Stanislav Lem - El Invencible
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- Название:El Invencible
- Автор:
- Издательство:Minotauro
- Жанр:
- Год:1986
- ISBN:ISBN: 978-84-450-7062-8
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
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El Cóndor.
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Los vehículos exploradores tardaron pocos minutos en recorrer el kilómetro y medio que los separaba del grupo de Regnar. La comunicación radial era excelente. Rohan hablaba con Gaarb, que iba al frente de la primera máquina.
— Estamos escalando una pequeña elevación, de un momento a otro los tendremos a la vista — repitió Gaarb varias veces. Luego de un instante, gritó —: ¡Aquí están! ¡Ahora los veo! — Y a continuación, en tono más sereno:- Parece que todo marcha bien. Uno, dos, tres, cuatro, no falta ningún vehículo. Pero ¿por qué están detenidos a pleno sol?
— ¿Y los hombres? ¿Ve a nuestros hombres? — preguntó Rohan de pie, arrugando los ojos, frente al micrófono.
— Sí. Algo se mueve por allí, dos hombres. ¡Otro! Y alguien está allí, acostado a la sombra. ¡Los veo, Rohan! La voz se alejó. Rohan oyó que le decía algo al conductor. Luego, el eco apagado de un cohete fumífero. La voz de Gaarb otra vez clara.
— Los estoy saludando… el humo flota ahora en dirección a ellos… en cuanto se disipe… Jarg ¿qué pasa? ¿Qué? ¿Cómo?… ¡Hola, hola, muchachos!
El grito de Gaarb vibró un instante en la cabina y se cortó en seco. Rohan escuchó un rato: el zumbido de los motores fue amortiguándose, y al fin cesó del todo; ahora oían pasos precipitados, llamadas confusas, una exclamación, y otra; luego, silencio.
— ¡Hola! ¡Gaarb! ¡Gaarb! — llamó Rohan una y otra vez con los labios resecos.
Los pasos en la arena se acercaban. Había ruidos parásitos en el micrófono.
— ¡Rohan! — la voz de Gaarb era distinta, jadeaba —. ¡Rohan! ¡Maldición! ¡Están igual que Kertelen! ¡Están inconscientes, no nos reconocen, no hablan…! Rohan, ¿me oye?
— Lo oigo, sí. ¿Todos, todos en el mismo estado?
— Me parece que sí. No sé todavía. Jarg y Terner los están observando uno por uno.
— ¿Cómo es posible? ¿Y el campo?
— Desconectado. No hay campo. No sé qué ha pasado. Se diría que lo desconectaron.
— ¿Rastros de combate?
— No, ninguno. Los vehículos están detenidos, intactos, sin ninguna avería; y ellos, ellos están acostados, sentados. Los sacudimos pero no reaccionan. ¿Qué? ¿Qué pasa allí?
Rohan oyó una voz lejana, interrumpida por un aullido interminable.. Apretó las mandíbulas, procurando vencer la sensación de náusea que le subía de la boca del estómago.
— ¡Dios todopoderoso! ¡Es Gralew! — La voz horrorizada de Gaarb. — ¡Gralew, Gralew! ¿No me reconoces?
El jadeo de Gaarb, amplificado por el altoparlante, llenó de pronto la cabina.
— Gralew también — dijo por fin, sin aliento. Calló un instante, como para reponerse.
— Rohan, no sé si podremos, solos. Hay que sacarlos de aquí. Envíenos más hombres ¿quiere?
— En seguida.
Una hora más tarde un cortejo de pesadilla se detenía bajo el casco metálico del supercóptero. De los veintidós hombres que habían partido sólo quedaban dieciocho; se ignoraba la suerte que habían corrido los otros cuatro. La mayor parte del grupo no se resistió, pero cinco de los hombres rehusaron abandonar el lugar y hubo que llevarlos por la fuerza. Fueron transportados en camillas hasta la enfermería improvisada en el puente inferior del supercóptero. Los trece restantes, de terrible aspecto, con rostros rígidos como máscaras, fueron instalados en una cabina donde se dejaron acostar sin oponer resistencia. Tuvieron que desvestirlos y quitarles las botas; parecían bebés desvalidos. Rohan, testigo mudo de esta escena, de pie entre las hileras de cuchetas, notó que los hombres rescatados estaban casi todos tranquilos; los otros, en cambio, los que fueran traídos de viva fuerza, continuaban retorciéndose y gimiendo.
Dejó a los hombres al cuidado del médico y envió en busca de los desaparecidos a todo el equipo disponible. Ahora sobraban vehículos, pues habían puesto en marcha las máquinas abandonadas por los hombres de Regnar. Acababa de dar la orden de salida a la última patrulla cuando lo llamaron desde la cabina de comunicaciones: habían establecido contacto con El Invencible.
No le extrañó que hubiesen podido comunicarse con la nave madre. Ya nada lo asombraba.
En pocas palabras informó a Horpach.
— ¿Quiénes faltan? — inquirió el astronauta.
— Regnar, Bennigsen, Korotko y Mead. ¿Y qué noticias hay de los planeadores? — preguntó Rohan.
— Ninguna.
— ¿Y la nube?
— Esta mañana envié una patrulla de tres aparatos. Acaban de regresar. No hay rastros de la nube. — ¿Nada? ¿Absolutamente nada?
— Nada.
— ¿Y de las máquinas volantes?
— Nada.
La hipótesis de Lauda
El doctor Lauda llamó a la puerta de la cabina del astronauta. Al entrar, vio que Horpach hacía algunas anotaciones en un mapa fotogramétrico.
— ¿Qué pasa? — preguntó el comandante sin levantar la cabeza.
— Quisiera decirle algo.
— ¿Es urgente? Partimos dentro de quince minutos.
— No sé. Me parece que estoy empezando a comprender lo que pasa aquí — dijo Lauda.
El astronauta dejó el compás sobre la mesa. Miró a Lauda. El biólogo no era más joven que el comandante; parecía raro que aún le permitiesen volar. Era evidente que los viajes interplanetarios lo apasionaban. En realidad, tenía más el aspecto de un mecánico veterano que de un hombre de ciencia.
— ¿Qué piensa usted, doctor? Soy todo oídos.
— En el océano hay vida — dijo el biólogo —. Hay vida en el océano, pero no en el continente.
— ¿Qué quiere decir? En el continente también hubo vida; Ballmin halló vestigios.
— Sí. Pero vestigios de hace cinco millones de años. Luego, todo cuanto vivía en tierra firme fue exterminado. Lo que voy a decirle le parecerá fantástico, comandante, y en realidad no tengo prueba alguna, pero es así. Suponga que en tiempos remotos, hace millones de años, aterrizó aquí un cohete que venía de otro sistema. Un cohete que venía, digamos, de la región de una nova.
Ahora hablaba más de prisa, pero siempre con tono calmo y firme.
— Sabemos que antes de la explosión de Zeta de la Lira, el sexto planeta del sistema estaba habitado por seres inteligentes. Tenían una civilización altamente desarrollada, de tipo tecnológico. Supongamos que una nave exploradora enviada por los lirianos hubiese aterrizado aquí y que ocurriera una catástrofe. O algún otro accidente desgraciado a raíz del cual pereció toda la tripulación. Una explosión del reactor, por ejemplo, una reacción en cadena. En suma, a bordo de la nave que aterrizara en Regis III no quedó nadie con vida. Ningún sobreviviente… salvo los autómatas. Y no autómatas como los nuestros. No tenían forma humana. Como tampoco los lirianos, sin duda. Los autómatas, sanos y salvos, abandonaron pues la nave. Eran mecanismos homeostáticos altamente especializados, capaces de subsistir en las condiciones más inverosímiles. Ya no quedaba nadie que pudiera dirigirlos. Quizá algunos de los robots, cuyos procesos intelectuales eran más semejantes a los de sus creadores, intentaran reparar la máquina, aunque hubiera sido inútil. Pero usted sabe cómo están programados los autómatas. Un robot reparador arreglará todo lo que sea necesario. Luego un grupo de robots se independizó de los restantes. Quizá fueron atacados por la fauna local. Reptiles semejantes a saurios habitaban en aquel entonces el planeta; también había bestias depredadoras, y algunas de estas bestias atacan a todo cuanto se mueve. Los autómatas empezaron a combatirlas y ganaron la batalla. Pero tuvieron que adaptarse para esta lucha. Tuvieron que transformarse para adaptarse en lo posible a las condiciones del planeta. La clave de todo, a mi juicio, estriba en que esos autómatas tenían la capacidad de producir otros autómatas, de acuerdo con las necesidades específicas de la situación. Para combatir a los saurios voladores, necesitaban máquinas volantes. Huelga decir que no puedo dar detalles concretos. Hablo de lo que hubiera podido ocurrir en una situación análoga y en condiciones naturales de evolución. Tal vez no hubo aquí saurios voladores, quizá hubo reptiles roedores, que habitaban en cuevas. No lo sé. De cualquier modo, los robots se habrían adaptado perfectamente a las condiciones del medio y habrían logrado exterminar todas las formas de vida animal del planeta. Y también las vegetales.
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