Ben Bova - Los fabricantes del tiempo
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- Название:Los fabricantes del tiempo
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- Издательство:EDICIONES GEMINIS, 5. A.
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- Год:1968
- Город:Barcelona
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— Necesitaremos encontrar mucha mayor cantidad de dinero para trabajar en un problema de este tamaño.
Trabajaremos en ello — respondió Ted con firmeza. Preocúpate por el dinero. Y si encuentras gente que quiera pagarnos, estupendo. Pero, de cualquier forma, trabajaremos en el asunto.
Se volvió a Barney.
— ¿Rossman hace algo por el estilo?
— No, que yo sepa. Claro, sus predicciones oficiales jamás se adentran tanto en el futuro.
— ¿Y extraoficialmente?
— Creo que está tratando de descubrir qué tipo de técnica empleáis para la predicción. Tiene a un grupito de gente efectuando para él un trabajo especialisimo. Es muy secreto. Por lo menos, nadie ha querido hablarme de ello…
Ted no contestó, pero frunció el ceño.
Aquella noche utilicé la acera movible para volver al hotel. Era una noche hermosamente cálida, con una luna plateada en un cielo sin nubes y salpicado de estrellas. De pronto me encontré deseando que lloviera.
Mientras Ted estudiaba el sistema general de la sequía decidí echar un vistazo al clima político de Nueva Inglaterra. Descubrí que la mayor parte del personal que pertenecía al gobierno de los seis estados consideraba molesta la sequía, pero no grave. Nadie parecía terriblemente preocupado; las centrales de conversación de agua salada impedirían que la escasez fuese notable en las ciudades costeras y los pantanos interiores todavía tenían muy buen aspecto.
Pero iba a celebrarse una reunión de los Directores de Recursos de los estados de Nueva Inglaterra, una más perteneciente a las series de reuniones regionales de diversos departamentos de los gobiernos estatales. Esta era para la gente que se preocupaba por los recursos naturales… como, por ejemplo, del agua.
Arrinconé a Ted en el laboratorio sintético de Tuli y le hablé de la reunión.
— Va a celebrarse en el fin de semana del Cuatro de Julio.
— ¿Y vas a estropearte este fin de semana para hablar con un puñado de burócratas? — mostraba un evidente disgusto.
— Vamos a estropeárnoslo — repliqué, para hablar con las personas que pueden comprar el alivio a la sequía… si sabes vendérselo.
— ¿Si yo sé venderlo?. ¡Y aun me insultas! Está bien, patrón, puesto que quieres fuegos artificiales para el Glorioso Cuatro, los tendrás.
Tuve que poner en movimiento varias influencias para conseguir que me incluyeran en el orden del día de las conferencias. Por último necesité hablar con el congresista Lynn; pertenecía al Comité de Ciencias y Recursos Naturales de la Cámara de Representantes y ayudaba en los preparativos para la reunión.
El mayor trabajo fue que Ted se preparase para hablar al grupo de profanos en meteorología. La primera vez ensayó su discurso, pasó cincuenta minutos mostrando diapositivas y explicando la ciencia de la meteorología. Tratamos de convencerle para que desistiese de tanta ciencia.
Hay que simplificarlo — insistí -. Esas personas no entienden de meteorología. Ni siquiera yo puedo comprender la mayor parte de tus palabras.
Se sentó en el diván de mi oficina y cruzó los brazos como un niño tozudo.
— ¿Qué quieres que haga, que les cuente cuentos de hadas?
— ¡Exacto! Exacto del todo — conteste. Cuentas un cuento de hadas… una historia de horror. Enséñales lo mala que será la sequía y luego les muestras lo suficiente para convencerles de que puedes vencerla.
— ¿Es eso noble? — preguntó Tuli.
— Si se habla con personas que no comprenden la naturaleza del problema — repuso Barney -, hay que emplear un idioma que penetre hasta ellas.
— Bueno — dijo Ted con un encogimiento de hombros -. La conversación será comercial, no científica.
Tómese la energía de una tormenta adulta y comprímasela en una especie de estrecho embudo para que la velocidad del viento alcance los quinientos nudos, causando una especie de seminario dentro de su estructura rotativa. Tales vientos chocarán contra una pared con la fuerza de un millar de libras por pie cuadrado. Y el vacío inmediatamente detrás del viento hará que la presión normal del aire dentro de un edificio haga estallar las paredes hacia el exterior. Tal cañón constituye una estupenda arma, especialmente en una ciudad superpoblada. Se llama tornado.
Era una tarde gris y triste en Tulsa, con espesas nubes bulbosas volando bajas. El mapa del tiempo mostraba un frente frío y muy activo acercándose desde el noroeste, empujando al opresivo aire húmedo tropical. Una alarma de tornados fue emitida por el Departamento Meteorológico y los aviones estaban sembrando algunas de las nubes, tratando de dispersarías antes de que asomara el peligro. El centro comercial, sin embargo, estaba atestadísimo; mañana, día Cuatro, las tiendas cerrarían El cañón bajó de las nubes de pronto, silbando y retorciéndose como una supergigantesca serpiente, escupiendo relámpagos. Tocó un estanque e inmediatamente lo dejó seco. Barrió un aparcamiento y golpeó a los principales edificios comerciales. Estallaron. Todo ocurrió en treinta segundos. Cuarenta y dos muertos, más de un centenar de heridos. El cañón desapareció y poco después las nubes se disipaban. El sol brilló sobre cinco acres de profunda devastación.
Ted y yo vimos las consecuencias del tornado en el noticiero de la TV mientras marchábamos en helicóptero a la reunión que se celebrarla en la mañana del día Cuatro.
— En lugar, de correr un riesgo con el control del tiempo murmuró Ted, señalando hacia las ruinas que aparecían en la pantalla de TV -, prefieren sentarse y dejar que eso suceda.
La conferencia tenía lugar en un, hotel veraniego de las, montañas Berkshire. Volábamos sobre arboladas colinas y ondulado terreno agrícola. Mientras más nos dirigíamos hacia el oeste, sin embargo, se veían más retazos pardos entre el verde. Los lagos y estanques eran muy pequeños; se podía distinguir los bordes fangosos y rocosos que normalmente quedaban debajo del agua.
— Un arroyo seco me señaló Ted -; Y ahí hay otro.
— La situación parece muy grave — dije, mirando las gargantas arenosas que hablan sido ríos.
— Eso no es nada. Aguarda a que pase otro par de meses. Y el próximo verano será hermosísimo.
— Pero tus predicciones no llegan tan lejos.
Esta especie de sistema dura cuatro o cinco años antes de cambiar, a menos que ocurra algo extraordinario… como el control del tiempo.
El hotel hervía de miembros de la conferencia. Habían venido de todos los seis estados de Nueva Inglaterra, de Nueva York y de Washington. Llegamos poco antes del almuerzo, a tiempo para una breve ceremonia en el exterior en honor del día Cuatro.
Mientras nos abríamos paso a codazos a través de la multitud hacia uno de los cuatro restaurantes del hotel, Ted murmuró:
— ¡Hay aquí más políticos de los que vi jamás reunidos bajo el mismo techo!
Comimos con rapidez y luego fuimos a uno de los gerentes del hotel para que nos indicase cuál era la sala de conferencias en donde teníamos que hablar. Era una "habitación pequeña, sin ventanas, con un proyector de diapositivas instalado en un extremo y una pantalla en el otro.
— Llegamos temprano — dijo Ted mientras el gerente cerraba la puerta a su espalda -. Aquí no hay nadie.
— Pondré tus diapositivas en el proyector — anuncié.
Estaba colocando la última cuando se abrió la puerta y un hombre de unos treinta y cinco años entró.
— Soy Jim Dennes — dijo, tendiéndonos la mano.
El congresista Dennis tenía un rostro redondo y agradable, ligeramente rojizo, con una lenta sonrisa y unos ojos que parecían meditar mucho más allá de la superficie de las cosas. Casi tenía mi propia estatura y era de una constitución mediana.
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