de Alfred se había equivocado por completo en su valoración de aquel buen amigo peludo.

Keiko dijo:

—Preferimos el complejo biotecnológico de San Diego, California.

Alfred tenía a punto una explicación perfecta:

—Llevamos varios meses estudiando los laboratorios de San Diego. Sabemos que disponen de los recursos adecuados. —Es más, las terribles sospechas de Günberk Braun se centraban en San Diego.

—¿Qué planean hacer?

Günberk le sonrió sin ganas.

—Vayamos por pasos, señor Conejo. El primer paso: treinta días de plazo. Nos gustaría que nos aportara un análisis acerca de la seguridad de los laboratorios de San Diego. Lo que es más importante, precisamos pruebas fidedignas de que puede disponer de un equipo de personas de la zona capaz de realizar actos físicos en las inmediaciones de esos laboratorios y dentro de ellos.

—Bien, saltaré al asunto de inmediato. —Conejo hizo un gesto de exasperación—. Es evidente que buscan a un peón del que puedan deshacerse, alguien que aísle la operación de los americanos. Vale. Yo puedo serlo. Pero una advertencia: salgo muy caro y estaré aquí para cobrar.

Keiko rio.

—No hace falta que se ponga melodramático, señor Conejo. Conocemos sus famosas habilidades.

—¡Cierto! Pero todavía no creen en ellas. Ahora me iré, husmearé por los alrededores de San Diego y volveremos a hablar dentro de un par de semanas. Para entonces tendré algo que enseñarles y, lo más importante, haré que mi tremenda imaginación especifique un primer pago para ese plan por etapas que el señor No-Soy-Tan-Alemán-Como-Parezco ha propuesto. —Hizo una reverencia a Günberk.

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