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Vernor Vinge: Al final del arco iris

Здесь есть возможность читать онлайн «Vernor Vinge: Al final del arco iris» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 2008, ISBN: 978-84-666-3776-3, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Vernor Vinge Al final del arco iris

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Robert Gu es un famoso poeta afectado de Alzheimer durante años y al que la medicina del futuro cercano logra recuperar y rejuvenecer. Así, debe enfrentarse a un mundo parecido pero insidiosamente distinto del que recordaba.

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Bah.

—Con unas gafas bastaría, Cara. —A lo mejor se las estaba escondiendo.

La luminosidad y el viento seco que recorría esas calles le llamaban la atención por algún motivo… fuese el que fuese. Hacía que se preguntara qué hacía confinado en una silla de ruedas. Recorrieron un par de calles más. Cara se le echaba continuamente encima.

—¿Tienes demasiado calor, Robert? Quizá no te haga falta la manta. El sol te va a quemar la cara, Robert. Deja que te baje un poco la gorra.

En cierto momento desaparecieron las casas. Parecía que estaban al pie de una larga cuesta, Cara afirmaba que frente a las montañas… pero Robert sólo veía una línea borrosa de un ocre desvaído que en nada se parecía a las montañas que desafiaban el cielo en Bishop, California, EE.UU.

Luego estaban otra vez dentro de la casa de la que habían salido, tan tenebrosa y oscura como siempre, porque la oscuridad se tragaba la luz de la habitación. La voz alegre de Cara desapareció. Dijo que se iba a estudiar para sus clases. No había clases para Robert. El matón le dio de comer. Seguía afirmando ser su hijo. Pero era demasiado grandote. Después de otra ignominiosa parada en el retrete, más bien un interrogatorio policial que una ida al baño, le dejaron misericordiosamente a solas, en la oscuridad. Aquella gente ni siquiera tenía televisión. Sólo había silencio y las lejanas y mortecinas lámparas eléctricas.

Debería tener sueño. Conservaba un vago recuerdo de, noche tras noche, año tras año, el sopor después de la cena. Y luego de despertarse y andar por habitaciones extrañas intentando encontrar su hogar. Discutiendo con Lena. Aquella noche era… diferente. Seguía despierto. Aquella noche pensaba en cosas que acababan de suceder. Quizá fuese porque estaba a medio camino de casa. Cara. No había encontrado el hogar de sus padres en la calle Crombie ni el viejo dormitorio desde el que veía el viejo pino con su cabaña entre las ramas. Pero Cara formaba parte de ese mundo y estaba allí. Se quedó sentado mucho tiempo, pensando lentamente. Al otro lado de la habitación, una bombilla solitaria era como un remolino en la oscuridad. Apenas visible, el matón estaba sentado junto a la pared. Hablaba con alguien, pero Robert no veía con quién.

Robert pasó de él y se concentró en pensar. Al cabo de un rato recordó algo aterrador. Cara Gu había muerto en 2006 y por entonces ya llevaban varios años sin hablarse.

Y en el momento de su muerte Cara tenía cincuenta y un años.

West Fallbrook había sido un lugar accesible a principios de siglo. También muy bullicioso. Situado justo al lado del campamento Pendleton, era la comunidad civil más grande de la base. Allí había crecido una generación de marines… que había participado en una nueva oleada de guerras. Robert Gu Jr. había vivido el final de aquel frenesí, cuando a los oficiales chinoamericanos se los volvía a colocar en puestos de confianza. Habían sido días importantes y agridulces.

En la actualidad la ciudad era más grande, pero los marines ya estaban lejos de ser una parte tan importante de ella. La vida militar se había vuelto mucho más complicada. Entre breves periodos de guerra, al teniente coronel Gu le había parecido que West Fallbrook era un buen lugar para criar a una hija.

—Sigo pensando que es un error que Miri le llame Robert.

Alice Gu alzó la vista del trabajo que estaba realizando.

—Ya lo hemos hablado, cariño. Así la hemos criado. Somos Bob y Alice, no mamá y papá o la tontería que esté ahora de moda. Y por tanto, Robert es Robert y no el abuelo. —La coronel Alice Gong Gu era bajita y de rostro redondo y, cuando no estaba completamente estresada, maternal. Había sido la número uno de su promoción en Annapolis, en la época en que ser bajita y de rostro redondo y maternal eran clarísimos puntos en contra. A aquellas alturas hubiese podido ser general, sólo que sus superiores habían encontrado un trabajo más productivo y peligroso que asignarle. Lo que explicaba algunas de sus alocadas ideas pero no aquélla en concreto; siempre había insistido en que Miri se dirigiese a sus padres como si fuesen amigos.

—Eh, Alice, nunca me ha importado que Miri nos llame por nuestro nombre de pila. Llegará un momento en que, aparte de amarnos, la pequeña generala también será nuestra colega, incluso nuestra jefa. Pero esta situación confunde al viejo… —Bob señaló con el pulgar el lugar donde estaba sentado Robert padre, medio caído y mirando fijamente—. Recuerda cómo se ha comportado papá esta tarde. Mira cómo se ha alegrado. Cree que Miri es mi tía Cara, ¡cuando eran niños!

Alice no respondió de inmediato. Allí donde estaba era media mañana. La luz del sol chispeaba en el puerto que tenía a la espalda. Servía de apoyo a la delegación americana en Yakarta. Indonesia se unía a la Alianza Indoeuropea. Japón ya era miembro de ese club de nombre tan estrambótico. El chiste de moda era que pronto los «indoeuropeos» tendrían el mundo rodeado. Hubo una época en que China y Estados Unidos no se lo hubiesen tomado a broma. Pero el mundo había cambiado. Tanto en China como en Estados Unidos esa perspectiva era un alivio. Tendrían más tiempo para preocuparse de los verdaderos problemas.

Alice parpadeó mientras asentía a una presentación o se reía de un comentario ingenioso. Recorrió una corta distancia acompañando a un par de tipos pagados de sí mismos, charlando todo el tiempo en bailas a, mandarín e inglés pasable, idiomas de los cuales Bob sólo entendía el inglés. Luego volvió a quedarse sola. Se inclinó un poco hacia él y le dedicó una gran sonrisa.

—¡Bien, suena estupendamente! —dijo—. ¿Cuántos años hace que tu padre no respondía a ningún discurso racional? Y ahora, de pronto, está lo suficientemente consciente como para pasárselo bien. Deberías alegrarte. A partir de ahora sólo puede mejorar. ¡Recuperarás a tu padre!

—Sí…

El día anterior había despedido al último de sus cuidadores domésticos. A partir de ese momento su padre mejoraría muy rápido. La única razón para que siguiese en silla de ruedas era que los médicos querían asegurarse de que la regeneración ósea era completa antes de soltarlo por el vecindario.

Ella captó su expresión e inclinó la cabeza a un lado.

—¿Te acobardas?

Bob miró a su padre. No faltaban más que unas cuantas semanas para la operación de Paraguay. Una operación secreta en el fin del mundo. La idea empezaba a parecerle atractiva.

—Quizás.

—Entonces deja que la pequeña generala siga con lo suyo y no te preocupes. —Se volvió y saludó a alguien a quien Bob no veía—. ¡Oh! —La imagen parpadeó y sólo quedó la mensajería silenciosa.

Alice —› Bob: ‹ms› Tengo que irme. Debo cubrir el puesto del secretario Martínez y las costumbres locales no ven con buenos ojos el tiempo compartido.‹/ms›

Bob se quedó sentado un momento en el salón, en silencio. Miri estaba arriba, estudiando. Fuera, la tarde se iba convirtiendo en noche. Una hora tranquila. De niño, a esa hora su padre sacaba los libros de poesía y papá, mamá y el pequeño Bobby leían juntos. Bob sentía una alegre nostalgia por esas tardes. Miró a su padre.

—¿Papá? —No hubo respuesta. Bob se inclinó y gritó, muy poco seguro de sí mismo—. ¿Papá? ¿Hay luz suficiente? Puedo aumentar la intensidad.

El anciano agitó ausente la cabeza. Quizás había comprendido la pregunta, pero no dio ninguna otra señal de haberlo hecho. Se limitó a quedarse allí sentado, inclinado de lado. Con la mano derecha se frotaba una y otra vez la muñeca izquierda. Y era una gran mejora. Robert: Gu padre había llegado a pesar treinta y seis kilos. Era apenas un vegetal cuando la Facultad de Medicina de la UCSF había probado con él un tratamiento nuevo. Resultó que la cura para el Alzheimer de la UCSF había surtido efecto cuando años de tratamiento convencional habían sido inútiles.

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