Juan Aguilera - El refugio

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2024 d.C.: Un heterodoxo arqueólogo jesuita descubre en Marte los ruinas de una civilización desaparecida.
2029 d.C.: Sobre el lecho seco del mar de Aral, en el centro de la meseta de Ustyurt, aparece una forma de vida vegetal no terrestre.
2034 d.C.: Una inimaginable catástrofe cósmica se abate sobre la Tierra.
2039 d.C.: La humanidad diezmada se esfuerza en salir adelante, mientras una expedición espacial parte en busca de los culpables del Exterminio. En el curso de su viaje descubrirá una amenaza que empezó millones de años atrás.

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Silbó: era un contador de positrones de alta energía. Aquello le hizo arquear las cejas.

Por descontado, en la radiación cósmica se encuentran presentes casi cualquier tipo de partículas. Pero antipartículas… Aunque Alí no era astrofísico, todo el mundo sabe que existe una asimetría básica entre partículas y antipartículas. Las antipartículas podían existir, claro, y a veces se obtenían en los aceleradores junto a la partícula correspondiente; o bien eran producidas en ciertas reacciones nucleares.

Pero en el Universo primitivo, en los primeros milisegundos de la Gran Explosión, toda la antimateria existente se habría aniquilado al contacto con la materia. Era la leve superioridad numérica de ésta la que había permitido la existencia de la materia, gracias a Dios. En teoría, todo el Universo debería ser de materia. No existían planetas de antimateria, ni estrellas ni galaxias.

¿O sí?

Alí se rascó la cabeza. O bien la teoría se hallaba equivocada, y en algún lugar del cosmos se estaban lanzando al espacio torrentes de antipartículas… o bien esos positrones eran generados en alguna exótica reacción estelar o galáctica. Pues los positrones que se mueven a una velocidad cercana a la de la luz deben estar acelerados por el inmenso aunque débil campo magnético de la Galaxia.

¿Y cuál era el número de positrones que llegaban? Utilizando el lápiz óptico, señaló un apartado del experimento CEB-254, correspondiente a un mes atrás. De inmediato, el ordenador mostró una parpadeante lista de números. Mohamed Alí se puso en pie de un salto.

CEB-254: 3 09:00 GMT

CEB-254: 3 09:10 GMT

CEB-254: 0 09:20 GMT

CEB-254: 0 09:30 GMT

CEB-254: 1 09:40 GMT

CEB-254: 0 09:50 GMT

CEB-254: 0 10:00 GMT

CEB-254: 0 10:10 GMT

CEB-254: 1 10:20 GMT

CEB-254: 0 10:30 GMT

CEB-254: 0 10:40 GMT

CEB-254: 0 10:50 GMT

CEB-254: 0 11:00 GMT

CEB-254: 0 11:10 GMT

Con incredulidad, detuvo el listado y pidió al ordenador que presentara los resultados acumulados de todo el mes anterior.

¡En ese tiempo, el aparato no había llegado a contar cien positrones! ¡Y en dos horas había pasado de casi doscientos al millar!

Aquello era absolutamente increíble. Pegó su nariz al monitor, paseó nervioso por la sala, se enredó con un cable y, al tirar de él, hizo caer una impresora al suelo.

– No, no, tranquilízate -dijo mientras se llevaba las manos a las sienes-, no puede ser, no existe nada capaz de justificar ese aumento, el satélite debe de haberse descompuesto, igual que Jomeini L5/3. Sí, eso debe de ser…

Recordó aquella vez que un astrónomo novato afirmó, muy orondo, haber descubierto un nuevo quasar; pero se trataba de unas palomas, que habían anidado en la antena y dejado abundantes huellas de su estancia en el lugar.

Pero dos satélites fallando, casi simultáneamente, mientras apuntaban al mismo sector del firmamento… era demasiada casualidad.

Decidió pedir una confirmación. En estos casos, lo mejor es actuar científicamente. Dio las instrucciones al ordenador de que orientase la antena de otros satélites, e iniciase una solicitud de datos.

Veinte minutos más tarde llegaba la información.

Jomeini L-4/78 informaba de partículas altamente energéticas con carga positiva (el detector no podía discriminar).

Al-Kindi L-5/34 mostraba un inesperado aumento de rayos gamma. ¿Podría tratarse de positrones aniquilándose con el propio aparato detector?

Al-Farabi L-5/12 detectaba partículas con masa y carga que las señalaban como positrones.

Pero lo importante eran las fechas y lugares: los satélites habían registrado, con algunas décimas de segundo de diferencia, una serie de sucesos compatibles con una repentina lluvia de positrones.

¿Todos, al mismo tiempo?

Pero, si los satélites estaban en buenas condiciones, entonces se encontraba ante un nuevo tipo de fenómeno cósmico, no un montón de cagadas de paloma. ¡Algo que nadie había encontrado antes!

Positrones, en una cantidad ampliamente detectable. Eso significaba antimateria. Antimateria significaba energía sin límites.

¡Por fin, y gracias a Dios (clemente y misericordioso), la Fortuna se digna sonreírme!

En lo más hondo de su ser siempre había sabido que algo así sucedería. No tenía ni idea de qué podría tratarse aquello, sin embargo estaba seguro de que valdría algo. Sintió ganas de echar a correr hacia el teléfono. Seguro que alguna agencia cristiana estaría dispuesta a valorar aquella información.

Se detuvo. ¿Debería informar antes al profesor Tariq? Parecía lógico, pues él se hallaba allí en calidad de ayudante suyo… Se encogió de hombros. Le informaría en cuanto le fuera posible, ahora cada segundo contaba. En ese momento alguien, en algún lugar del mundo, podría estar teniendo los mismos pensamientos que él. Se dirigió al radioteléfono a toda prisa.

Le pidió al ordenador asistente del teléfono que le marcara el número de alguna revista científica del Norte. Antes que nada tenía que registrar la observación como propia. Si alguien reclamaba el derecho de haber sido el primero, esa llamada sería decisiva. Después ya habría tiempo de todo lo demás…

Qué cosa tan fuera de lo común. El ordenador había marcado el número, pero la pantalla sólo mostraba interferencias.

– ¿Qué sucede? -gritó irritado.

– No lo sé, señor -respondió el ordenador, con calma inhumana-. No puedo obtener una línea clara.

¡Por las peludas orejas de Sheitan! Alí dio un puñetazo en la mesa. Justo ahora se estropeaba el teléfono.

– Sigue intentándolo. Y avísame en cuanto tengas línea.

– Así lo haré, señor.

Regresó a la sala de terminales mordiéndose las uñas, ¡justo ahora se encontraba aislado en lo alto de aquel jodido volcán!

Nervioso, caminó en círculos. Volvió al teléfono.

– ¿Sigues sin tener línea?

– No, lo siento, señor. He probado en varias bandas. Nada hasta el momento, señor.

¡Malditos africanos! Regresó a la sala de pésimo humor. Revisó los números, y… sí, allí estaban. Los observatorios habían registrado el aumento de positrones de forma progresiva. Llevado por una intuición pidió al ordenador que buscara alguna relación entre los tiempos de diferencia de registro y las posiciones entre los satélites.

¡Coincidía! Los satélites con mayor separación angular de la línea Tierra-Luna habían registrado los positrones antes que los más cercanos. Aquello significaba que un haz de positrones a la velocidad de la luz barría el espacio acercándose a la Tierra.

Sintió un escalofrío de aprensión. Se trataba de radiación de antimateria. Y un frente de antipartículas que avanzaba hacia ellos, bueno, haría horas que ya habrían llegado a las capas altas de la atmósfera terrestre. ¿Sería ésa la causa de que la radio no funcionase?

Pidió al ordenador los últimos datos de los satélites.

Jomeini L-4/78 no responde…

Al-Kindi L-5/34 no responde…

Al-Farabi L-5/12 no responde…

– ¿Qué sucede? -se preguntó en voz alta. El ordenador no dijo nada-. Creía que las emisiones por satélite eran microondas, inmunes a las interferencias.

– Así es, señor.

– ¿Recibes alguno de los satélites lagrangianos?

– De Khayyam L-5/7, señor.

– Bien, hazme un volcado de datos.

La pantalla empezó a llenarse de números. Los ojos de Alí se abrieron con profundo horror.

¡Dios misericordioso!

El recuento de positrones aumentaba en progresión geométrica. Los números cambiaban ante sus ojos: 30064, 60312, 120463, 240393, 480880, 961227… tan enormes que el ordenador empezó de pronto a imprimirlos en forma exponencial: 1.92E+6, 3.85E+6 7.70E+6, 1.54E+7, 3.08E+7, 6.17E+7, 1.23E+8, 2.47E+8,4.93E+8,9.85E+8,1.98E+9,3.95E+9,7.88E+9…

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