Hal Clement - Ciclo de fuego

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Ciclo de fuego: краткое содержание, описание и аннотация

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A Kruger le parecía que podían planear hasta allí desde su presente situación, pero Dar Lang Ahn conocía demasiado bien las furiosas corrientes de bajada que había en el borde de la terraza cuando el sol no estaba brillando sobre la ladera de la montaña, y aprovechó su última oportunidad para subir. Durante dos o tres minutos, mientras daba giros el planeador, recibió los últimos rayos de Alcyone y debió haber sido visible para los observadores de la terraza de abajo.

Entonces la estrella desapareció detrás de un pico y la terraza se esfumó bajo el morro del aparato. Dar puso la máquina a nivel con la plataforma con unos quinientos pies de margen, hizo dos ajustados giros en sus alrededores para librarse del exceso de altura y se posó como una pluma delante de uno de los túneles. Kruger, medio congelado por la última subida, saltó dando gracias fuera de la máquina y aceptó, sumamente agradecido, la jarra de agua que uno de los nativos que estaban esperándoles le ofreció inmediatamente.

Al parecer se les esperaba, lo cual era bastante lógico ya que los otros planeadores debían haber llegado hacía tiempo.

— ¿Necesitas descansar antes de hablar con los Profesores? — preguntó uno de los que les habían recibido. Dar Lang Ahn miró a Kruger, pues sabía que había estado despierto mucho más tiempo del que solía, pero para su sorpresa el chico contestó: — No, vamos. Puedo descansar después; me gustaría ver a vuestros Profesores, y sé que Dar Lang Ahn tiene prisa por volver al poblado. ¿Está su oficina lejos de aquí?

— No muy distante — el que les preguntaba les dirigió de vuelta al túnel, en el cual de pronto aparecía una rampa espiral que bajaba. Caminaron por ella durante media hora del chico, quien empezó a preguntarse por lo que el guía entendía por «muy distante»; pero por fin la cuesta se convirtió en el piso llano de una gran caverna, que estaba casi desierta, aunque tuviera varias puertas, a una de las cuales se dirigió el guía.

La habitación que había detrás resultó ser una oficina y estaba ocupada por dos seres que eran obviamente, según la descripción de Dar Lang Ahn, Profesores. Como éste había dicho, eran idénticos a él en apariencia, con la única excepción de su tamaño.

Estas criaturas medían más de ocho pies de altura.

Cada uno de ellos dio un paso hacia los recién llegados. Esperaron en silencio a que fueran visibles sus facciones. Sus movimientos eran torpes, advirtió Kruger, y esa sospecha que había albergado durante tiempo se convirtió de repente en certeza.

IX. TÁCTICA

La Tierra se encuentra a unos quinientos años luz de Alcyone y del sistema estelar donde está situada. Esto no es demasiado, teniendo en cuenta cómo son las distancias en la galaxia, con lo que debió ser antes de que Nils Kruger se encontrara por primera vez con Dar Lang Ahn cuando los datos reunidos por el Alphard fueron enviados al planeta base. Dado que el navío de investigación había obtenido espectros y lecturas fotométricas y estereométricas, y muestras físicas de unos quinientos puntos del espacio ocupado por las Pléyades, a la vez que datos biológicos y meteorológicos de alrededor de una docena de planetas del sistema, había una buena cantidad de información observada para ser sistematizada.

A pesar de esto, el planeta donde se suponía que Nils Kruger había muerto llamó muy pronto la atención. No existían datos suficientes para especificar su órbita alrededor de la «enana roja» a la que estaba presumiblemente sujeto o la relación de esta última con el cercano Alcyone, pero un planeta, un sol pequeño y uno gigante juntos los tres dentro de una masa de gas nebular constituyen una situación bastante peculiar para la mayoría de las teorías cósmicas. El astrofísico que por primera vez se ocupó del material volvió a mirarlo y llamó después a un colega; se dio el aviso, y un ardiente deseo de saber más acerca de aquello empezó a ser sentido en las filas de los astrónomos. Nils Kruger no estaba tan muerto como él suponía.

Pero Kruger no era un astrónomo, y aunque tuviera en aquel momento una idea bastante aproximada del tipo de órbita que Abyormen seguía alrededor de su sol, no veía ninguna razón para que el sistema fuera de especial interés para alguien distinto de él mismo. Casi había dejado de pensar en la Tierra, ya que tenía algo más que considerar.

Esperaba vivir el resto de su vida en Abyormen; había encontrado allí un solo ser al que podía considerar su amigo personal. Ahora había sido informado por su mismo amigo que su amistad sólo iba a poder durar unos pocos meses más de los de Kruger, ya que el otro moriría de muerte natural al final de aquel tiempo.

Kruger no estaba convencido de ello, o al menos no creía que fuera necesario. La descripción que Dar Lang Ahn había hecho de los Profesores hizo surgir una sospecha en su mente. La visión de una de aquellas grandes criaturas no hizo sino confirmársela, y se dispuso para su primera conversación con el decidido propósito de hacer todo lo que estuviera en su mano para posponer el fin que Dar Lang Ahn contemplaba como inevitable. No se le ocurrió preguntar si estaba con ello haciendo o no un favor a Dar Lang Ahn.

No hay forma de decir si los Profesores que interrogaron a Nils Kruger advirtieron su oculta hostilidad hacia ellos; nadie se lo preguntó durante el corto período de tiempo que les quedaba de vida y ellos no se preocupaban de registrar meras sospechas.

Ciertamente, no demostraron tener ninguna durante la conversación y estuvieron corteses, para sus costumbres, y respondieron casi tantas preguntas como habían formulado. No mostraron sorpresa alguna de los hechos astronómicos que Kruger tuvo que mencionar para describir su lugar de origen; preguntaron muchas de las mismas cosas que los Profesores de los habitantes del poblado. Apuntó el hecho, al desviarse la conversación en ese sentido, de que los Profesores del poblado se habían quedado con su encendedor; estaba preparado para defender la asociación de Dar Lang Ahn con el fuego, pero aquel tema pareció no preocupar a ninguno de los dos Profesores. El alivio de Dar resultó esta vez evidente para Kruger.

Los Profesores le enseñaron con todo detalle las Murallas de Hielo, mejor incluso de lo que Dar Lang Ahn las hubiera visto nunca. Las cavernas en la montaña eran sólo un puesto avanzado; el asentamiento principal estaba mucho más adentro, a millas de distancia. Varios túneles lo conectaban con plataformas de aterrizaje similares a donde habían aterrizado. Era aquí donde estaban situadas las librerías; vieron cargas y cargas de libros, que habían venido de las ciudades dispersas por Abyormen, ser apilados para su posterior distribución. Preguntado sobre cuándo sucedería esto, el Profesor no se anduvo con rodeos al responder.

— Pasarán unos cuatrocientos años desde el final de esta vida hasta que empiece la siguiente. Diez años después de esto las ciudades estarán pobladas de nuevo y comenzará el proceso de educar a sus habitantes.

— Así que habéis empezado ya a abandonar vuestras ciudades. ¿Viene aquí todo el mundo para morir?

— No, no abandonamos nuestras ciudades; la gente vive en ellas hasta el fin.

— ¡Pero la que Dar Lang Ahn y yo encontramos estaba abandonada!

— Aquélla no era una de nuestras ciudades. La gente que vivía en sus alrededores no era nuestra gente y sus Profesores no eran de nuestra clase.

— ¿Sabíais algo sobre esa ciudad?

— No con exactitud, aunque aquellos Profesores no nos resultaban extraños del todo.

Todavía no sabemos qué hacer en ese sentido — Dar interrumpió aquí la conversación.

— Simplemente tenemos que volver con la suficiente gente para llevarnos los libros, y estoy seguro de que usted quiere también el mechero de Nils, aunque nosotros no utilicemos el fuego. Es sabiduría y debe ser llevada a las librerías.

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