Arkadi Strugarsky - La Ciudad maldita
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- Название:La Ciudad maldita
- Автор:
- Издательство:Ediciones Gigamesh
- Жанр:
- Год:2004
- Город:Barcelona
- ISBN:нет данных
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Destinos truncados",
perestroika. Nicolás Roerich.
Andrei,
(
)
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— Sabe, Katzman — dijo en una ocasión el coronel —, nunca entendí para qué servían los comisarios en un ejército. Nunca tuve comisarios, pero a usted lo llevaría conmigo.
Izya terminó de revisar un paquete de papeles y sacó otro de dentro de su chaqueta.
— ¿Algo interesante? — preguntó Andrei, y no por una legítima curiosidad, sino porque sintió deseos de expresar el cariño que sintió de repente hacia aquel hombre desgarbado, absurdo, de aspecto desagradable incluso.
Izya no tuvo tiempo de responder, sólo comenzó a negar con la cabeza cuando la puerta se abrió y el coronel Saint James entró en la habitación.
— Con su permiso, consejero — pronunció.
— Por favor, coronel — dijo Andrei, poniéndose de pie —. Buenas noches.
Izya se levantó y empujó el butacón hacia el coronel.
— Gracias por su gentileza, comisario — dijo el coronel y se sentó lentamente, en dos movimientos.
Su aspecto era el de siempre: elegante, fresco, con olor a colonia y a buen tabaco de pipa. En los últimos tiempos, sus mejillas colgaban un poco y los ojos estaban muy hundidos. Y ya no caminaba sin apoyo, llevaba un largo bastón negro, en el que se apoyaba perceptiblemente cuando se hacía necesario permanecer de pie.
— Esa infame pelea bajo su ventana… — dijo el coronel —. Quiero ofrecerle mis más sentidas excusas, consejero, en nombre de mis soldados.
— Esperemos que sea la última — dijo Andrei, sombrío —. No tengo la intención de permitir ni una más.
— Los soldados siempre se pelean — apuntó, como de pasada, el coronel, asintiendo distraído —. En el ejército británico es algo que se promueve. El espíritu combativo, la agresividad saludable, etcétera… Pero, por supuesto, usted tiene razón. En estas difíciles condiciones de marcha eso es insoportable. — Se reclinó en el butacón, sacó la pipa y comenzó a llenarla de tabaco —. ¡Pero no se ve ningún adversario potencial, consejero! — añadió con humor —. Honestamente, veo grandes complicaciones debido a eso, tanto para mi pobre Estado Mayor general como para los señores políticos.
— ¡Por el contrario! — exclamó Izya —. ¡Ahora comenzarán los días más calientes para todos nosotros! Como no existe un adversario real, habrá que inventarlo. Y, como muestra la experiencia universal, el adversario más terrible es el que inventamos. Les aseguro que será un monstruo increíblemente horrible. Tendremos que duplicar el ejército.
— ¿De veras? — dijo el coronel, en el mismo tono humorístico de antes —. Por cierto, ¿quién va a inventarlo? ¿No será usted, estimado comisario?
— ¡Usted! — dijo Izya, con solemnidad —. En primera instancia, usted. — Comenzó a doblar los dedos —. Primero, tendrá que crear el departamento de propaganda política adjunto al Estado Mayor general…
Llamaron a la puerta, y antes de que Andrei pudiera contestar. Quejada y Ellizauer entraron. Quejada tenía un aspecto lúgubre y Ellizauer sonreía, con los ojos apuntando al techo.
— Siéntense, señores, por favor — los saludó Andrei con frialdad. Golpeó la mesa con los nudillos y se dirigió a Izya —. Katzman, comenzamos.
Izya, que había sido interrumpido en el medio de una frase, se volvió hacia Andrei con expresión dispuesta y pasó una mano por encima del respaldo del butacón. El coronel se irguió de nuevo y cruzó las manos sobre el mango del bastón. — Tiene usted la palabra, Quejada — dijo Andrei.
El jefe del departamento científico se sentó directamente frente a él, con las piernas, gruesas como las de un levantador de pesas, muy separadas para no sudar. Ellizauer, como siempre, se acomodó detrás de él, muy encorvado para no sobresalir en exceso.
— Geológicamente, no hay nada nuevo — dijo, en tono lúgubre —. Lo mismo que antes, arcilla y arena. No hay la menor señal de agua. Las tuberías locales están secas desde hace mucho tiempo. Quizá se marcharon de aquí por esa razón, no lo sé… Los datos relativos al sol, al viento… — Sacó una hoja de papel del bolsillo delantero y se la tiró a Andrei —. En lo que a mí respecta, es todo por ahora.
Aquel «por ahora» disgustó muchísimo a Andrei, pero se limitó a asentir y a continuación miró a Ellizauer.
— ¿Transporte?
Ellizauer se enderezó y comenzó a informar por encima de la cabeza de Quejada.
— Hoy hemos avanzado treinta y ocho kilómetros. El motor del tractor número dos debe pasar una reparación capital. Lo lamento mucho, señor consejero, pero no hay más remedio.
— Aja — dijo Andrei —. ¿Qué significa eso de «reparación capital»?
— Dos o tres días — dijo Ellizauer —. Hay que cambiar una parte de las piezas, y hay que ajustar las otras. Quizá se trate de cuatro días. O cinco.
— O diez — dijo Andrei —. Déme el informe.
— O diez — aceptó Ellizauer, sin borrar del rostro aquella sonrisa indefinida.
Sin levantarse, tendió el papel con el informe por encima del hombro de Quejada.
— ¿Está bromeando? — pronunció Andrei, intentando mantener la calma.
— ¿Por qué, señor consejero? — se asustó Ellizauer, o hizo como si se asustara.
— ¿Tres días o diez días, señor especialista?
— Lo lamento mucho, señor consejero… — balbuceó Ellizauer —. No me atrevo a precisar… No estamos en un taller, y además. Permiak está enfermo. Tiene una erupción y padece vómitos. Es mi mecánico principal, señor consejero.
— ¿Y usted? — dijo Andrei.
— Haré todo lo posible… Pero es muy diferente en nuestras condiciones, quiero decir, en campaña…
Estuvo un rato más balbuceando algo sobre los mecánicos, la grúa que no habían querido traer a pesar de que él lo había advertido, sobre el taladro que no tenían y que era imposible que tuvieran, otra vez sobre el mecánico y algo más sobre pistones y bujías… Cada vez hablaba más y más quedo, más enredado, hasta que calló del todo. Durante todo ese tiempo. Andrei lo estuvo mirando fijamente a los ojos, y quedaba totalmente claro que aquel oportunista larguirucho y cobardón estaba diciendo mentiras y sabía que todos se habían dado cuenta de ello, pero intentaba escabullirse y no se le ocurría cómo, aunque de todos modos tenía la firme intención de mantener su mentira hasta el victorioso final.
Después, Andrei bajó la vista y la clavó en el informe, en los renglones mal trazados con letra enorme, pero sin ver ni entender nada de lo allí escrito.
«Se han conjurado, canallas — pensó con desesperación —. Éstos también se han conjurado. ¿Qué hago ahora con ellos? Qué lástima, no tengo la pistola. Pegarle un tiro a Ellizauer o asustarlo hasta que se cague… No. Quejada. Ése es el jefe de todos ellos. Quiere hacerme responsable de todo… Quiere cargar sobre mis hombros esta misión asquerosa, que ya apesta… Bastardo, cerdo hinchado…» Tenía deseos de gritar, de dar puñetazos sobre la mesa.
El silencio se hacía insoportable. De repente, Izya se movió incómodo en su silla.
— ¿Qué está ocurriendo? — balbuceó —. A fin de cuentas, no tenemos por qué apresuramos. Haremos una parada. Podría haber archivos en los edificios. Es verdad que no hay agua, pero podemos enviar un grupo por delante… — Tonterías — lo interrumpió Quejada con brusquedad —. Señores, basta de habladurías. Pongamos los puntos sobre las íes. La expedición ha fracasado. No hemos encontrado agua. Ni petróleo. Y con la exploración geológica organizada de esta manera, sería imposible encontrar nada. Corremos como si estuviéramos locos, hemos extenuado a la gente, el transporte está hecho jirones. No hay ninguna disciplina en el destacamento, alimentamos a prostitutas, arrastramos a gente que difunde rumores… Hemos perdido la perspectiva hace muchísimo tiempo, a nadie le importa nada. La gente no quiere seguir adelante, no ven qué sentido tiene seguir, y no tenemos nada que decirle. Los datos cosmográficos no sirven para nada: nos preparamos para un frío polar y nos hemos metido en un desierto calcinante. El personal de la expedición ha sido mal seleccionado, al tuntún. Los servicios médicos son pésimos. Como resultado, cosechamos lo que hemos sembrado: la caída de la moral, la pérdida de la disciplina, constantes insubordinaciones y un motín, si no hoy, mañana. Es todo.
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