Juan Aguilera - Rihla

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En el año 890 de la Jégira, Lisán al-Aysar, erudito árabe del reino de Granada, convencido de la existencia de un mundo más allá del océano, se embarca en una gran expedición. En esta rilha le acompañarán aventureros árabes, corsarios turcos, caballeros sarracenos, un hechicero mameluco y un piloto vizcaíno, renegado y borracho. Descubrirán una tierra lujuriosamente fértil y deberán enfrentarse a sus extraños pobladores: hombres-jaguar, guerras floridas y sacrificios humanos. El viaje llevará a Lisán a alcanzar una nueva sabiduría, conocer la magia, recuperar el motor y vivir una gran aventura. Una original novela que nos sumerge en una emocionante y exótica aventura y nos invita a reflexionar sobre las culturas ajenas y la propia, del pasado y del presente.

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Ahuítzotl aspiró el humo que desprendía aquella leña sagrada. El símbolo mexica de la victoria era un templo en llamas, pero nada podía compararse a la magnificencia de aquel gigantesco árbol ardiendo por los cuatro costados. Era la propia imagen de su victoria, del nuevo poder que los mexica estaban instaurando en el mundo.

Varios guerreros llegaron entonces, comandados por el Ahuacán de Amanecer. Llevaban con ellos a dos prisioneros: un hombre viejo, arropado con los símbolos de la nobleza itzá , y una mujer joven y bella. Los dos fueron obligados a arrodillarse frente al tlatoani.

– Ellos son el Ahau Canek y su hija -dijo el Ahuacán.

Uno de los nobles que acompañaban a Ahuítzotl dio un paso al frente y dijo:

– Espera, sé quiénes sois. -Señaló al hombre-. Recibí a tus embajadores en mi calpulli. [33]Tu nombre es Na Itzá, ¿no es cierto?

El itzá miró desafiante al mexica , sin tomarse la molestia de responderle.

– Y ella es tu hija, ¿verdad? -siguió diciendo este último-. Utz Colel, creo que se llama, ¿verdad? Pretendías que me casara con ella. Es gracioso.

Ahuítzotl golpeó al noble en el hombro con su abanico, para que se apartara, y se acercó a los dos cautivos.

– ¿Por qué, Topiltz? -dijo-. ¿Qué tiene de gracioso? Es una muchacha muy bella, por lo que veo. No debiste dejar pasar esa oportunidad.

Se inclinó hacia Utz Colel y, sujetándola por la barbilla, le hizo alzar el rostro.

– Muy bella, sin duda -repitió-. ¿Qué opinas, Mujer Serpiente?

– Es muy hermosa, tlatoani -dijo el sacerdote.

– ¿La aceptarías tú como esposa?

– Sin duda. Me hacéis un gran honor.

Ahuítzotl se volvió hacia la chica y le sonrió.

– Ya ves -dijo-. Finalmente vas a contraer matrimonio con un mexica , tal y como deseaba tu padre.

Dicho esto, el tlatoani alzó la vista hacia lo alto del gran árbol en llamas. El humo estaba volviendo la atmósfera casi irrespirable. Ahuítzotl se llevó a la nariz una gran flor blanca para mitigar el olor. En lo alto de la Ceiba, desde la plataforma de piedra que sustentaba la choza ocupada por el Uija-tao, un puñado de sacerdotes resistía impasible las llamas y el humo que se alzaban hacia ellos. El tlatoani preguntó:

– ¿Sabéis si el adivino sigue ahí arriba?

– Ésos son sus acólitos -dijo el Ahuacán de Amanecer-, no se alejarían de él por nada del mundo. He oído decir que está muy enfermo.

– Traedme su cabeza -dijo Ahuítzotl.

El Mujer Serpiente asintió, llamó a dos de los hombres-jaguar y les comunicó la orden.

Los nahual se empaparon con la sangre de los sacerdotes muertos al pie de la Ceiba y se transformaron en las fieras cuyas pieles llevaban. Sus cuerpos se retorcieron y encorvaron, sus rostros se afilaron con un largo crujido de huesos, las garras sustituyeron las manos. En un instante ya no hubo hombres, sino dos jaguares que empezaron a trepar por la ceiba en llamas clavando las uñas en su corteza.

Una vez llegaron a lo alto saltaron sobre los sacerdotes que aún aguantaban en la plataforma y los destrozaron. Luego penetraron en el interior de la choza del Uija-tao.

Las llamas crepitaban salvajemente a su alrededor, todo Uucil Abnal era ya una gigantesca antorcha. Los hechiceros sudaban y se esforzaban por mantener el denso humo lejos de Ahuítzotl, pero la violencia del incendio era tal que su labor empezaba a resultar imposible. Las llamas explotaban sobre la copa de aquellos árboles ricos en resinas y salpicaban de fuego todo el perímetro del bosque sagrado de los itzá.

Tlatoani -dijo el Mujer Serpiente-. Debemos abandonar este lugar. El calor pronto se volverá insoportable…

Ahuítzotl alzó una mano pidiendo calma al sacerdote, porque los dos jaguares ya descendían por el tronco de la Gran Ceiba. Sus pieles amarillas crepitaban envueltas en llamas, pero no se detuvieron hasta llegar frente al tlatoani y dejar caer a sus pies la cabeza abrasada del Uija-tao. Sólo entonces, los dos jaguares convertidos en antorchas vivientes se derrumbaron y se transformaron en dos hombres carbonizados que siguieron ardiendo en el suelo.

– Vamos -dijo Ahuítzotl, satisfecho-. Salgamos de aquí.

El Mujer Serpiente alzó la vista y vio que un pequeño pájaro Pujuy escapaba de las llamas y se alejaba volando en la noche. Luego caminó tras el tlatoani y su grupo.

Baba se había encaramado a un árbol y desde su copa estuvo observando el sangriento ataque a Uucil Abnal. Mientras contemplaba aquel desastre, no podía dejar de pensar en que Na Itzá le recordaba a su abuelo Mircea, siempre con su enfermiza obsesión por obtener a toda costa la paz mediante la negociación. Cuando las llamas que devoraban la ciudad alcanzaron tal altura que parecían capaces de hacerle un agujero al cielo, el temor de que el fuego se extendiera con rapidez y lo atrapara antes de tener tiempo de ponerse a salvo lo decidió a abandonar su escondite y alejarse de aquel lugar. Corrió solo por el bosque, mientras las imágenes de horror de las muchas guerras que había contemplado durante su vida se superponían a la destrucción de la que acababa de ser testigo…

Una inmensa llanura erizada de estacas puntiagudas, hasta el horizonte. Y en cada una de ellas un cuerpo agonizando o pudriéndose… El cielo era rojo como la sangre y, mientras el sol se ponía, él cenaba tranquilamente en medio de aquel espanto…

Era su pasado.

Ahora escapaba por una selva que quizá pronto sería devorada por las llamas. Se detuvo. Al pie de uno de aquellos árboles vio el cadáver putrefacto de un gran mono. Una nube de moscas y el nauseabundo olor que conocía tan bien. Gusanos, larvas, incluso pequeñas setas creciendo sobre la carne podrida. La vida brotaba de los seres moribundos, formando una aureola de resplandeciente chu'lel. Todo tronco caído servía de lecho a hermosas y gigantescas flores. Los seres vegetales absorbían a los animales y se desarrollaban plenamente, dando origen a una nueva generación de criaturas. En los árboles vivían helechos, en éstos, plantas aéreas, y en el corazón de estas últimas se abrían magníficas flores que ofrecían su alimento a millares de mariposas e insectos.

Se sentó frente al cadáver del mono y dejó que sus recuerdos fluyesen.

Era sólo un niño cuando fue llevado a Egrigöz, aquella remota fortaleza perdida en las montañas de Anatolia. Allí se vivía aterrorizado por los ataques de las hordas bárbaras. Por los humanos y por los que no lo eran. Allí las gentes habían conocido cientos de años de terror.

Recordó una noche que había pasado abrazado a su hermano Radu, mientras los Engendros de la Noche asaltaban una y otra vez los muros de la fortaleza. Oían los alaridos de dolor de los defensores mientras eran devorados por aquellas criaturas inimaginables que aullaban como lobos pero caminaban como hombres. Finalmente fueron rechazados y Egrigöz se salvó en aquella ocasión. ¿Por cuánto tiempo?

– Pronto os tocará a vosotros -les dijo el enorme turco que era alcaide de la fortaleza y gobernador de aquella remota región-. Los engendros pronto llegarán a vuestra tierra y sabréis lo que es vivir en el terror.

– Pero vosotros podéis rechazarlos -dijo el muchacho al que un día los turcos llamarían Kazikli: «el Empalador»-. Toda la región está en poder de los engendros, pero vosotros os mantenéis aquí. ¿Cómo?

El alcaide lo miró divertido y dijo:

– Pequeño infiel, deberías aprender a tener fe en Allah y rezar.

Pero, esa noche, el turco se acercó a su litera y le susurró:

– Dime, ¿de verdad deseas aprender a luchar contra los ÿinn ?

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