Juan Aguilera - El refugio

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2024 d.C.: Un heterodoxo arqueólogo jesuita descubre en Marte los ruinas de una civilización desaparecida.
2029 d.C.: Sobre el lecho seco del mar de Aral, en el centro de la meseta de Ustyurt, aparece una forma de vida vegetal no terrestre.
2034 d.C.: Una inimaginable catástrofe cósmica se abate sobre la Tierra.
2039 d.C.: La humanidad diezmada se esfuerza en salir adelante, mientras una expedición espacial parte en busca de los culpables del Exterminio. En el curso de su viaje descubrirá una amenaza que empezó millones de años atrás.

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– ¿Y es posible que…? -Susana buscó las palabras adecuadas-. Quiero decir, al parecer, nuestros enemigos provienen, o se han establecido, en la nube de cometas que rodea el Sistema Solar…

Benazir asintió.

– Hace años que se especula con la posibilidad de que la vida naciera en los cometas, en la nube de Oort…

– La hipótesis de la panespermia -comentó Susana pensativa -, propuesta por Fred Hoyle hace más de sesenta años…

– Precisamente. ¿Qué opinas tú?

– Nunca me ha convencido. Y Hoyle era astrónomo, no biólogo.

Benazir sonrió ante la evidente falta de tacto de Susana.

– Orwel y Crick eran biólogos, y pensaban igual…

– El que Crick ganara el Nobel por el descubrimiento de la doble hélice debió subírsele a la cabeza.

– De cualquier forma -intervino Casanova intentando reconducir el tema- creemos que, los que nos dejaron estos hologramas, querían advertirnos sobre un peligro que vendría de la Nube de Oort… Y hay algo que continuamente nos ha estado visitando desde Oort…

– ¿Te refieres a los cometas de período largo? -preguntó Susana.

– Exacto -dijo Benazir señalando a su alrededor-. Aquí también están catalogados más de un centenar de cometas. Ninguno de ellos se corresponde con cometas de la actualidad, claro, pues ya sabemos que los cometas son efímeros, muy pocos sobreviven a unas pocas aproximaciones al Sol. Pero es evidente que los cometas preocupaban a los antiguos marcianos; y ahora también deberían empezar a preocuparnos a nosotros.

Benazir meditó un momento antes de continuar:

– Acompañadme.

Condujo a Susana y a Casanova hasta una pequeña sala adosada al gran espacio del planetario. En ella había una pequeña litera, aparatos proyectores, ordenadores… Parecía a la vez el lugar de descanso y de trabajo de la astrónoma. Quizás ella no hacía grandes distinciones entre una cosa y otra.

Benazir tomó un micro y dijo: reproduce. El ordenador de la sala atenuó las luces e iluminó una pantalla mural.

Apareció un panorama desértico, cuyo cielo azul indicaba la Tierra. En la arena rojiza se destacaban matas de hierbas espinosas y cactus. Una gran mancha blanca, reluciendo cegadora bajo el sol, indicaba un lago salado seco.

La mujer dijo: pasa. El cuadro siguiente mostraba un cráter de impacto. La lava se había solidificado, formando una pendiente no muy pronunciada de roca volcánica. Con esfuerzo, un hombre trepaba por la resquebrajada costra; era la única referencia para calcular las verdaderas dimensiones del cráter.

– Mar de Aral -explicó Benazir-, en la frontera entre Kazakistán y Uzbekistán. Esta filmación fue obtenida hace casi diez años, por el padre Álvaro.

– ¿Quién? -preguntó Susana.

– Álvaro. Un franciscano -explicó Casanova-, ya lo conocerás…

Nueva diapositiva. Mostraba el interior del cráter, tapizado por una singular vegetación.

– Más tarde fueron encontradas formaciones similares repartidas por toda la Tierra. Se calcula que algunas tenían varios años de edad. Fíjate en todas esas flores. No hay nada en la Tierra semejante a eso, los botánicos lo juran por lo más sagrado. Pero eso no es lo más extraño. Pasa.

Un mapamundi con discos rojos sobre varios continentes. Casi todos caían entre ambos trópicos. Habría un centenar.

– En toda la Tierra, en cada una de esas formaciones vegetales, todas sus corolas apuntaban un mismo punto en el firmamento, a pesar de la rotación del planeta… Dirigimos nuestros telescopios hacia ese punto, y encontramos esto. Pasa.

La imagen presentaba un cometa sobre el cielo estrellado; desplegaba una espectacular cola, adornada con extraños rizos, abultamientos y volutas.

– Éste es el cometa Arat -explicó la astrónoma acercándose a la pantalla-. Cuando lo encontramos aún no había desarrollado esa cola. Pero no tuvimos mucho tiempo para disfrutar del espectáculo. Nuestro mundo fue destruido poco después de su descubrimiento. Justo en el momento de máxima aproximación entre la Tierra y este cometa. Como si hubiera viajado hasta el Sistema Solar interior sólo para presenciar la muerte de nuestro planeta.

»Todos sabemos como la supersticiones populares atribuyen a los cometas la capacidad de anunciar las grandes catástrofes. Para nuestra desgracia -tuvo una sonrisa de amarga ironía-, la leyenda se ha transformado en una terrible realidad.

– ¿Quieres decir… -a Susana le costaba admitirlo- que esas plantas establecieron alguna especie de comunicación con el cometa…?

– Sí.

– ¿Cómo?

– Por radio, quizá -contestó la astrónoma-. Estamos ante un organismo biocibernético, similar a los encontrados aquí. No es difícil imaginar a todas esas plantas actuando como potentes emisoras de radio; sobre todo si crecen con esa forma de antena parabólica.

¿Cómo podía haberse desarrollado una invasión tan silenciosa?, se preguntó Susana. Estudió con atención las imágenes; las plantas alienígenas debieron germinar en puntos poco habitados, incluso en el superpoblado planeta.

– Quizá la Tierra ha sido vigilada por alienígenas desde tiempo inmemorial -dijo Benazir-. No sabemos desde cuando, pero sí cómo podrían haberlo hecho: cometas. ¿Se imaginarán los peces y crustáceos abisales que un batiscafo es un portentoso signo celeste?

– Un pensamiento extraordinariamente paranoico -dijo Susana.

– Creo que nos conviene ser un poco paranoicos. Nos guste o no, estamos en guerra contra una especie alienígena…

»Y ellos ya han dado el primer golpe…

9

La nueva base del Proyecto Arca en el océano Pacífico llevaba en servicio menos de un mes. El helicóptero que transportaba a Lucas Gimeno se posó con suavidad en su flamante pista de aterrizaje.

Karl le esperaba acompañado de una muchacha. Era habitual verlo asediado por las más hermosas jóvenes; pero esta vez se había superado a sí mismo. La muchacha parecía muy joven, y su belleza sólo podía ser calificada como espectacular.

– Sandra -dijo Karl-, te presento a Lucas Gimeno.

– Karl me ha hablado mucho de ti -ella le tendió la mano. Su acento era vagamente eslavo.

– Es un placer. Eres… maravillosa -contestó él, alelado.

Realmente lo era: labios gruesos, rostro ovalado con una amplia frente, cabello castaño oscuro, muy ensortijado, ojos un poco rasgados, cuerpo de ensueño, que se adivinaba bajo el ajustado mono azul del Proyecto Arca…

– Eh, tranquilo -dijo Karl, pasando un brazo sobre los hombros de la muchacha-. Estás devorándola con los ojos, y Alexandra es una Persona Muy Importante.

– No me llames Alexandra -protestó ella.

Lucas se volvió hacia su amigo, sintiendo un extravagante ataque de celos.

– ¿Qué quieres decir?

Pero fue ella quien habló:

– Me han traído hasta aquí desde la base de Clozet, para enseñaros el manejo del nuevo equipo llegado de Marte.

– ¿Qué? -Lucas miró a su amigo, esperando que le aclarara si aquello era un camelo-. ¿Tú eres el nuevo monitor de que nos habló el coronel Toranaga?

– ¿Tienes algo contra las mujeres? -preguntó aquella jovencita, con una mueca irónica.

– Nada en absoluto, me encantan -exclamó Lucas-. Es una tradición familiar: la mitad de mis antepasados fueron mujeres. Pero tú no eres marciana.

– No -admitió ella-; nací en la Tierra, y jamás he salido de ella. Y hasta el Exterminio viví en una minúscula comarca de Uzbekistán. ¿Pasa algo?

– ¿Qué edad tienes?

– Sé un poco más galante, Lucas. Eso no se le pregunta a una señorita -se ofendió Karl. Ella declaró:

– Diecinueve.

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