Vladimir Obruchev - Plutonia

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A unos cincuenta pasos encontró una pendiente menos empinada, que le pareció mejor adecuada para hacer una rampa. Y se puso a hacerlo, valiéndose de las mandíbulas y las patas de delante para arrancar pellas de tierra y ponerlas a un lado.

La segunda hormiga, que había estado de guardia junto al huevo, se cansó al poco rato de esperar descendió también a la vaguada y corrió por las huellas de su compañera, que le ocultaba un recodo.

— ¿Y si nos apoderásemos ahora del huevo que han dejado las hormigas? — propuso Gromeko.

La idea les gustó al principio, pero luego surgieron ciertas objeciones.

— Por lo pronto, pueden vernos y descubrimos así prematuramente nuestra presencia; además, al no encontrar el huevo que han dejado, se pondrán a buscarlo por los alrededores y entonces, en lugar de seguirlas hasta el hormiguero, tendremos que ocultarnos entre la maleza y perder el tiempo — declaró Kashtánov, rechazando la propuesta del botánico.

Pero en ese instante, Pápochkin descubrió en la desembocadura del valle otra pareja de hormigas empujando un segundo huevo.

— Me parece — dijo Pápochkin— que no hay motivos ya para no apoderarse del huevo.

— Entonces, ¡manos a la obra!

Makshéiev y Gromeko cruzaron rápidamente la vaguada, levantaron el huevo, que medía lo menos medio metro de diámetro, y volvieron para esconderlo entre las malezas donde ellos mismos se ocultaban.

Luego Makshéiev borró cuidadosamente en la vaguada las huellas de sus pasos, que hubieran podido servir a las hormigas, si eran suficientemente inteligentes para ello, de indicación para buscar el huevo.

Pronto volvieron las dos primeras hormigas al sitio donde habían dejado el huevo. Cuando estuvieron en lo acto de la orilla, como no lo encontraron, se pusieron a correr de un lado para otro, yendo la una hacia la otra con las antenas en movimiento y, al parecer, completamente desorientadas.

En este momento surgieron en la desembocadura del valle las otras hormigas con el segundo huevo. Las primeras, al verlas, se precipitaron hacia ellas y, creyendo probablemente que éstas les habían arrebatado su presa, intentaron recuperarla.

Empezaron a luchar erguidas sobre las cuatro patas traseras las hormigas - фото 32

Empezaron a luchar: erguidas sobre las cuatro patas traseras, las hormigas levantaban las dos de delante y procuraban plantar sus mandíbulas en el cuello del adversario. En el ardor del combate una de las parejas se acercó demasiado a la orilla y se desplomó en la vaguada. Durante la caída uno de los insectos se encontró encima del otro y aprovechó esta circunstancia para cortarle casi la cabeza a su adversario de un bocado.

Libre, corrió en auxilio de su compañero, ya muy cansado por la lucha. Entre los dos acabaron pronto con su enemigo y empujaron el huevo hacia la vaguada. Los exploradores habían seguido la lucha con gran interés, pero no podían decir cuál de las parejas había vencido, ya que era absolutamente imposible distinguir aquellos insectos los unos de los otros.

Las hormigas vencedoras se detuvieron al borde de la vaguada, luego dejaron rodar el huevo al fondo y se pusieron a empujarlo vaguada arriba.

En varios sitios, allí donde la pendiente opuesta les parecía menos abrupta, se detenían e intentaban izar el huevo. Pero no tenían las garras suficientemente duras para clavarlas en la cáscara, de manera que el huevo se les escapaba y volvía hacia atrás.

Llegadas al sitio donde estaba hecho el camino en la orilla de la vaguada, las hormigas lo advirtieron y, después de examinarlo, intentaron izar el huevo apuntalándolo con sus cuerpos.

Lo consiguieron, y entonces rodaron su presa por una trocha que se adentraba en el bosque. A juzgar por la conducta de esta pareja era de suponer que habían vencido las segundas hormigas.

Ahora sólo quedaba seguir la trocha detrás de las hormigas. Pero, ignorando la distancia que quedaba por recorrer, había que comerse primero el huevo sustraído a las hormigas. Pesaba demasiado para llevarlo en brazos y era muy incómodo rodarlo por el bosque. De manera que los exploradores hicieron lumbre en un agujero abierto en la arena y cocieron el huevo entero. Una vez, a punto, lo partieron en trozos y, con la cáscara, fabricaron unos cuantos platos y una sartén.

Después de comer, los viajeros se adentraron en el bosque por la trocha, bien alisada, pero estrecha e incómoda. Las ramas de las colas de caballo se entrelazaban a un metro del suelo, obligando a los hombres a avanzar casi a rastras o muy inclinados. Era probable que sólo las hormigas siguieran aquel camino.

Al cabo de media hora empezó a esclarecerse el bosque. La trocha de las hormigas bifurcaba con frecuencia, se cruzaba con otras, y Makshéiev seguía con gran dificultad la huella del huevo en tanto Kashtánov levantaba un mapa de la región habitada por sus enemigos.

— Me choca que no hayamos encontrado hasta ahora ninguna hormiga en el bosque — dijo Kashtánov.

— Probablemente tienen horas determinadas para el descanso y el sueño y los demás animales no se atreven a aproximarse al hormiguero.

Por fin apareció un vasto calvero. El bosque terminaba sin duda allí y el hormiguero podía encontrarse en el claro que le seguía. Por eso había que redoblar la prudencia. El zoólogo y el botánico se quedaron con General mientras Kashtánov y Makshéiev salían de reconocimiento.

En el lindero del bosque se detuvieron al amparo de los últimos árboles y se pusieron a examinar los contornos. El bosque daba paso a un vasto calvero, o mejor dicho, a un erial casi completamente desprovisto de vegetación: sólo aquí y allá apuntaban algunos tallos roídos. En medio de este erial, no lejos del lindero del bosque, se alzaba un enorme túmulo en forma de cono truncado que tendría unos doce metros de alto por más de cien de diámetro, hecho de troncos amontonados.

Los prismáticos permitían ver que los troncos no habían sido amontonados de cualquier manera, sino conforme a cierto sistema, formando un edificio complejo aunque basto. En muchos sitios se abrían orificios de entrada a diversas alturas; pero ni una hormiga por ninguna parte: debían estar durmiendo.

El erial hallábase rodeado por el bosque, las dunas y unos montes, y las hormigas eran dueñas absolutas de él. En la parte occidental, al pie de las dunas, debía correr un arroyuelo, a juzgar por la franja de matorrales y hierba verde que destacaban sobre el fondo amarillo de la arena.

*(erial: adj.-m. Tierra o campo sin cultivar ni labrar. 2 m. Sal. Ternero. 3 p. ext. Cosa estéril. SIN. Baldío, dehesa, ería, eriazo, erío, lleco, posío, sarda, tomillar, valuto.)

Capítulo XXXV

¿COMO PENETRAR EN EL HORMIGUERO?

Después de haber examinado aquel lugar, Kashtánov y Makshéiev volvieron adonde estaban sus compañeros para concertar la conducta a seguir.

— Atacar el hormiguero dormido es cosa fácil — dijo Kashtánov-. Pero, ¿sería razonable? No sabiendo en qué parte de esta enorme construcción están guardadas nuestras cosas, podemos extraviarnos fácilmente en el laberinto de galerías.

— El interior debe estar oscuro, y no tenemos velas ni linternas — observó Pápochkin.

— Se pueden hacer antorchas — declaró Gromeko-. He visto en el bosque unos árboles resinosos que servirían muy bien.

— Yendo con antorchas encendidas despertaríamos a las hormigas y seríamos víctima de un ataque que terminaría mal para nosotros — dijo Makshéiev.

— En efecto, deben ser centenares o quizá miles y, por muchas que matemos a tiros o con los cuchillos, acabarían matándonos a mordiscos o a picotazos.

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