Vladimir Obruchev - Plutonia
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Makshéiev se arrodilló para examinar cuidadosamente el suelo alrededor del sitio donde había estado la tienda; luego fué hacia la orilla del mar e inspeccionó el sitio donde había estado la balsa, volvió sobre sus pasos y se dirigió al Oeste a lo largo de la orilla. A unos doscientos — pasos clavó una rama seca en el suelo y volvió!hacia sus compañeros.
— Los ladrones no son hombres ni siquiera reptiles. A juzgar por las huellas de patas que se ven en casi todas partes, se trata de grandes insectos. Son muy numerosos: varias decenas. Al principio me había parecido que habían arrastrado las cosas hacia la balsa para llevárselas por mar, pero las huellas no llegan hasta el agua y ningún indicio hace suponer que la balsa haya sido echada al agua. Ha desaparecido de unja manera absolutamente incomprensible. En cuanto a la tienda y los demás objetos han sido transportados unos y arrastrados otros por la arena hacia el Oeste a lo largo de la orilla. Los ladrones tienen seis patas y el cuerpo debe medir alrededor de un metro de largo, a juzgar por las huellas que han dejado en la arena.
— ¡Vaya unos animalitos! — exclamó Pápochkin.
— Bueno, pero, ¿qué ha sido de General? — preguntó Kashtánov-. ¿Lo han matado, se lo han llevado vivo para devorarlo o ha huido asustado por los ladrones?
— En torno a la tienda hay muchas huellas del perro, pero en su mayoría recubiertas por las de los insectos, más recientes por lo tanto. En ninguna parte se ve sangre ni restos de insectos muertos por el perro. Yo me inclino a pensar que General ha huido ante unos adversarios desconocidos tan numerosos y está oculto en la espesura. Además, todavía debemos examinar el suelo a lo largo del lindero del bosque.
Con estas palabras Makshéiev reanudó sus pesquisas desde el lugar de la tienda hacia el lindero del bosque. Una vez allí, fué de un lado a otro observando cuidadosamente el suelo y, por fin, se detuvo y llamó a sus compañeros.
— General ha pasado por aquí para esconderse en la espesura. Pero antes le había ocurrido algo porque arrastraba las patas traseras.
Makshéiev se abrió un camino en la espesura cortando las ramas inferiores de las colas de caballo con su cuchillo de caza y se adentró por aquel paso silbando al perro y deteniéndose de vez en cuando para escuchar. Al fin se oyó un ladrido débil y, poco después, por entre las ramas salió General, arrastrándose y en un estado lamentable. Tenía todo el cuerpo hinchado y la parte trasera como paralizada.
— ¿Qué te ocurre, General, pobre chucho? — decía Makshéiev acariciando la cabeza del animal, que le lamía las manos quejándose. El ingeniero se deslizó fuera de la espesura seguido del perro; cuyo aspecto suscitó la compasión de todo.
— ¿Le habrán partido el espinazo? — preguntó Pápochkin.
— No lo creo — contestó Gromeko examinando al perro-. No, no es eso — continuó-. Lo más probable es que hayan herido a General con flechas envenenadas. Tiene en el lomo unas cuantas pequeñas heridas donde la sangre se ha coagulado ya. Pero el espinazo está intacto.
— Pero, ¿cómo van a ser flechas — sorprendióse Makshéiev-, si los ladrones son insectos?
— Se me había olvidado. En este caso es que le han picado o le han mordido con las mandíbulas o los aguijones venenosos.
— ¿Qué hacemos con el perro? ¿Se le podrá curar?
— Supongo que sí. En caso de que el veneno fuera mortal, el perro no existiría ya. Desgraciadamente, nuestra farmacia de campaña ha sido robada con el resto de las cosas. No queda más remedio que probar las compresas frías.
Makshéiev tomó en brazos al perro, que se quejaba lastimeramente, y lo llevó hacia la orilla del mar. Gromeko fué rociándole el cuerpo con agua. Al principio, el perro trataba de escapar chillando, pero pronto se aplacó bajo el efecto calmante del agua. Entonces lo metieron en el agua de cintura para abajo.
Mientras el botánico se ocupaba de General, los demás sacaron de la espesura las barcas y los remos, echaron al agua las embarcaciones y metieron en ellas los pocos objetos que les quedaban por habérselos llevado durante la desgraciada excursión. Dos de ellos volvieron luego hacia el lago de las rocas para completar la reserva de agua potable, mientras los demás asaban el resto de la carne de iguanodón a fin de que la preparación de la comida no les hiciera detenerse en la persecución de los ladrones.
En la hora que precisaron para los preparativos disminuyó sensiblemente la hinchazón del perro y ya pudo tenerse de pie. Quedó decidido meterlo en una de las barcas, ya que dos de los exploradores irían bordeando la costa en las embarcaciones cargadas mientras los demás seguirían las huellas de los ladrones en tanto no se alejasen de la orilla. De esta manera, los remeros podían acudir en auxilio de los que iban a pie en caso de necesidad o bien embarcarlos. Los que iban a pie podían a su vez detener a los otros en cuanto las huellas se apartasen hacia el interior de la región.
Capítulo XXXIII
SOBRE LA PISTA DE LOS LADRONES
Makshéiev y Gromeko echaron a andar a pie y Kashtánov y Pápochkin subieron a las lanchas sin quedar a la zaga de sus compañeros pero sin adelantárseles tampoco. Felizmente, el tiempo era apacible y el mar apenas mojaba la playa. Makshéiev iba delante por las huellas de los ladrones, deteniéndose de vez en cuando para intercambiar sus observaciones con el botánico. En un sitio, por ejemplo, se veían las huellas de muchos de los objetos robados, que los ladrones habían depositado en el suelo durante algún alto. En otro aparecieron las huellas claras de la balsa que hicieron exclamar a Makshiéiev:
— El enigma de la balsa ha quedado también esclarecido: los ladrones se la han llevado a cuestas.
— ¿Para qué demonios la necesitarían? — preguntó Gromeko.
— Pues para lo mismo que necesitaban nuestra tienda de campaña, la ropa de cama y los demás objetos. ¡Si se han llevado incluso las muestras de oro y de mineral!le hierro que recogimos ayer Kashtánov y yo!
— Es inconcebible. ¿Qué animales serán éstos? Cualquiera diría que se trata de seres racionales. No me
chocaría nada que montasen la tienda, se acostaran en nuestras sábanas y comieran en nuestra vajilla.
— Todo es posible en este maravilloso país de remotos períodos geológicos. ¿Acaso no han podido alcanzar ciertos insectos del jurásico un grado de desarrollo intelectual tan alto que les haya hecho desempeñar el papel de reyes de la naturaleza?
— La verdad es que incluso en el período actual existen insectos muy inteligentes, organizados en sociedades que se rigen por leyes determinadas, como ocurre, por ejemplo, con las abejas y las hormigas.
— ¡Calle! Me ha dado usted una idea. ¿No habrán sido hormigas las autoras del robo?
- ¿Y por qué no han podido ser abejas o avispas?
— A juzgar por las costumbres de las hormigas de la superficie exterior de nuestro planeta, les cuadra mejor el papel de ladrones. En efecto, las hormigas se llevan al hormiguero todo lo que encuentran, incluso las cosas absolutamente inútiles, y poseen una fuerza enorme en comparación con su tamaño.
— Es verdad. Las abejas son mucho más débiles y no almacenan en su colmena nada más que miel y cera; en cuanto a las avispas, no almacenan nada más que alimentos. Además, tanto las unas como las otras tienen alas, mientras nuestros ladrones no parecen tenerlas.
— Lo mismo opino yo, aunque también insectos alados hubieran podido arrastrar por el suela objetos demasiado pesados para llevarlos por el aire.
— En una palabra, que debemos estar en buen camino: las sospechas van primero a las hormigas, luego a las avispas y en fin a las abejas.
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