Vladimir Obruchev - Plutonia
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— Pues probablemente será que la tierra no ha terminado y su parte septentrional constituye una depresión muy profunda, una hondonada que — desciende hasta centenares de metros bajo el nivel del mar.
— ¿Es eso posible? — preguntó Gromeko.
— ¿Por qué no? En la tierra se conocen depresiones así: por ejemplo, el valle del Jordán, la depresión del mar Muerto en Palestina y la del mar Caspio, la hondonada de Lukchum en Asia Central, descubierta por los viajeros rusos y, en fin, el fondo del lago Baikal, en Siberia, que se encuentra a más de mil metros bajo el nivel del mar.
— Lea depresión del mar Muerto tampoco es pequeña: su fondo se encuentra a cuatrocientos sesenta metros bajo el nivel del océano — añadió Makshéiev.
— De todas formas, el descubrimiento de una depresión tan profunda en el continente polar será un resultado de interés y significado extraordinarios de nuestra expedición — concluyó Borovói.
Para asombro de todos, el descenso continuó también al día siguiente, por la misma llanura y con el mismo tiempo.
— Estamos bajando a un agujero sin fondo — bromeaba Makshéiev-. Esto no es una simple depresión, sino más bien un embudo, o incluso, ¿quién sabe? el cráter de un volcán apagado.
— Pero de proporciones nunca vistas en la tierra — observó Kashtánov-. Llevamos cuatro días bajando a este embudo y el diámetro del cráter alcanza, aparentemente, trescientos kilómetros o más; volcanes de este tamaño se conocen sólo en la luna. Desgraciadamente, en todo el descenso no hemos descubierto ni un risco, ni la menor capa de mineral que nos expliquen el origen de este depresión. Las vertientes de un cráter se deben componer de lavas y tufos volcánicos.
— En la vertiente septentrional de la cordillera Russki y en su sierra hemos visto basaltos y lavas de basalto — recordó Pápochkin-. Tenemos algunos indicios de la naturaleza volcánica de esta depresión.
— En Alaska se conocen cráteres de volcanes extinguidos llenos hasta arriba de nieve y de hielo — añadió Makshéiev.
Por la tarde de aquel día también el barómetro de mercurio se negó a funcionar: el canal estaba lleno de mercurio hasta arriba. Hubo que recurrir al hipsómetro y determinar la presión del aire por la temperatura de la ebullición del agua. Correspondía a una profundidad de ochocientos cuarenta metros bajo el nivel del océano.
Todos advirtieron que, al terminar la jornada, oscureció un poco. Los rayos del sol de la medianoche no penetraban al parecer directamente en aquella profunda depresión. La extrañeza de los viajeros aumentó, además, porque aquel día también la brújula se negó a funcionar. Su aguja giraba, se estremecía, sin poderse calmar y señalar el Norte. Hubo que orientarse por la dirección del viento y la inclinación general de la llanura para seguir avanzando hacia el Norte. Kashtánov también culpó de la inquietud de la brújula al origen volcánico de la depresión, ya que, como se sabe, las grandes masas de basalto influyen sobre la aguja imantada.
Al día siguiente, los viajeros tropezaron, a unos kilómetros del sitio donde habían pasado la noche, con un obstáculo inesperado: la llanura nevada concluía en una muralla de rocas de hielo que se atravesaba en el camino, alejándose hacia ambos lados en cuanto abarcaba la vista. En unos sitios, las rocas se alzaban a pico sobre una altura de diez a quince metros, en otros, formaban un caos de bloques de hielo grandes y pequeños, hacinados los unos encima de los otros. Trepar a ellos, aun sin los trineos cargados, era cosa ardua. Hubo que hacer alto para una exploración. Makshéiev— y Borovói ascendieron al montón más alto y se convencieron que delante se alzaban hasta el infinito los mismos amontonamientos y las mismas rocas.
— No parece tratarse de un cinturón de torós de huelo marítimo — declaró Makshéiev cuando volvieron.a los trineos-. Los torós no se extienden sobre varios kilómetros de anchura sin interrupción.
— Se conoce que hemos llegado al fondo de la depresión — opinó Kashtánov— y este caos se debe a la presión del enorme helero de la vertiente septentrional de la cordillera Russki por donde hemos descendido.
— O sea, que todo el fondo de la depresión es un caos de bloques de hielo — observó Borovói-. Las demás vertientes también deben estar cubiertas de heleros que descienden hacia el fondo.
— Y gracias a su tamaño colosal, la depresión no ha podido hasta ahora llenarse de hielo como se han llenado los cráteres de los volcanes de Alaska — añadió Makshéiev.
— Pero nosotros necesitamos, atravesar de alguna manera este fondo para continuar el camino hacia el Norte y enterarnos de las dimensiones de la depresión y del carácter de la vertiente opuesta — declaró Kashtánov.
— Lo más fácil sería bordear el pie de este caos para contornearlo por el fondo de la depresión hasta la vertiente opuesta — propuso Gromeko.
— ¿Y si esta depresión no es un cráter de volcán, sino un valle entre dos cordilleras? — objetó Pápoclikin-. En ese caso puede extenderse sobre cien a doscientos kilómetros y no nos dará tiempo a terminar la travesía de la Tierra de Nansen.
— Pero, ¿hacia dónde bordear el pie del caos para contornearlo? ¿Hacia la derecha o hacia la izquierda? — preguntó Borovói.
— Vamos hacia la izquierda. Quizá encontremos un sitia que nos permita pasar antes al otro lado sin gran dificultad.
Una vez adoptada esta decisión, los viajeros tiraron hacia la izquierda, o sea, hacia el Oeste a juzgar por el viento, ya que la brújula continuaba inquieta, sin poder señalar el Norte. A la izquierda se alzaba en suave pendiente la llanura nevada y a la derecha los montones de bloques de hielo. Las nubes bajas seguían ocultando el cielo e incluso rozando los picos de los bloques de hielo más altos. Hacia el mediodía descubrieron un sitio donde el caos de bloques de hielo parecía accesible: los amontonamientos eran más bajos y en algunos sitios se veían intersticios. Allí se detuvo la expedición para organizar el cuarto depósito. Borovói y Makshéiev, sin equipaje, se adentraron en la barrera de hielos para un reconocimiento. Al finalizar la jornada regresaron diciendo que el cinturón tenía unos diez kilómetros de anchura, que se le podía atravesar aunque con ciertas dificultades y que tras él comenzaba la pendiente suave de la ladera opuesta de la depresión..
Se precisaron dos días de duro trabajo para atravesar la barrera. Con frecuencia había que tallar un sendero en los amontonamientos de hielos para hacer, que pasaran los trineos uno iras otro con los esfuerzos sumados de, los hombres y los perros. Durmieron sin montar siquiera la yurta , acogidos al pie de un enorme bloque de hielo que se levantaba a pico y los protegía del viento. Los perros buscaron cobijo en las grietas y los agujeros de los hielos. Pero, después de tan dura jornada, todos durmieron profundamente a pesar de las quejas y los aullidos del viento, que ululaba con tonos diferentes entre aquel caos.
Por fin llegaron al otro lado de la muralla. En el último alto, Borovói encendió el infiernillo de alcohol del hipsómetro con la absoluta convicción de que señalaría lo mismo que delante del cinturón de hielos, es decir, unos novecientos metros bajo el nivel del mar. Pero cuando colocó el termómetro en el tubo, subió a 105 , luego a 110 y tampoco se detuvo allí.
— ¡Eh, eh! — gritó Borovói-. ¡Que se va a romper el cristal!
— ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? — preguntaron varias voces.
Todos habían acudido presurosos y se agrupaban en torno al aparato, colocado sobre un cajón.
— ¡Es una cosa inaudita, increíble! — exclamó Borovói con voz quebrada por la emoción-. En este maldito agujero el agua hierve a 120 .
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